Las ciencias médicas y 
          criminológicas de finales del siglo XIX, que encontrarían en 
          Jean_Martín Charcot (1825-1893) y Cesare Lombroso (1835-1909) sus 
          máximos exponentes, necesitaron de otra ciencia, unos años más 
          antiguas, para llevar a cabo sus investigaciones en torno a los males 
          que  acechaban a la sociedad moderna y así delimitar al 
          ciudadano ejemplar de los nuevos Estado-nación. La fotografía, 
          presentada en la Academia Europeas de Ciencia en 1839, permitía fijar 
          escenas para poder después observarlas al infinito, observar, para 
          clasificar, para documentar al mundo, para, eventualmente, construir 
          límites.(1) Ideal entonces esta nueva ciencia para 
          la investigación de los doctores médicos y 
          criminológicos. Atlas de l'homme 
          criminel,(2) publicado en 1878, no sólo 
          contenía imágenes de los criminales que Lombroso estudiaba, sino que, 
          fiel a su título, estaba compuesto en su totalidad por fotografías -y 
          algunos dibujos-, como si fuera posible, mediante esa colección de 
          rostros -de retratos fotográficos-, delimitar la geografía humana, 
          encontrarle sus límites. En esas caras -reproducidas fielmente con esa 
          nueva ciencia- se leían las explicaciones de los desvíos ciudadanos. 
          Los rostros se leían como mapas.(3) Entre 1876 y 
          1880, Bourneville y Régnard, asistentes de Charcot en su clínica, 
          publican los tres tomos de Iconographie photographique de la 
          Salpetriere,(4) que ya para 1889 había necesitado 
          de una segunda edición aumentada. La fotografía les permitía a estos 
          científicos una serie de operaciones: por un lado, exhibir aquello que 
          sólo ellos veían, justificando así sus hallazgos; por otro, observar, 
          en esas fotografías, detalles de aquellos cuerpos enfermos, detalles 
          que la óptica técnica podía mostrarles y que incluso a sus ojos -tan 
          adiestrados para ver- se les escapaban, para entonces poder así 
          diagnosticarlos, clasificarlos y eventualmente proponer curas para 
          ellos.
acechaban a la sociedad moderna y así delimitar al 
          ciudadano ejemplar de los nuevos Estado-nación. La fotografía, 
          presentada en la Academia Europeas de Ciencia en 1839, permitía fijar 
          escenas para poder después observarlas al infinito, observar, para 
          clasificar, para documentar al mundo, para, eventualmente, construir 
          límites.(1) Ideal entonces esta nueva ciencia para 
          la investigación de los doctores médicos y 
          criminológicos. Atlas de l'homme 
          criminel,(2) publicado en 1878, no sólo 
          contenía imágenes de los criminales que Lombroso estudiaba, sino que, 
          fiel a su título, estaba compuesto en su totalidad por fotografías -y 
          algunos dibujos-, como si fuera posible, mediante esa colección de 
          rostros -de retratos fotográficos-, delimitar la geografía humana, 
          encontrarle sus límites. En esas caras -reproducidas fielmente con esa 
          nueva ciencia- se leían las explicaciones de los desvíos ciudadanos. 
          Los rostros se leían como mapas.(3) Entre 1876 y 
          1880, Bourneville y Régnard, asistentes de Charcot en su clínica, 
          publican los tres tomos de Iconographie photographique de la 
          Salpetriere,(4) que ya para 1889 había necesitado 
          de una segunda edición aumentada. La fotografía les permitía a estos 
          científicos una serie de operaciones: por un lado, exhibir aquello que 
          sólo ellos veían, justificando así sus hallazgos; por otro, observar, 
          en esas fotografías, detalles de aquellos cuerpos enfermos, detalles 
          que la óptica técnica podía mostrarles y que incluso a sus ojos -tan 
          adiestrados para ver- se les escapaban, para entonces poder así 
          diagnosticarlos, clasificarlos y eventualmente proponer curas para 
          ellos.
          … Este ímpetu 
          por el diagnóstico, la cura, el encierro y la consecuente figuración 
          del sujeto ejemplar formaban parte en Latinoamérica del pensamiento 
          positivista desde mediados del siglo XIX, filosofía que marcó a la(s) 
          genera-ción(es) pos-independentista(s), a los ideólogos de las nuevas 
          patrias: Alberdi y Sarmiento (Argentina), Lagarrigue y Lastarria 
          (Chile), Mora, Aragón y Orozco (México), Texeira Barreto y Lemos 
          (Brasil); entre muchos otros. En 1893, Rubén darío escribe sobre Max 
          Nordau -discípulo de Lombroso, a quien el gran criminólogo le dedica 
          uno de sus estudios de antropología criminal(5)- 
          que "después de la diagnosis, la prognosis; después de la prognosis, 
          la terapia. Dada la enfermedad, el proceso de ella; luego la manera de 
          curarla. La primera indicación terapéutica es el alejamiento de 
          aquellas ideas que son causa de la enfermedad"(6), 
          reaccionando ya al quehacer positivista europeo en boga también en 
          Latinoamérica.
          … La consigna 
          parecía ser documentar a los sujetos socialmente indeseables para así 
          con ellos poder construir las instituciones que formarían las bases de 
          los nuevos Estados: las prisiones modernas, los hospitales 
          siquiátricos, entre otras. La fotografía se convirtió, en el trabajo 
          de Lombroso y de Charcot, en la certeza de que sus teorías eran 
          verídicas, de que los males de aquellos sujetos se encontraban ya en 
          el cuerpo, volviéndolos a ambos en, simplemente, muy buenos 
          observadores. Todo lo que proponían podía saberse -parecían sugerir 
          mediante el uso de las fotografías-, si se observa al 
          otro.
          … Los trabajos 
          de estas medicina y criminología decimonónicas intentaban clasificar y 
          ordenar al mundo dentro de tipos, en particular a aquellos sujetos que 
          por criminales o enfermos era necesario mantener al margen de la 
          comunidad nacional por temor al contagio, pero que, al mismo tiempo, 
          señalaban los límites de la nación. Así se producían -a través de la 
          exposición de sus cuerpos tanto en las fotografías que de ellos 
          sacaban, y que luego reproducían en sus publicaciones como en las 
          famosas "puestas en escena" frente a un público espectador(7)- cuerpos indeseables y abyectos(8) que, al mismo tiempo, construían la imagen del 
          cuerpo sano, señalado y delimitado por la diferencia. Como instrumento 
          ideal del positivismo, las fotografías construyeron un inventario 
          sistemático de la cultura material de los nuevos Estado-nación, para 
          así moldear los parámetros de la ciudadanía. En Latinoamérica, donde 
          la nueva ciencia llegó casi instantáneamente, la fotografía, ya en la 
          segunda mitad del siglo XIX, también se ocuparía de documentar a los 
          tipos sociales. Las imágenes que producían los fotógrafos 
          latinoamericanos a partir de 1850 -década en la cual se masifica el 
          uso de los primeros negativos, que permitían lo que los primeros 
          daguerrotipos, en 1839, aún no podían obtener: reproducir al infinito 
          las imágenes de la cámara fotográfica- documentaban tanto a las 
          figuras típicas como a aquellos que los nuevos Estado-nación querían 
          mantener a la distancia, en una condición de exterioridad.(9) Las guerras -internas y externas- que plagaron al 
          continente americano durante la segunda mitad del siglo XIX -la Guerra 
          del Paraguay, la Batalla de Canudos, las Campañas al desierto en 
          Argentina- fueron fotografiadas y después las imágenes de las 
          victorias exhibidas para que con aquellas figuras de los indeseados 
          -de los criminales, de los desertores, de los extranjeros- se pudieran 
          vislumbrar los límites y el poder del estado.
          … Ni Lombroso ni 
          Charcot practicaron ellos mismos la fotografía pero sí elaboraron sus 
          respectivos aparatos discursivos junto a la nueva técnica de 
          representación, como parte de aquella ideología positivista. Y no 
          practicarla no impidió que Charcot escribiera sobre sí mismo que, "en 
          verdad, no soy absolutamente nada más que un fotógrafo, inscribo lo 
          que veo".(10)
          … Casi 
          exactamente cien años después, en 1980, dos artistas chilenas, Diamela 
          Eltit y Lotty Rosenfeld, comienzan una investigación que podríamos 
          pensar como diametralmente opuesta, como el reverso absoluto, o como 
          el negativo -usando ahora la fotografía como metáfora- de aquellas 
          investigaciones decimonónicas llevadas a su máximo potencial en los 
          trabajos de Charcot y Lombroso, pero también practicado, de manera más 
          difusa y menos sistemática, por fotógrafos e ideólogos -muchas veces 
          médicos, hombres de ley y casi siempre políticos- latinoamericanos. No 
          sólo porque el habla del vagabundo recogido en El padre mío (1989) 
          comienza como una documentación visual -una grabación en video en 
          lugar de fotografías- sino también porque en la presentación que hace 
          a la transcripción del video, Eltit utiliza una metáfora fotográfica 
          para escribir sobre aquel hombre y sobre el espacio que habita de y en 
          una exterioridad citadina y social. "El movimiento vital de esas 
          zonas", escribe Eltit sobre los márgenes de la ciudad, se entiende 
          "como una suerte de negativo [como en el negativo fotográfico], 
          necesario para configurar un positivo [ el resto de la ciudad] a 
          través de una fuerte exclusión territorial"(11). 
          La puesta en escena de la ciudad, con sus zonas e instituciones de 
          inclusión y exclusión, está, desde finales del siglo XIX, íntimamente 
          atada al proceso y al material fotográficos, y es por eso, quisiera 
          sugerir, que cierta obra de Eltit trabajará y retomará ese material, y 
          así, en colaboración con la imagen fotográfica, problematizará el 
          referente, la referencialidad, la representación, la transparencia no 
          sólo de una fotografía, sino también del lenguaje y de las 
          instituciones estatales. Apenas unos años después, Eltit emprendería 
          otra colaboración con una artista visual, la fotógrafa Paz Errázuriz. 
          De esa segunda colaboración emerge, como la imagen que emerge o surge 
          poco a poco al revelar, en una cubeta, una representación fotográfica, 
          El infarto del alma, (12) libro cuyas imágenes 
          retratan a parejas de pacientes enamorados del hospital siquiátrico de 
          Putaendo y cuyos textos, a cargo de Eltit, transitan entre el 
          testimonio, el ensayo y la ficción. Pero si en el trabajo decimonónico 
          esos sujetos socialmente abyectos no eran más que el soporte material 
          de una nueva manera de ejercer el poder -a través del control 
          institucional-, en el trabajo de Eltit el vagabundo de El padre 
          mío y los enfermos residuales de El infarto del alma, 
          nos son presentados como aquellos que le permiten -quizás habría que 
          decir obligan- al lector escuchar aquel sonido del cual Giorgo Agamben 
          ha dicho que es el de la laguna, de la no lengua que caracteriza a 
          toda lengua(13) y es en esa insistencia sobre el 
          habla incomprensible que la exterioridad y la abyección de estas 
          figuras muestran más bien las fisuras de las instituciones y al mismo 
          tiempo la posibilidad de otras sociabilidades fuera de los parámetros 
          de la estricta ciudadanía del estado. La presencia ineludible de la 
          imagen cede su estatuto como documento y llama a escuchar el sonido 
          que emerge de aquella luz. El padre mío y los locos de Putaendo 
          escenifican, mediante la aporía del lenguaje, el quiebre en la 
          supuesta conexión esencial entre pueblo, lengua y 
          estado.
          … Hay también, 
          junto con la fotografía, toda una serie de instituciones que surgen en 
          Latinoamérica en la segunda mitad del siglo XIX como instrumentos 
          positivistas. Los hospitales siquiátricos, con sus procesos de 
          diagnóstico, reclusión y curación, serían uno de los más visibles 
          ejemplos de estas instituciones positivistas. Generar índices sobre 
          los tipos humanos -como habrían hecho José Ingenieros, Carlos Octavio 
          Bunge y Alcides Arguedas desde un espacio científico- para así 
          clasificar y poder delimitar entonces con absoluta precisión- los 
          contornos del cuerpo aceptable, del cuerpo ciudadano que podrá cobrar 
          visibilidad, y como reverso del mismo gesto esbozar otros cuerpos que 
          quedarán excluidos del espacio de lo social, cuerpos que llamaré 
          abyectos por ese lugar de exterioridad que ocuparán. Son éstos los 
          sujetos que compondrán la enfermedad y la imagen especular de la 
          nación.
          … La obra de 
          Eltit, en particular El infarto del alma, El padre mío, el 
          guión para el video ¿Quién viene con Nelson Torres? (2001), 
          de Loty Rosenfeld, y Lumpérica, trabajará sobre instituciones 
          de este tipo. El hospital de El infarto del alma es el caso 
          más evidente y transparente. Pero es un hospital que, como el Estado 
          -nación, está llegando al final de su ciclo de vida en las últimas 
          décadas del siglo XX. Y podríamos también pensar la manera en que la 
          obra de Eltit trabaja el espacio citadino, el mapa urbano como una 
          institución en sí misma en, por ejemplo, el eriazo que habita el 
          vagabundo de El padre mío y también en la plaza pública que sirve de 
          escenario para Lumpérica, porque como explica el hombre 
          interrogado, "la plaza no es como otros lugares, es un espacio 
          circunscripto, reglamentado",(14) y una 
          institución es precisamente eso, un espacio reglamentado que delimita 
          ciertos comportamientos, cuerpos e identidades. Estos trabajos de 
          Eltit insisten en la fotografía pero nunca para mostrarnos con ellas 
          lo que pensamos que veremos. A pesar de pasar como documento -tanto en 
          El infarto del alma como en El padre mìo y 
          ¿Quién viene con Nelson Torres?- en su registro visual, estos 
          trabajos minan la certeza que todo documento pretende dar. ¿Por qué, 
          entonces, la fotografía? ¿Qué relación tendrá la fotografía con el 
          lenguaje, el soporte material de esta -y toda/o- 
          escritora?
          ... Si a finales 
          del siglo XIX la función de las nuevas instituciones, así como también 
          de la fotografía, era delimitar quién pertenecía y quién no, y cuáles 
          serían los límites de la ciudadanía, el trabajo de Eltit retoma la 
          documentación, pero ahora para trabajar la fotografía desde el 
          negativo, desde aquel soporte material del cual no se ve, en esencia, 
          nada, sólo sombras, contornos, contrastes, y en lugar de darnos, para 
          seguir con la metáfora fotográfica, positivos de aquellos negativos, 
          nos devuelve esa no imagen para de allí comenzar no a ver sino a 
          escuchar. Eltit trabajará con el soporte fotográfico para establecer 
          una línea de fuga que va de imagen a sonido, de la visión al oído. 
          Precisamente retoma eses aparato fotográfico decimonónico para que, de 
          alguna manera, no miremos sino escuchemos.
          ... Desde las 
          primeras páginas de El infarto del alma, Eltit desarma toda 
          ilusión de transparencia que el lector del libro pueda querer asumir 
          al mirar las fotografías y leer el texto. Ni las imágenes ni los 
          textos podrán ser tomados como documentos, como lo habían sido, bajo 
          el mismo formato -fotografía y texto- en el trabajo de los 
          positivistas decimonónicos. "¿Qué sería describir con palabras la 
          visualidad muda de esas figuras?", pregunta Eltit una vez que se 
          encuentra con esos rostros de los pacientes del hospital de 
          Putaendo.
          ... La tarjeta 
          de identificación personal es un documento de finales del siglo XIX a 
          través del cual el nuevo Estado-nación puede catalogar y contabilizar 
          a sus ciudadanos. Inicialmente, la tarjeta de identificación llevaba 
          una fotografía del busto del individuo, y más tarde se incorporó, en 
          muchos casos, la impresión digital como un elemento más preciso y 
          particular del sujeto, imposible de falsificar. De este modo la 
          identificación ciudadana se construye desde el cuerpo que entonces 
          habrán de representar a ese cuerpo ante el Estado y sujetarlo a sus 
          leyes. Los enfermos residuales e indigentes del hospital psiquiátrico 
          de Putaendo no tienen esta tarjeta de identificación, no hay 
          reproducciones de ellos para el Estado -son, después de todo, N.N.- 
          con lo cual no tienen acceso a sus derechos. Pero por otro lado, el no 
          tener una tarjeta de identificación ciudadana significa también que no 
          hay de ellos una reproducción; existen suspendidos en un espacio que, 
          pareciera sugerir el texto de Eltit, permite la posibilidad de habitar 
          una alteridad no domesticada. Al no tener una identificación estatal 
          basada en la reproducción de sus cuerpos ellos serían -la fotografía, 
          la huella digital- pura individualidad imposible de serializar, de 
          categorizar. Serían, para insistir en la metáfora fotográfica, el 
          negativo del cual no existe su positivo, su reproducción, siendo así 
          imagen única cuya visualización necesita de una óptica diferente ya 
          que e el negativo fotográfico todo es exactamente su opuesto. El 
          espacio negativo de la abyección podría entonces pensarse como espacio 
          de pura individualidad y como el espacio de la agencia -sin negativo 
          no puede producirse un positivo, una fotografía, y el negativo, ahora, 
          les pertenece a ellos.
          ... Las imágenes 
          de El infarto del alma pueden leerse entonces, además de como 
          retratos de parejas y de este modo como pruebas de un amor tan 
          necesario para la sobre-vivencia, también como pruebas de 
          documentación de la existencia de esos sujetos, aunque no ya como 
          documento ciudadano del Estado. Con este nuevo tipo de documentación 
          fotográfica que no participa de los reglamentos estatales y que no es 
          una carta de identidad para el Estado, leemos una narración sobre la 
          disolución de un tipo de Estado a finales del siglo 
          XX.
          ... "¿Has visto 
          mi rostro en alguno de tus sueños?", pregunta la voz con la que abre 
          El infarto del alma. Y a la izquierda de esta frase vemos la 
          primera fotografía: un hombre y una mujer, de cuerpo entero, agarrados 
          del brazo, mirando fijamente la cámara. La nitidez de la imagen 
          sorprende por el detalle, vemos claramente las líneas en los rostros 
          de esta pareja, líneas del tiempo y del espacio que parecen decir algo 
          acerca de una vivencia -y quizás sobre-vivencia- difícil. Entonces al 
          leer la pregunta que abre el libro el impulso del lector quisiera 
          responder afirmativamente -el rostro es precisamente lo que se ve en 
          la página contigua-. Unas líneas más adelante la voz enuncia que "tú y 
          yo habitamos en una tierra difusa, con grietas tan profundas que 
          impiden el encuentro", apuntando hacia una distancia esencial, una 
          separación, una imposibilidad de verles el rostro a aquellos que se 
          pensaba, unas líneas antes y una página atrás, se estaba mirando y 
          disectando con la mirada sobra la fotografía. No, no vemos tu rostro, 
          insiste el texto de Eltit. Las fotografías no permiten eso que se 
          espera de la fotografía: una representación. En lo que se ve, no se 
          ve, a fin de cuentas, nada, o por lo menos, nada que permita 
          clasificar, conocer, disectar, estudiar. Eltit demanda suspender todo 
          intento de ver para conocer, y en lugar de ver, insiste en escuchar la 
          voz del otro, esa voz incomprensible -como el sonido que escucha al 
          ingresar en el recinto hospitalario- esa voz del que no tiene 
          lengua,(15) o de aquel cuya visualidad es "muda", 
          esa voz que está compuesta de muchas voces cuyo significado, al igual 
          que con las fotografías, está en constante fuga.
          ... Eltit 
          trabaja, quisiera sugerir, ese sonido difícil, esa voz sin lengua, esa 
          lengua muda a partir de otro relato del siglo XIX. A mediados de ese 
          siglo, en el imperio Austro-Húngaro comenzó una investigación que, ya 
          concluida, alguien llamaría "un asesinato contra el alma". Un siglo y 
          medio después, en Chile, Diamela Eltit publicaría un libro cuyo título 
          es, creo que evidentemente, una referencia a aquel dictamen europeo. 
          Aquel asesinato contra el alma es así el precursor a El infarto 
          del alma, en el paso de asesinato a infarto podemos trazar una 
          narrativa sobre el agenciamiento del pueblo y trazar también un 
          recorrido entre lengua y estado. Pero además de ser precursor a El 
          infarto del alma, aquel relato sobre la serie de eventos que 
          comenzarían en Nuremberg en 1828 en torno a la figura de un joven que 
          llamarían Kaspar Hauser es también precursor de otra colaboración de 
          Eltit, el guión de ¿Quién viene con Nelson Torres? La 
          problemática en torno a la lengua, la representación y la ciudadanía 
          que podemos leer en la narrativa del "asesinato contra el alma" 
          aparecerá también en El padre mío, y es aquella narrativa de 
          1828 una insistencia, un tropo y un nudo con el cual la obra de Eltit 
          dialoga.
          ... El guión de 
          Eltit para el video de Rosenfeld es una adaptación libre de la obra 
          teatral Kaspar, de Peter Handke, estrenada en mayo de 1968 en 
          Frankfurt. En los comentarios escénicos que preceden la obra. Handke 
          escribe que Kaspar "muestra lo que es posible hacer con 
          alguien. Muestra cómo se puede hacer hablar a alguien hablándole. La 
          obra podría también llamarse Investigación Verbal".(16) La obra de Handke está basada a su vez en el caso 
          del joven de dieciseís o diecisiete años que aparece en la ciudad de 
          Nuremberg en mayo de 1828 y que captura el interés no sólo de la ley 
          sino también de los círculos intelectuales y artísticos de Europa por 
          lo que el jurista alemán Anselm Ritter von Feuerbach llamó en ese 
          momento "un asesinato contra el alma". Constituido por el encierro 
          solitario del joven Kaspar en una pequeña habitación de techo muy bajo 
          y piso de tierra desde siempre y hasta que fue llevado, por el hombre 
          que lo mantenía en aquella situación carcelaria, a las afueras de la 
          ciudad de Nuremberg y allí abandonado, dicho crimen se convirtió en 
          metáfora de la condición humana y social a mediados del siglo XIX. El 
          joven había vivido sin contacto humano alguno y sin acceso al 
          lenguaje, aislado, fuera de toda comunidad, hasta que aquella mañana 
          de mayo de 1828 fue literalmente tragado por la comunidad, 
          especialmente por las voces y por el lenguaje de esa comunidad. Fue 
          asesinado en 1832, con apenas veinte años.
          ... ¿Quién era 
          aquel joven? ¿Qué lengua hablaba, cuál era su nombre, cuál su 
          historia, a qué comunidad pertenecía? ¿Era ciudadano del Imperio o 
          enemigo? El joven sin nombre fue, inicialmente, una amenaza al orden 
          social porque al no tener una identidad no podía ser catalogado. 
          Educadores, médicos, oficiales de la policía, abogados y jueces lo 
          interrogan sin llegar a comprender nada a causa del lenguaje casi 
          inexistente de Kaspar. La estrategia entonces cambia radicalmente: en 
          lugar de excluirlo de la sociedad, lo obligan a integrarse, sácandolo 
          de la cárcel y poniéndolo bajo la tutela de un maestro cuya meta será 
          darle acceso al lenguaje para así poder convertirse en sujeto familiar 
          que comparta, se espera, los códigos de comunicación y de 
          sociabilidad. Ahora, en lugar de excluir al otro, lo domestican para 
          borrar la amenaza que presenta.
          ... Y para que 
          deje de ser una amenaza es preciso que aprenda la lengua del Estado, 
          nombrarse, narrar una historia sobre sí mismo. La ausencia de la 
          lengua en Kaspar es índice de su exterioridad con respecto al orden -y 
          al progreso- estatal. Kaspar, señala Handke en las direcciones 
          escénicas, no parece un payaso, sino más bien un monstruo, como 
          Frankestein o King Kong. Un monstruo: un sujeto tan otro sobre el cual 
          se imprime una serie de fantasías de terror, la alteridad absoluta que 
          de la distancia y la brecha entre uno y el otro construye el espacio 
          para la crueldad, la dominación, la abyección de ese otro, la 
          expulsión del contrato social. Cómo trabajar sobre un cuerpo otro, 
          pareciera preguntarse la obra de Handke, hasta convertirlo en uno de 
          lo mismo; o sea, de monstruo a ciudadano, de exclusión a inclusión. 
          Por eso en la obra de Handke Kaspar dice: "Todo lo que puedo mencionar 
          por su nombre deja de ser inquietante: todo lo que deja de ser 
          inquietante me pertenece".(17) Era en estos mismos 
          años en que la fotografía llegaba a sus inicios, esa fotografía que 
          permitiría, unos cincuenta años después, nombrar con absoluta certeza 
          y veracidad los cuerpos enfermos de la nación. Controlar la 
          diferencia, la errancia, la deserción -lo que inquieta- con la mirada 
          y a partir de esa mirada -a través del lente fotográfico- que era ya 
          escritura -la escritura de la luz, "the pencil of nature" la llamó Fox 
          Talbot- escribir con la gramática del Estado.
          ... La primera 
          frase que pronuncia el Kaspar de Handke apunta hacia una distancia que 
          podríamos llamar ética: "Antes,cuando aún estaba lejos, no tenía nunca 
          tantos dolores en la cabeza y no me torturaban tanto como ahora, desde 
          que estoy aquí".(18) La violencia cometida por 
          aquella comunidad que supuestamente se adjudica la tarea de humanizar 
          a Kaspar es lo que estructura el antes y el ahora, 
          el lejos y el aquí de esa cita. Ahora y 
          aquí a Kaspar lo torturan esos hombres que pretenden 
          colaborar con él. La obra de Eltit que remite a este asesinato 
          contra el alma, de manera similar al trabajo suyo que remite a 
          los de documentación fotográfica de los científicos positivistas, 
          también, en cierto sentido, es una colaboración con aquellos sujetos 
          abyectos, pero Eltit ejerce su radicalidad precisamente alno darles 
          una lengua, al no hacerlos hablar con la lengua del Estado, al no dar 
          de ellos una representación, en quedarse en esa laguna habitada más 
          bien por la poesía: de documentación positivista a documentación 
          poética. Estos trabajos de colaboración de Eltit no tratan de 
          convertir esa no lengua en gramática, en un lenguaje, no tratan de 
          recodificar a aquellos sujetos abyectos, sujetos que habitan y 
          encarnan una pura exterioridad en identidades estatales, sino intentan 
          interrumpir esa apropiación, romper, como dice Agamben, el nexo entre 
          lenguaje, gramática, pueblo y Estado.(19)
          ... La consigna 
          con Kaspar tanto en 1828 como en la versión teatral de Handke de 1968, 
          fue la de hacer hablar a alguien hablándole. ¿Quién viene con 
          Nelson Torres?, en cambio, trabajará sobre una visibilidad muda. 
          ¿Quién es Nelson Torres? El video no ofrece respuesta a esta pregunta, 
          como tampoco a la pregunta que titula el trabajo de Rosenfeld y Eltit. 
          Los personajes no tienen nombre y no sabremos de ellos más que retazos 
          de sus historias. Eltit podría estar repitiendo la pregunta que se 
          hace al cruzar el umbral y entrar en el recinto hospitalario de 
          Putaendo: ¿qué sería describir con palabras la visualidad muda de esas 
          figuras?. La propuesta de Rosenfeld y Eltit ofrece en las imágenes del 
          video una visualidad que rehúye de las palabras y de las frases y en 
          su lugar ofrece una sonoridad difícil, incómoda, inquietante. Miramos 
          imágenes que nos obligan no necesaria o principalmente a ver sino a 
          escuchar, a escuchar un sonido que no podemos descifrar. Y algo 
          similar ocurre en El padre mío y El infarto del 
          alma.
          ... Si el 
          trabajo de Lombroso y Charcot con la fotografía como posibilidad de 
          clasificación apunta también a esa íntima relación entre modernidad y 
          visión, el trabajo de Eltit interrumpe esa relación, la retoma para 
          cerrarla y llamar, en este fin de siglo, a otro sentido. Escuchar la 
          voz del desertor social, de aquel que el Estado ha excluido 
          sistemáticamente. Documentar, sí, pero no para fundar la institución y 
          el Estado. Documentar para dar testimonio, a partir de una visualidad 
          oscura y difícil, de una voz incomprensible que no se traduce al 
          sentido, y en ese titubeo y sin sentido fundar quizás la posibilidad 
          de la política y, al mismo tiempo, del 
          poema.(20)
          NOTAS
          (1) Cf. El trabajo de Geoffrey 
          Batchen para una excelente aproximación a los comienzos de la 
          fotografía. Geoffrey Batchen: Burning With Desire. The Conception 
          of Photography, Cambridge. 1997.
(2) Cf. Cesare Lombroso: 
          Atlas de l'homme criminel, París, 1878.
(3) Juego aquí con 
          esa tan conocida cita de Sylvia Molloy, "las culturas se leen como 
          cuerpos... los cuerpos se leen ( y se presentan para ser leídos) como 
          declaraciones culturales". Cf. Sylvia Molloy: "La política de la 
          pose", Josefina Ludmer (ed.): Las culturas de fin de siglo en 
          América Latina, Buenos Aires, 1994, p. 129.
(4) Cf. D.M. 
          Bourneville y Paul Régnard: Iconographie photographique de la 
          Salpetriere: Service de M. Charcot, 3 vols, París, 
          1876-1880.
(5) Lombroso escribe en la dedicatoria: "Max Nordau. To 
          you, as the ablest and best beloved of my brother in arms, I dedicate 
          this book." Cesare Lombroso: Crime, its Causes and Remedies, 
          traducción de Henry Horton, Boston. 1919. El texto fue publicado 
          originalemnte en 1906 en Turín.
(6) Rubén Darío: Los 
          raros, Buenos Aires, 1994, p. 250.
(7) Me refiero a las 
          lecciones de los martes del doctor Charcot, durante las cuales 
          diagnosticaba a un paciente nuevo, frente a un público espectador, 
          compuesto principalmente de otros médicos y miembros de la elite 
          social. Cf. Ulrich Baer: "Photography and Hysteria", Spectral 
          Evidence. The Photography of Trauma, Cambridge, 2002, pp. 25-60, 
          y Georges Didi-Huberman: Invention de l'hysterie: Charcot et 
          l'iconographie photographique de la Salpetriere, Paris, 1982, 
          para dos estudios sobre la relación entre el discurso sicoanalítico y 
          el trabajo fotográfico de Charcot.
(8) Trabajo aquí con el 
          acercamiento a la abyección que ofrece Judith Butler. Cf. su 
          Bodies That Matter. On the Discursive Limits of Sex, Nueva 
          York, 1993, p. 243.
(9) Robert M. Levine señala esta distancia: 
          "[P]hotographers manufactured more and more images of "typical" or 
          exotic figures from society-water carriers, "savage Indians", old men 
          and women,beggars, child prodigies. In a way the photographer was 
          simple performing the same function as the early nineteenth-century 
          costumbristas, recording interesting "types" as objects of 
          curiosity. Positivism's interest in this kind of scientific 
          inventory-taking made the transition from art to photography even 
          smoother. [...] Photography remained a rite for the affluent and a 
          vehicle by wich to hold at arm's distance the poor, the unfamiliar, 
          and the nonconforming. The most prevalent theme in the photographs 
          produced during the period from 1840s through the 1880s was "taming 
          the wilderness"; that is, they documented the ways in wich imported 
          technology and modern values were transforming the continent.Thousand 
          and perhaps tens of thousands of photographs were commissioned 
          ofrailroads, port facilities, urban construction, public utilities new 
          avenues and boulevards -explicit images to convey the message that 
          Latin America was joining the modern world". Cf. su estudio sobre el 
          carácter documental de la fotografía latinoamericana en los siglos XIX 
          y XX, Images of History. Nineteenth and Early Twentieth Century 
          Latin American Photographs as Document, Durham, 1989, p. 28. [ 
          "Los fotografos hacían más y más las imágenes de "típicas" o exóticas 
          figuras de la sociedad -aguadores, "indios salvajes", ancianos y 
          mujeres, mendigos, niños prodigios-. De cierta forma, el fotógrafo 
          estaba cumpliendo la misma función que la de los costumbristas de 
          principios de siglo XIX, grabando interesantes "tipos" como objetos de 
          la curiosidad. El interés del positivismo en esta clase de invención 
          suavizó mucho más la transición del arte ala fotografía. [...] a 
          fotografía permaneció como un rito de la opulencia y un vehículo con 
          el cual atrapar a la distancia al pobre, al no familiar y al 
          inconforme. El tema que más prevaleció en la fotografía producida 
          durante el período entre 1840 y 1880 fue el de "domesticar al 
          salvaje"; esto es, ellos documentaron los modos en que la tecnología 
          importada y los valores modernos fueron transformando el Continente. 
          Centenares y quizás miles de cientos de fotógrafos fueron contratados 
          en ferrocarriles, puertos, construcciones urbanas, servicios públicos, 
          nuevas avenidas y bulevares -imágenes categóricas para transmitir el 
          mensaje de que la América latina se estaba integrando al mundo 
          moderno". (T. De la R.)]
(10) Jean-Martin Charcot: L'hysterie: 
          Textes choisis et présentés par E. Trillat, Toulouse, 1971, p. 
          121 "Mais, à la vérité, je ne suis absolument là que le photographe; 
          j`incris ce que je vois." ["Pero, en verdad, yo no soy absolutamente 
          quien la fotografía; yo inscribo lo que veo". (T. De la R.)]
(11) 
          Diamela Eltit: El padre mío, Santiago de Chile, 1989, p. 11. 
          De aquí en adelante todas las citas serán de esta edición.
(12) 
          Diamela Eltit y Paz Errázuriz: El infarto del alma, Santiago 
          de Chile, 1994. Este libro no tiene numeración.
(13) Giorgio 
          Agamben: Lo que queda de Auschwitz. El archivo y el testigo. Homo 
          Sacer III, traducción de Antonio Gimeno Cuspinero, Valencia, 
          1999. A pesar de que este trabajo de Agamben aborda la problemática 
          del testigo en la situación específica de los campos de concentración 
          durante la Alemania Nazi, el libro es también una poética del 
          lenguaje, y una exploración sobre sus límites. Al intentar esbozar 
          alguna figuración para el testigo y el testigo integral, Agamben 
          propone que "tampoco el superviviente pude testimoniar integralmente, 
          decir la propia laguna. Eso significa que el testimonio es el 
          encuentro entre dos imposibilidades de testimoniar; que la lengua, si 
          es que pretende testimoniar, debe ceder su lugar a una no lengua, 
          mostrar la imposibilidad de testimoniar. La lengua del testimonio es 
          una lengua que ya no significa, pero, en se su no significar, se 
          adentra en lo sin lengua hasta recoger otra insignificancia, la del 
          testigo integral, la del que no puede prestar testimonio. No basta, 
          pues, para testimoniar, llevar la lengua hasta el propio no sentido, 
          hasta la pura indeterminación de las letras (m-a-s-s-k-l-o, 
          m-a-t-i-s-k-l-o); es preciso que este sonido despojado de sentido 
          sea, a su vez, voz de algo o alguien que por razones muy diferentes no 
          puede testimoniar. O, por decirlo de otra manera, la imposibilidad de 
          testimoniar, la "laguna" que constituye la lengua humana, se desploma 
          sobre ella misma para dar paso a otra imposibilidad de testimoniar: la 
          del que no tiene lengua" (39). Esta reflexión acerca de la laguna dl 
          lenguaje y del que no tiene lengua es lo que me ha permitido pensar la 
          obra de Eltit que juega con el testimonio y el documento.
(14) 
          Diamela Eltit: Lumpérica, Santiago de Chile, 1983, p. 
          15.
(15) Giorgio Agamben: Means Without End. Notes on 
          Pilitics, traducción de Vicenzo Binetti y Cesare Casanino, 
          Minneapolis, 2000
(16) Peter Handke: Kaspar, traducción de 
          Gustavo Böhm, Buenos Aires, 1999, p. 15.
(17) Peter Handke: Op. 
          cit. (En n. 16), pp. 64-65.
(18) Ibid, p. 46.
(19) Cf. 
          Giorgio Agamben: Op. cit (en n. 15), en particular "What is a 
          People?", "What is a Camp?" y "Languages and Peoples".
(20) Al 
          analizar el trabajo de Shoshana Felman sobre el filme de Claude 
          Lanzman, Agamben observa que "explicar la paradoja del testimonio 
          mediante el deus ex machina del canto, equivale a estetizar 
          tal testimonio, algo que Lanzman se había guardado mucho de hacer. No 
          son el poema ni el canto los que pueden intervenir para salvar el 
          imposible testimonio; es al contrario, el testimonio lo que puede, si 
          acaso, fundar la posibilidad del poema". Cf. Giorgio Agamben: Op. 
          cit (en n. 15), p. 36.