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Enrique Lihn
"El Paseo Ahumada":
Spleen de Santiago


por Sergio Coddou

 




Uno de los logros de esta recuperada gema que es "El Paseo Ahumada" es la articulación de la experiencia de un espacio por entonces recién estrenado que se alza como símbolo de la decadencia "moderna" en que se encontraba sumido el individuo común y corriente.



El año 2003 fue próspero en el ámbito de la poesía chilena (reediciones de Maquieira, Rodrigo Lira y Teillier; los "Poemas del Otro", de J.L. Martínez, por nombrar algunos hitos), coronado a mediados de diciembre con la aparición, en una cuidada edición a cargo de Alejandro Zambra, de una de las obras fundamentales de Enrique Lihn, "El Paseo Ahumada".

Uno de los principales logros de esta recuperada gema que es "El Paseo Ahumada" es la articulación de la experiencia de un espacio por entonces recién estrenado - el Paseo Ahumada- que se alza como símbolo de la decadencia "moderna" en que se encontraba sumido el individuo común y corriente, aquel que no tiene posibilidad de participar en la encrucijada histórica, tan sólo como parte de las turbas que aletean como animales moribundos y dejan constancia, a grito pelado, de su oposición acérrima a la dictadura, una constancia que no tenía valor alguno para los dueños del poder, los mismos que creaban este paseo para darle circo al pueblo.

El Paseo Ahumada opera como el cauce de un río humano, un espacio particular por donde vagan almas estancadas, que creen estar en tránsito, pero que están, en realidad, condenados a esparcirse sin rumbo por este supuesto oasis, espejismo de un país en "desarrollo", que a poco andar fue invadido por baratijas de plástico, predicadores y los infaltables mendigos y artistas improvisados. Una horda de bufones, cantores y pedigüeños de toda clase rondan los rincones del paseo intendando captar la atención del transeúnte con sus particulares "servicios", a cambio de una limosna. La declamación pública que realizó Lihn de este libro en lugar que lo inspiró y su posterior interrupción por parte de las fuerzas policiales, es el broche que sella la identificación que Lihn hace entre el poeta y "El Pingüino", un mendigo deficiente mental que se dedicaba a percutir tarros con un par de improvisadas baquetas mientras entonaba consignas para persuadir a los transeúntes a entregar una limosna: "su limosna es mi sueldo, Dios se lo pague", era el lema de este mendigo, en quien - señala Lihn- confluyen todos los de su especie. Como ya lo hizo Baudelaire, Lihn también se identifica con estos desposeídos que se congregan en el Paseo, los mendigos y predicadores que van cantando su deriva espiritual y sus miserias a cambio de lo que la voluntad de su improvisada y volátil audiencia considere justo entregarles. Recordemos la sentencia de Flaubert: "(Los escritores) somos obreros de lujo, pero resulta que nadie es lo suficientemente rico para pagarnos". Nivelación de dos supuestos extremos - si seguimos la lógica de Flaubert- sería lo que pretende Lihn: los "obreros de lujo" hermanados con los "residuos de la raza" en torno al enemigo común: el libremercadismo capitalista, y la indiferencia estética de éste con sus "artistas". De igual forma Baudelaire emparenta, en un pacto literal y fraterno, a los "gladiadores" (para utilizar la imagen baudelaireana) de la urbe - los desheredados que salen a librar su batalla de superviviencia a la calle- con el poeta. "El Paseo Ahumada", es una reafirmación de la vocación de poeta-callejero de Lihn, el flaneur que actúa como un testigo-participante, aquel que eleva su voz pidiendo la atención del Pingüino y de sus hermanos subacuáticos, los residuos de la raza, que están atrapados en un paseo que no conduce a ningún lugar, que sólo da la apariencia de tránsito. Lihn le habla a estos personajes mediante su interpelación al Pingüino e identifica la labor de ambos: "Tocamos el tambor a cuatro manos": el residuo de la raza es tanto el mendigo bufonesco como el poeta, ambos son ornamentos excéntricos que sólo decoran, una anécdota en el paraíso libremercadista que intentan vendernos, personajes que se "pasean" por la vida, sin llegar jamás a tener alguna injerencia en aquello que llamamos sociedad, pero que hacen de la multitud su hogar. Lihn es, junto a Parra, el poeta por antonomasia de la modernidad, pero la modernidad que examina Lihn, apropiándose de la jerga callejera y la estética del Vivac, del campamento militar, es una modernidad trasnochada, falseada, de maqueta, una modernidad "Made in Taiwan", un mal hecho remedo de los hallazgos y vicios del progreso primermundista.

El Pingüino no es un personaje antojadizo, pues no sólo es el desheredado, que le sirve al poeta como encarnación de la decadencia, del desvarío y el extravío en una urbe sitiada; es también una especie de "fantasma de las navidades futuras", una proyección de cómo puede dejarnos el libre mercado: unos bufones deformados que sólo tocamos el tambor pidiendo limosna y cantando letanías huecas para convencer al público de que merecemos un sueldo, por miserable que éste sea. "El Paseo Ahumada" es una obra magnífica, de múltiples lecturas; sin embargo, a pesar de las apariencias, no debe ser vista como una obra de crítica social disfrazada de poema, sino como un magistral poema disfrazado de crítica social y política. Lihn llega más allá que cualquier tratado o ensayo antropológico que hubiese tenido la voluntad de examinar la sociedad a la "sombra" del Paseo Ahumada, su obra es el "canto general" a la modernidad y al "despegue" económico de un país pequeño controlado por los militares.

La cantidad de referencias e intertextualidades presentes en el texto lo hacen ser un objeto de alto valor antropológico, pero su principal virtud está en esta comunión que logra el poeta con la masa anónima que se pasea por este antiguo espacio transmutado en uno nuevo (de Calle Ahumada ­ femenino ­ a Paseo Ahumada ­ masculino-). Lihn no es aquí el poeta citoyen a lo Víctor Hugo, que pretende erigirse como el vocero y guía de los desposeídos, aquel que los conducirá, con la elocuencia de su verbo, hacia un estado mejor; por el contrario, es cronista y participante de su caída en desgracia, quien escribe el epitafio de sus sueños, en definitiva, es el portador de las malas noticias. Porque el Pingüino y sus hermanos de armas no sólo no tienen cabida en los salones o las "clínicas particulares", están tan perdidos que ni siquiera importaría si la tuvieran: "Quizá basten tres días para que el gran elenco de esos médicos / sus equipos galáxicos / y una eficiente masa de enfermeras te dejen como nuevo / sólo por unos cien mil pesos / Supongamos que ahorras veinte pesos al día cinco mil días bastarán para cancelar esa deuda / más cinco o seis mil días de reajuste / en el supuesto de que admitan la prórroga / con unos 25 años de mendicidad / volverías a tu punto inicial".

En definitiva, "El Paseo Ahumada" es mucho más que la radiografía poética de un espacio determinado, es la transfiguración poética de este espacio y de sus habitantes, aquellos que están estancados en sus aguas adoquinadas, para que se eleve como metáfora de una modernidad falseada. Ahora podemos constatar el carácter visionario de los versos de Lihn, pues el Paseo todavía es el monumento a la inacción, una apariencia de flujo, o avenida del flujo inerte del individuo, que parece haber sido galvanizado por décadas, detenido a pesar de los maquillajes que ha sufrido a lo largo de los años, un lugar fuera del tiempo, donde a cada paso se respira "l'ennui", el fastidio baudelaireano. Así como el Paseo Ahumada iba a ser "la fiesta para el despegue económico, un espacio para la descongestión urbana", el libro homónimo es un monumento análogo ante el fracaso de esta fiesta, la música para confortar a los que sobran, a aquellos que no fueron invitados, los que siempre estarán afuera, un canto potente y elocuente para los "subempleados y mendigos del paseo, sus semajantes, sus hermanos", en este Gran Teatro de la crueldad nacional y popular, el centro del centro, el sucio ombligo del país.


Enrique Lihn
El Paseo Ahumada
Ediciones Universidad Diego Portales 2003.

 

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Enrique Lihn: "El Paseo Ahumada": Spleen de Santiago,
por Sergio Coddou ,
Fuente: Artes y Letras de El Mercurio,
1 de febrero de 2004.