Vaca Sagrada
Diamela Eltit


dos
( El hallazgo )
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.........Conocí a Manuel en medio de una crísis. Desde hacía algún tiempo estaba debatida entre la euforia y una melancolía imposibles de aliviar. Corroída por deseos intangibles, la inseguridad me dominaba empujándome hacia un destino quebrantado. Ya en ese tiempo, había adquirido la costumbre de mentir constantemente. Aunque siempre me ha repugnado hacerlo, entonces me encontraba
   

invadida por un imulso incontrolable: bastaba cualquier afirmación para que yo iniciara un relato falso que me iba generando innumerables problemas, pues, a menudo olvidaba lo que había dicho y, en más de una oportunidad, debí enfrentarme a mi propia contradicción.

...Quizás por ese vértigo, me relacionaba con lo que estaba sometido a un extremo grado de riesgo. Frecuentando los bares, aprendí de los beneficios del vino donde no importaba demasiado la calidad de las palabras porque la muerte yacía disimulada en el fondo de la copa.

...Manuel me vigilaba. Parecía que su única función era custodiarme para empujarme, después, a situaciones que me hacían dormir en los momentos menos apropiados. Una tarde desperté en el suelo del baño de un bar manchada por mis propios vómitos. Extraviada de mí misma se me confundieron los volúmenes cuando las paredes y la techumbre empezaron a cumplir la misma abrumadora función circular, acrecentando las arcadas, mientras Manuel luchaba por devolverme una realidad que se volvía insoportable cada vez que abría los ojos.

...El sabía que yo mentía pero parecía no importarle. Yo lo apreciaba por eso y me habituaba a una forma de entendimiento en el sentido exacto del pacto, más bien era un juego que habíamos establecido para evitar enfrentar solos la disyuntiva en la cual nos habíamos encontrado.


..........Manuel venía del Sur y hablaba constantemente del lugar. Yo, que era urbana, me sentía ajena a su fascinación. Siempre he detestado el excesivo afecto a los lugares y, en especial, el énfasis nostálgico. Ya había decidido evadir cualquier encuentro personal. Lo sexual no me interesaba demasiado pues me parecía nada más que un rito excesivo y complaciente. Además, desconfiaba del ensamble de los cuerpos; quizás estaba burlando así algún grado de terror, pero, lo cierto es que nunca había experimentado una sensación que a solas ya no conociera.

...Aceptando mis hábitos, Manuel no me exigía una conducta apasionada. El mismo parecía haber descartado el ejercicio permanente de la sexualidad y, en muchas ocasiones, discutimos la asombrosa coincidencia que teníamos. Sólo se iluminaba cuando describía el Sur. El Sur, el Sur, era su mejor oferta y por su lengua aparecían las estruendosas casas mojadas bajo la lluvia, la naturaleza estallante, los roqueríos que abrazában al mar. Pucatrihue era su delirio. Decía que un día en Pucatrihue alcanzaríamos la luz.


.......... Le enseñé el valor del vino. Lo conduje hasta la profunda solidaridad del vino y permití que desde el oscuro reflejo líquido tejiera sus particulares historias con el Sur. Manuel mentía. Emigró desde el Sur porque lo odiaba, pero denunciarlo era denunciarme y necesitaba que confirmara cada una de mis fantasías. Pucatrihue era el infierno. Su mar encabritado consumía los cuerpos y los árboles retorcidos emitían figuras espectrales. Pero, sumisamente decíamos que sí, decíamos que sí, transfigurando todo aquello que nos horrorizaba y, de esa manera, fuimos ordenando una alianza tramada en los compromisos que iban encubriendo el espesor de las mentiras.

...Manuel había traído a su mujer del Sur. Apenas adolescente contrajo matrimonio con una muchacha oscuramente pasiva. Yo no me interesaba en ella. Tan sólo una breve descripción que hizo Manuel del orden de sus problemas, me alejó la curiosidad por esa joven que vagaba en la ciudad buscando algo que le confirmara la abrupta pérdida del afecto y sus sospechas ante un paisaje desconocido.

...En una ocasión, ella me buscó para concertar una cita y no tuve más alternativa que llegar hasta el lugar que habíamos convenido, para dirimir las razones de la separación. A pesar de que siempre he renegado de ese tipo de encuentros, accedí ante la insistencia del pedido de Manuel. Cuando Marta llegó, me deslumbró un detalle desconocido para mí. Su ojo tenía una notoria nube que me impresionó al punto que quedé fijada más tiempo del debido. Ella pareció incómoda con mi observación y sólo el rictus que atravesó su rostro me hizo desviar la mirada y concentrarme en lo que estaba diciendo.

...La muchacha habló sin detenerse. Desolada por la falta de Manuel, culpaba al caos de la ciudad por su inesperado cambio. Tímida, esbozó la idea de que quizás él y yo estábamos planificando un nuevo futuro. Me sentí conmovida por su lenguaje, pero mi inclinación a la mentira me obligó a inventar una historia de amor que jamás tuvimos. Emocionada por la tragedia que acababa de crear, me encontré inmersa en una culpa que no me pertenecía y, pese a que entendí el sufrimiento de la mujer que lloraba frente a mí, no pude privarme de profundizar su angustia, refinando los detalles, las promesas, las reparaciones en torno de una situación inexistenete.

...Ella, en un momento, decidío alejarse en forma definitiva. Nos separamos con una cierta simpatía y mientras caminaba hasta mi casa me pregunté por lo que buscaba esa muchacha sureña con un ojo nublado. No encontré más respuesta que el miedo. El miedo -y entonces no podíamos saberlo- estaba traspasándonos de manera silenciosa e irreversible.

 

 

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