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Eduardo Llanos Melussa
Mitos, paradojas y verdades


Por María Teresa Cárdenas
Revista de Libros, El Mercurio, 16 de enero 2004.

Con su "Antología presunta", Eduardo Llanos resuelve una de sus tantas contradicciones –escribir y no querer publicar– y de paso ocupa un lugar en la que él llama "mini tradición literaria chilena".

"Nuestra generación será sólo un aborto, / una marcha forzada hacia ninguna parte, una caravana de sonámbulos y mudos", escribe Eduardo Llanos Melussa (Santiago, 1956) en "Rogativa para el arrepentimiento de Armando Rubio", un emotivo poema donde interpela a su compañero y amigo: "no puedes irte así, inédito y tan joven". Pero Armando ya había iniciado un viaje sin retorno, tal como ocurriría más tarde con Rodrigo Lira, a quien le dedicó otra elegía. Los dos textos fueron incluidos en Contradiccionario, un primer y auspicioso libro publicado en 1983, tras lo cual, paradójicamente, vino el silencio.

Pero veinte años es mucho y en el intertanto la dedicación de Llanos a la psicología y luego a la docencia fue ganándole terreno al oficio poético. Aun así, antologías y concursos dieron cuenta de su silenciosa producción y de los libros completos que había negado a la publicidad. Son ellos, en parte, los que integran su Antología presunta (FCE), un necesario ajuste de cuentas con este poeta presunto, que hoy se instala con todo derecho en la escena literaria. Una escena a veces confusa en la que Llanos no duda en poner las cosas en su lugar. "El mundo literario está demasiado lleno de mitos, de irregularidades, de ambiciones desorbitadas".

Varios factores influyeron en su silencio. Y quizás de manera inconsciente la necesidad de asumir el destino que él mismo había intuido para su generación, la del ochenta, también llamada "NN" o "perdida".

–Yo soy muy renuente a lo que podríamos llamar la salida al público. Lo segundo, es que sentía que no valía la pena. Recuerdo que el año 84, cuando Valente abordó el libro de Maquieira (La Tirana) y el mío, pensé que se imponía reaccionar, sobre todo porque yo no le había enviado el libro. Yo nunca había hablado con Maquieira, pero lo llamé y le dije quieres que reaccionemos en conjunto para que tenga más fuerza. Y Maquieira me dijo "se podría publicar la Divina Comedia en este minuto, y daría lo mismo". Nunca más olvidé esa frase; creo que expresaba sintéticamente la sensación que se prolongó por mucho tiempo y que vale para toda Hispanoamérica, no es sólo un problema de la dictadura crítica de Ignacio Valente, que era una dictadura a medias, porque también tenía unos pulmones verdes de libertad.

Motivos más personales y extraliterarios reforzaron su decisión.

–Yo me comprometo harto en la escritura poética, o sea muestro mucho de mí, y el haber terminado mi matrimonio el año 88 fue internamente devastador, porque en parte Contradiccionario está dedicado a mi mujer de entonces, madre de mis dos hijos. Había un factor epocal y yo sentía que el registro que había dejado de eso en mi obra era palabra vana si el matrimonio se había esfumado. Después de eso tuve varias experiencias sentimentales y algunas de ellas me dejaron muy virado, en particular con una mujer que me inspiró un libro entero que yo reduje a la nada (Como un brasero que se extingue en la llovizna). Yo decía esto tiene que ser algo íntimo, privado, no hay ninguna necesidad de publicar.

–En el poema visual "Árbol genealógico" le das también un lugar a las hojas que caen, ¿sirven de abono a la poesía chilena?
–Sí, porque yo prefiero verlo como humus y no como humo. En lugar de incendiar la biblioteca de la poesía chilena, rescatando previamente tres o cuatro libros predilectos, arbitrariamente escogidos por mí, yo prefiero asumirlos como hojas de un árbol que está siempre renovándose y que incluso cuando deja caer algunas más caducas está en el ciclo de la vida, posibilitando la emergencia de nuevas generaciones. Yo me siento muy partícipe de esta mini tradición chilena, estoy lleno de gratitud. Creo que lo mejor que me pudo ocurrir fue haber nacido en este país, y siento una distancia sideral respecto de aquellos que por instalarse personalmente en el parnaso reducen los méritos de los poetas nacionales precedentes.

–¿Cómo fue tu propia entrada a ese mundo de la poesía?
–Yo vivía a una cuadra del Instituto Chileno Norteamericano, que tenía una biblioteca muy completa y con bastantes libros de poesía chilena. Como a los 18 años comencé a leer antologías, desde luego la de Calderón, que me sigue pareciendo la última buena, y también los originales de El árbol de la memoria de Jorge Teillier y de La pieza oscura de Enrique Lihn. Y leyendo eso a los 18 años me dije estos son poetas definitivos, a esa edad muy pocos en Hispanoamérica pueden haber estado escribiendo a este nivel. Esa fue una intuición mía de la adolescencia y no la he cambiado nunca. Porque para mí, el medio siglo chileno son cuatro voces fundamentales: Parra, Rojas, Lihn, Teillier. No me importan los méritos de cada uno en ese conjunto; yo prefiero verlos como cuatro esquinas de una misma manzana.

–Hay en ti una postura ética frente al oficio que convive con cierto escepticismo.
–Yo tengo una convicción que envuelve una paradoja: creo que hay ciertas cuestiones que no se pueden lograr sin un trabajo paciente de adentramiento en los propios abismos y de acumulación de experiencia, de sensibilidad y de lucidez en la que uno no puede estar acompañado, porque es un trabajo solitario. Pero también creo que en la creatividad una parte muy importante es su naturalidad, es que brota sin que uno se lo proponga, el espíritu sopla donde quiere. Y el equilibrio entre ambas convicciones a mí me ha salvado. Mi primer libro se llama Contradiccionario precisamente porque creo que la contradicción es algo vital, que todos experimentamos internamente, y es muy ingenuo, si es que no antiético, pretender ocultarla.

–Algunas contradicciones llevan a la vulnerabilidad, ¿qué has descubierto en tu investigación sobre los poetas suicidas?
–Esto da para una conversación más extensa, pero me han ocurrido cuestiones tan curiosas a propósito de esa investigación, unas coincidencias tan raras, que he llegado a pensar que estoy cumpliendo una misión en virtud de mi condición de poeta y de psicólogo. Porque yo no creo, en absoluto, en la autodestrucción como vía hacia ninguna genialidad literaria ni artística, y menos como un fatalismo y menos todavía en el suicidio propiamente tal. O sea yo creo que debemos llevar una vida sana, cooperativa y de aprendizaje continuo. No sólo no me interesa el suicidio; tampoco la mera autodestrucción; pero me conmueven enormemente los muchísimos casos de poetas y artistas trágicos.

–¿Pero es la poesía la que los ha llevado a la autodestrucción?
–En muchos casos es una condición anterior, y por eso es que aspiro a una poesía compatible con la salud mental y con la ética y con la ecología y con la religiosidad o la espiritualidad y con la participación cívica. Yo vengo de una familia también un poco paradójica: mi padre era muy católico, mariano, y además era socialista; y del otro lado, mi abuela era yoga, y yo desarrollé a partir de mi adolescencia una proclividad política muy nítida hacia la izquierda, si bien nunca milité en ningún partido. Tuve siempre desconfianza respecto de lo que estaba pasando en la Unión Soviética, pero la utopía de la izquierda me seducía enormemente. Al mismo tiempo, empecé a experimentar la sensación de que la ética cristiana envolvía y superaba la utopía marxista, pero que esa superación no quedaba clara porque no se ponía suficiente énfasis en la necesidad de aterrizar la ética cristiana. Por eso yo celebré tanto la teología de la liberación. Y ahora, le agregaría la ecología, y también algo que parece muy new age y que creo indispensable, que es el saneamiento individual. Uno no puede responsabilizar al sistema o a la propia familia o a la propia historia cuando tiene la obligación de vivir ciertos procesos personales, incluso terapéuticos, para sanarse.

–En tus poemas hay bastante ironía y sarcasmo, ¿asumes el humor como un arma?
–Nunca dejo de recordar la sensación que tuve cuando leí uno de los epigramas de Cardenal que se titula algo así como "Somoza desveliza la estatua de Somoza en el Estadio de Somoza". Lo que hace Cardenal con este poema es asumir la voz de Somoza, apropiarse de ese personaje caricaturesco y transformar mediante el poema su figura en una estatua y la estatua en algo que estalla. Porque aquí ocurre lo mismo que en un puente cuando, por ejemplo, lo cruza una tropa de soldados. Tienen que romper el ritmo, porque si se produce por segundos una coincidencia entre la vibración de los pasos y la vibración del puente, el puente colapsa y se derrumba. Cuando leí eso en el mundo de la física, dije esto es lo que yo estoy intuitivamente tratando de hacer en poesía, cuando yo imito en son de parodia a un personaje, pero con cierta verosimilitud, como lo hago por ejemplo en el "Testamento del pater familias": tiene no sólo el efecto de verosimilitud sino ese otro aspecto más de largo plazo que es contribuir al desplome, porque es éticamente necesario, y es un arma pacífica. Lo otro era militar directamente y tomar una metralleta, y yo ahí no podía, por mil razones, principalmente valóricas... No me interesaba, no podía.

–¿Nunca sentiste una contradicción en ese plano?
–No. Pero me daba cuenta de que mi generación era mucho más política que yo; tanto, que muchas veces separó sus textos de su conducta, o sea, los que eran más militantes, supieron sabiamente no dejar huella de eso en su obra, porque era parte del código de seguridad, y yo no lo respetaba porque no estaba adiestrado como militante, era más bien un francotirador.

–Los poetas tampoco se escapan de tu sarcasmo.
–Sí, porque yo creo en serio en la ecología, y eso implica que efectivamente hay hojas que tienen que caer para hacerse abono. O sea no me pidan a mí que celebre los tres tomos titulados No tengo tiempo, de Roque Esteban Scarpa, para empezar. Como lector yo tampoco tenía tiempo para leerlo. Y este señor es una lumbrera en este parnaso prefabricado.

–Uno de los tantos mitos de nuestra literatura.
–Hay unos mitos gigantescos. Por ejemplo Braulio Arenas, un mito no sólo en Chile, cada vez que voy a Colombia me preguntan por él, les tengo que mandar libros, y me escriben después diciéndome que no era tan bueno como creían. Gómez Correa es mejor que Braulio Arenas, pero no aparece en las antologías. Cuando digo mejor, quiero decir un poco más salvable. El mito del propio Huidobro; lamentablemente él no es un buen poeta, es triste para mí reconocerlo, fui muy huidobriano, pero hay algo esencial que le falla: tiene un ego desorbitado y la poesía no es compatible con un ego desorbitado.

–Pero, ¿no crees que es demasiado frecuente entre los poetas?
–Sí, por cierto; entre las figuras que te nombraba no hay ninguno que no tuviera un ego considerable, pero la gracia es que se autorregulaban. Parra, Rojas, Lihn, Teillier se autorregulan, como mínimo tienen la astucia...

–Entonces Huidobro fue más ingenuo
–Muy ingenuo, pero tiene páginas inolvidables, y se las agradezco absolutamente.

–¿Por qué ahora sí vale la pena publicar?
–Porque ha ido cambiando el país. Lo que se está ventilando ahora, lo que está quedando en evidencia a propósito de los poderes fácticos, es muy positivo. Yo no puedo disociar la palabra poética de lo que está pasando. Este país va a tener que ser otro, vamos a tener que asumir que somos de carne y hueso, no va a poder sostenerse el proyecto de una casta de personas que se las dan de santos y que catapultan a otros a la categoría de santos escondiendo la basura debajo de la alfombra. Eso no es compatible con la poesía.

–"La poesía no edifica ni destroza", ¿qué rol juega en la actualidad?
–Es una conciencia crítica y al mismo tiempo un llamado desde las raíces para retomar el contacto con el subsuelo, porque finalmente somos tierra. ¿Recuerdas el poema de Nicanor, "Pido que se levante la sesión"? (de Versos de salón, 1962). Somos tierra y cualquier intento por disociarse, por desconectarse de las vísceras, de nuestra condición de mortales, es psicotizante y profundamente perverso.

–¿Cómo asumes el propósito de "equilibrar la tinta y la sangre" del que hablaba Lihn?
–Trato de ser consciente de que mi destino es el de todos, y de que hay una esfera a la que deberíamos aspirar, que es la de la intersubjetividad, que es mi salvación, porque de lo contrario quedo recluido en el sótano de mi subjetividad, que aparte de ser una cárcel narcisista es muy limitado como mundo. Pero también soy consciente de que hay algo que está por encima de la intersubjetividad incluso, que es algo que nos trasciende como especie. La ecología me ha enseñado que somos parte de una vida, de un tejido invisible. Cuando de repente me enrabio o me complico, trato de pensar en eso. En Cartas a un joven poeta, Rilke dice que las obras de arte son de una completa soledad y que con nada se las comprende menos que con estudios críticos, con la racionalidad. Yo creo que más que soledad, lo que caracteriza a la obra poética, y a la obra de arte en general, es su vulnerabilidad, su incompletitud, su carácter de esfinge que está ahí interrogando, pero al mismo tiempo necesitando la atención del que pasa para que su esencia salga a la luz, porque la esencia de una obra de arte es participativa.

–¿Así se explica entonces la publicación de tu obra inédita?
–Exacto. No podía transformar estas carpetas en fetos no natos. No podía.

 
 

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Por María Teresa Cárdenas.
Fuente: Revista de Libros de El Mercurio
16 de enero de 2004.