Buenas tardes,
Nos convoca hoy un libro que no es solo un libro: es un gesto, una siembra, un acto de fe en la palabra y en su poder para educar, sanar y transformar. Hablo de Serpiente azul, sal del baúl. Fundamentos de la Educación Poética, de Alejandra del Río Lohan, publicado por Morena Ediciones. Por lo demás, una edición preciosa, donde todo se ve en orden, se deja leer. Sin duda, desde el diseño, también un aporte que colabora en la empresa de dar a conocer este libro.

Alejandra del Río Lohan
Hablar de Alejandra es hablar de alguien que ha hecho de la poesía no un oficio, sino una forma de estar en el mundo. Su trayectoria —poeta, pedagoga, traductora, terapeuta, viajera entre Chile y Alemania— ha tejido un camino donde el arte y la enseñanza dejan de ser territorios separados. En su propuesta, la poesía no se enseña: se vive, se experimenta, se encarna.
Este libro, fruto de más de quince años de trabajo en escuelas, talleres y comunidades, no es un tratado ni un manual. Es la bitácora de una práctica viva; una investigación nacida en el aula, entre niños y docentes, entre manos manchadas de tiza y tinta… mentes cansadas que aún sueñan dentro del recinto educacional.
Serpiente azul nace de esa experiencia, y desde ahí nos invita a repensar la educación: no como un sistema de medición, sino como un espacio de libertad. Nos recuerda que los grandes cambios —más que estructurales o teóricos— pueden ser sencillos y cotidianos, surgidos desde lo que ya está presente en el aula: la palabra, la interacción, la expresión.
Alejandra nos recuerda que la poesía es una escuela democrática, como lo fue para Mistral, para Neruda, para tantos niños y niñas del pueblo que aprendieron a pensarse en la palabra. Que escribir no es un lujo, sino una necesidad humana. Que el lenguaje, cuando se libera del miedo y de la vergüenza, puede curar, unir y dar sentido, tanto en lo personal como en lo colectivo.
Hay en su libro un eco mistraliano profundo: esa convicción de que la verdadera educación nace del amor y de la imaginación. Para Alejandra y Gabriela, educar no es simplemente transmitir conocimientos ni reducir la enseñanza a un instrumento economicista, orientado a preparar a los estudiantes para su inserción en la maquinaria laboral o profesional. Para la Nobel de Literatura, la educación es un proceso vital: una forma de belleza que eleva el acto de enseñar a la altura de la poesía. El maestro, en esa mirada, es un artista del espíritu, alguien que convierte el aprendizaje en un diálogo constante con la vida, en íntima relación con la naturaleza y con los problemas sociales de su tiempo.
Pero también hay una mirada contemporánea, lúcida y valiente, que denuncia la estandarización, la sobre-diagnosis, la ansiedad por resultados. Frente a un sistema que mide todo y comprende poco, la Educación Poética propone un aprendizaje que parte de la expresión y culmina en la libertad interior.
Lo más bello de su enfoque es que no busca reemplazar modelos ni inventar otro método más; busca recordar lo esencial: el asombro, el juego, la voz, la corporalidad de la palabra. Porque —como dice Alejandra— “no se puede enseñar el lenguaje sin cuerpo ni voz”. En esa afirmación está todo su fuego.
Serpiente azul, sal del baúl nos invita, entonces, a abrir el cofre de nuestra propia educación, a rescatar los objetos dormidos de la infancia, las palabras olvidadas, los sueños que el sistema fue arrinconando. Nos recuerda que enseñar también es un acto poético: un acto de imaginación, de confianza y de creación compartida.
Este libro no solo funda una pedagogía; abre un horizonte. Nos enseña que la poesía puede ser una forma de salud mental colectiva, una herramienta de autoconocimiento, un puente entre generaciones, una respuesta al ruido del mundo. En tiempos saturados de información y tan escasos de sentido, eso es una esperanza.
Leer Serpiente azul, sal del baúl es comprender que la poesía no es un lujo del lenguaje, sino una forma de conocimiento, una pedagogía del alma.
El camino de Alejandra —entre caídas, persistencias y búsquedas— no es solo el de una autora que reflexiona sobre la enseñanza, sino el de una mujer que ha hecho de la palabra un oficio del cuidado y de la reparación.
Ella escribe desde un territorio donde docencia y poesía se funden, donde la didáctica se vuelve una práctica viva, una forma de salvar lo humano en tiempos de abandono. No habla de educación como estructura, sino de pedagogía como acto de presencia, como esa tarea olvidada de encender la palabra en los otros.
Su propuesta no intenta refundar sistemas, sino abrir grietas por donde entre la poesía al aula, al grupo, al cuerpo que aprende. Cuando relata que muchos jóvenes en Chile desertan porque no pueden disimular su analfabetismo, entendemos que este libro nace de una urgencia ética: de la necesidad de no mirar hacia otro lado.
El gesto de Alejandra es poético y político a la vez: usar los privilegios para tender un puente, para acompañar. Serpiente azul no ofrece respuestas cerradas, sino una práctica posible, honesta, amorosa. Una pedagogía desde la intemperie, que cree en la palabra como refugio y como acto de fe.
En estas páginas, Alejandra no solo piensa la poesía: la encarna. Y en un tiempo en que enseñar parece un gesto inútil o en retirada, ella nos recuerda que persistir es también una manera de escribir el mundo. No lo hace desde la abstracción ni desde la torre de marfil, sino desde la experiencia viva: niños que aprenden y enseñan, que revelan su sabiduría y su poesía sin solemnidad ni permiso. Alejandra guía y escucha, celebra el conocimiento cuando asoma en un cuaderno o en una frase inesperada, y lo comparte con una generosidad que ensancha el aula y la convierte en un territorio común. Allí la libertad —esa palabra hoy secuestrada por la élite del dinero— recupera su sentido lúdico y crítico, se mueve a sus anchas, abre el tercer ojo, la conciencia, esa brújula que todos llevamos en el pecho, seamos profesores, alumnos, lectores o incluso no lectores, y nos conduce al lujo profundo de escribir y pensar.
Porque este volumen se despliega desde el otro —desde los niños y sus lecturas— y por eso es indestructible y hermoso. Tiene la rara gracia de hacerse simple sin empobrecerse, de volverse claro sin perder profundidad, de poner la palabra en el suelo para que todos puedan alcanzarla. Es una mesa larga donde nadie queda afuera, donde el error no existe, donde todos avanzan (avanzamos) juntos, aprendiendo.
Es un libro total: historias, crónica, reflexión, diccionario, poesía. Un tejido vivo.
Por todo esto, hoy no celebramos solo un lanzamiento editorial: celebramos una semilla que vuelve al aula, a la comunidad, al corazón humano. Celebramos a una poeta que ha hecho de su escritura una pedagogía de la ternura y la libertad. Y celebramos este libro como lo que es: una invitación generosa a volver a creer en la palabra y en su poder para transformar la vida.
Gracias.