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El último refunfuño del gran taimado

Por Roberto Careaga C.
Revista de Libros de El Mercurio, sábado 11 de Noviembre de 2006

En su nuevo libro de crónicas, Los Potos Sagrados, Lafourcade muestra su famosa pluma ácida y quejumbrosa. Pero salva a ¿Cuánto Vale el Show?

 

Enrique Lafourcade siempre se queja. Parece que anda enojado con el paso del tiempo, el presente lo enerva. "Todo ha cambiado", insiste en Los Potos Sagrados (Puerto de Palos), una nueva recopilación de sus crónicas. Que se esfumaron las cantinas o que Santiago "es una confusa reunión de cosas y casas" que "ya no tiene olor de identidad"; que los brujos citadinos tienen en sus computadores indexadas "las listas de sus clientes que llegan en taxis, o en sus propios autos italianos, japoneses", o que el vino chileno hoy llega envasado desde Nueva York "etiquetado en inglés". Al autor de El Gran Taimado lo persigue un humor negrísimo.

Miembro orgulloso de la generación del '50 y autor de unos 40 libros -entre novelas, crónicas y cuentos-, Lafourcade (79) empezó a mediados de año a desempolvar las crónicas que ha publicado en diferentes diarios en el último medio siglo. Lafourcade ¿No tiene Quién lo Lea? se llama la serie iniciada con Memoria que Todo lo Inventas y ahora sigue con este volumen quejumbroso, ácido e irónico, que titula en clave inclasificable Los Potos Sagrados.


La princesa pajarito

¿Potos Sagrados? Lafourcade da opciones. Una histórica: cuevas naturales donde los habitantes precolombinos de América guardaban su comida de los embates del clima. O una actual y con la que se queda: "Viudas góticas, esos seres sagrados que no pasan de los 30 años, con sus enormes labios rellenos de hot-dog y decoradas sus pieles con aceitunas púrpuras estriadas con venas azules. Son seres fantasmales que no responden a ninguna pregunta. No lloran, hace años que se olvidaron de llorar. Vienen de las nieblas moviendo sus carnes, cantando como walkirias tímidas. Sus cuerpos que son vasijas, recipientes del amor, de la fecundidad, con sus 'potos sagrados' que parecen concentrar las vasijas, los recipientes mágicos", escribe con risa oscura. La queja que cruza todo el libro, también plagado de historias sobre Rimbaud -"el bello desesperado"-, se detiene cuando Lafourcade se arma de poesía para recordar su paso por ¿Cuánto Vale el Show? Es la llamada Princesa Pajarito, una chica que asiste periódicamente como público, la que detona el golpe de la memoria: "Delgadísima, pequeña, desnutrida, con un rostro dulce y tímido"; así la describe y revela que por un rato fue la fascinación del poeta Erick Polhammer, su compañero en el jurado.

Nostálgico, recuerda que durante su paso por el programa de Leo Caprile jugaban a disfrazarse a la usanza romana: "Yo me creía Marco Aurelio. Polhammer se transformó en Calígula. Marcela Osorio actuaba transfigurada en no recuerdo qué patriarca del dicho Imperio, Ítalo Passalacqua era Nerón o alguien parecido", anota. Dice que Polhammer se arrancaba por unas cervezas y que él intentó sin suerte hablar con la Princesa Pajarito. Pero todo se acabó, cuenta en una queja no acida, sino melancólica. "El Imperio fue atacado por los bárbaros. No entendieron nuestra risa, la inocencia en la calidad de nuestra risa", apunta. "No volveremos a pasearnos por Roma, por esa Roma".

 

 

 

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El último refunfuño del gran taimado.
Por Roberto Careaga C.
Revista de Libros de El Mercurio, sábado 11 de noviembre de 2006