por Daniel Noemi
          
... Hay ciertas referencias ineludibles: "Con los 
          oprimidos había que hacer causa común, para afianzar el sistema 
          opuesto a los intereses y hábitos de mando de los opresores. El tigre, 
          espantado del fogonazo, vuelve de noche al lugar de la presa. Muere 
          echando llamas por los ojos y con las zarpas al aire. No se le oye 
          venir, sino que viene con zarpas de terciopelo. Cuando la presa 
          despierta, tiene al tigre encima." José Martí.
... Mi lectura de y a partir de Mano de obra, la 
          mas reciente novela de Diamela Eltit, pretende, simplemente, mostrar 
          como en ella el tigre muestra sus zarpas y cómo la novela nos revela 
          (y ojala nos rebele) que el tigre está encima de 
          nosotros.
... Propongo, entonces, 
          leer y articular algunas relaciones entre mercado y literatura. 
          Relaciones, por cierto, complejas: no se trata sólo de la cantidad de 
          ventas de un determinado libro: ni de una simple referencia temática 
          en la literatura a elementos que se suelen relacionar con el mercado; 
          en fin, toda literatura habla del mercado, es conformada por este y 
          al mismo tiempo le da forma. En cierta medida, como plantea 
          Grüner, siguiendo a Adorno y Horkheimer, "ya no se trata de que con la 
          consolidación del capitalismo toda obra de cultura puede 
          potencialmente ser transformada en mercancía (éste es un proceso, 
          después de todo, que viene desarrollándose desde los inicios mismos de 
          la modernidad), sino que ahora es directamente y desde el origen 
          concebida y producida bajo la lógica de la mercancía".(1) (Quizás.) Es por ello que prefiero hablar, en lugar 
          de mercado a secas, de mercado alegórico: el conjunto de sus 
          representaciones y visualizaciones. Aquellas simulaciones del mercado 
          que son el mercado mismo, el reconocer que todas las relaciones son, 
          finalmente, relaciones de mercado: esto es, el mercado está tanto en 
          la bolsa de valores como en una novela, porque no es posible fijarlo 
          ni delimitarlo de una vez por todas. Alegoría: alla-agoreúei, 
          hablar de otras cosas para hablar de aquello. En cierta medida, 
          el mercado alegórico es también una serie de fantasmas -posee una 
          invisible visibilidad- que en y durante la literatura adquieren 
          nuevas versiones y formas, una luminosidad diversa. Así, determinadas 
          escrituras permiten lecturas desde los márgenes, desde los 
          intersticios que, inevitablemente, posee también el mercado. Son 
          textos que develan y revelan la otra cara del fulgor del mercado, 
          alegorías que dan cuenta de la marginación y la exclusión que aquel 
          fulgor implica. La carencia se constituye, entonces, en un 
          posicionamiento desde el cual los sitios no están alumbrados por el 
          esplendor triunfalista de la globalización. En otras palabras, este 
          aparente distanciamiento del mercado alegórico (su otra cara, lo que 
          podríamos denominar una lectura desde la pobreza) es el que mejor 
          permite acceder a su cabal comprensión. Reitero: estas ausencias, 
          exclusiones v fisuras se han constituido en las bases mas solidas del 
          mismo mercado que las ignora.
          ... Y 
          es en este mundo, en este velocidad donde y cuando el papel de la 
          literatura, su capacidad re-volvedora y re-volucionaria ha quedado en 
          entredicho. Así, la pregunta de cuál es su función ante la 
          modificación radical de las relaciones entre literatura y política es, 
          en el fondo, la pregunta última que quiero hacer. Anticipo, por 
          supuesto, que yo no tengo una respuesta. Veamos, entonces, abiertas y 
          pendientes estas interrogantes, para observar si mediante el 
          acercamiento a Mano de obra se nos abren algunas ventanas, 
          algunas intuiciones...
          ... 
          La primera 
          parte de la novela se construye como un mosaico formado por ocho 
          fragmentos. Cada uno de estos se propone, en primer lugar, como una 
          crónica o artículo periodístico, que lleva por título el nombre de un 
          periódico ( El Proletario, El Obrero Gráfico, Verba Roja, 
          etc.), especificando el lugar y el año de su publicación. Opción 
          estratégica clara: establecer un correlato entre un tipo de discurso 
          moderno y modernizante representado por la prensa escrita, el 
          periodismo, y el movimiento social obrero, otra de las instancias 
          claves de una de las aristas de la modernidad. En especial, es 
          precisamente en ese punto donde yace una de las promesas no cumplidas 
          del proyecto ilustrado que se fundaba en la noción de un desarrollo 
          para todos los seres humanos. Así, es este diálogo entre una ausencia 
          y exclusión, una falla «ctónica» -como diría Carpentier- constitutiva 
          de la modernidad, y el naciente flujo de un determinado tipo de 
          información que busca develar aquellos espacios silenciados por los 
          flujos informativos provenientes del poder: la unión de dos carencias, 
          el fracaso de la modernidad y el silenciamiento de aquel fracaso, 
          crea, entonces, la primera línea de entrada a la novela.
          ... 
          Ahora bien, estos títulos presentan, como señalábamos, fechas y 
          lugares, que al denotar un dato histórico concreto, permiten 
          presuponer la situación de tiempo y espacio del acontecer en el 
          apartado antecedido por cada uno de ellos. Sin embargo, ocurre 
          justamente lo contrario: es la indeterminación tempo-espacial la que 
          caracteriza a cada una de estas escenas. En ninguna de éstas hay 
          elemento textual alguno que permita determinar el momento o el lugar. 
          Todas ellas transcurren en un supermercado, un súper, que es uno y 
          cualquiera a la vez: "La naturaleza del súper es el magistral 
          escenario que auspicia la mordida. Oh, sí, los pasillos y su huella 
          laberíntica, la irritación que provoca el exceso (de mercaderías, por 
          supuesto), los incontables árboles (artificiales pues) con sus luces 
          inocuas. La música emblemática y serial".(2) 
          Muchos de los elementos de este súper indican, así, repetición: el 
          laberinto, el exceso de mercaderías, los árboles incontables y la 
          música serial: v esta reiteración es la que provoca la imposibilidad 
          de diferenciar un súper de otro. A lo anterior se añade la noción de 
          artificialidad: aspecto clave de este topos holotópico v 
          a-tópico, cuyas consecuencias son múltiples. De hecho, podemos 
          establecer una modificación en la relación con la realidad que 
          se sostiene en el texto: el simulacro -los árboles artificiales, la 
          música serial, el "insignificante Dios de plástico" y "estos horribles 
          animales sintéticos" (67)- es característica fundamental de este 
          mundo. El enfrentamiento -la agonía- del narrador y del lector, 
          entonces, es con esta realidad artificial. Pero ¿artificial 
          respecto a qué? Una posibilidad es postular, siguiendo a Baudrillard, 
          que es precisamente el simulacro lo único existente y que, por tanto, 
          no hay ningún referente al cual apelar. En este sentido, la 
          indeterminación espacial y la artificialidad de las que estamos 
          hablando constituirían el único espacio posible. No obstante, es justo 
          este carácter fantasmagórico el que es puesto en entredicho y 
          criticado, desde la narración que se realiza, en efecto, "desde" el 
          mismo súper, pero por una voz -individual en la primera parte, 
          colectiva en la segunda- que se encuentra al mismo tiempo excluida de 
          esa artificialidad y del simulacro: creándose, de este modo, una 
          tensión que, por cierto, al permanecer irresuelta muestra un 
          intersticio crítico, una falla originaria -ursprung- en el 
          poder.
          ... La 
          noción de indeterminación, como decíamos antes, se constituye tanto 
          espacial como temporalmente. El tiempo de la modernidad es 
          caracterizado, siguiendo la línea de su contradicción 
          intrínseca, desde la negación de la idea de progreso como 
          desarrollo a través del tiempo; esto es, el tiempo no avanza hacia un 
          futuro, sino que es "aleatorio" (etimológicamente dado al azar, a la 
          suerte, propio del juego de dados) y por tanto no predecible, pero a 
          la vez el tiempo también se "temporaliza" como no moderno, remitiendo 
          más a un tiempo cíclico, ritual e incluso mítico que a uno de progreso 
          lineal (la construcción a base de mosaicos de esta primera parte 
          sumado a que los subcapítulos no están ordenados cronológicamente, 
          apunta también en este sentido). Así, lo que queda descartado es la 
          posibilidad del progreso: nuevamente el fin del sueño moderno o, al 
          menos, de una cierta modernidad. No se trata del "fin de la historia", 
          sino, muy por el contrario, de una nueva constitución del tiempo y, 
          por ende, de un nuevo devenir y "hacerse" de la historia. La 
          indeterminación otorga al supermercado una supervelocidad o velocidad 
          absoluta al convertir en instantáneo el traspaso de un espacio-tiempo 
          a otro (como todo flujo de información y capital). Pero esta velocidad 
          absoluta,nos revela la novela, está conformada también por su 
          contraparte: la lentitud y las marcas determinadas y determinantes 
          propias de una (nueva) pobreza -la velocidad dela pobreza o 
          dromopenia- cuya representabilidad -como se observa 
          particularmente en la segunda parte de la novela- es el eje del 
          cuestionamiento a la política del súper.
          ... 
          Este supermercado (estos supermercados), reitero, no pretende(n) 
          ser un determinado súper. Por el contrario, es su carácter 
          ambiguo, el devenir y mostrar -siguiendo la terminología de Bazin para 
          referirse al neorrealismo- una realidad ambicionada, donde ya se ha 
          perdido la intencionalidad de la representación (directa), lo que 
          termina (atraviesa y concluye) caracterizándolo. En este sentido, en 
          especial la primera parte de la novela sostiene su indeterminación en 
          la secuencia de planos altamente "visuales", construidos desde la 
          perspectiva de un narrador protagónico en primera persona. Este es 
          quien ordena las secuencias que se entregarán al lector: "Y ordeno el 
          ojo. Pongo en marcha el ojo. Este ojo mío, dispuesto como un gran 
          angular, sigue el orden de las luces" (16). Perspectiva que resulta, 
          por cierto, un remedo triste de la "otra visión", del otro ojo 
          omnípodo: "la presencia omnipotente de la cámara" (51), que posee 
          claras reminiscencias del panóptico benthamiano. Accedemos, como "se 
          ve", no a la visualidad de la cámara, sino a la marginal del narrador, 
          cuyos planosvisuales presentarán, en consecuencia, un posicionamiento 
          alternativo. No se limitan a los aspectos externos, sino que también 
          son utilizados como proyección de sensaciones "internas", creándose de 
          este modo distintos niveles de "realidades" visuales: "Como un 
          inamovible enfermo terminal permanezco conectado artificialmente a mi 
          horario. Quizás demasiado pálido, posiblemente en algo tembloroso, 
          pero ¡vamos! atento, cordial, empecinado en la sonrisa para cubrir las 
          horas que me restan" (73).
          ... La 
          importancia del "ver" trasciende no solo la superficie visible 
          convirtiéndose en el centro de las figuras retóricas que expresan 
          sensaciones, sino que llega a develar lo que yace escondido: el 
          narrador visualiza lo oculto y lo microscópico: "Yo sé cómo, allí 
          mismo, debajo de la materia contaminante del plástico, los alimentos 
          están entregados a un desatado proceso bacteriano. (Los lácteos se 
          destruyen a una velocidad que jamás me hubiera imaginado si no lo 
          hubiese visto transcurrir delante de mis ojos)" (54). Esta mirada de 
          lo "micro" complementa la visión más general, o "macro", que describe 
          el súper como un todo. Estos saltos de enfoque visual son otro modo 
          más de hacer advertir la complejidad de la realidad que se intenta 
          representar: funciona, en ese sentido, como símil de la existencia 
          social y personal, en tanto explícita las complejas relaciones que hay 
          en la constitución de aquellos ámbitos. Es significativo, además, que 
          en lo microscópico se destaque la velocidad de la destrucción, 
          producto del "desatado proceso bacteriano": lo cual apunta hacia una 
          putrefacción mayor: la de lo "macro", o sea, la del súper como un 
          todo, metáfora evidente de una sociedad que es, en definitiva, un 
          mercado. Así, desde lo más minúsculo se postula una suerte de falla 
          genésica que es el fundamento del modo en que el supermercado funciona 
          ( la leche, no está de más recordarlo, es el primer alimento que 
          consumimos).(3)
          ... Los 
          personajes que circulan en estas escenas aumentan la indeterminación 
          general: corresponden siempre a grupos genéricos con sus divisiones y 
          subdivisiones, tales como "los clientes", "los buenos clientes", "los 
          clientes (los malos)", "los niños", "los supervisores", "el supervisor 
          de turno", "los viejos del súper". Todos los cuales se confunden en 
          ciertos momentos en "la multitud. La muchedumbre". Esta es descrita 
          como "la multitud enfebrecida (indescriptible la terrible calentura) 
          por la próxima fiesta se disputa, claro está, la mercadería" (70); 
          "actúo silencioso en los pasillos resistiendo a la multitud desaforada 
          que escarba y busca megalómana completar su próximo festín en una 
          oferta. La fiera se inclina a la ebriedad para olvidar la dimensión de 
          su barbarie y se vuelca a la botella [...] la multitud parece 
          enceguecida (por su dependencia oral a los productos" (74). No se 
          trata aquí, por cierto, de la "multitud" propuesta por Virno y 
          presentada por Hardt y Negri como "nuevo sujeto político para la 
          ruptura y el cambio contra el statu quo", (4) aunque sí comparte con ella ciertos rasgos tales 
          como una posible "posnacionalidad" (es igual o semejante en todas 
          partes) y la ausencia de una aspiración a convertirse en partido o 
          poder estructurado. La multitud es en la novela esencialmente 
          consumidora: es decir, en el mismo acto de consumir se constituye y 
          define como tal, posee una "dependencia oral a los productos", es "una 
          fiera" que solo mediante "la ebriedad" es capaz de olvidar "la 
          dimensión de su barbarie". Vemos, así, cómo la comunidad imaginada que 
          postulaba Benedict Anderson como constitutiva del estado-nación se 
          modifica radicalmente (y con ello, por supuesto, la noción misma de 
          estado-nación). En palabras de García Canclini: "Las sociedades 
          civiles aparecen cada vez menos como comunidades nacionales, 
          entendidas como unidades territoriales, lingüísticas y políticas. Se 
          manifiestan más bien como comunidades interpretativas de 
          consumidores."(5) Y es, de hecho, este sujeto 
          seudo-colectivo (o seudo-sujeto colectivo) el que circula en el súper. 
          Pero, al mismo tiempo, al ser ella consumidora de bienes, la multitud 
          son los posibles lectores: los consumidores del texto, que leen 
          (leemos) desde la (nuestra) barbarie. En este sentido, la 
          especularidad de la imagen pretende caracterizar como un todo informe 
          v bárbaro a la gran masa (la multitud) que accede -o teórica/ 
          económicamente podría acceder- al texto. (Y será solo desde el 
          posicionamiento extemo a ella -la multitud- desde donde sería posible 
          adoptar una postura crítica que, como señala Gareth Williams, sea 
          capaz de desplazar el funcionamiento hegemónico del sistema de signos, 
          elaborando un "otro lado" constitutivo de un pensamiento 
          post-hegemónico.) Visión tal vez elitista (o «eltista») que se 
          fundamenta en una "política de la escritura", como la misma escritora 
          ha manifestado en varias ocasiones, en un texto que busca articularse 
          como "escritura subversiva".
          ...En 
          la segunda parte, los subcapítulos dejan de tener referencias 
          tempo-espaciales, los personajes que protagonizan la historia sí 
          tienen nombres propios, en claro contraste con lo que sucedía en la 
          primera parte. Es significativo notar, además, que solamente quienes 
          constituyen la "mano de obra", quienes no consumen sino trabajan (son 
          explotados) para "pervivir", tienen un apelativo que los distingue: el 
          resto mantiene la generalidad que ya se observaba antes, clientes y 
          supervisores, principalmente. Esta "nominalización" es doble, en tanto 
          los personajes que trabajan en el supermercado no solo reciben un 
          nombre en la narración sino que ademas en su trabajo deben portar esos 
          mismos nombres para ser identificados por los clientes: "Agotados 
          vencidos por la identificación prendida en el delantal. Ofendidos por 
          el oprobio de exhibir nuestros nombres" (111). El narrador, si bien 
          forma parte del universo narrativo, también habla siempre desde un 
          "nosotros" y nunca se identifica a sí mismo. Una voz colectiva a la 
          cual se le van "restando" los personajes que se nominalizan. Ademas, 
          la construcción del tiempo-espacio, consumado el rasgo de 
          indiferencialidad que ya hemos discutido, mantiene, junto con una 
          cronología progresiva, la acción entre dos espacios que, desde su 
          posibilidad hermenéutica de metamorfosearse en otros (ser metáfora del 
          país, de un sistema, etc.), son los mismos durante toda la narración: 
          el supermercado y la casa, suerte de comunidad, donde viven los 
          protagonistas de esta segunda parte. Esto último, la noción de 
          comunidad al margen que se crea en esta parte es, sin duda, 
          central. Es una micro-sociedad que funciona con reglas propias que 
          remedan trágica y paródicamente tanto las de esa sociedad más amplia 
          que es el supermercado como las de esa otra sociedad, en vías de 
          extinción, que es la nación -el "Puro Chile", palabras iniciales del 
          himno nacional. En esta casa, señala el narrador, "nosotros no 
          permitíamos cesantes. Ni enfermos" (91). Se anticipa la falta de 
          solidaridad, inestabilidad en la misma pertenencia al grupo, similar a 
          la precariedad laboral en el supermercado, donde "el papel de despido 
          lo teníamos que firmar cuando nos contrataban" (90). Dicha inseguridad 
          provoca que la traición y múltiple, sea uno de los ejes de la acción. 
          Para no extenderme en demasía, no referiré en detalle todos los 
          ejemplos de traiciones y delaciones que suceden en esta parte. Las 
          traiciones iniciales son ejecutadas por Gloria, la única que no 
          trabaja en el súper, sino que realiza "sus labores" -como dirián en 
          España-, el personaje más marginal de la comunidad: quien se encuentra 
          más desposeido, en inferior condición. Ahora bien, la traición final, 
          la gran traición, no viene de Gloria, sino de quien está ubicado, en 
          el contexto de este grupo, en el extremo opuesto, el líder: Enrique. 
          "Más alto que cualquiera de nosotros. Su piel era mucho más blanca" 
          (102). Su traición, más dolorosa por provenir de la figura paterna, 
          desmantela esta (micro)sociedad: "Sí, porque había sido nuestro 
          Enrique (ahora convertido, después de un ascenso inédito, en el nuevo 
          supervisor de turno) quien nos borró de las nóminas y nos empujó hasta 
          una extinción dolorosamente dilatada" (174-175). Esto provoca una 
          relectura, una reescritura de la historia, de todo lo acontecido hasta 
          el momento: "Nosotros, los últimos sobrevivientes, sólo habíamos 
          servido a Enrique como un campo humano para una cruel experimentación, 
          apenas unas cuantas ratas apresadas para ser utilizadas en una 
          experiencia clandestina" (171). Se desarticula la comunidad, se inicia 
          el éxodo-exilio (bíblico-político) a través de las calles, en busca de 
          una nueva organización, bajo el mando de un nuevo mesías, Gabriel, el 
          joven empaquetador, quien "era (ahora lo notábamos gracias a la luz 
          natural) un poquito más blanco que todos nosotros"(175).
          ... Los 
          paralelos que se pueden establecer entre la historia de esta comunidad 
          y la otra historia, la de ese "Puro Chile (Santiago. 1970)". se 
          hacen evidentes: el surgimiento de la nueva sociedad, el intento por 
          buscar una nueva organización, está fundado, tiene como núcleo una 
          traición. En Mano de obra, no obstante, esta traición no se 
          plantea ex nihilo, sino que surge desde un funcionamiento ya 
          condicionado, esto es, de un accionar social no solidario, donde la 
          tradición de la traición se encuentra normalizada. El golpe de estado, 
          la figura de Pinochet, la sociedad chilena que "resulta" de la mas 
          grande de las traiciones ( Pinochet ha jurado lealtad a Allende y 
          respetar la constitución), se articulan como correlatos en la novela. 
          Sin embargo, me interesa más ahondar en la relación, protunda y 
          equívoca, que se establece entre la traición y el supermercado: esto 
          es, el modo en que el texto propone como axis del (super)mercado la 
          traición. Y cómo esta traición es ejercida/recibida desde la pobreza y 
          la precariedad e inestabilidad (laborales y afectivas) que recorren a 
          todos los personajes.
          ... 
          Hablemos, entonces, de la traición: al confrontar los dos narradores 
          existentes en la novela -el protagónico de la primera parte y el 
          colectivo de la segunda- observamos que ambos, como ya ha quedado 
          claro, pertenecen a ese espacio-tiempo del mundo narrado que se 
          encuentra marginado de la actividad acumulativa propia del 
          (super)mercado. Ambos, no obstante, se hallan insertos en él, pues se 
          emplean en el súper, constituyendo su mano de obra y, por tanto, 
          permitiendo tanto que el sistema del súper continúe ejerciéndose como 
          la pervivencia de ellos y de sus pares. (Estos últimos aparecen, como 
          vimos, con mayor nitidez en la segunda parte.) Podemos postular, por 
          una parte, una marginación creciente del narrador respecto al 
          supermercado, esto porque en la segunda parte ha perdido la capacidad 
          de enfrentársele como sujeto. Paradojalmente, en principio, el afán 
          colectivista buscaría constituirse como una respuesta, un locus de 
          resistencia, al poder de ese sistema que absorbe a sus víctimas 
          (trabajadores). No obstante, ya vimos que esa colectividad se 
          caracteriza por la carencia de actitudes solidarias sólidas y termina 
          por deshacerse. Así, la novela como totalidad da cuenta del éxito de 
          un ideal desarrollista: el del supermercado, o sea, del sistema de 
          mercado. ( El súper es una clara alegoría del mercado globalizado.) En 
          este sentido, la desaparición de fechas y locaciones en los subtítulos 
          que se advierte en la segunda parte, también connota una 
          transformación significativa: tanto el tiempo como el espacio se 
          tornan indistintos, indiferentes: rige una nueva velocidad que anula 
          aquellas diferencias reduciéndola a cero. El súper de la segunda parte 
          es ubicuo e instantáneo. Ambos narradores presentan, así. una 
          velocidad divergente al hablar desde un borde (un afuera-adentro) del 
          súper. Esta dromopenia, como ya señalamos, tiende hacia la 
          "lentitud", en el sentido de que busca la posibilidad de diferenciar 
          tiempos y espacios; y, más importante aún, busca establecer un afuera 
          desde el cual enfrentarse-resistir a ese ámbito omnívoro. Ante el 
          proyecto fáustico del súper que aniquila todo lo que se imponga a su 
          desarrollo -una "mano de obra" solidaria (sindicalizada, por ejemplo), 
          un trabajador que no acepta el ritmo "despiadado", la noción misma de 
          una "clase trabajadora": todos, en breve, los que cumplen el papel de 
          los ancianos Filemón y Baucis en la tragedia de Goethe y, al igual que 
          ellos, deben desaparecer-, ante esto, ambos narradores pretenden crear 
          una (imposible) oposición: ni la primera persona singular ni la plural 
          logran invertir o, siquiera, atenuar aquel desarrollo, se limitan, 
          como se reitera en la novela, a la pervivencía. Pero culpar 
          exclusivamente al sistema del súper de este devenir histórico es como 
          culpar a Fausto por ser... Fausto. En este punto, para intentar 
          comprender mejor las relaciones siempre dialógicas que la literatura 
          establece con ese exterior-interior político, observamos el 
          surgimiento en todo su esplendor de la problemática de la traición, no 
          sólo como elemento temático que se reitera, sino también como noción 
          que articula esa relación, nodo crítico que relativiza las fronteras 
          entre el "bien" y el "mal": incluso más: la traición como punto de 
          fuga y punto terminal clave del mercado y sus alegorías y como 
          estructurante de una estética de la pobreza.
          ... La 
          traición ha constituido desde los inicios de la cultura, en todos sus 
          ámbitos, un elemento fundamental. Desde la genésica traición bíblica 
          hasta la que provoca la resolución de la conquista en México: desde 
          las que fundan la mitología griega (y occidental) hasta las que 
          permiten instaurar los gobiernos militares en la América Latina: desde 
          el evangélico beso de Judas que permite el surgimiento de una nueva 
          historia a los revolucionarios de los 60 sentados hoy en cómodas 
          sillas gerenciales ( pregonadores del fin de la historia); en todo 
          caso, siempre condenada, recluida al último, al noveno, de los 
          círculos infernales, al peor de todos los castigos. No resulta 
          sorprendente, entonces, que sea un motivo recurrente en literatura. 
          Así, en Mano de obra observábamos la doble traición de Gloria 
          -quien sigue la línea de Eva y la Malinche- y la traición final y 
          definitiva de Enrique, por la cual todos los miembros de la comunidad 
          que trabajaban en el supermercado pierden sus empleos. La articulación 
          de estas traiciones debe ser notada: son ejecutadas, en un primer 
          nivel, por quienes se hayan, en distintos grados, fuera del circuito 
          de consumo del mercado -tanto Gloria como Enrique son "mano de obra"-, 
          y se dirigen a miembros de su mismo grupo: no se realiza para 
          subvertir el orden establecido: muy por el contrario, la traición 
          funciona para reforzarlo. El acto de cometer la traición -el momento 
          mismo del beso de Judas-, es el instante en que mayor cercanía y 
          comprensión existen entre los dos ámbitos. El supervisor "le cree" a 
          Gloria cuando ella acusa a Alberto de querer formar un sindicato, no 
          requiere de otras pruebas: similarmente, a Enrique también le creen su 
          implícita argumentación respecto a la necesidad deexonerar a sus 
          compañeros. La traición anula, por momentos, la distancia entre los 
          miembros de los distintos tiempo-espacios. Ahora bien, de modo 
          significativo, es la traición mas radical, la que afecta a la 
          "totalidad", la que produce el cierre de la novela. El texto, la 
          historia misma, no puede continuar después de la traición de Enrique, 
          es necesario dar "vuelta a la pagina" -últimas palabras de la novela-, 
          pero al realizar ese gesto nos encontramos con un vacío ( ya no hay 
          nada, pues el texto ha desaparecido) y sólo queda la imagen 
          triunfadora del supermercado. En cierta medida desde un determinado 
          posicionamiento crítico e histórico, después de esa última traición ya 
          no hay nada posible.
          ... Se 
          produce, entonces, la siguiente paradoja: mientras. Por una parte, 
          desde la articulación discursiva que proviene de la multiplicidad que 
          es el mercado y sus alegorías, en el nuevo mundo del esplendor 
          neoliberal la traición ya no es posible (no se puede traicionar a 
          quien ha desaparecido); al mismo tiempo, desde los bordes de ese 
          mercado, desde quienes luchan, desde su exclusión, por no desaparecer, 
          es la traición y no la solidaridad la única resistencia posible. Esta 
          (parcial pero significativa) desaparición de la traición del escenario 
          post-ideológico marca una gran diferencia con las literaturas y los 
          proyectos precedentes. En el reino absoluto del mercado la traición 
          queda excluida (reitero: ella queda como recurso de resistencia, pero 
          ¿es, en definitiva, articulable? En otras palabras, ¿logra ser una 
          autentica traición, y, por ende, modificar el curso de la historia?). 
          En términos mas expresivos: no es la ausencia de solidaridad lo que 
          torna al sistema en aparentemente invencible sino la imposibilidad de 
          que una vez establecido a plenitud pueda llevarse a cabo una verdadera 
          traición.
          ... 
          Para observar cómo se produce este cambio, recordemos la lectura que 
          Ángel Rama hacía hace unos años de un cuento de Roa Bastos, "El 
          sonambulo". Sin entrar en mayores detalles de su análisis, lo que 
          interesa es la "oposición estructurante del cuento" que el establece: 
          "traidor/intelectual/extranjero encarnada por el escribano y las 
          clases letradas [,] y la de patriota/inculto/nacional encarnada por el 
          dictador y el pueblo de la que es ventrílocuo"(6). Luego, a partir del 
          texto se establece una serie de traiciones especulares (fundadas, 
          principalmente, en la traducción de elementos de la cultura oral a la 
          escrita), donde todos caen en ella: Roa Bastos ("también el traidor, 
          también él sentado sobre la media verdad, sobre el medio filo del 
          sable") y el propio Rama.(7) Entonces, como se 
          pregunta Spitta en su lectura de Rama, "¿estamos todos dentro de una 
          lógica, legado de la colonización, donde la traición subyace todo 
          nuestro pensamiento y todas nuestras relaciones sociales?" , agregando 
          a reglón seguido: "Dentro de esta lógica, asumir cualquier postura 
          política sería vista como una traición".(8) Lógica 
          que, a su vez, nos otorga el primer paso, el primer escalón en el 
          camino hacia la desaparición de la traición: si toda postura 
          política pasa a constituirse en una traición, ¿qué rasgos la hacen 
          distintiva?, ¿no pierde, acaso, todo su capacidad de, valga la 
          redundancia, traicionar?
... Pues 
          bien, hacia ¿dónde apunto?: a partir de una literatura inmersa en lo 
          que he denominado mercado alegórico, la labor del escritor v del 
          crítico pierden la capacidad traidora, que los caracterizaba 
          anteriormente. Y esto porque con el fin de la traición se cierra un 
          capítulo de la literatura latinoamericana: y es una traición, 
          probablemente la mas grande de todas, la que lo hace concluir. En 
          otras palabras: solamente la traición posibilitaba la revolución. 
          Esto, por cierto, no es unívoco y esta atravesado por una serie de 
          (constantes) paradojas (ya mencionábamos que la traición se podría 
          constituir como eje de resistencia).
          ... 
          Entonces, si una estética de la pobreza muestra la cara perdedora del 
          mercado alegórico, cabe preguntarse -en la línea de la argumentación 
          anterior- ¿qué papel puede cumplir el crítico/intelectual y el 
          escritor insertos y absorbidos por ese mercado si partimos de la 
          suposición de que existe un intento de transformación de las 
          condiciones políticas y literarias en y desde la rearticulación 
          entre política y literatura? La opción que toma Eltit en la novela que 
          hemos estado tratando, y la que se genera a partir del constructo 
          teórico en torno a ella, son paradigmáticas de una posible línea 
          crítica a seguir. Mostrando y revelando la podredumbre oculta, Mano 
          de obra cuestiona y articula el problema de la literatura y el 
          mercado de un modo directo; al enfrentarlo, como vimos, desde sus 
          voces marginales a través de una política de la escritura ética y 
          estética a la vez. De ahí surge una crítica furibunda a un modelo 
          deshumanizador y macabro. Ante la interrogante de cómo revertir esta 
          situación de explotación globalizada, Mano de obra presenta una 
          herramienta epistemológica crítica posible. Pero sabemos que es 
          suficiente. (Volvemos, entonces, a preguntarnos ¿qué papel cumple hoy 
          la literatura?) Como dije antes, yo no tengo la respuesta. Solo 
          intuyo, a partir de esta novela, que la tarea es colectiva: de 
          artistas, lectores, críticos (y también de no artistas, no lctores y 
          no críticos). Es una labor difícil, que a ratos parece imposible 
          (quizá porque a veces lo sea). Pero para eso estamos aquí. Pues 
          sabemos, como escrbiera alguien en esta ciudad en que el hielo es una 
          reminiscencia y las estrellas se mecen al compás que no existe del 
          agua amanecida, que "sólo lo difícil es estimulante".
          
          
          
          
            
               
           
          NOTAS
          * Agradezco a Luz Horne 
          por la inteligencia de su lectura y la certeza de sus críticas al leer 
          los borradores de este trabajo. La ayuda que sus sugerencias 
          implicaron es mucho mayor de lo que puedo, aquí 
          expresar.
          (1) Eduardo Grüner: El fin de las 
          pequeñas historias: De los estudios culturales al retorno (imposible) 
          de lo trágico, Buenos Aires, 2002.
(2) Diamela Eltit: Mano 
          de obra, Santiago de Chile, 2002, p. 72. En lo adelante, la 
          referencia a las páginas citadas aparecerá entre paréntesis.
(3) La 
          primera acción de arte del CADA -grupo al que pertenecía Eltit- 
          consiste también en traer fugazmente a la memoria ese detalle del 
          pasado -repartir leche en bolsas que llevaban escrito las palabras 
          "medio litro"- que hace estallar a la historia toda: el quiebre de un 
          proyecto, la transformación radical de la sociedad.
(4) Nicolás 
          Casullo: "Sobre Paolo Virno: ¿Qué es lo que políticamente nos está 
          sucediendo?", Revista de Crítica Cultural, Nº. 24,junio de 
          2002, p. 16. 
(5) Néstor García Canclini: Consumidores y 
          ciudadanos: conflictos multiculturales de la globalización, 
          México, D.F., 1995. p. 196.
(6) Silvia Spitta: "Traición y 
          transculturación: los desgarramientos del pensamiento 
          latinoamericano", Mabel Moraña (ed.): Ángel Rama y los estudios 
          latinoamericanos, Pittsburgh, 1997. p. 178.
(7) Ibid., 
          p. 179 y 184, respectivamente.
(8) Ibid., p. 184.
           
          en 
          Revista Casa de las Américas, enero- marzo de 
          2003