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El poeta Molina

Por Ramón Díaz Eterovic
en Quintarueda, junio 2004


Eduardo Molina Ventura -"El poeta Molina"- podría ser uno de los escritores que menciona Vila-Matas en su libro Bartleby y compañía. Escritores que reservaron su talento literario para si mismos o para un reducido grupo de amigos. Que esquivaron el coqueteo de las musas o se negaron a publicar lo que de tarde en tarde pergeñaban. Molina vivió hablando de libros que estaba escribiendo y que nunca publicó. Sus textos, poemas, fragmentos de ensayos y novelas quedaron dispersos, olvidados, y sólo después de su muerte, el poeta Miguel Ruiz recogió algunos de sus poemas en el libro Eduardo Molina, un poeta mítico (Ediciones Platero, 1995). Poemas sobre los cuales ni siquiera Ruiz cree estar seguro que sean de Molina. "Sé que al publicar estos textos -dice en el prólogo del libro- corro el riesgo de que alguno pudiera no ser de él, pues en los originales no existe separación entre sus poemas y los que ha transcrito de algún poeta que le gustaba". Molina -dice Miguel Ruiz- llenó muchos cuadernos que "fueron quedando abandonados en diversos lugares, a lo largo de su vida y las andanzas del poeta".

Lo cierto es que Molina ocupó un lugar destacado en las tertulias literarias de los años 30 en adelante, hasta el año 1986, cuando muere en Lo Gallardo. Molina fue compañero de Huidobro, Luis Oyarzún, Enrique Lafourcade, Jorge Teillier, Enrique Lihn, Teófilo Cid, Rosamel del Valle, Eduardo Anguita. Este último, al evocarlo en su articulo "Nada nuevo sobre Molina", señala: "Con el girar alterno de su cabeza a izquierda y derecha y un aleteo de brazos más marino que volátil, el Chico Molina iba y venia, flotando sobre sus pasos, por las tertulias literarias, en casas o peñas, donde repartía impertinencias y halagos, deslumhrando con sus conocimientos al día de lo que era más nuevo y audaz de la literatura europea por los años treinta, cuarenta y siguientes".

Conoci a Molina en el bar Unión, donde solia aparecer cuando viajaba de Lo Gallardo a Santiago, a cobrar una jubilación o cierto arriendo del que nunca daba muchas luces. Parecia un duende. Bajo, gordo, de cabellera y barbas blancas. Rostro de piel blanca, ojos claros y estrábicos, que según Jorge Teillier se debía al empeño de Molina por leer, simultáneamente, los diarios El Mercurio y El Siglo.
Solia vestir un grueso abrigo azul y un sombrero que cubría su calva rosada. Hablaba en voz baja, con un hilo de voz que obligaba a acercarse a él para seguir su conversación. Solia decir que habia sido la "guagua más linda de Chile" y hacía referencia a una foto que Lafourcade incluyó en su libro "Animales literarios de Chile". Fueron famosos sus viajes a París y las despedidas que motivaron cada uno de ellos. Al parecer sólo viajó una vez a París y gran parte de su tiempo en la ciudad luz lo ocupó en buscar a la mítica Nadja de Bretón.

Los poetas franceses eran uno de sus temas favoritos. Solía
mencionar al Premio Nobel Saint-John Perse, de quien decia ser el primero que lo habia leido y publicado en Chile. Varias veces me ofreció entregar traducciones de poetas franceses para que los publicara en la revista La Gota Pura. Nunca vi los poemas y tampoco la novela que decia estar escribiendo durante muchos años, y de la cual sólo comunicaba su titulo: "El gran taimado". Los poetas que se reunían en el bar Unión solian regalarle sus libros, y él, en una
siguiente visita, retribuía los regalos con algún comentario que se perdía entre el bullicio del bar.

Hoy, en una época de mercaderes, hacen falta seres mágicos como el poeta Molina. Seres que llevan la poesía dentro de sí, como algo auténtico, que ni siquiera requiere ser expresado en palabras o papeles. ¿Quién sabe? Es posible que Molina siga recorriendo las calles de Santiago, como un poema arrastrado por el viento.

 

 


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Eduardo Molina Ventura: El poeta Molina,
por Ramón Díaz Eterovic,
Fuente: Quintarueda,
junio de 2004.