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p o e s í a

Eugenio Poveda Valenzuela


POEMAS A PACHI

I

Mientras te esperaba
y tú entrabas desnuda
en la lluvia de la ducha,
pensaba:
¿de qué está hecha esta mujer,
cuya imagen se automultiplica
-diez, cien y hasta mil veces-
ante mis ojos atónitos?

Abre sus palabras
me obsequia gestos,
ríe con la dulzura de una flauta,
habla con una voz que siempre conocí
piensa en mí
como yo pienso en ella.

Y va haciéndose una historia
emergiendo de las raíces mismas de la vida
retomando vida,
como si sólo estuviese durmiendo
en capullo,
esperándome.

Su rostro es tierra húmeda
sus ojos aceitunas adolescentes
su risa
una marejada.

Soliá ella ponerme trampas
escapar a los bosques
confundirse en la espezura.

¡Ah, Mujer!, cuyo
cuyo llamado enternece
cuyos brazos se abren acogedores
cuyas manos acarician como viento
y cuyo cuerpo se me viene encima
como un tropel de margaritas recién nacidas:
¿me habrán hecho nacer para que tú me encontraras?

II

Ella vino por mis besos
se apropió de mis labios
y robó toda la miel que ellos guardaban.
Vino por mí y se lo llevó todo
arrastró mi casa
se llevó mis rincones
me dejo solo
como faro de fin de Mundo.
Ella se abrió ante mí como una flor planetaria
como un río frente a la cascada
se dejó caer sobre mi alma y la desactivó
ahora sólo me quedo con vísceras y uñas
con manos y dedos
pero sin alma y sin corazón
ella los llevó a su provincia
para cantar su victoria
para escribir mi nombre en los muros
para repartir mi alma entre sus amigos
para regar con mis besos la tierra de la Araucanía.

III

Tú no puedes ser
sin que el Mundo sea
Yo no puedo ser
sin que tú seas en el Mundo
Para ti el Mundo es tu casa
la que recorres a diario
para que esté limpia y todos sean bienvenidos.
Tú arropas el frío de las calles
das de comer a las aves
regalas mariposas de tus risas.

Yo no podría vivir si tú no vivieras
sería una sombra delgada y gris
soy nada lejos de ti
eres todo cerca de mí.

El Mundo es a veces como tu tamaño
y se juntan sin distinguirse
como dos pedazos de esfera.
En ti todo va llenándose siempre
nunca nada se vacía o cae
todo siempre está poniéndose de pie
como si en tus pies anduviera la primavera.
A tu paso las plantas se inclinan para saludarte
las flores te muestran sus vestidos multicolores
los árboles te dicen buenos días, en ronca voz
el viento corre siempre en tu dirección
a tu alrededor se juntan niños a jugar
en la puerta de tu casa
se instalan a vivir todas las cosas
en ti se juntan la noche con el día
los odios con los amores
todo se reúne en ti
como en una congrecación cósmica
van sumándose a ti todas las cosas
y de pronto mi mundo y yo
nos vamos ocultando
en la tibieza de tus abrazos.

Somos para ti
yo
mi alma
mi cuerpo
mi mundo
mi odio
mi amor
mis sueños
mis realidades.

 

 

El Viajero y su Sombra

La sombra delante, el viajero atrás
Así voy por estos caminos
Pensando en ti
Recordándote a ti
Desde lejos
A la distancia suplicia
De cientos de kilómetros
Voy pisando tierra
Como si diez pasos pudieran llevarme a ti
Pero todo está lejos
Distantes cosas mías
¿desde cuándo se me volvieron ajenas?
Sombra mía que me antecede
Por las calles grises
De esta ciudad Capital
Mientras tú
A orillas del río Cautín
Oyes a Dios cantar
En la caída del agua
En el rozar de las piedras
En el enjambre blanco de las estrellas de Lautaro.

 

 


Lautaro, la ciudad viuda

Lautaro ciudad viuda
Desnuda y llovida
Por tus calles anduvo el amor
Repartiendo primavera
Y tus lutos se rasgaron
Para abrir la puerta de la alegría.

Marcela espera en la estación
El tren nocturno que viene de Santiago
Espera ver brillar dos ojos
Que bajarán del vagón para decirle que aún la aman.
Marcela tiene frío
Y la espera se alarga en la rectitud de los rieles.
Marcela espera
Sabe que con demora el tren va a llegar
Pero también sabe que el tiempo
Vago y alargado como viejo
Es relativo al esperador que espera.
Ella espera bajo el frío de la mañana
Para que llegue su amor
Y juntos entibien las calles y esquinas
De la viuda ciudad de Lautaro.

 

 


Amor distante

Amor distante de lluvias
De cerros y caminos
Lejano de calles y autopistas
Sereno creces con el silbar del viento
Y el canto de las aguas del Cautín.
Amor me esperarás en todas partes
Junto a la araucaria o a la murta
En la plaza a medianoche
Bajo faroles de medio brillo
Donde una noche te besé tus labios fríos
Y al calor de mis besos
Nos despertó el amor que llevábamos dentro.
Sabes que distante te amo
Mujer cuya inmensidad
Sobrepasa todos los límites
Y hace de la lejanía
Una cercanía cercana.

 

 


A todo Frío

A todo frío mi grito se hace aullido
Cuando en la noche
Se desliza tu cuerpo
De mi cama al olvido.


He hundido mis manos en la tierra

He hundido mis manos en la tierra
Para desmembrar tus raíces,
Para rescatarte de la húmeda soledad
Despegarte del silencio
Y abrir tu alma de par en par.
He venido a ti para ser en ti
Para ser entero tuyo
Para confundirme en ti
Disfrazarme de ti
Representarte a ti
Para ser como tú todo el día
Para recorrerte por todo camino
Para llevarte a todas partes
Vine por ti porque eres mía
Porque me esperabas
Porque sabías que yo existía
Porque sólo habíamos nacido distanciados.
Pero ahora te encuentro
Como agua en la sequedad de mis desiertos
Como quietud en los océanos de mis locuras
Como crepúsculo de mis días cansados
Como estación definitiva para mis trenes locos
Que siempre anduvieron por el mundo
Llamándote a viva voz:

¡Marcela, Marcela!
¿Por qué antes no me diste alguna pista
O me hiciste alguna seña?
¿Porque me hiciste esperarte tanto?

He caminado calles y subido ascensores
Para asirte a mis manos
Para robarle a la noche una estrella
Para que no seas de nadie, sino de mí
Para que no hayan ojos que puedan mirarte
Para que no hayan mentes que puedan soñarte.

Vine para hacerte mía, para que me llamaras "mi cielo"
Para que sufrieras por mí
Para que riéras conmigo
Para que te destrozaras amándome
Para que yo me suicidara en tus abrazos infinitos.

 

 

Tarde- noche en el Forestal

La noche,
la noche viene gritando, como borracho tras la fiesta,
relinchando como caballo, asustado por el viento,
huyendo salvaje de su sombra,
encabritado negro,
con crespones de luto en la cabeza,
dando relinchos de muerte.

Vengo de andar por el Parque,
tarde larga de Domingo, en lista de espera de la Primavera,
con unos pocos niños,
corriendo la tarde a gritos.
El reloj terco traquetea sus agujas,
mientras en lo alto
las nubes se congregan
preñadas de lluvia,
oscuras y densas,
como elefantes flotantes.

Hacía tiempo no andaba,
suelto y relajado,
entre las quince y las veinte horas,
por el mismo parque
donde solía juntarme en mi soledad,
para hablarme con los árboles,
en su propia lengua materna.

¿Cuánto hace que no venía a esta cuna verde,
donde tantos besos entregué embriagado,
escondido entre las sombras,
a muchachas que me querían
o yo, a veces, también quería?

 

 

Como vive un poeta

¿Cómo vive usted,
me preguntaron alguna vez?
¡dignamente, contesté,
como debe vivir un poeta!

Atrapado por las cosas mudas,
Para poder ser su voz,
detenido en las sordas piedras,
para sus oídos ser.
Clavado en cuencas ciegas,
para llenarlas de sus ojos,
sembrado a la tierra,
para crecer con más raíces,
atado a los muelles olvidados,
para hablar a solas con el mar,
entre palabras de arena,
sal y espuma.

No vivimos enteramente
si no nos amarramos al ser del pan,
de la mesa y de la botella,
de nuestra mente a las cosas,
cordón umbilical de la materia,
unidos al café,
al cigarro
y a la almohada.
Soñamos que nos vamos,
pero hasta en nuestros sueños vagan,
como almas perdidas
todas las cosas.

El poeta vive del sol
bebe del viento,
saluda de beso a las mañanas,
se toma de la mano con el invierno
y caminan juntos y oscuros,
a buscar el Sol que esconde,
la luminosa alfombra de flores
que aparecen fugaces
en el parto de la primavera.

 

 


Tu última nota

Saludos a Papá y Mamá,
decías en tu última nota.
La arrugué y la dejé varada,
en la cubierta de mesa,
donde tomé el último café,
en deshonor a ti.

Bebí el vino de todos los días,
pero sabía amargo,
con el sabor de tus labios,
rojas huellas pintadas,
en los delgados bordes de las copas.

Una tras otra,
como olas amoratadas,
caían en mi boca las cascadas,
de dos litros de vino tinto.

Brindé por tu partida,
por mi muerte diaria
y por la Luna que a ésas horas corría
como desesperada en los campos celestes,
huyendo de la noche,
para ir a encontrarse con su amado Sol,
en la sábanas húmedas del horizonte.

Finalmente,
me fui a dormir con tu sombra
vieja y esquelética como muerte.
Me acosté con calzoncillos y calcetas,
para espantar un poco el frío,
que tu cadáver de huida repartía,
como cuchillos helados,
como pan de hielo,
como harina de nieve.



 

 

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Poesía.
Eugenio Poveda Valenzuela.