A PROPÓSITO DE ANTEPARAÍSO
            
              Eduardo Llanos 
              Melussa 
              (La Castaña, Nº 2, mayo 1983).
            
          
          La polémica suscitada en torno a Anteparaíso, 
            de Raúl Zurita, está obrando la paradoja de ofrecerse 
            ella misma como tema de discusión.
            
            Que Zurita disculpe, pues, si su texto sirve aquí de pretexto 
            para invitar a una revisión de la crítica en el Chile 
            de hoy.
            
            Empecemos por analizar, aunque sea sólo sumariamente, el caso 
            de su casi único cultor visible: Ignacio Valente.
            
          
          LOS COMENTARIOS 
            DE VALENTE
          Valente ha publicado ya cinco artículos sobre Zurita.
            
            Para despejar eventuales dudas, explicitaré que admiro la poesía 
            de Zurita y que no me sorprenden los elogios de Valente, pues los 
            considero bien merecidos. Más aun: me parece que el crítico 
            no ha valorado suficientemente aquello que él llama "su 
            arsenal biográfico, clínico, etc", cuyos elementos 
            -en Purgatorio: un electroencéfalograma y un diagnóstico 
            psicológico; en Anteparaíso: fotos de un poema 
            escrito por aviones en el cielo de N. York- constituyen signos que 
            están muy lejos de ser "rarezas superfluas y aun negativas", 
            como él opina.
            
            Quienes se escandalizan por los "epítetos" elogiosos 
            de sus artículos más recientes (24 y 31-10-82) tal vez 
            no recuerdan que, proporcionalmente, el crítico se mostró 
            harto más audaz cuando, hace siete años (7-9-75), y 
            después de leer no un libro entero sino apenas "algo menos 
            que un centenar de versos" publicados por Zurita en la Revista 
            Manuscritos, lo consagró "entre los poetas de primera 
            fila nacional".
            
            Releyendo aquel avizorador comentario, se aprecia que, junto a los 
            elogios, el crítico esgrimía argumentos que hoy nos 
            parecen no sólo vigentes, sino más cercanos al ideal 
            de crítica literaria profesado por él. Con su segundo 
            artículo (16-12-79) ratifica -a propósito de Purgatorio- 
            su aserto y su acierto previos, pero simultáneamente lanza 
            las primeras semillas de esa controversia. En efecto, al inicio de 
            esa crónica el crítico se refirió -por separado, 
            pero escuetamente- a libros recientes de otros cinco poetas: Lihn, 
            Lastra, Turkeltaub, Silva y Cameron, "todos ellos de cierto interés, 
            y algunos incluso excelentes. Comenzando por los mayores: de Enrique 
            Lihn, A partir de Manhattan, una obra que está a la 
            altura [?] de su creación anterior, es decir, de lo mejor que 
            se está escribiendo en Chile -y en Hispanoamérica- hoy". 
            Si alguien esperó que algún comentario posterior añadiera 
            argumentos para transformar en genuina crítica literaria aquella 
            loa, ese alguien deberá esperar aún. Diez años 
            antes (1969), en su recensión de La musiquilla de las pobres 
            esferas, obra superior, el entusiasmo mostrado había sido 
            harto menor, pese a que en esos poemas hubiera podido ver -ya entonces 
            y, en rigor, desde La pieza oscura, 1963- motivos de sobra 
            para un reconocimiento en un nivel hispanoamericano. Pero ¿por 
            qué echar de menos una explicación de tal juicio? Porque 
            se trata de una crítica literaria y no de la presentación 
            de los editores. Además, hacía sólo dos años 
            (18-12-77), a propósito de Sermones y prédicas del 
            Cristo de Elqui, de Parra, el crítico había emitido 
            una opinión similar ("Contiene, sin duda, la creación 
            poética más notable de los últimos años 
            en Chile, y también en toda Hispanoamérica"), sólo 
            que aquel juicio era apenas el comienzo de un largo artículo 
            que colmó, íntegra, la primera página del suplemento 
            mercurial, y al que agregó un segundo comentario (18-3-79) 
            con motivo de la aparición de Nuevos sermones y prédicas 
            del Cristo de Elqui.
            
            Bien podrían tornarse estas diferencias como asuntos cuantitativos 
            que nada prueban. Pero el hecho es que, sin ser sistemáticas, 
            tampoco son las únicas. A mayor abundamiento, recordaremos 
            que, en su compilación de artículos Poesía 
            chilena e hispanoamericana actual [1975], no hay ninguno dedicado 
            a Gonzalo Rojas. Este poeta, si bien no requiere ya ser descubierto 
            por Valente para ser leído y traducido fuera de Chile, de todos 
            modos merecía algo más que menciones ocasionales. con 
            mayor razón si se considera que, según un artículo 
            suyo [de Valente], "ser crítico es vivir en trance de 
            conferir un premio semanal, es hacer una antología todas las 
            semanas, año tras año" (28-11-82). Rojas recibió 
            el "premio" de Valente recién el 8-7-79, a los sesentaidós 
            años... Antes de publicar, en esta última fecha, un 
            comentario sobre Transtierro, el crítico había 
            ocupado su columna semanal con diversos y múltiples artículos 
            sobre obras clásicas, de las cuales ya está case todo 
            dicho y con las cuales difícilmente alcanzará su ansiado 
            objetivo: "Descubrir: he allí el desafío que yo 
            siento como más propio de la crítica literaria".
            
            A estas contradicciones hay que sumar otras. En reiteradas oportunidades, 
            Valente ha formulado juicios laudatorios sobre ciertos cuentistas 
            más o menos recientes, pero, al momento de comentar una antología 
            que los omite, tales omisiones apenas si le merecen una vaga mención 
            y, en todo caso, ninguna rectificación. O bien reprocha -con 
            acierto, por lo demás- "la poesía libresca de Borges" 
            y la "prosa carente de intuición poética" 
            de los últimos versos de Arteche, pero se permite a sí 
            mismo ambas cosas y bastante a menudo, con esta única diferencia: 
            en su caso, hay un voltaje emocional y moralizante más elevado, 
            pero rara vez engendrador de poesía; de hecho, sus mejores 
            poemas ("Palabras", "Ad misma", "El rey David", 
            "Progreso", por ejemplo) son los más alejados de 
            su estilo.
            
            Para terminar este balance, hay que indicar que Valente tiene, por 
            cierto, virtudes importantes y hasta poco comunes en nuestro, país: 
            indiscutible lucidez analítica, estimable independencia -exceptuando 
            el tema de lo religioso espiritual-, sólida cultura, gran capacidad 
            de síntesis e incluso un límpido estilo. Sin embargo, 
            reconocer todo ello no obsta para plantear reservas que, como las 
            anteriores, estimamos fundamentadas.
          
            LA REPLICA DE CUSSEN
          La revista Realidad (dic. 1982) publica "El 
            Anteparaíso de Zurita y la situación de la crítica 
            en Chile", extenso artículo de Anthony Cussen, que cumple 
            de modo desigual sus objetivos. En nuestra opinión, acierta 
            cuando distingue antecedentes literarios y extraliterarios en el caso 
            de Zurita y, sobre todo, cuando objeta el tono globalizante y poco 
            demostrativo de los últimos artículos de Valente, en 
            cuya contraposición ofrece un análisis evaluativo de 
            cada una de las cuatro partes de Anteparaíso. Sin embargo, 
            su perspectiva, aunque tiene el mérito de la franqueza, adolece 
            de cierto esquematismo. Así, por ejemplo, afirma: "Raúl 
            Zurita causó su primer impacto en las letras chilenas con su 
            poema 'Áreas Verdes' publicado en la revista Manuscritos 
            en el año 1975. Este poema logró romper con el conflicto 
            poesía (Neruda) / Antipoesía (Parra) que aún 
            entonces determinaba el curso de la poesía chilena". 
          Al parecer, tal contrapunto sólo "determinaba 
            el curso" del pensamiento del señor Cussen, pues para 
            los poetas nacionales esa disyuntiva había dejado de existir 
            hacía mucho. Piénsese, si no, en los personales desarrollos 
            que siguieron las obras poéticas de Anquita, Rojas y Lihn o, 
            entre los más jóvenes, Barquero, Uribe y Teillier, ninguno 
            de los cuales se sintió obligado a optar entre ser seguidor 
            de Neruda o de Parra, sino, al contrario, algunos han tenido ellos 
            mismos sus propios seguidores. Y esto sin considerar que, además, 
            en la poesía chilena estaban a la sazón resonando todavía 
            los ecos de Huidobro y De Rokha y, al menos durante algunos años, 
            el movimiento surrealista Mandrágora.
            
            Según Cussen, la lectura de Anteparaíso por él 
            ofrecida "demuestra (sic) abundantemente la presencia 
            de autores tanto clásicos como chilenos en los poemas de Zurita". 
            Pero su presunta demostración se reduce casi a un inventario 
            de versos de Zurita que a su juicio "acusan el influjo" 
            de tal o cual autor, cuando en rigor sólo muestran el flujo 
            y reflujo de la poesía. Por lo demás, las similitudes 
            citadas por Cussen son bastante discutibles. Demostrar esto último 
            requeriría citar todas esas coincidencias. Faltaría 
            espacio. Pero sí se puede mostrar la arbitrariedad de esos 
            argumentos si se cita una coincidencia más sorprendente que 
            las apuntadas por él y que, sin embargo, tampoco prueba mayormente 
            nada. Veamos el siguiente fragmento de Zurita (p. 59):
           
             
               
                Se hacía tarde ya cuando tomándose un hombro 
                  me ordenó:
                  "Anda mátame a tu hijo"
                  Vamos -le repuse sonriendo- ¿me estás tomando 
                  el pelo acaso?
                  "Bueno, si no quieres hacerlo es asunto tuyo, pero recuerda 
                  quién soy, así que después no te quejes.
                  Conforme -me escuché contestarle- ¿y dónde 
                  quieres que cometa ese asesinato?
                  Entonces, como si fuera el aullido del viento quien hablase, 
                  Él dijo:
                  "Lejos, en esas perdidas cordilleras de Chile".
              
            
          
          Y ahora citemos otro fragmento, esta vez del cantante 
            Bob Dylan:
           
             
              
                Dijo Dios a Abraham "Cógete un hijo y sacrifícamelo"
                  Dijo Abe: "Oye, tú te estás quedando conmigo".
                  Dijo Dios "No"; Abe dijo "¿Qué?"
                  Dijo Dios: "Haz lo que quieras Abrabam, pero la próxima 
                  vez que me veas aparecer ya puedes salir corriendo".
                  Bien, Abe dijo, "¿Dónde quieres la matanza?" 
                  
                  Dijo Dios: "En la carretera 61".
                Bob Dylan: George Jackson y otras canciones, 
                  Visor, Madrid, 1972, pág. 61.
              
            
          
          Por último, tampoco perece pertinente citar, 
            como antecedente de Zurita, la obra (por lo demás estimable) 
            de Juan Luis Martínez. Hay entre ambos diferencias esenciales: 
            Martínez practica una poesía experimental; Zurita, una 
            poesía experiencial.
            
          
          LA ALTERNATIVA 
            DE NARVÁEZ
          El tercer articulista que mencionaremos, Jorge Narváez 
            (1948), es el más cercano cronológicamente a Zurita, 
            pero es el menos benévolo. Compartiendo sus reservas respecto 
            del Colectivo Acciones de Arte (en Pluma y Pincel Nº 2) 
            y considerando necesaria su presencia como crítico endógeno 
            de esta generación, de todos modos ciertos planteamientos suyos 
            merecen revisión. En primer lugar, estimamos que en Zurita 
            no hay "presencia de un yo hipertrofiado e hiperdominante", 
            sino casi lo contrario: un yo hiperdegradado por el dolor y aun la 
            autoomisión, pero secretamente redimido y purificado por la 
            catarsis confesional y la difuminación de la propia identidad.
            
            Por otro lado, nos parece desafortunado aquello de que "este 
            poeta insiste en creer que el cielo de la sagrada historia está 
            en las nubes", porque implica una incomprensión radical 
            del texto. Por último, tampoco parece válida otra objeción 
            que formula más adelante: "Además, piensa que en 
            la espacialidad del texto todos los cielos son iguales, y que a los 
            chilenos se nos puede dar cielo de Nueva York por cielo de Santiago". 
            En verdad, la escritura en el cielo se puede considerar casi como 
            un homenaje a la minoría hispanoparlante de Nueva York, que 
            suma tres millones, como el propio Narváez reconoce en una 
            crónica -lograda, por otra parte- que sobre esa ciudad publicara 
            en la revista Bravo Nº 50. Por lo demás, a pesar 
            de no estimar conmutables para los chilenos el cielo propio y el neoyorquino, 
            en esa crónica Narváez había invitado a leer, 
            sólo en Chile, tres textos de poetas chilenos con ambientaciones 
            en Nueva York: Del Relámpago de Rojas, A partir de 
            Manhattan de Lihn, Judson Hall Tower de Narváez."
          
            COMENTARIOS FINALES
          No hemos comentado, por falta de espacio, los artículos 
            de Anguita (El Mercurio, 6-4-80 y 12-12-82), coincidentes -salvo 
            en el tono- con los de Valente; la recensión de Quezada (Ercilla, 
            17-11-82) y las opiniones que éste y FIoridor Pérez 
            emitieran en una entrevista (Qué Pasa, 18-11-82).
            
            Lo ya analizado constituye -es bueno recordarlo- un caso atípico 
            en la literatura nacional de la última década, donde 
            las obras suelen pasar más bien inadvertidas para lirios y 
            troyanos.
            
            Esto último es correlativo con la escasez de críticos 
            en ejercicio periódico, por un lado, y con la agonía 
            editorial, por otro. Al mismo tiempo, tiene una raíz más 
            profunda: la inhibición del espíritu crítico 
            -hijo del diálogo- que hoy se observa en el país entero, 
            a punto de asfixiarse por la omnipresencia incontrastable del autoritarismo.
           
          
            Nota: El presente artículo fue 
            publicado por primera y única vez en una revista contracultural 
            (La Castaña, Santiago, Nº 2, mayo 1983), que ofrecía 
            reflexión crítica, poesía y humor en un contexto 
            marcado por la dictadura.