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Blanca, radiante, viene la novia de la muerte

Por Enrique Lafourcade
Artes y Letras de El Mercurio, Domingo 12 de Agosto de 2007


Miro con calma este gran anfiteatro blanco. Es una sucesión de entierros peligrosos. La nieve cubre iglesias rivales, cementerios, escuelas, fábricas, barrios enteros donde no cantan ni los gallos, donde no aúllan ni los perros.

Me avisan que los gatos —una apreciable mayoría de éstos— continúan escondidos, maullando. Que pasada la medianoche corren unos automóviles robados, fantasmas, porque no tienen conductores y andan así, vacíos, practicando, y se abalanzan contra las casas y los obreros. Como en las viejos tiempos y en las leprosas ciudades y pueblos que se alzan orillando el mar, los buques, los veleros, los botes de pesca. El juego: despedazarse mutuamente. Hundirse con suavidad. No se advierte la vida en estos tiempos, en estas semanas. Hay unas carreras homicidas, ráfagas visuales de sirenas y de ataúdes. Resplandores y humos de braseros encendidos. Estamos, ¡señoras y señores!, ante "El Gran Santiago de la Nueva Extremadura", sí, el mismo que ataca a "El Gran Invierno de los Confines del Mundo". Por supuesto, sin éxito.

Fantasmas encadenados

¿Cuántos millones? No hablo de millones de pesos chilenos, de dineros hechos trizas, hechos polvo en proyectos cada vez más insensatos. Como lo es el extraño "Trans-Santiago de las Orugas" donde se acumulan en múltiples estaciones esos miles de viajeros que al amanecer vuelven de las fiestas o van, resignados, hacia los míseros trabajos.

Somos, tenemos, estamos envueltos dentro de estas fondas sin fondos, encendidos hasta los tuétanos de la vida, nocturna, de los amaneceres, sí, de eso mismo que con tanta esperanza y algunas pesadumbres la ponderaba la magnífica Virginia Woolf. ¿Sus palabras?: "La vida no es un conjunto de lámparas simétricamente dispuestas. La vida es un halo luminoso, es una envoltura semitransparente que nos rodea desde el comienzo de nuestra conciencia hasta el fin".

Esa gigantesca respiración colectiva dentro de la Gran Lombriz Solitaria Nacional, de las muchas lombrices donde se ordenan y se acumulan seres que parecen respirar, que creen que están vivos. Se refriegan unos con otros buscando calor, esperanzas, un poco de risas. ¡Oh, amaneceres pálidos!

Así estamos, así vamos, mientras mayores sean nuestros progresos, más grande la exitosa fiesta de obreros, maestros, empleadas, enfermeras, niños. Todos se mueven "gateando". Nos preparamos para recibir al invierno que —esta vez— bien puede rimar con el infierno.

Papá, ¿qué te hiciste?

¿Crees que la nieve se va a acostumbrar, invasora y cruel como es?
—Tal vez. Ya está envolviéndonos. Avanza cual la gran túnica de las nupcias mortales.
¿Ataca a los pobres? ¿A los cesantes? ¿A las parturientas? Porque tal como estamos en estos días, ¿no sería mejor cantar ahora eso de "Pura nieve es tu Chile, azulado?
—Tal vez. Nada es eterno. Dios es blanco.
Cuesta años el obtener las exactas respuestas. Por ejemplo, cuando nos interrogan con: "¿Cree usted que el , sexo es, realmente, cómico?". E insisten con: "¿No le parece que este asunto es para morirse de la risa?".
Sí, habrá intentos de respuestas. Quienes aseguran que todo depende de los actores. Si éstos son delicados, limpios, estéticos. Sobremanera si no son de ese estilo "hace-guaguas". El sexo le debe más a la fantasía y a la emoción de los contendores que a esa suerte de grosera gula de la pareja que busca intercambiar "materia prima".
—Dígame, y el placer, ¿dónde lo deja?
—¡Pamplinas! Hay que mirarlo como si nada. ¡Huir del hogar! ¡Buscar las nubes hermanas, el corazón revelador, pedirle a éste que arda con señorío! A veces la amada o el amado constituyen totales sorpresas.

La Princesa está triste, ¿qué tendrá la Princesa?

Ella existió. Aún vive. ¿Para quién? Hace tantos años que camina por el fondo de la noche. No envejece ni en los amaneceres. Baila en las penumbras unas danzas etruscas. ¿Es cierto o no que tiene un "Marco Aurelio" al que apoda "Mi Calígula"? ¿Que éste es feroz como la Melancolía? Todo de negro y polvos de oro y púrpuras mediterráneas. Ella lo llama "mi León de Judá". El bufa como un toro loco teñido con pinturas negras, polvo de oro, púrpuras mediterráneas. La desnuda con la mirada. Ella le susurra "mi León de Judá". La Princesa Pajarito, en los últimos siglos ha comenzado a apagarse. Se le están cayendo las pestañas y, a la carrera, con unos pasos elegantes de Reina del Mundo, se está desvaneciendo, abandonando en las arenas calientes buena parte de su ropa interior.

Todo es absurdo. La nieve, el sol, las orugas metálicas, la fantasía de esta niña-voladora, princesa-pajarito inalcanzable, pura y simple luz mágica, arquetipo de los sufrimientos y las ansiedades de todas las mujeres. Atropellan a los gatos. La Princesa sospecha del universo, del amor que ya no es más el "gran desinfectante". "El sexo es pura putrefacción", me lo han dicho. Si no me cree, ¡observe los programas de televisión nacionales! ¡Interminables, míseros!...

 

 

 

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Por Enrique Lafourcade.
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