Al principio parecía un recital poético normal, sin salirse de los límites de lo permitido. Pero después, cuando Enrique Lihn comenzó el 28 de diciembre pasado —día de los inocentes— a disfrazarse con levita y bigotera en el auditórium del Instituto Chileno-Norteamericano, el público adivinó que cualquier cosa podía pasar. Recordando a una antigua bohemia santiaguina aficionada a sorprender al espectador con actos insólitos y originales, el poeta presentó a don Gerardo de Pompier, personaje imaginario inventado por el propio Lihn y Germán Marín, una especie de caballero de la belle époque, caduco y anquilosado.
Gerardo de Pompier nació hace más o menos diez años como columnista —apócrifo evidentemente— de una revista mensual cultural que por aquellos años publicaba la Editorial Universitaria. Mientras el autor de la orquesta de cristal se vestía como lo habría hecho Pompier, explicaba parsimoniosamente las características de este señor, capaz de sobrevivir a cualquier época, amante consuetudinario de la "ciudad luz", periodista aficionado de principios de siglo que enviaba sus crónicas desde París para El Mercurio de Valparaíso, las cuales, obviamente, nunca fueron publicadas.
Insistiendo en una línea que desde hace años Lihn desarrolla, emitió en seguida un largo discurso al estilo de Pompier, rearmando toda una batería de recursos retórico-literarios, copiando las formas discursivas y de pensamiento de una determinada época, parodiando un estilo caduco, que además de su intención humorística conlleva una suerte de estudio sobre el lenguaje.
¿A qué viene esto de parodiar determinadas formas de lenguaje? El mismo Lihn lo explica: —Creo que investigar las retóricas de distintas épocas revela el elemento mortal de la cultura, su carácter convencional y, por tanto, la misma convencionalidad de la realidad. Pienso que esto lleva en el fondo a cuestionar el sentido de los valores eternos y absolutos y a observar toda la gran maquinaria de las épocas para producir su retórica, su realidad.
Para marcar aun más su idea de que este personaje imaginario es un ser muerto, que toda su tramoya de lenguaje ha fenecido al paso del tiempo, el poeta-actor se instaló en una silla rodante cuyo respaldo correspondía al fondo de un ataúd. La música y la iluminación, además, contribuían a producir el efecto de una gran escenificación absolutamente fuera de época, ridícula y fascinante. A juicio de Lihn, observar la mecánica de este tipo de discursos es ver también cómo, por efecto de la distancia, la pretendida originalidad de los lenguajes es un mito romántico sin ningún apoyo para postulase como real. Seguramente Pompier pensaba que su forma de escribir y declamar era un acto de tremenda creatividad, pero en realidad, dice Lihn, "en toda pretendida originalidad se habla desde códigos muy férreos".
"Los pretendidos originalistas, como Pompier, no son más que manipuladores que actúan con códigos preestablecidos. De alguna forma yo quiero asumir esa conciencia de tener que trabajar con materiales viejos, no fingir originalidad, sino mostrar que eso que parece tan genuino es un poco una operación de intercambio, de ajustes y reajustes al interior de las mismas convenciones literarias".
En efecto, la forma de lo dicho por el personaje de Lihn en el salón del Instituto Chileno-Norteamericano ganaba absolutamente a su contenido de tal manera que las risas que se provocaban en el auditorio surgían al observar a un señor que no decía nada, y cuyo interés por hacer frases bellas y complicadas le conducía a un vacío ridículo. "En esa época lo real era la aplicación de determinados criterios y una retórica apropiada. Mostrar eso hoy dia es algo crítico, es poner un espejo delante de nosotros mismos y mostrarnos nuestros fantasmas, la falsedad de esta pretendida eternidad. Pompier nos muestra nuestra propia mortalidad"
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Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Enrique Lihn presenta a Pompier
Por Juan Andrés Piña
Publicado en revista HOY, 17 de enero de 1978
