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Lihn y Valente en el gran debate de la poesía

Por Cecilia Díaz
Publicado en Pluma y Pincel N°10. Octubre/Diciembre de 1983


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Enrique Lihn ocupa un lugar definido y definitivo dentro de la poesía chilena e hispanoamericana. Se cuenta entre los escritores contestatarios y marginales; está más cerca de Pablo de Rokha o Juan Emar, como personaje, que de Neruda o Parra. Entre Parra y Lihn existe una simpatía basada en una amistad regular (que viene de los años cincuenta) y en una afinidad muy grande en lo que toca a la visión desacralizadora, desmistificadora de uno y del otro. Difieren, en cambio, en el método y en el receptor. Parra se dirige al grueso público con "una poesía a base de hechos y no de combinaciones y figuras literarias"; hace uso del lenguaje popular y de los lugares comunes; Lihn, por su parte, es un poeta culteranista, hiperliterario, dicen.

Durante la década que termina, Lihn ha expresado su incomodidad de diversas maneras. Suele quejarse de postergación, de ninguneo y se ha parapetado en el exilio interior. Significa esto que tiende a publicar, en el territorio nacional, por sus propias manos, si se exceptúan dos libros de poemas: París Situación Irregular, Ed. Aconcagua y A partir de Manhattan, Ed. Ganymedes, 1979. El 81 autoeditó Derechos de Autor, archivo de poemas, artículos, fotomontajes y textos varios, manuscritos o reproducidos de diarios y revistas. Sus novelas y libros de poemas se editan afuera, en Nueva York, Barcelona o Buenos Aires. Del 80 data su discutida novela El arte de la palabra. Prepara, en la actualidad, una antología de su obra poética de los últimos diez años, titulada Pena de extrañamiento y en diciembre aparecerá, en E.E.U.U. Al bello aparecer de este lucero.

Como profesor de literatura de la Universidad de Chile hace clases un par de veces a la semana. El resto del tiempo estudia, escribe y reescribe, amontonando proyectos de novelas y secuencias de poemas. Especial aceptación tiene el poeta Lihn entre los poetas jóvenes a quienes presenta, difunde o prologa. Se lo reconoce como un hombre de ideas, capaz de teorizar, particularmente, en el campo del arte. Sus intervenciones en foros y encuentros sobre plástica y fotografía son célebres por su carácter polémico. Francotirador por elección, no se matricula con nada fácilmente. Bastante ascético; en el fondo, quizá, un moralista. Y el resultado: cierto aislamiento y un "lejos" de poeta maldito un poco intratable.

"Sobre el antiestructuralismo de J.M. Ibáñez Langlois (Ignacio Valente para la crítica literaria) no es sólo un ejercicio intelectual en defensa de esa corriente de pensamiento: "Se trata de una reacción y una protesta ante la dictadura metafóricamente representada por el critico literario de El Mercurio, quien "corta el queque" en su materia, en un periodo que ha anulado el pluralismo en todos los terrenos.

 La presente entrevista le ha sido hecha a Enrique Lihn a raíz de la publicación de su opúsculo sobre el antiestructuralismo de José M. Ibáñez Langlois, una crítica al libro de este autor Sobre el estructuralismo, de las Ediciones Universidad Católica de Chile.

El folleto de Lihn sería el primer título de una colección de textos sobre todos los géneros literarios, que se publicarán con el sello de "Ediciones del Camaleón". Esa colección incluye los siguientes títulos, entre otros: "Cuaderno de la doble vida", poemas de Pedro Lastra; "El verano del ganadero", un relato de Cristian Huneeus; "Cuentos", de Enrique Valdés; "Poesía completa de Alberto Caeiro", de Fernando Pessoa, y un "Proyecto de Obras Completas", del malogrado poeta joven Rodrigo Lira. El lanzamiento del trabajo de Lihn tuvo lugar en la librería Altamira, el miércoles 14 de septiembre, con una presentación del escritor Cristian Huneeus.

¿Cómo defines en tu ensayo el libro de Ibáñez Langlois?
— Llamémoslo, en este caso, Valente. Su libro no puede estar destinado a los lectores más o menos especializados en el estructuralismo. Se trata de una visión general —por lo demás imposible— sobre el tema, muy tendenciosa. El autor omnisciente (es el modo académico de decir sabelo-todo) puede estar enseñando algo que no conoce muy bien, a lo mejor.

No ha pasado nada con el libro de Valente. Con esta larga respuesta que le dedicas vas a inflarlo. ¿Lo encuentras conveniente?
— No se ha reaccionado críticamente ante el libro, pero puede estar produciéndose una asimilación acrítica de eso. Hay mucha gente que está disponible para suscribir la opinión "autorizada" del crítico literario y extraliterario de El Mercurio, una especie de dictador ilustrado que, además, habla de literatura. Este libro va a ser un texto de consulta para el oficialismo dentro de la Universidad. Creo que hay que tomarle a Valente el peso que tiene, ante todo, por la situación que ocupa en el sistema al que pertenece. Como crítico ocupa la única tribuna disponible desde que desaparecieron, hace diez años, los otros críticos y los otros diarios. Así, ha pasado de un relativo diálogo al monólogo.

¿Quiénes eran los otros?
—Los críticos literarios de izquierda como Hernán Loyola y Yerko Moretic, entre otros. En La Nación había crítica literaria; creo que Ricardo Latcham escribió ahí. El mismo Alone lo hacía simultáneamente con Valente y eran puntos de vista discrepantes, más bien. Por lo demás, había lugar, en los diarios, para la crítica universitaria — plurarilidad en la universidad y en la prensa — En El Mercurio, a veces escribía Cedomil Goic.
- Por cierto. Ese empobrecimiento genera un crecimiento desmesurado de la importancia del único crítico con tribuna; digo, el único que puede escribir desembarazadamente, sin esconderse una carta en la manga. Para él rige una libertad de expresión que oprime a los demás, a muchos otros; en la medida en que representa al statu quo.

O sea, tú explicas el fenómeno Valente por la falta de pluralismo, que afecta a la sociedad chilena a todo nivel, desde hace diez años...
— Así es. Se podría definir la situación desde un punto de vista estructural: es una estructura, los elementos dependen unos de otros, si algunos desaparecen, los otros cambian de valor y función. La importancia actual de Valente está hecha de muchas ausencias, del empobrecimiento general. Eso ocurre por encima de sus propias intenciones.

Pero, de todos modos, ¿qué importancia tiene Valente? Hay quienes dicen que eres tú el que se la das al escribir largo y tendido sobre su libro.
— Voy a decirlo, primero, pragmáticamente. Se le atribuye independencia de criterio, sagacidad, cultura, etc. Y, por el lugar que ocupa, es un factor decisivo para la circulación del libro en Chile. El libro es, también, una forma de producción y un producto, sujeto, como tal, a la oferta y la demanda. Una línea en Los libros del mes aumenta la demanda. Una mención devaluadora de Valente desanima a muchos lectores.

Pero sí hace una crítica parcial y que se ha visto, además, empobrecida por la falta de interlocutores ¿qué validez tiene en sí misma, por qué la tomas en cuenta?
— No entiendo esa pregunta. Es como si le preguntaras a un político, por ejemplo a Zaldívar, por qué le da tanta importancia a Pinochet, por qué vuelve a Chile en lugar de instalarse en Madrid a presidir la Democracia Cristiana, ¿Por qué le da tanta importancia a Pinochet? Si yo no viviera en Chile no le daría ninguna importancia a Valente, creo.

Pero él no te va a decir lo que debes escribir o no, me parece.
— Un libro es algo que ocurre en varios planos. En uno de ellos debe ser adquirido por el señor Mengano y la señora Perengana, gente que puede hacerlo.

¿Y eso hace que un libro sea importante?
— El hecho de ser "consumído" es parte de la vida de un libro.

Me parece que exageras la importancia que tiene lo que dice "El Mercurio".
—Todo el mundo lee El Mercurio. Forma parte de nuestro inconsciente. Los escritores, cuando publicamos un libro en estos páramos, buscamos automáticamente una mención de esa empresa en las págs. de Artes y Letras. La vida literaria es insegura, vacilante y no está hecha sólo de autenticidades; nadie escribe sólo para sí mismo y sus amigos que lo entienden. Por lo demás, Valente no es ningún emborronador del montón. Produce el efecto de la autoridad, no duda; irradia un sentimiento de ilimitada confianza en sí mismo. Tiene el poder de contribuir seriamente a la marginalidad de tal o cual escritor. Los escritores marginales son comparables a esos políticos desplazados de los que habla Pinochet. Los políticos de plaza silencian a sus opositores, los condenan al exilio interior; se ha hablado poco acerca de lo que éste último significa.

Estás diciendo que te sientes relegado por Valente y lo que él representa.
—Puede ser. En cualquier caso no aspiro a colaborar en El Mercurio. Quiero describir una situación: en este país piramidal, cada uno de los escalones o de las terrazas está ocupada, dictatorialmente, por alguien que silencia a sus opositores; trátese de escritores o de ideologías. El marxismo está en el índice, el pensamiento democratacristiano, y suma y sigue. Las "opiniones autorizadas" son amedrentadoras. Si Valente declara que detrás del estructuralismo está el materialismo o el marxismo, está de alguna manera, haciendo una denuncia; está limitando todavía más el campo de los otros, y eso lo hace despreocupadamente, sin matices intelectuales ni sensibilidad cultural. Como en la cosa social, se siente olímpico.

¿Qué podría hacer otro o él mismo, de bueno, en su lugar?
—Afinar su lenguaje para disociarlo de la censura. Es burdo hablar de materialismo a propósito del estructuralismo, así como así. La lingüística, la antropología cultural, el marxismo y el sicoanálisis no son cuatro gatos que se dejen meter, fácilmente, en el mismo saco. Es lo que hace, tan campante, Valente. Eso casi equivale a hacer listas negras, quiéralo o no.

Y tú ¿estás en esa lista negra?
— Supongo, pero estoy hablando de modos de pensar, de "filosofías" o antifilosofías. Desde ese punto de vista Valente, antes que un crítico literario, es un ideólogo de ultra-derecha, en el poder.

Sí, pero déjame terminar mi pregunta. Lo primero que puede pensarse de tu libro es que, como Valente te tendría en la lista negra, o porque no ha prestado atención a tu trabajo de estos años, respiras por la herida. Eso lo acaba de pensar y decir Valente, para empezar. Fíjate en el artículo que escribió el domingo 11. Muchos pensarán que te alude cuando habla de poetas mayores que "no conceden crédito alguno al talento de Zurita" o lo ningunean, y no descarta la hipótesis de la envidia. Dice que el nacimiento de Zurita "como poeta mayor" ha hecho que todos los poetas chilenos desciendan en el escalafón nacional. ¿Qué piensas tú del artículo de Valente y qué de Zurita?
— El artículo es desinformado, jactancioso e injusto. Valente cree que la vida literaria se reduce a los libros y a lo que él dice de ellos en Artes y Letras. Dice haber descubierto a Zurita desde septiembre del 75. El 74, Juan Luis Martínez y Raúl Zurita, estuvieron en un taller que yo dirigía en la Universidad Católica y el mismo año recomendé a la Editorial Universitaria la publicación de Anteparaíso, después de habérselo dado a leer a Ronald Kay, quien lo publicó en la revista Manuscritos. Decir que todos los poetas jóvenes "le van a la zaga" y que ninguno de ellos puede juzgarse como su equivalente, es un arrebato. Zurita es uno de los buenos poetas de su generación, pero todavía no los ha desbancado a todos como quisiera el futurólogo; tiene imitadores — Teillier, por ejemplo, también los ha tenido por montones— y copistas, que son, a la vez, sus panegiristas, por qué no. Por suerte hay poetas de su edad, que tienen una personalidad literaria tan definida como la suya y por completo diferente. Bastaría que él nombrara a sus amigos del pasado y del presente para hacer una lista, es claro, abierta. El rutilante ascenso del joven "gran poeta", corroborado ahora por una o dos traductores y profesores norteamericanos de literatura, es un grandioso espectáculo típicamente valentiniano, algo candoroso. Me parece que Zurita no perdería nada de su valor si dejara de iluminarlo ese foco de todos colores.

A propósito de esos colores, Valente dice que "el aliento revolucionario", "hace una sola cosa" con la calidad poética de Zurita. Y que él Valente, "nunca ha mirado el color político de una obra para celebrarla o no".
— Puede ser, pero asimila las obras a su teología o distingue en ellas su valor estético de su carga ideológica y se queda con ese valor. A mí me parece que neutraliza las obras, que siempre lleva agua para su molino, pero en fin...

Decías que Valente no es sólo un critico, sino un representante de la sociedad chilena en el poder.
— Un diálogo, que está a la derecha de la Iglesia, a la derecha de la derecha, junto al régimen al que ha prestado servicios paramilitares como profesor de marxismo.

¿Qué es lo que defiende Valente, ideológicamente?
— Lo que el llama la Filosofía Perenne, a Santo Tomás y Aristóteles, supongo. Pero, ante todo, ataca. Ataca, en lingüística, los fundamentos del estructuralismo. No admite el carácter sistemático e impersonal de la lengua —su naturaleza social — , el hecho de que sea una institución que sobrepasa a los individuos y de la que ellos no son conscientes. Por eso se ha dicho que somos hablados por el lenguaje. Valente defiende el individualismo del hablante -lo que el estructuralismo, en lingüística, llama el habla— esto es, un lenguaje personal, consciente y privado. Este criterio, aplicado a la literatura, se resuelve en la proclamación del genio individual, en la creencia en el poeta inspirado que sostiene una relación única, privilegiada con lo Inefable o el "misterio de la poesía", con el más allá del lenguaje y rechaza la "materialidad" del mismo. Teología lingüística, en buenas cuentas.

Y del sicoanálisis ¿qué dice?
— Las ciencias humanas no tienen, para Valente, estatuto científico. El inconsciente es una ficción; el pensamiento moderno, una fantasía. Lo único real es el Ego y el Logos; el yo mismo, la personalidad consciente que decide por sí, orientándose o distanciándose, para bien o para mal, del Reino de Dios. Pensar que existe una zona incontrolable como el inconsciente, la "Sede de las pulsiones" creo que lo llama, es algo perturbador, pero que, felizmente, según lo decreta, tiene pocas posibilidades de existir científicamente. Las categorías con que se mueve son alto/bajo, espíritu/materia, cuerpo/alma, etc.

¿Sientes la necesidad de reivindicar el estructuralismo como una respuesta a la palabra invasora de Valente? ¿Por qué te parece necesario hacerlo?
—  El primer lugar, porque el estructuralismo no está de ninguna manera agotado. Considerarlo como algo pasado de moda, es algo pasado de moda. Se trata de un conjunto, de un repertorio de métodos todavía perfectamente aplicables.

¿Qué alternativas ofrece el estructuralismo a la visión "idealista" que prefiere Valente?
— El estructuralismo no es una fe; no es una ideología sino una manera, justamente, de combatir las ideologías, de analizarlas y desconstruirlas. Es un antídoto contra las construcciones dogmáticas del mundo.

¿Con qué grupo social comparte Valente su ideología?
— Utópicamente, con el medioevo; en la práctica, con una sociedad de clases y, eventualmente, con los gobiernos fuertes. La defensa de los valores eternos del espíritu, que no se pliega, diría yo, a ningún principio de realidad, que se despliega sin contemplaciones. Valente ha predicado, por ejemplo, contra el aborto, de espaldas a la realidad nacional. Habló, entonces, de "el banquete de la vida" a la que deben acudir todos los por nacer. Hubo objeciones, se habló de la pobre gente forzada por el organizador de ese banquete a traer niños y más niños a la desnutrición, al analfabetismo. Que los economistas arreglen eso, opinó el sacerdote, pero el aborto es un pecado mortal, y así, en otro plano, el estructuralismo es una "falsa filosofía", una forma de materialismo y punto. Yo, verdaderamente, sospecho del apoliticismo de Valente en materias literarias. Si celebra, por ejemplo, al Cristo de Elqui, de Nicanor Parra, es porque la Biblia lo autoriza a ello. Para él, el poeta debe estar en contacto con su verdad que es la verdad, una verdad que trasciende a la palabra, una realidad sustancial. Nada más contrario a su ideología que la idea de que el lenguaje no sea el reflejo o la copia de esa realidad de verdad.

¿Qué son dos realidades, que están conectadas?
— Y que el lenguaje es una realidad en sí mismo y no una especie de reflejo pasivo del más allá o del más acá. Supone que se trata, siempre, de un instrumento "material", inferior a lo que no puede decirse porque es inefable. Una depreciación del lenguaje, bien poco apropiada para abordar el fenómeno de la literatura. Yo le recuerdo, al respecto, el caso de San Juan de la Cruz, el único poeta español que ha "transmitido directamente" desde lo Inefable. Dicen que cuando se estaba muriendo, preguntó por sus poemas, quiso que lo sobrevivieran con las palabras con que él los había escrito. O sea, le otorgó la máxima importancia al cuerpo verbal del Cántico Espiritual; no pensó con Santo Tomás, como Valente, que existe en el pensamiento un fondo inefable; creyó, en cambio, en el cuerpo espiritual de la palabra. No comulgó con aquello de que "el pensamiento es siempre más que su expresión verbal". Comparada con la de Valente, la sensibilidad lingüística de San Juan de la Cruz es estructuralista.

A mí me gustaría que abordaras otro tema. ¿Cómo definirías tú la postura que te has hecho durante este período, la posición que te has hecho durante este período, la posición que te has forjado; dónde estás, a qué personaje le estás jugando y de qué manera la situación te ha hecho optar por una postura que parece ser bastante aislada, como de alguien en la tierra de nadie?
—  Me he quedado en Chile todo este tiempo. Eso significaba no hacer una literatura comprometida o de servicio político, que reflejara, copiara o documentara lo que estaba ocurriendo de hecho. Quise hacer, entonces, una transposición de lo real a lo imaginario, crear una realidad en el lenguaje que tuviera una relación de correspondencia con la realidad; un texto feo, asfixiante, incluso antiartístico, que no se dejara asimilar al rango de las Bellas Letras; visiblemente sometido a la censura, torturado por ella y que la burlara, asumiendo el lenguaje del censor; un texto bufonesco, porque el bufón, por ser quien es, tiene derecho a la verdad; a condición de que ella pase por la "locura". El texto debía ser, a la vez, una especie de fin de fiesta o de fiesta de fin de mundo; una especie de orgía verbal en la que estuvieran presentes el enmascaramiento, la disfuncionalidad, la brutalidad. Escribí unas novelas en ese sentido: antiutopías.

Tú hablaste de exilio interior y de un sentimiento de acorralamiento. Eso significa, en buenas cuentas, que no estás ni dentro ni fuera de Chile.
— Si hubiera estado afuera, habría escrito la novela del Golpe como un militante de una causa destituida. Pero, como estaba adentro desde el 73, cuando me pidieron, por ejemplo, un artículo sobre Neruda para la revista Mensaje, tenía que andarme con pie de plomo. Había que hacer una literatura que sorteara la censura, incorporándosela.

Te refieres bien ácidamente a los escritores del exilio. Por otro lado, parece ser cierto que los escritores del exilio le reprochan a los que se quedaron, o les reprochaban, una especie de colaboracionismo con el Sistema.
— No estoy, en general, contra los exiliados.

Pero hablas con mucho escepticismo de ellos y como con una carga de rabia.
— Hay toda clase de gente adentro y afuera. Y al comienzo, durante años en realidad, los que nos quedamos fuimos tildados de colaboracionistas. En París, el año 75, fui acusado de tal. Era una reunión festiva, pero que degeneró en una discusión sobre ese tema, y hubo quien me emplazó a que me exiliara ipso facto. Otro episodio: el director de Review, una revista de Nueva York, Ronald Christ, que vino dos veces a Chile, fue acusado de colaboracionista por escritores e intelectuales hispanoamericanos, en homenaje a Chile. Se trataba de aislar al país culturalmente, sin consideraciones por la distinta clase de gentes que vivía en él.

Ahora, tú siempre estás queriendo irte de Chile. ¿Te sientes de algún modo culpable por haberte quedado acá?
—  No, me siento más bien aburrido. Envidio a los que supieron exiliarse "bien", no a los que siguen dándole vuelta al organillo, aunque hayan cumplido con un papel que tuvo, en un momento dado, su importancia.

Insisto en tu desconfianza hacia ellos.
—  Admito que puedo haberla prolongado, pero esto no implica una visión general del exilio. Tengo amigos en el exilio; me escribo con ellos; celebro lo que hacen. Comprendo muy bien que uno u otro no quiera volver y prefiero a los que lo confiesan abiertamente. Cuando se ha vivido tanto tiempo allá, en París, en Londres, en Madrid, donde sea, eso significa una inversión grande. Lo peor del exilio, desde cierto ángulo, será que muchos no podrán querer el regreso como no sea imponiéndoselo en forma voluntarista.

Y tú ¿no encontrarás una manera de reconciliarte con el hecho de vivir en Chile?
— Quien sabe,  el hecho es que al quedarme, también yo he hecho una inversión y ahora, a lo mejor, sería absurdo irse. Uno se ha acostumbrado a una mala relación con la oficialidad cultural, una desventaja verdaderamente irrisoria si se piensa en lo que significa la disidencia de los desprotegidos al cien por ciento. En este período, me parece, he establecido buenas relaciones de amistad y de trabajo con la gente joven que ojalá tengan la palabra en el futuro, si es que todo esto tiene algún porvenir. En realidad, me gustaría ver lo que pasa en este país de aquí a unos años, a unos meses, a unos días.



 

 

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Lihn y Valente en el gran debate de la poesía
Por Cecilia Díaz
Publicado en Pluma y Pincel N°10. Octubre/Diciembre de 1983