Diamela Eltit
 
 



DISCURSO ENTREGA PREMIO JOSÉ NUEZ
A DIAMELA ELTIT


José Luis Samaniego
(Director Instituto de Letras). Pontificia Universidad Católica de Chile

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Es ésta la segunda ocasión en que realizamos la Ceremonia de Entrega del Premio de Literatura "José Nuez Martín" para dar cumplimiento al convenio acordado entre la Fundación y la Pontificia Universidad Católica de Chile. Dicho convenio tiene por finalidad galardonar, alternadamente, la mejor obra (novela y teatro) publicada en el país, y en el caso de teatro, por razones de género, publicada y (o) estrenada, durante los dos años anteriores al que se otorga el Premio, obra que contenga, a la vez, valores literarios y éticos concordantes con los principios de la Universidad.

Este año correspondió premiar una novela. El jurado, por unanimidad, privilegió la obra Los Vigilantes de Diamela Eltit, de entre las tres finalistas, una de ellas inscrita en el realismo mágico, más conocido en nuestro medio, y la otra, en la tradición narrativa convencional, cuyos rasgos dominantes son la claridad y la entretención.

Esta novela de Diamela -inscrita como toda su producción anterior en el modelo cultural del barroco hispanoamericano o, mejor dicho, del neobarroco- corresponde a una propuesta literaria que implica un doble compromiso, inseparable entre sí, por una parte, compromiso con la escritura, con el hacer creativo de la palabra, y por la otra, compromiso con la profunda crisis de la realidad hispanoamericana en busca de libertad y de su propia identidad.

En un lenguaje superabundante, densamente entretejido, poético a la vez que descarnado, creador de un mundo ficticio pero, en sí, verosímil, cuyo único referente externo es el conflicto de una pareja por la educación y tutela del hijo, nos entrega Diamela una novela de contrapuntos, construida desde una poética del espacio -cuerpo, casa, calle y vecinos, ciudad, occidente, mundo-, el que se cierra en círculos concéntricos que van, de fuera hacia dentro, desde un Mundo mutilado, inhabitable, por la ingratitud y perfección inherentes a la especie humana, a un Occidente -¿Hispanoamérica?- cuya fachada, orden y destino no resuelve sus contradicciones internas de riqueza y miseria, de sometimiento y libertad, a una Calle con Vecinos arrogantes a la vez que inseguros por temor a perder el poder alcanzado, a la Casa -refugio y fortaleza- en la que habitan madre e hijo, hasta quedar en el último círculo, reducidos al espacio de su propia corporeidad -calavera, hombro, hambre, fémur, sílaba, cadera, piel-.

Los Vigilantes, cuya voz narrativa femenina recurre a la escritura epistolar -cartas dirigidas al padre de su hijo- y que tiene como marco, capítulos primero y último, la voz narrativa del hijo, se estructura, según decíamos, como novela de contrapuntos. En efecto, entre éstos, cabe destacar los siguientes:

-Contrapunto de espacios: entre el espacio interno del personaje femenino, del hijo y de la casa, por una parte, y el externo de la calle, de los vecinos y de la ciudad ; pero también entre el espacio urbano y el espacio natural de donde ella procede.

-Contrapunto de género: entre el personaje masculino y el femenino, que representan, el primero, la voluntad de sometimiento, y la búsqueda de libertad y de belleza, el segundo. "Juntos llegaremos, más tarde o más temprano, a habitar para siempre en el centro móvil de la belleza" (1 10).

-Contrapunto generacional o de discursos: entre la voz narrativa de la madre y la del hijo.

-Contrapunto de valores y concepciones de vida: entre las oscuras raíces ancestrales, instintivas y espontáneas de la madre, capaz de acoger solidariamente a los desamparados de la periferia de la ciudad y el orden rígido del padre, establecido por ordenanzas y reglamentos, gestor de las leyes que producen marginalidad.

-Contrapunto de la presencia y ausencia de Dios. Hay momentos en que Dios, en cierto modo, se hace presente en la obra. Así, en la naturaleza de los bosques donde ella dice haber forjado su propia naturaleza: "Los bosques son una materia semejante a Dios" (57). Y también, en los ojos abiertos de los niños muertos:

"Dicen que un número indeterminado de desamparados encontraron el fin durante las últimas heladas. Se murmura que familias completas murieron con sus cuerpos acurrucados unos sobre otros. Me han dicho que los niños tenían los ojos abiertos como si antes de morir hubieran vislumbrado la omnipotencia de Dios" (68).

En cambio, la ausencia de Dios se manifiesta en el espacio urbano: "Afirman que la ciudad ha sido abandonada por la mano de Dios y yo pienso que si eso fuera así, se debe únicamente a la avaricia de los hombres" (41), como asimismo en la declaración de los desamparados: "Dios jamás nos ha recompensado ni se ha aparecido ante nosotros bajo ninguna forma" (l07), ausencia explicable en ellos por la manipulación que de Dios hacen los representantes del orden impuesto: "Afirmaron que alguien usaba el nombre de Dios como una feroz estocada para ocultar el hambre y que si en realidad existiera una Gloria Eterna, estaría únicamente en la hazaña de sus difíciles existencias." (107)

-Contrapunto de las opuestas fuerzas fundacionales de la realidad hispanoamericana, representadas por la figura paterna que encarna lo europeo -orden occidental- y la figura materna que encarna lo autóctono americano, personaje que en el desarrollo de la obra es sistemáticamente vigilada, asediada, intimidada, descalificada, mal interpretada, presa de una red urdida por él, atacada, agredida, enclaustrada, paralizada por la vigilancia de él y de los vecinos, permanentemente censurada y corregida por la madre de él, para finalmente ser juzgada, culpada y declarada ciudadana interdicta, una peligrosa rebelde social por haber abierto su casa a los desamparados: " ... hube de repetir muchas veces el gesto de la puerta abierta"( 108).

-Contrapunto entre el hijo y sus progenitores. La criatura, producto inarmónico del cruce de dos mundos opuestos, es el personaje que no tiene habla; pero que, a pesar de ello, es omnisciente -sabe todo lo que ocurre, lee el pensamiento, presiente el futuro-, y profundamente creativo en sus juegos con las vasijas. Encarna el mestizaje, cuya relación simbiótica con la madre terminará cuando pueda decir su palabra: la palabra hambre.

Y me atrevería a agregar que también es posible hablar de un contrapunto entre autor y lector, pues el primero propone al segundo un ejercicio pensante, de cooperación activa, en el desciframiento de su discurso.

Habría demasiadas cosas que decir. Lo que aquí proponemos no pretende sino cierto acercamiento tentativo que, en nuestra opinión, permite mostrar algunos de los valores literarios y éticos contenidos en la obra que hoy galardonamos. Los Vigilantes es una novela cuya interpretación requiere e implica -qué duda cabe- muchas lecturas. Ciertamente que no está dicha la última palabra ni sobre la nueva narrativa de Diamela Eltit ni sobre esta novela en particular. Pero de lo que sí estamos seguros al entregar este premio es que Los Vigilantes forma parte de una nueva propuesta narrativa cuyo discurso literario constituye un tejido lingüístico, válido por sí mismo, autorreferente en cuanto a creación de mundos, y cuya textualidad rica y profunda en densidades complejas se configuran en signo de la crisis de identidad de Hispanoamérica, continente en búsqueda permanente de palabra propia y libertad.

 


En Taller de Letras Nº 24 - 1996
pag. 200-208


 

 

 
 



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