Entrevistamos al artista y músico Ramírez Neira, creador multifacético que transita con la soga
del lenguaje y el arte al cuello.
Daniel Jesús Ramírez Díaz (San Miguel, Chile, 1982), conocido artísticamente como Ramírez Neira, es un músico, artista sonoro, escritor y aprendiz de botánica con un recorrido multidisciplinario que cruza la literatura, la música experimental y la investigación en tradiciones orales. Desde su formación en Letras Hispánicas en la Pontificia Universidad Católica de Chile hasta sus experiencias de residencia y exploración creativa en el norte y sur chilenos, Copiapó, el Biobío, Bolivia, Perú, Cuba y Argentina, su trabajo se ha caracterizado por un interés en la escritura y edición independiente, la pedagogía crítica, el arte comunitario y la experimentación sonora. Como fundador del colectivo poético y sonoro Familia Runrún, ha desarrollado una prolífica carrera en la que confluyen la literatura, la música y la investigación artística.
En su trayectoria destacan obras como “Útero”, su primer disco de canciones, “Las Pobres Esferas", proyecto de exploración en torno a la tradición oral, así como proyectos colectivos que transitan entre la música y la poesía, como "La extranjera" y "Poema de Atacama" junto a la poeta Eliana Hertstein. Su trabajo ha sido reconocido con diversos premios y becas, entre ellas la Beca Chile Crea para realizar una maestría en Arte Sonoro en la Universidad de Barcelona en 2025.
Desde su base en Casa Runrún, Ramírez Neira continúa expandiendo los límites del arte sonoro y la literatura contemporánea, fusionando elementos del folklore, la improvisación y la edición independiente. Actualmente, se encuentra inmerso en proyectos de investigación literaria y producción musical, entre ellos su nuevo disco "Ñachi" y la investigación "Imaginario migrante en la edición poética chilena del siglo XXI”, este último junto al poeta Juan Malebrán.
—Tu obra transita entre la literatura, la música y la investigación sonora. ¿Cómo articulas estos lenguajes en tu trabajo?
—El elemento central de mi trabajo es la palabra. Por ende, la mayoría de las cosas que hago están vinculadas con ella como objeto de estudio y práctica. La literatura, la música o la investigación sonora son diversas puertas de entrada para abordarla, por tanto.
—Has desarrollado un interés en la tradición oral a través de proyectos como "Las Pobres Esferas". ¿Qué te atrajo de esta exploración y cómo ha influido en tu creación?
—Provengo de una familia del sur, mi padre es de Santa Juana y mi madre de Lota, Región del Biobío, ambos sin escolaridad completa. Por tanto, la manera central de traspaso de saberes siempre fue la oralidad por sobre los libros. Vengo escuchando de pequeño a mi padre decir “gánate ahí” o a mi madre “se te va a enanchar la ropa”. De alguna manera me parecen palabras y frases muy bellas que tienen sentido en el contexto y territorio en el que se articulan ¿Quién soy yo para corregirlas? En ese afán de corrección hay un ejercicio de poder que no me interesa practicar. Eso me ha llevado a incursionar, primero, en la fonética y la lingüística en mis años de universidad, luego en la incorporación de sonoridades de la raíz folclórica en mi música hasta decantar en el arte comunitario, llevando a cabo procesos colaborativos que escudriñan los relatos míticos que van sosteniendo a una comunidad, desde su origen oral, eso como base para crear obras diversas en conjunto. Lo hago, eso sí, no tanto para rendirle un culto al pasado, sino porque seguimos siendo, además de personas insertas en una cultura escrita, sujetos orales, y por ende, vivimos en una tensión constante entre ambas formas de comunicación, creación y aprendizaje. Creo que en la oralidad hay una resistencia y un avanzar constante al mismo tiempo. No es lo mismo escuchar un relato oral que uno escrito, porque el primero nunca es el mismo y el otro permanece de una manera inalterable. En ese sentido, la palabra oral es más ingobernable y eso es lo que me interesa de ella ¿El pensamiento dónde opera? ¿en la oralidad o en la escritura? Tengo una fijación por escudriñar esa tensión e indagar las fronteras que se generan entre ambas como espacios habitables que abren nuevas puertas, porque es ahí donde se gestan las transformaciones, porque el ejercicio creativo está más abierto, con más perspectiva.
—Como fundador de Familia Runrún, ¿cuál ha sido el objetivo central de este colectivo y qué desafíos han enfrentado?
—El principal objetivo de Runrún es servir de base administrativa para hacer todo lo que queramos. Actualmente, el equipo central somos cuatro personas, Eliana Hertstein, Francisca Briones, Paula Fredes y yo, todos con multifunciones, desde labores técnicas o de apoyo a otras más creativas o autorales. Mi madre, Marta Ramírez, también está presente cada vez que puede como un quinto elemento. Si bien está planteado como un colectivo poético y sonoro, trabajamos bajo una óptica crítica, colaborativa, pedagógica y transdisciplinaria. Si un proyecto pide botánica, pues la estudiamos y la incorporamos. Por eso, aunque nos circunscribimos dentro de la esfera artística, no nos frenamos al momento de incorporar otros lenguajes en los procesos. En ese sentido, no hay límites. Hemos pasado por diversas estructuras de funcionamiento, un poco buscando un modo de hacer que se adecúe a nosotros mismos, a nuestra trashumancia e inquietud por saber y hacer desde contextos particulares y no tanto buscando operar desde el lugar común. Eso a ratos genera confusión sobre lo que somos, porque se suelen esperar certezas de parte de uno. Como que tenís que ser y responder a las lógicas de algo concreto, pero nosotros vivimos en un limbo constante, por lo que funcionamos acorde a eso y nos vamos adaptando a cada proyecto, pues cada uno pide una forma distinta de trabajo. Podemos ser una editorial un día y al otro una compañía de teatro. Esa búsqueda ha conducido a operar en la actualidad en base a seis modalidades para encausar esa dispersión y contenerla de algún modo. Por ejemplo, a veces adoptamos la personalidad de un sello discográfico cuando se nos ocurre producir el disco de alguno de los integrantes. En otras ocasiones somos un colectivo de arte contemporáneo cuando nos dan ganas de crear instalaciones como “Poema de Atacama” o levantar procesos de arte comunitario en base a las lógicas del arte relacional o el arte povera. También a ratos somos poseídos por el espíritu de una compañía de teatro para llevar a cabo puestas en escena como “La extranjera”. Somos un espacio de pensamiento también para explorar la investigación como práctica en sí misma y no solo como parte previa de un proceso creativo. Somos una escuela en movimiento en otras ocasiones, trabajando en colaboración con escuelas rurales, llevando a cabo procesos pedagógicos que estimulan la creación artística en estudiantes de esos contextos. Y cuando queremos meternos en líos severos, nos ponemos a producir eventos musicales y editoriales como “Noctiluca” o “Desierto Libro”, que son producciones mucho más complejas que convocan a muchas personas e iniciativas. Espacios que creamos para dialogar con otros colegas y sus obras más que nada, los que no están exentos de problemas, porque en las relaciones humanas hay egos y diferencias también. Eso, de todos modos, es lo que le da la gracia al asunto. Ahí el equipo suele ampliarse, pero no dejamos la escala humana y la lógica artesanal en ningún momento como cable a tierra o forma de resistencia a la producción industrial. Somos como un ser con múltiples personalidades, en definitiva, y adoptamos cada día la que se adapte más a la idea que queremos desarrollar en el momento. Aunque parezca engorroso, es nuestra forma de accionar y hemos aprendido a operar en todos esos frentes de manera más o menos organizada y profesional, por que más sabe el diablo por viejo que por diablo.
—En tu trayectoria, has trabajado con diversos formatos, desde libros y discos hasta instalaciones y puestas en escena. ¿Cuál es el espacio que te resulta más desafiante o estimulante?
—El disco, sin duda, sigue siendo el espacio más estimulante y a la vez el que me reporta más desafíos. Cada cierto rato tengo que encerrarme a grabar por un mes o varios meses hasta salir con algo en las manos. Lo hago así, y no de forma parcelada, porque veo el registro sonoro como una captura de un tiempo y espacio determinados. Por más maquillaje que uno le pueda poner a las grabaciones de manera posterior, si la materia prima no parte de esa base, para mí pierde todo el sentido grabar. Por eso, busco un lugar y un momento que creo que son los idóneos para el sonido y el ánimo que necesito intencionar, incluido un análisis previo de la acústica del lugar escogido para ver si es necesario intervenirlo levemente o no y allí instalo mis equipos. El canto o la interpretación de un instrumento requieren de un espacio y tiempo particulares, pues estos también suenan, ya que hay un clima afuera, hay unas aves del lugar, hay un contexto cotidiano que está vibrando y que está en constante cambio. Por ejemplo, en junio de 2025 me voy a encerrar un mes en El Tránsito, localidad de Alto de Carmen, un valle encajonado muy bello y particular de la Región de Atacama, para grabar tanto el disco de una amiga, Irene Alvear, como Ñachi, un disco mío. El otoño y el cajón natural que forman los cerros son elementos considerados conscientemente. Hace unos años produje el disco de un amigo, Jorge Reinun, y el lugar en el que instalé los equipos fue la pieza de su abuela difunta en Buin, lo que influyó mucho en el temperamento de la interpretación. Un disco que se llama “Chaqui” de Tarka&Ocarina, un proyecto paralelo de improvisación, lo grabé en un departamento en Cochabamba a dúo con Auza, un amigo músico de Bolivia. Lo hice con las ventanas abiertas de manera intencional para que los sonidos de la calle se colaran todos y fueran parte de ese trabajo de improvisación. En ese sentido, no es llegar y grabar canciones o música, sino cómo, dónde, cuándo y con qué intención. En la intención y en el corte final aparece la obra.
—Has vivido y trabajado en distintos países de Sudamérica. ¿Cómo han impactado estos viajes en tu obra y en tu concepción de la literatura y la música?
—Soy muy mal viajero, porque me cuesta mucho partir de los lugares a los que llego. Fui a Bolivia por un mes y me quedé tres años, pasé por Lima dos días y terminé residiendo casi un año, y así. Es muy cliché, pero cada lugar en el que he estado ha marcado alguna influencia, ya sea en la forma en que compongo música como en la manera en que pienso. De alguna forma viajar te abre la cabeza y uno va cambiando con la influencia de todos esos contextos a la vez. De hecho, Ñachi, el disco que estoy preparando, aunque temáticamente tiene que ver con el sur de Chile, musicalmente tiene algunos aires de huayno en algunas canciones y eso es por influencia de mis estadías en Bolivia y Perú. A Suramérica la veo como un cuerpo cuya columna vertebral es la cordillera de los Andes, cadena de montañas que más que una muralla divisoria son un punto de encuentro y un lugar que se habita. Sin embargo, no lo digo en términos idealistas, sino en términos geográficos, poéticos y culturales. Yo habito Suramérica más que Chile, aún cuando reconozco mis raíces iniciales, la forma de hablar y de pensar base, en las cuencas de los ríos Biobío y Maipo, raíces que se han ido expandiendo a través de ese camino, llevándome a habitar el valle de Cochabamba y su río Rocha o el río Rimac en Lima hasta desembarcar actualmente en las cuencas de los ríos Copiapó y Maule. Hay una vía natural, atravesada por valles hidrológicos como hitos o estaciones de paso, y por ende, una posibilidad de movimiento, tensión y transformación constante del relato y del hacer.
—En "Poema de Atacama" trabajaste en conjunto con Eliana Hertstein. ¿Cómo se gestó esta colaboración y cuál fue el proceso de creación?
—Con Eliana venimos trabajando en procesos de arte comunitario hace bastantes años. Luego de haber recorrido la Región de Atacama por más de cinco o seis años buscando relatos en las comunidades, escuchando y guiando procesos creativos con sus habitantes, le propuse que era hora de que nosotros plasmáramos en una obra más personal nuestra propia mirada del territorio recorrido. Anduvimos por los cerros buscando rocas y arcillas de colores, semillas de algarrobos, espinos y chañares que crecen en las quebradas y tomando apuntes, muchos apuntes, además de registros visuales y sonoros por si las moscas. Así surgió esa instalación como un poema que buscaba ir más allá del papel, compuesta por siete poemas pintados con pigmento mineral y expuestos sobre telas de tres metros de alto, los que dialogan con una muestra botánica de bosque espinoso brotando en medio de tierra y relave minero en macetas en el centro de la sala, además del sonido de una gota de agua que inunda el espacio sonoramente proveniente de un sistema de riego por goteo que me inventé para esa ocasión. Trabajo que luego derivó en la publicación paralela de una plaquette que contiene la base escritural, incluido un ensayo de nombre “Unqusqa” que escribí a partir del texto curatorial.
—La autoedición y la gestión independiente han sido parte esencial de tu carrera. ¿Cuáles son las ventajas y dificultades de este camino?
—Si bien puedo decir que los discos o libros los he autoeditado, siempre lo he hecho bajo estructuras como Runrún, y otras en el pasado, que sostienen esa autoedición. La ventaja es que yo decido qué hacer y qué no y con quién trabajo y con quién no. De algún modo, como transito entre la música y la literatura, la lógica de publicar un disco por cuenta propia, que es más común y “normal” en esa área de trabajo, la he llevado al libro también. La desventaja es el prejuicio, pues aún suele verse feo publicar un libro a través de una editorial que uno mismo ha montado. ¿Pero qué es lo feo de eso? ¿No poder decir que tengo un editor externo y aparentar un trabajo algo más serio? ¿De qué me sirve publicar con una editorial externa si lo que hará con el libro es solo diseñarlo e imprimirlo? ¿Cuántas editoriales trabajan así, operando más como agencias de diseño y diagramación u ofreciendo el servicio de impresión, sin inmiscuirse en el texto de manera profunda? Hay de todo en la viña del señor, sí. Por eso, yo creo que da lo mismo con quién se publica, mientras el trabajo de edición y luego el de diseño, impresión y distribución estén cuidados. En la música ya se hace y no pasa nada. Siguen saliendo discos buenísimos de esa forma. Además, se tiene la ventaja de que el control sobre los derechos de edición y distribución están más a la mano. La clave está en tener organizada la cosa, que exista un equipo de producción y comunicaciones de soporte, sea formal, informal o te lo proporcione una editorial distinta. Por ejemplo, a través de Tala Ediciones que es el proyecto editorial de Runrún, cada libro se trabaja con un editor y luego hay un plan de difusión y distribución cuidado como en cualquier sello. Si yo soy el autor, son otros los que cumplen el rol de editores y viceversa, sean o no integrantes activos del colectivo. Lo mismo con los discos. En ambos casos, siempre hay un otro singular o plural distinto del autor que acompaña el proceso de creación como editor o productor, sea que lo haga de manera visible o invisible, pero esa figura suele estar. En ese sentido, ante la pregunta inicial, me veo más en un terreno intermedio entre la autoedición y la edición tradicional. La gracia de trabajar así es que puedo atender cada proyecto de acuerdo a sus propias características. No hay un estándar fijo y hay una orgánica de apoyo que crece y se encoge como un acordeón dependiendo de las circunstancias.
—En "La extranjera" integraste la música y la poesía en una puesta en escena. ¿Cómo fue la experiencia de llevar tu trabajo a un formato performático?
—Ya lo había hecho antes, entonces no era la primera vez. Desde que toco en vivo, cada cierto tiempo, monto ese tipo de puestas en escena. En el pasado fue para la celebración de los cinco años de mi primer disco, Útero, el 2016, en Espacio Elefante de Santiago, que tuvo un personaje en vivo interpretado por Javiera Reyes, una amiga actriz, además de poesía en la introducción del concierto a cargo de Ismael Rivera. También, el 2018, como resultado de la residencia Fronteras Vivas que realicé en Casa Belgrado de Buenos Aires, montamos con un grupo de artistas argentinos, una puesta en escena en el Centro Cultural Matta de la Embajada de Chile en Argentina, para interpretar en vivo “Décimas para habitar la frontera”, historia que escribí en esa ocasión. Esa y otras experiencias fueron antecedentes previos a La extranjera, que de hecho partió como un videopoema o videoclip que armamos con Eliana Hertstein el 2021, motivados por una invitación que nos hizo la Red de Espacios Culturales Autogestionados del Maule para entrar en una programación virtual que se levantó en pandemia con obras de artistas que residían en la zona. De ese video, compuesto por un poema de Eliana que está recitado sobre unos retazos de mi disco Chaqui y una canción que compuse años atrás a partir del poema homónimo de Gabriela Mistral, surgió luego la puesta en escena con más canciones mías y más poemas de Eliana que abordaban el tópico del viaje, tejidas en vivo por la danza de un personaje que es la sombra de la extranjera, interpretado por Valentina “Chinkol” Díaz. Igual hubo otros intérpretes esporádicos, pero ella fue la que más tiempo se quedó con el personaje. Hicimos algunas giras por el norte de Chile y por Bolivia con muy buena recepción. Está pendiente, eso sí, publicar el disco de estudio de ese trabajo. Debería salir este año, pero ahí estamos viendo algunos ajustes aún, por lo que todo es incierto de momento.
–Tu formación académica incluye un Certificado en Música Electroacústica. ¿Cómo ha influido esto en tu desarrollo como artista sonoro?
—Ha sido un pilar importante, porque fue a partir de esos años en el Instituto de Música de la PUC que empecé a trabajar desde el sonido más allá de lo tonal, usando lenguajes de programación como C-Sound o grabando sonidos cotidianos con microfonía que desconocía hasta ese momento para crear pequeñas obras sonoras o sintetizar sonidos desde cero. A la vez que en paralelo trabajada con programas de análisis del habla como Praat en el laboratorio de fonética de la Facultad de Letras. Ahí comenzó mi exploración del sonido más desde su lado físico y el interés por ahondar en la dimensión sonora de la palabra, no solo desde lo literario, lo antropológico o la música popular, sino también desde la fonética acústica y la música más experimental. Todo ese conocimiento inicial es la base que me me sirvió para montar el estudio itinerante con el que trabajo desde el 2010, proyecto que antes se llamaba La Pieza Oscura, pero ahora es solo “Estudio sonoro de Casa Runrún”.
—Recientemente fuiste beneficiado con la Beca Chile Crea para estudiar en Barcelona. ¿Cuáles son tus expectativas con este programa?
—Más que tomarme ese viaje como un volver a la academia, me lo estoy tomando como una residencia artística extensa, pues tengo la opción de presentar como trabajo final, no solo una tesis o investigación para obtener el grado de Máster en Arte Sonoro, sino que una obra sonora. Entonces, si bien tengo que pasar por todo un año teórico antes de proyectar dicho trabajo, no es tan distinto a cualquier otro proceso en el que he estado, pues generalmente, antes de cualquier iniciativa creativa que me planteo, siempre paso por un periodo de investigación previa. Definitivamente no es lo mismo, pero me lo estoy tomando como eso para no generarme tantas expectativas y tratar de disfrutar esa experiencia no más.
—Has trabajado en la edición y producción de libros y discos de otros artistas. ¿Cómo ves la escena actual de la edición independiente en Chile?
—Veo que hay muchas “escenas” independientes, algunas que defienden el concepto desde que no hay un grupo económico que los dirige hasta quienes se mantienen al margen del Estado. En ese sentido, veo que está muy movida la cosa. Hay un montón de discos y libros para todos los gustos y en diversidad de formatos y materialidades. Lo que no significa que la cantidad vaya de la mano de la calidad, pero al menos estamos es una época bien dinámica, a ratos como un espejismo, pero prefiero ver el vaso medio lleno. Independiente de las posturas y definiciones, lo que me interesan son las obras que se producen. En ese sentido, veo trabajos maravillosos tanto en el mundo fanzinero como en el editorial o musical más estándar. Editorial Murciélago de Huasco, unas chicas fanzineras, por ejemplo, tienen un trabajo que me parece destacable tanto en forma como en contenido, lo mismo la Cooperativa Fío-Fío, unos chicos editores anarquistas del Biobío. Por otro lado, Libros del Cardo de Valpo, Pampa Negra de Antofagasta o Traza Editora, tienen una visión editorial destacable dentro de esa bullada independencia. En la música, si bien hay sellos, creo que la fuerza la han tomado ya las mismas bandas, en parte por la posibilidad que da poder subir uno mismo la música a las plataformas. Pero Uva Robot creo que es un colectivo/sello que aún resiste de buena forma, con los que, guardando las diferencias estéticas y de masividad, compartimos esa mirada colectiva de trabajar. Y hay algunos espacios que tienen unas sesiones muy buenas. Son como una especie de radiografía sonora actual, al menos en Santiago. Están las sesiones de Sivana Studio o de Rojas Magallanes, por dar solo algunos ejemplos.
—En tu proyecto "Imaginario migrante en la edición poética chilena del siglo XXI", ¿qué elementos estás explorando y qué te ha sorprendido hasta ahora?
—La investigación la estoy desarrollando con Juan Malebrán, amigo poeta de Iquique que vive en Bolivia. Es parte de una serie de apuntes que venimos tomando a partir de lecturas tanto pasadas como actuales sobre poesía y editorialidad. En este caso, el punto de corte es la migración. Pero el libro saldrá pronto, así que ahí estará la respuesta completa.
—La relación entre la literatura y la música está muy presente en tu obra. ¿Cómo ves esta intersección en la escena contemporánea?
—Es una relación compleja e histórica. La palabra con la música mantienen una relación indisoluble desde que comunidades primitivas vienen celebrando ceremonias curativas o rogativas hasta las canciones actuales que están hechas de letras que se cantan. Si se trata de poemas, para mí, musicalizar uno es buscarle una melodía y cantarlo. Distinto es recitarlo y hacer música instrumental o improvisar como base o ejercicio dialéctico. Cada forma tiene sus complejidades. Por ejemplo, cantar un poema que fue escrito sin dicha melodía, es arriesgado, porque el poema ya tiene su propia musicalidad interna, lo mismo las palabras que lo componen, que ya tienen su propia acentuación. Entonces, el experimento puede salir o muy bien o muy mal. Un buen referente al respecto es Alturas de Machu Picchu de Los Jaivas. Por otro lado, acompañar una declamación o lectura con música también tiene lo suyo, pues no es llegar y hacer el ruido que sea solo por hacerlo. Para mí tiene que haber necesariamente un ejercicio dialéctico. No se trata simplemente de hacer blues sobre un poema solo porque me gusta el blues, sino de ir dialogando con las palabras a medida que se van articulando, buscando los sonidos precisos, incluso si es necesario enfrentarlas. De ahí que la “escena” la vea diversa. Hay de todo y en entre ese de todo hay ejemplos muy buenos, desde bandas con cantantes que hablan como Hesse Kassel o Diles que no me maten a poetas como Raúl Zurita que recitan sobre música hecha por González y los asistentes o Lux Violeta que cantan los poemas como canciones.
—Has compuesto y producido discos para otros artistas. ¿Cómo abordas este proceso y en qué se diferencia de tu trabajo solista?
—Depende del proyecto. Por ejemplo, el disco La última cena de los buitres de Isma Rivera fue bien variado, pues algunas canciones ya estaban compuestas, y yo solo les hice nuevos arreglos, algunos en colaboración con otros músicos. Pero hubo otras que yo mismo convertí en canciones a partir de los poemas del Isma. Entonces, luego de grabar las voces y algunos arreglos en colaboración, que son el centro de ese trabajo, la sonoridad final la terminé en solitario con harta ayuda de un controlador midi. Para el disco que estoy produciendo de Irene Alvear, por otro lado, ella me ha mostrado sus temas y mi rol ha sido hacer algunos arreglos de voces más otros instrumentales previos a la grabación, además de ver toda la producción, claro. En otras oportunidades solo me remito a intencionar el sonido preciso como en el caso de Príamo, aquí yacen los restos de Héctor de Jorge Reinun, disco que luego de muchos intentos, sugerí al Reinun que lo grabáramos con guitarra y voz al unísono en una sola toma, dándole así la fuerza final con la que quedó ese trabajo doble. En ese sentido, la producción musical se diferencia solo de mi labor solista porque no son mis propias canciones, porque igual hay harto trabajo creativo detrás.
—"Ñachi" es tu próximo disco a lanzarse con Familia Runrún como sello. ¿Qué podemos esperar de este nuevo trabajo?
—Es un disco muy, pero muy pendiente, cuyo grupo de canciones principales las compuse entre el 2010 y 2012. Así que imagínate lo pendiente que está. Sumé un par de cosas más, pero sigue siendo en esencia la misma idea de disco que tenía por aquellos años. Soy muy lento para algunas cosas como una tortuga, o voy dejando muchos proyectos guardados mientras avanzo en otros que aparecen por el costado y que el tiempo y espacio me dicen que debo resolver primero. Pero bueno, este ya está en camino, por fin. Es un disco que indaga en mi linaje sanguíneo paterno, en mis raíces más campesinas y mestizas. Me asumo mestizo y con ello, todo lo que eso significa, como perderle el rastro a los ancestros más allá de la tercera o cuarta generación hacia atrás, aceptar provenir de un linaje familiar desdibujado marcado por el alcohol, la migración campo/ciudad, las violaciones a nuestras desconocidas abuelas durante la época colonial, el peonaje constantemente castigado en los campos, etcétera, pero también reconocer el ingenio poético de aquellos hombres y mujeres que sin saber leer ni escribir, eran personas muy creativas. De ahí lo del ñachi como metáfora para abordar musical y poéticamente dicha historia compleja, fragmentada, desconocida, violenta a ratos, pero vital a la vez. Ñachi que es una costumbre culinaria de tomarse la sangre coagulada del cordero una vez que es degollado para carnearlo.
–Como artista multidisciplinario, ¿cómo equilibras la creación con la investigación y la docencia?
—De algún modo, cada proceso en el que me embarco tiene generalmente los tres elementos involucrados, sea cual sea el orden de aparición de los mismos en la ecuación. Son como una especie de trinidad. Por ejemplo, un proyecto de arte comunitaria conlleva una investigación territorial previa, metodologías pedagógicas en el desarrollo y creaciones colaborativas que se desprenden de todo eso. Lo mismo, si se trata de un disco, un libro o una instalación. No me pongo a crear sin investigar antes y procuro llevar la experiencia de los procesos creativos a instancias pedagógicas también. Claro, hay proyectos que son investigaciones en sí mismas, pero de todos modos, en algún momento del trayecto se topan con las otras dos, ya sea para el equilibrio o la tensión necesaria.
—En tu experiencia con la botánica, ¿has encontrado paralelismos entre la naturaleza y la creación artística?
—No lo tengo claro. Estoy más bien en una etapa de intentar comprender esas otras formas de vida, primero, solo a través de la observación de campo. Suelo ir a los bosques que me pillo simplemente a escuchar o a observar formas. A veces grabo y tengo una base de datos grande, pero cada vez lo hago menos. Podría interpretar esas escuchas como asistir a un concierto, sí, pero no deja de ser solo una interpretación antropocéntrica. ¿Las aves cantan con su trino o es una comunicación funcional? No lo sé. Esas exploraciones me llevaron a recolectar y germinar semillas de árboles nativos por curiosidad, y es casi imposible no maravillarse con la idea de cómo esa vida latente contenida en ellas empieza a brotar y ser árbol. Desde ahí que estoy pegado con en esas otras formas de existencia, con sus tiempos tan distintos a los nuestros. No me interesa hacer música ni explorar sus frecuencias, sino solo jugar a la botánica en sí misma y de vez en cuando escribir. Eso sí, escribir, ensayar, pensar en sus formas de ser, pero aún no escribo nada que apunte a algún paralelismo, pues no creo tener las herramientas suficientes para decir que el crecimiento de una planta o el trinar de un ave, por ejemplo, tienen alguna intención estética en su proceso. Hay científicos que creen que las plantas sienten y que todo su ser es todos los órganos a la vez. Tal vez hacen butoh en su crecimiento lento y pausado, quién sabe.
—¿A qué le temes como artista?
—No poder cantar ni poder tocar más la guitarra en mi pieza.
—Nos puedes dejar una lista de 10 libros, filmes, álbumes u obras que son esenciales para ti, en tu educación sentimental?
—The Doors, disco homónimo de The Doors, el primero que compré en mi vida.
Cinq studes de bruits, pieza de música concreta de Pierre Schaeffer, una total maravilla para cualquiera que quiera meterse en la música más allá de tonal.
Omaggio a Joyce de Luciano Berio, obra sonora en base a lecturas grabadas de ese pasaje de la obra Ulises, una obra por sobre todo muy fonética.
Spiderland de Slint, uno de los discos de guitarra, bajo, batería y voz más especiales que he escuchado.
In Utero de Nirvana, la obra que define el sonido más crudo de la banda con la que comencé a tocar guitarra.
Composiciones para guitarra de Violeta Parra, un disco fundamental para cualquier amante de la música chilena, porque es la encarnación de su famosa frase “la creación es un pájaro sin plan vuelo, que nunca volará en línea recta”.
Poema de Gilgamesh, obra que no necesita presentación, solo hay que leerlo.
Poema de Chile de Gabriela Mistral, el poema épico de Chile, porque su fuerza radica en la figura materna.
Dead Man de Jim Jarmusch, un muy buen guiño al western clásico.
Crimes of the future de David Cronenberg, una película fundamental para discutir sobre las diversas formas que puede adoptar el arte o el artista en cada época.
—Quisiera nos dejaras acá consignado el último libro, álbum, película u exposición que viste?
—Musicalmente, La brea, disco debut de Hesse Kassel, banda chilena de cabros muy chicos que hacen postrock con algo de noise. En cuanto a libros, Historia de una montaña de Elisee Reclus, anarquista francés. Es un libro reeditado por Nadar Ediciones, pero escrito en el siglo XIX.
—¿Hacia dónde crees que se dirige tu obra en los próximos años y qué nuevos proyectos te gustaría explorar?
—Si bien me interesan las nuevas tecnologías y no le hago el quite a la inteligencia artificial, tiendo cada vez más a explorar formas de creación en las que pueda usar herramientas o tecnologías algo más arcaicas, en parte, para no perder cierto cable a tierra, forzándome a seguir resolviendo problemas con mi propio cerebro, sin tanta ayuda de computadoras. Por ejemplo, estoy en pleno proceso de construcción de una casa-taller autosustentable de madera. Y lo estoy haciendo solo con serrucho, martillo y clavos. Ahora le sigue un proyecto más grande con madera, barro y cemento y va a ser lo mismo, a puño ñeque. Esto, en un cerro en el que cargo todo el material yo mismo, sin máquinas. Tomo las precauciones físicas, claro, y voy resolviendo en el día a día. Observo y escucho el entorno. No miro tutoriales de nada. Solo intento guiarme por conocimientos físicos básicos, mucha intuición y la creatividad que cargo de mis antepasados. Busco, en el fondo, ponerme a prueba y resolver con menos. Hasta el momento, va todo bien. Hay un chercán que todos los días se pasea al lado mío. Eso me indica que ya no soy un extraño para los otros seres que habitan el lugar. Todo esto me lo tomo como una obra más, en la que estoy explorando sonidos, técnicas, formas de memoria y sabiduría en un escenario distinto, en un cerro como una hoja o cinta en blanco sobre la cual dibujar o grabar. Ahí veo el futuro, por tanto.
—¿Quisiera preguntarte por una frase, un lema, un aforismo, verso o poema, canción, tuya o de otro que de alguna manera expande y sintetiza tu poética artística, musical, lírica, hace para tu vida de faro o muro, etc.?
—Uno es mío, de una canción que se llama Desarraigo que es parte de La extranjera y dice “No soy de todo el mundo, sino de aquí donde estoy parado” y el otro es una frase de Atahualpa Yupanqui que dijo una vez en una entrevista que le hicieron y dice “Quien conoce el silencio, valora mejor la palabra”. Hay muchos más, pero esos se me vienen a la cabeza ahora.
—Finalmente ¿Algún link donde ver, oír, saber algo de tu trabajo?
Sí, en www.familiarunrun.org/ramirezneira.