JORGE ETCHEVERRY


 
 

 

 

CUADERNO DE BITÁCORA



Me parece haber seguido un camino brusco y accidentado, sobre todo en lo referente a las actividades que me ha tocado realizar. No es raro en este medio, en estas sociedades tecnocráticas, en que todas las relaciones humanas se desprenden como la ropa interior de las parejas antes del amor, paulatinamente, para dejar al fin al individuo, hombre o mujer, absolutamente listo para lanzarse de cabeza al mercado de trabajo lo más pronto posible.

En la tierra en que he nacido, rodeado de mujeres altas y cimbreantes, con rasgos polinésicos, y que ostentan la mancha mongólica en la base de la espina dorsal, en un territorio que es como una lonja de pasto cortada cuidadosamente por la pala del jardinero, aprendí a exprimir mis propios excrementos, como todos los niños hacen. Más adelante descuartizaba insectos o bien los quemaba con ayuda de la lupa de mi abuelo materno. Junté cajetillas de cigarrillos y jugué al trompo y a las bolitas. En la adolescencia comencé a leer y a masturbarme. Cuando recorro el sector céntrico de estas ciudades boreales todos mis cabellos están erizados como antenas, prontas a captar las ondas del entrecruzamiento activo-vengo de la clase media-de las diferentes instancias de la emulación en la tarea a realizar, ya sea en las entrañas de una bodega que sólo funciona con luz artificial y donde un amigo mío cosecha hongos. O en las oficinas, que antes limpié todas las tardes, con botellas de whisky en algún anaquel.

Entre las relaciones que frecuento pueden encontrarse secretarias de bellas piernas largas y voces roncas, profesoras de inglés, siempre a la espera de la nueva oleada de inmigrantes varones. Hijas de directores de escuela, que por tradición suelen estudiar en la universidad y en los momentos de reflexión en que se preparan para las tareas del día, encerradas en el baño haciéndose la toilette, se ven escindidas entre el deseo de casarse con un intelectual o un hombre de negocios. Como variados saltamontes se dirigen hacia las tareas del día los miembros de esta raza de piernas largas.

 

II


Cuando ya no observaba tanto y no vivía tan rápido, es decir cuando comencé a acercarme a la madurez, rápidos cambios rasgaban el cadáver geográfico de mis antiguos territorios. Que no sonmíoss. Es una manera de hablar. Más exactamente, fui expulsado de los mismos de una manera que no podría recordar y menos aún hablar de ella. Iba todo el tiempo a la Biblioteca Pública. Vivía en el centro, donde la comida, el trago, las estampillas y la locomoción estaban a la mano. Yo, el mismo que en años pasados acarreó una porción importante de su propio peso sobre los hombros a través de los terrenos más accidentados, los pantanos más pestíferos. Allí fue (no en los pantanos, en la Biblioteca), que un libro cayó en mis manos de la manera más casual. Cuando hacía que trabajaba en una recopilación detallada de los títulos y temas de unos libros que me interesaban sobremanera, seguía cada movimiento de una niña que trabajaba allí y que arreglaba, utilizando una escalera portátil de tijera, el desorden que dejaban los estudiantes secundarios que, bajo el pretexto de hacer tareas, utilizaban la Biblioteca como un campo para su concupiscencia furtiva y marginal. En este hemisferio, gracias a sus ingresos y su número creciente, me han expulsado de las tabernas que frecuentaba antes. Pero ése es otro capítulo. Andaba con anteojos negros y miraba a esa niña y sus piernas, allá arriba, cuando el título en letras rojas de un volumen encuadernado en negro asaltó mi imaginación, haciendo que eruptara en mi cabeza una marejada de pasados estudios en otros Templos del Saber, como un volcán que diezmara una islas densamente pobladas. "Dependencia y desarrollo" , por un autor con un nombre ustedes no podrían pronunciar, cuya fama se disolvió hace algunos años, y cuya misma existencia es negada por algunos. Acostumbraba a decir que el se bien el Centro se mueve lentamente, la Periferia se mueve bastante rápido. Desde entonces, he tratado de imprimir a los movimientos de mi vida cotidiana un ritmo frenético hace mucho desaparecido, lo que es muy duro para mi estado físico actual. Lo soporto en silencio. En busca de un vínculo con mi vida pasada y llevado por un espíritu de deber moral, eso es lo menos que puedo hacer.



III



Porque en realidad es triste la situación de los exilados, toda esa gente que ha perdido sus raíces, que no tiene el derecho a vivir en su patria, desarraigados, expulsados de su dulce patria natal

-Ya sea en la ya moribunda Europa, donde sobrellevan variados modos de existencia, pero ya asimilados como las larvas en las lonjas verdes del mejor queso, en ese continente que desarrolló una tan importante civilización y cultura. Todos debemos volver la cara hacia Europa, enarbolando como una bandera una expresión de profundo respeto. Los exilados españoles y griegos recorrieron los alucinantes y sin embargo calmos paisajes naturales de nuestra América Morena, rodeados del cariñoso afecto de nuestros hermanos de raza, tan hospitalarios. Como industriosas abejas, los provenientes de la Europa del Este y los alemanes aunaban esfuerzos cada uno por su lado, junto a árabes y judíos, hermanados en el noble afán de conseguir un bienestar económico, un pasar, que legarle a los hijos. Una curtiembre, una industria textil. Los más furibundos anarquistas de inconfundible perfil vasco y boina fueron enterrando las banderas negras como una armada de murciélagos claudicantes.

Tomando en cuenta la impaciencia de los naturales, tan atraídos por las novedades, su desorganización alegre y esa concepción de mundo que se abría como una ambigua flor invisible cuyos pétalos fueran los lóbulos del cerebro del continente. "Pasémoslo bien total nos vamos a morir de todas maneras", dice el vulgo en sus remoliendas y farras. Chile, un joven gañán sanguíneo y fornido, que duerme largas siestas, que come demasiada carne, como decía Vicuña Mackenna. Los indígenas, que, similarmente a los de la parte Norte del continente, según Sergio, atesoran su cultura resentida a espaldas del conquistador colono. "En esta tierra de salvajes hemos de construir un nuevo hogar", decían los conquistadores. En México y en otros países florecieron las empresas de exilados. Chile no es un país para eso. Esta morosa historia viene a cuenta si consideramos el motivo de esta disertación. Las viscicitudes del personaje se derivan en parte, sino totalmente, de sus antecedentes genéticos y sociales, de su condición de trasplantado, de una biografía que se entrecruza como la prole de dos pájaros, uno negro y otro blanco.

IV


Esta démarche, como dicen los franceses, puede ser considerada como una empresa moderna. No sólo a nivel de aeroplanos y rascacielos, la búsqueda inalcanzable por parte de los científicos del Rayo de la Muerte, cuyo secreto se dice que poseían los nazis. En muy cierto que en los estudios situados en Norteamérica, en Soho, Montréal viejo, las Rocky Mountains, los pintores producen una pintura fatigantemente abstracta, mientras el sol entra a raudales por los enormes ventanales. Todo artista que se precie debe habitar una gran casa atiborrada de todo tipo de objetos artísticos y culturales. Cuando se es famoso se pueden conceder entrevistas en esas casas. Así los periodistas tienen algo más de qué ocuparse, especialmente los reporteros gráficos. Porque a la postre-qué lata-todos los hombres somos iguales.

Es la post modernidad lo que hace a los jóvenes vestir de un modo tan llamativo mientras ejecutan la parábola de una violencia que en secreto detestan. La combinación del hit y de la imagen dejaría con la boca abierta a Bretón o al Marqués de Sade. Mirando los videos, Rimbaud tendría un entretenimiento mucho mejor que mirar postales y hojear catálogos de florerías.


V



Parece que ya no tenemos la energía ni las ganas de arrugar todo esto como un kleenex, o como quien apaga un pucho. Mientras se tararea una música o se escucha, mientras se mira a la gente que entra y sale del café, para ver si viene algún conocido.

Porque no tenemos la necesidad de hacerlo y por eso mismo es que tenemos los medios de hacerlo, como el Roberto que se pasa el día en cama en Montréal mirando la tele, fumando, tomándose un traguito. Y yo le decía el otro día que leyera alguna cosa sobre la explotación en nuestros países y él decía "Esto lo sabe todo el mundo". Los hay que se levantan o se mueren. No nosotros, que somos como los saltamontes que siempre podemos pegar un salto (hacia otra tierra, hacia adentro). Siempre nos queda el olor del sexo, las delicadezas enervantes del afecto, que alumbran la oscuridad de la mente como luciérnagas de fuego. Hagamos un esfuerzo. Mira. Hagamos algo que sea. Ya no volveré a tocar temas trascendentales. Ya no hay asuntos trascendentales. Todo lo que aparece en los libros depende del editor y de lo que se dice en las aulas. Del presupuesto de la universidad. He traicionado tu confianza, parece, con esta última afirmación. Mejor terminemos antes de pasar adelante. Volvamos cada uno a nuestra posición inicial.


VI



Hay una nueva intención acurrucándose, como un feto prematuro, detrás del vértice que forma la intersección de los dos senos frontales sobre la nariz. Nuestra, es decir, de nosotros. Como que parece que llegó el tiempo de dejarse ir un poco loose, como se dice por aquí, o terminar con úlceras. No nos vamos a resignar a vernos atados de pies, o con anteojeras. No de manos, ya que en realidad no estamos haciendo nada. Es muy difícil poder incluso expresarse. Uno empieza aclarándose la garganta con la mejor de las intenciones, cuando ya los contertulios dejan que sus ternos se conviertan en corazas, y nos devuelven cada una de las palabras proferidas en forma de tábano o de cualquier bicho dañino. Más adelante se reunirán en conciliábulos, cuchichearán juntos, pese a ser los únicos en la sala de reuniones, y menos que nadie yo, para emitir juicios condenatorios. Luego el lunes, algunos de los más circunspectos mandarán algunas cartas prohibiendo la pronunciación (no pronunciamiento) de nuestro nombre, la escritura de nuestras iniciales, por cualquiera persona que se respete en los cuatro ángulos del mundo.


VII



Pese al postcolonialismo, no se puede desacreditar demasiado al pensamiento y la cultura occidentales. Después de todo, ella es la que nos brinda el puchero. "Cómo se podría justificar en otro tipo de sociedad esta enorme preocupación por mí mismo"-Eso me decía un amigo que no puedo nombrar, mientras consideraba en forma resentida el subordinado papel de los poetas frente a los funcionarios del partido, única elite permitida, ahora pasada a economía-luego de un corto viaje a los ex países socialistas. El día comenzaba a enfriarse, en un proceso común aquí e inconcebible en otras latitudes: Amanece bastante agradable, y a medida que avanza el día comienzan a manifestarse el viento y el hielo. Yo recordaba uno de los motivos que me impulsaron a buscar una salida al cabo de tanto tiempo, como una especie de gusano que duerme dentro de un tubo de fibra contráctil, y se producen dos fenómenos, sin que podamos decidir el que tiene precedencia. O bien el gusano se hincha de tal forma que tiene que salir del tubo mientras puede. O bien el tubo comienza a estrecharse. Hubo un tiempo en que comencé a frecuentar los congresos y los mítines que se llevaban a cabo en los diferentes centros del saber. Había un hombre joven que mostraba una fácil y liviana erudición en cada tema que le tocara en suerte. Era como si la atmósfera se poblara repentinamente de abejas. Recuerdo que a veces los conferenciantes perdían el sentido de la realidad.

El sujeto mencionado anteriormente solía decir por ejemplo "¿Alguien tiene un cigarro?", e inmediatamente se levantaba un sabio de espejuelos y barba y decía "Como dice el señor x, aquí presente ¿Quién tiene fuego?"

Y como uno que ha venido de otras latitudes donde cada evento es como una flor que brota, es decir, que pasa sobre todo a nivel visual, y no hay mucha necesidad de emplear muy a fondo la materia gris del cerebro, sino más bien hay que dejarse llevar por el tipo de matiz que baña lo que está pasando, cosa que sobre todo compromete a la pupila.

Los días pasaban sobre nuestras cabezas imponiendo un tiempo natural, como una cúpula de luz lenta, que abolía todas las inquietudes de cada uno de los brotes individuales de vida, y los mayores, quizás sin esperanza, brotes de vida colectiva, sin que ayudara a los llamados individuos, como prismas de muchas aristas, a desarrollarse más allá del nivel de pequeñas florecillas, como las nomeolvides-antes decorativas que imponentes-, y que se atrofiaban tan pronto brotaban de la tierra, al recibir esa luz pesada de que hablábamos.

Si el vecino me hubiera dicho, mientras regaba su antejardín con una enorme regadera, a mí, que era ya casi un adolescente, y regaba las rosas del huerto de mi madre, rodeado de gorriones que volaban y de gatos que ronroneaban, que él había decidido ésto o aquello, que sus derechos eran éstos o aquellos, yo lo hubiera mirado con desconfianza y sorpresa, le hubiera vuelto la espalda y hubiera corrido a refugiarme en el regazo de las mujeres de la familia; la tía que había decidido vivir para siempre entre la infancia y la adolescencia, la abuela de frente leonina y estirpe incierta, un ojo verde y el otro pardo, que indicaban una profusa presencia étnica, tema nunca discutido en el país. La madre de mirada terrible y boca dulce, de enorme comprensión soleada y despreciables y pequeñas obsesiones, como pequeños animales inidentificables, tan sólo contradiciendo algo ese mismo sol, o quizás justificándolo.

He sacado ese mismo tipo de mentalidad, cuya santidad clara y un tanto fría nos impulsaba a una especie de Nirvana, a la inmovilidad, que es lo mismo, por si alguien no entendiera el término. Pasaba los días sentado en las gradas del porche, entre el comienzo de la temprana primavera y el final del prolongado verano, mirando hacia los terrenos baldíos que se extendían sin tregua tras los barrotes de fierro forjado de la reja del antejardín.

Espiando la llegada de los circos, siguiendo con la vista los movimientos de las mujeres que al inclinarse en forma descuidada dejaban ver un buen pedazo de muslo, o a veces más.

Mirando los cerros que a la distancia cerraban en forma total esos mismos campos baldíos, bañado en una luz que era como una justificación y aceptación de todo, en que los estudios pasaban como vilanos llevados por la brisa y las personas como hojas llevadas por la brisa, y mi cuerpo de dorada estatua de casi la apariencia de un Buda Joven era cuidado por esa gente

madre hermanas abuelas tías criadas, que eran como la materia viviente de esa casa, de la que sin embargo fui expulsado más que nada por la mano de la genética, que plantaba ralas flores negras en los trigales, soltaba negras cucarachas en los algodonales, en un proceso largo y sostenido que en realidad comenzó en el nacimiento, pero que vino a completarse bastante más adelante, una vez alcanzada la adolescencia. Quizás se trata de un mal endémico de nuestra población. ¿Porqué no podemos vivir tranquilos?. Nuestras generaciones se diferencian por sus diversas maneras de explotar, pero somos muy palabreros. En realidad, con toda esta violencia contenida, no hemos llegado nunca a ninguna parte. Una suerte de desinterés por el mundo se apodera de nuestras frentes sureñas una vez pasada la más inmediata juventud. Todo nos parece poco. Nos produce una especie de risa sardónica la simple y endeble utopía de otros pueblos encaminados en la acción. Sólo nos movemos a la postre por sentimientos morales.

Entonces, como dije, luego de dejar caer la regadera, corrí hacia el interior de la casa, atravesé sus portales, pisando ese piso de mosaicos lleno de figuras semejantes a las del ajedrez, pero en un color más claro. Crucé esos pasillos y atravesé esos salones d ventanales amplios y siempre hospitalarios, uno vuelto hacia la salida del sol, otro hacia el poniente.

Y me aproximé a mi tío, de una alegría histérica y sin embargo cálida, de bigotes, y ojos suaves bajo el cráneo dolicocéfalo. A mi abuelo inválido e infinitamente viejo, sentado en su sillón de mimbre con el bastón al alcance de la mano, de enormes y fríos ojos azules y orejas sefarditas, no muy distante de los caballeros ingleses que beben whisky semirrecostados en sillas de reposo en los porches de casas no muy distintas a las nuestras, pero situadas en los tres continentes que ellos conquistaron (Es que la influencia inglesa es todavía fuerte entre nosotros)

A ellos me dirigí en busca de consejo. No podía concebir el absurdo de querer ser algo único, que no lo son ni las casas, ni los innumerables pedruscos que componen la cordillera, ni las estrellas, ni la gente, ni los sauces a orillas de mares y lagos.


VIII



Ese don sólo podía venir de las oscuras cohortes de la Iglesia, ahora un tanto dulcificada, desde que decidió mezclar un poco de vino en su vinagre. ¿Puede un sujeto saltar como langosta hacia lo que aquí llamamos individuo o persona?. El girasol que sólo se manifiesta en su plenitud rotatoria y amarilla-redonda, contradiciendo nuestras concepciones del buen gusto en el fondo románticas, con su enorme corola de dibujo de niños. Pero lo que nos interesa recalcar a modo de comparación es que sólo el sol, algo externo y que viene de arriba, lo hace girar en su dirección. Como el amante de Aristóteles mueve al amado, si es posible la expresión en forma más exclusiva que como lo hicieron los árabes, que también-y porqué no decirlo-entran en nuestra cultura, y por la puerta ancha, y con caballo y todo.

O se recurre al corte y la vigencia del traje, el corte de pelo en las reparticiones públicas. Pablo de Rocka parecía profesor primario. El joven hace la práctica en provincias, vestido de gris o negro, rodeado de la mirada de los niños maravillados, morenos y de ojos redondos como los dibujos de Pedro Lobos, mientras afuera cantan los choroyes, unos pájaros muy multicolores, parecidos a loros o tucanes, y que parece que están en extinción.


IX



Nos paseábamos por las aulas en los diversos grados del estudio, desde el parvulario que allá lleva un nombre alemán, a los post-grados universitarios, sin llegar a romper esa urdimbre que me unía desde el forro de mis entrañas a mis semejantes-como un par de mitones unidos por una hebra de lana

Haciendo unas vociferantes manifestaciones de individualidad, intentando por último convertir ideologías, lecturas y pasiones en otras tantas cámaras de tortura que pudieran despertar algo que pensábamos era como una semilla que podría brotar en nuestra carne, cubriendo nuestro cuerpo como ciertos troncos se cubren de flores en forma inesperada, fuera de estación o cuando se supone que están petrificados.

X



-Pero sólo aquí es que, como una bandada de barbudos adolescentes tardíos hemos entendido esa cosa abismal y sin embargo tan simple que el vecino o la niña de abajo llevan más pegado que el olor desde que nacen, y que es como si la mencionada niña golpeara la puerta y me dijera "yo soy otra cosa que todo y todos", y eso no es ninguna maravilla. Entonces todos pasamos por un momento de reflexión. Cada uno eligió un boliche diferente para ir a fumarse un cigarro, tomarse una cerveza o un café, decidiendo luego mudarse a barrios diferentes. Y se juntaron por última vez y se miraron con extrañeza antes de perderse cada uno por su lado en medio de un complejo de monosílabos y silencios largos. Es que la Gran Urbe Occidental took over, como el viento dobla las espigas. Desde entonces no me tengo mucha consideración. Una amiga gringa me dice "You don't have self-respect, Horhe".


XI



"¿Adonde habré de volver los pájaros serenos de mis pupilas?. En esta tierra inhóspita, en esta era inhóspita". Dice la Gabriela llegando a Santiago, parada en medio del portal, como una perla engastada en una carie--muy al Norte, los peñascos agrietados por el sol, el sexo enardecido de los cactos, irritados sus pelitos parados que en realidad son espinas--"¿Adonde habré de volver los pájaros resentidos de mis pupilas?". Los niños reducidos a ser por siempre unos enanos morenos discurren entre las rocas de la costa como los langostinos de los que se alimentan. Los hombres viejos de barba pétrea se meten en la cama de sus hijas las modistas tan pronto a ellas las acomete el menor momento de sopor. "No nos hagamos más trizas la cabeza recordando esos cielos tan claros y ese olor tan pútrido del mar que nos envilecía el alma. Acudamos a la severa religión como a un barco de velas blancas".


XII



Como un sombrero intangible y amplio, con alones, se cernía sobre Nuestra Patria la imperiosidad de las ideologías. No sé porqué se recurre siempre a imágenes que implican una cierta presencia del cielo. Lo atribuyo en primer lugar a la claridad indiscutible del mismo y a la ya tan mentada presencia católica. Los noruegos han elegido una hermosa zona en el Norte Chico para construir un observatorio. A lo mejor se debe a la presencia de las dos cadenas de montañas, los Andes y la Costa, que nos provocan una sensación de encierro, haciéndonos mirar hacia arriba y respirar, buscando aire. Una enorme parte de la imaginería nacional gira en torno a los pájaros. En los lugares en que hemos desarrollado el uso del lenguaje casi en términos normales, es decir, cerca de la capital, un dialecto rápido se entrecruza en todas direcciones, como un enjambre de pájaros diminutos, cautivos en un invernadero.


XIII



-Desde los tiempos de la Sociedad de la Igualdad, pasando por los socialistas de Marmaduque Grove y de mi abuelo, profesores radicales de comienzos de siglo, que le paseaban la calle a las señoritas cotizadas de la capital. A veces pasaba Alessandri, con su perro, levantando con su bastón la falda de las niñeras y empleadas domésticas. Luego entran algunos miembros de las fuerzas armadas, que leían los tomos violeta de la Annie Besant y la Blavatsky, y los marcaban para no perder la página con los emblemas dorados de la masonería y un retrato de Lenín. luego vienen los Radicales Guatemaltecos como empleados de banco yéndose a la montaña. Recuerdo haber leído cuando contaba tiernos años, en esos días de soles lentos de la década del cincuenta, la más enorme cantidad de autores traducidos, editados por Ercilla, Nascimento, Zig-Zag y Thor. Esos soles eran como fermentos de una flor que llevó demasiada savia a sus venas de repente parece.

Cuando en los últimos años de la primaria o los primeros de secundaria los muchachos alumnos levantaban de pronto la vista del cuaderno donde escribían, en abril, con los dedos entumecidos y una difícil letra redonda; veían una como premonición en el aire, sin forma definida, pero se estremecían, y acaso los más sensibles (yo entre ellos), pidieran permiso para ir a las casitas. Las instantáneas de las mujeres faltan en estas recopilaciones. No las veremos como confidentes, compañeras y camaradas, ni sus primeras menstruaciones y masturbaciones, debido a la ausencia en esos días de una política coeducacional.


XIV



Todo eso está muy lejos ahora y de algún modo corresponde a la parte institucional de nuestra etiología. Hoy nos hemos levantado nostálgicos, un poco más tranquilos por la inminente presencia de la primavera, como una mujer con la que uno está tomando café y no se sabe si realmente está interesada en uno, porque no suelta prenda, pero de pronto hay un levísimo aroma que podemos sentir ahora que dejamos casi de fumar, y sabemos que en realidad está excitada.

XV


Como una mariposa muy bien delineada, pero con el dibujo de sus alas dotado de una complicada urdimbre. La presencia indiscutible de la ciencia se pasea por estas calles, intentando abatir de una sola plumada los vastos siglos de superstición, los milenios de irracionalismo, quizás anclado firmemente en la condición humana. Tal como en otra parte he dicho, la mano con pulgar oponible pertenece esencialmente al hombre. Moteadas sin embargo sus alas (de la mariposa, seamos claros. Atengámonos por motivos didácticos a una sola imagen).

Moteada sin embargo la tirante piel que cubre sus alas, casi traslúcida, como el papel de seda se extiende sobre los palitos que forman la armazón del volantín. Moteada por unas manchas negras insondables, correspondientes por ejemplo a la génesis de las enfermedades mentales y físicas, por lo general de carácter neurológico; la génesis de la esquizofrenia, el origen y la constitución del genio y del talento, el origen del arte. La existencia de Dios y el destino del universo ya han dejado de importarme. Una cura contra el cáncer y el sida podría ser para muchos amantes de la vida una esperada revolución.


XVI



El promedio de vida en los países disminuye a medida que nos alejamos de este centro. En mi infancia de pájaro salvaje, en mi dulce país natal, donde todos los niños nacen con una uva verde, sin pepas, en la boca, donde todos los soles son como la miel, especialmente en el Norte Chico, región que casi no conozco, pero que tengo cerca del corazón.

Nunca he vuelto a ver verdes como el de las hojas de boldo cerca del Maule. Nunca he visto una greda más roja que la constituye el suelo de esa misma región. Por esos caminos apenas quitados a los abrojos, a la mora y a los espinos, pasean a caballo envueltos en ponchos negros como fragmentos de noche, los más perfectos tipos españoles.

Cuando muchacho aún imberbe era despertado en las mañanas por el canto de los gorriones, nada parecido a los torpes vestigios que frecuentan estas latitudes. Ellos cantaban, ensordecedores, envalentonados por la luz potente y fresca del sol madrugador, gordos, ebrios de vida, trayendo a mi memoria de muchacho introvertido, y casi digamos recién nacido, los vestigios imponentes y claros de mis sueños, cada uno como una utopía engastada en una diadema cosmológica, que se entrelazaban noche tras noche formando una sólida red de luz vibrante en medio de un universo oscuro.

Esquema este último que ya se desarrollaba en forma incipiente detrás de mis senos frontales. Hay que aclarar que la conciencia de encontrarnos a but du monde, la proximidad del polo y las cordilleras que como dos muros grises nos encierran, han provocado entre nosotros los chilenos esta concepción fatalista.

Cuando muchacho, aún de músculos poco desarrollados, con miembros como cordeles, la tradición católica que se respira como una segunda atmósfera, que transforma a nuestras mujeres, las mejor dotadas para el sexo, en unas histéricas peligrosas, que absuelve terremotos y sequías, regímenes tiránicos y los crímenes más espantosos como designios divinos, esa tradición me hizo entrever la necesidad del desarrollo de mi ser moral. De aliviar (en parte y de manera simbólica), los sufrimientos de los menos favorecidos, física y socialmente. De los más necesitados de alimento y abrigo- en el siempre húmedo sur del país. De los privados de la luz de la educación y la inteligencia.



XVII


-Entonces, con esa generosidad de muchacho que apenas pisa el pavimento y recién sale como quien dice del regazo materno, de su dormitorio de infante, lleno de imágenes y crucifijos y fotos en sepia de parientes corpulentos con levita y bigotes, rodeados de matronas gordas, presumiblemente la parentela femenina.

Porque hay que tener en cuenta que estamos hablando de un buen segmento de tiempo atrás. Pocas son las generaciones que desfilan hacia atrás, como un reloj medieval, en que van girando figurillas, a mis espaldas, hasta fundirse en el limo de esta tierra nueva.


XVIII


Aquí hay una hachita que afilar. En este último par de días han sucedido un par de cosas muy comprometedoras. Llevado por la soledad o los acontecimientos me he apersonado ante quien antaño fuera uno de mis más acerbos enemigos. En el background sonaban cien distintos teléfonos, zumbaban las computadoras, encendiendo una variedad de luces en sus tableros. Se podía apreciar toda la extensión de la ciudad por la ventana, recortando su estructura de cemento sobre la vegetación de una manera trabajosa. De vez en cuando la gente pasaba por el pasillo en puntas de pie para evitar ser vista o saludada, para pasar sin saludar o ser vista, para enterarse de lo que se conversa. No me cabe ninguna duda de que detrás de cada tablero, dentro de cada ampolleta, en el vértice de toda mampostería, acecha toda una red vibrante de micrófonos, mientras los funcionarios, que se sienten amenazados pese al ingente volumen de información que manejan, de los estipendios que reciben, se han hecho construir una sala blindada cuyas paredes interiores no son más que los componentes de un vasto tablero cuadriculado en que cada panel es en realidad una pantalla de televisión de circuito cerrado. Yo nunca he comprendido el mecanismo que hace que los recién ingresados en la cofradía vayan disminuyendo paulatinamente de tamaño. Después de algunos años llega el momento en que incluso prescinden de salir a la calle y circular donde la gente circula y no se les vuelve a ver fuera de las instalaciones (facilities). Pero también me ha dicho una amiga que ha sido amante de algunos de ellos-muy joven, medio entradita en carnes-cuya pericia sexual no es tan sólo el producto de una innata mezcla de genes-como de sol y grasa-, sino también de su práctica con los delgados e inagotables negros de Las Aleutas, donde su madre tiene una mansión. Con el aliento pasado a cerveza, mientras con el dedo cordial me rozaba el miembro, mientras esperábamos el bus, me hizo estas confidencias.


XIX


Amiga mía:
Cuando te llamé ayer por la mañana te estabas masturbando. Quizás aprovechaste el sonido de mi voz grave para proferir el último estertor, como una pequeña nube del gas letal que los alemanes no alcanzaron a utilizar en el último conflicto y cuyos depósitos se encuentran en algún lugar, bajo los hielos eternos del ártico. Antaño yo he gozado de una clara consciencia moral y política. Quizás me encoja sobrecogido por la culpabilidad al referirme a estos temas. Quizás cuando ordene por última vez mis papeles, esas carillas cubiertas de una letra minúscula y poco menos que ilegible, mi compás y mi escuadra (símbolos masónicos), una foto tuya caiga revoloteando lánguidamente, como cuando bajas las pestañas, sobre la alfombra que está necesitando desesperadamente una limpieza.

Ahora que pueblos enteros se dividen en distintos bandos que obtienen armas no se sabe de adonde. Es fácil construir armas atómicas incluso para los pueblos que no pueden aspirar a ninguna vía de desarrollo. En la década de los sesenta los hippies editaron un manual para engañar a las máquinas traga monedas. Espero alguna vez poder abandonar este tono paternal que siempre guardo para contigo. Tu cercanía siempre me dio, es estas tierras semiboreales, la solidez de adulto que tanto necesitaba. Sin tu presencia siento como el volumen pétreo de mi cuerpo se tiende a convertir en un gas más liviano que el aire. No peco al decir que tú eres una especie de ancla que me ata a la realidad, pero que tiene el inconveniente de impedirme salir del puerto a mar abierto. El plomo que pones en mis alas, una especie de lacre que mezcla mi semen de los días jueves y tus períodos, me acerca al mundo adulto, al que siempre aspiré desde lo más hondo de mi fragilidad estructural sobre todo situada en mi esqueleto, como vez muy difícil de superar.



XX

Los turcos como gente de un país muy extraño se paseaban, uno en particular, con unos pasos largos y un cuello arqueado como dromedario--La luz del sol anulaba los volúmenes y la gente se diseminaba mirando los diversos puestos como un enjambre de apretadas hormigas. En ninguna parte del país que no fuera esta calle estrecha de un Medio Oriente ahora convulsionado podría darse este espectáculo. Dejemos estas reflexiones a unos señores académicos defensores de la nacionalidad, y porqué no decirlo, de la tradición española. Embebamos nuestros sentidos y sobre todo los ojos en ese aparataje barato de los Mercados Persas--En esa época no era consciente de la red invisible que entramaban sus vuelos. Hoy aparece aquí un hijo del Medio Oriente, pero no llegado en alfombra mágica sino desembarcado en Pudahuel--Yo como niño no podía saberlo. No podía tampoco empuñar una serie de categorías y experiencias, como un sastre enarbola la pesada regla de más de un metro para medi y cortar. Una apacibilidad blancoamarillenta se dibujaba entre uno y sus acciones, entre uno y sus intenciones. Los niños rebosantes de calma como flores o gatos dejaban al sol --muy democrático-- pasearse por cada poro de sus pequeñas pieles. En el hemisferio Norte las mañanas tienen algo de eléctrico --con el primer sol viene algo así como una mano a introducirse en mi cerebro y a revolver todo el cordaje de mis nervios-- Me echo en el diván mientras urdo por milésima vez una estrategia para dejar de fumar.


XXI



Yo no tengo nada que ver contigo huevona. Cogiendo uno de los pocos cigarrillos que me quedaban en la cajetilla lo encendí y aspiré. Me introduje la cajetilla en el bolsillo del saco y me encaminé hacia el otro extremo del local, donde colgaba de un perchero un trenchcoat obscuro .

Y tú estabas aún sentada en ese local, envuelta un poco en el humo azulado producto de la combustión del tabaco, cuya contraparte es ese otro humo negro, que se acumula en las otrora rojas entrañas y conductos de los seres vivientes, en este caso los hombres, provocando una extraña dislocación de los procesos cibernéticos que controlan y regulan el equilibrio de la estructuración y producción celulares. Todos somos un poco culpables. Como he dicho en otra parte, el promedio de vida ahora ha llegado a ser muy alto. Antes la gente reventaba a los 45.

He decidido marcharme de este lugar porque esta ciudad es muy chica. Me cansé de dar vueltas como trompo, envejecer viendo pasar los días como otra gente cuenta ovejas antes de dormirse, o como el frío amante bisecta el absoluto abandono de la delgada mujer bajo el peso de su cuerpo, contando cada uno de sus jadeos que la aproximan al paroxismo, esperando por esta vez que esa visión del rostro desencajado, la boca entreabierta, húmeda y gimiente, los ojos entrecerrados, no lo obliguen a abandonar su actitud vigilante sumiéndolo en un espasmo de placer físico que anule completamente su conciencia. Luego rodé sobre el lecho, herido por el placer, sin ver nada, gritando, momento en el cual ella se abalanzó sobre mí (esa es la reconstitución posterior) y me mordió la oreja, ocasionándome una descarga eléctrica que sumió mi hemisferio izquierdo en la parálisis.



XXII

Y justamente nos decidimos a dar este paso al encontrarnos en la paradójica y nada excepcional situación de no tener un palo de donde ahorcarse, como dicen los venezolanos, luego de haber visto a las palomas de nuestros amigos volverse cuervos, o mejor murciélagos, a nuestras mujeres dejar arrugar sus senos en nuestra presencia, avinagrar para nosotros sus jugos lubricantes, mientras sus dientes se aguzaban más para morder que para besar. Y bajo las Instituciones, que flotan supervigilando cualquier actividad, como los discos voladores de las películas de ciencia ficción; las necesidades concretas, felices y satisfechas al fin, bailando ronda tomadas de la mano, por haber sido sacadas a bailar antes de que se termine la fiesta.

Pero no estamos dispuestos a ir a tu casa el día de mañana vistiendo un traje de tres piezas y con un maletín negro lleno de documentación y un frasquito de prozac. No seré yo el que me pase la mano por el pelo cortado casi al rape al tocar el timbre de tu casa (que no suena). Esperando para poder entrar a saludarte, pisando el suelo con una falsa seguridad, mientras hago sonar en el bolsillo del chaleco las llaves del auto.


XXIII


Interlocutora en el parque
"Sed como las aves del campo"--Vedlas evolucionar, las palomas gordas y torpes, o dar sus pequeños pasos cortos, saltando, acostumbradas a recibir su alimento de manos de los paseantes, que a su vez se ven despedidos de la corriente principal (mainstream) de la humanidad y vienen a dar aquí, a la plaza, y no tienen más que hacer si no es perpetuar la estupidez de estos animales estúpidos--palomas--, símbolo de la paz.

No nos hagamos ninguna ilusión sobre las intenciones mejores de los Dueños de Restoranes para querer emplear a gente que realmente lo necesita. Es absurdo, risible, y altamente ridículo el que tú estés sentado aquí, en este banco cuya estructura misma es la negación total de cualquier bienestar y por tanto de la vida, pese a ser un producto en última instancia de la ciencia, de la tecnología, la arquitectura-- Los gatos no cruzarán nunca los pasillos de mi casa, si algún día la tengo, sin verse expuestos a ser tomados por la cola, hechos girar en el aire un par de veces por lo menos, para luego ser proyectados de cabeza contra las paredes con estas mismas manos, y con una fuerza tal que los sesos, de una consistencia pastosa, y que mezclan el blanco tirando a rosa con el gris, afloran del cráneo roto y quedan estampados, como una flor más del empapelado, secándose, si yo no los limpio con un kleenex y los tiro afuera por la ventana. Los perros arrastran sus patas grandes y sin gracia, se humillan de un modo lamentable. Casi tan ridículo, casi tan provocador de la risa que retuerce las entrañas, viniendo de lo hondo del estómago, hinchando paulatinamente la garganta en convulsiones, y que sale por fin afuera, esparciéndose interminablemente por el mundo. El amor es risible, así son de risibles los matrimonios modernos, las parejas de jóvenes amantes y los niños que juegan, asimismo tú, saturados de cosas risibles y todo aquello que brilla bajo el sol.


XXIV



Este no era mi territorio y aquí comenzaron a hacer agua mis pensamientos, mientras mi cerebro se transformaba en una pera muy madura, en un avocado (palta), y tú estabas en tu hermosa casa estilo inglés, que habías hecho traer del sur de Estados Unidos, y desde donde, sentada en la veranda, supervigilabas la agonía lenta de los corpulentos negros entre los algodonales, mareados bajo el sol que parece seguir tus órdenes, y el látigo de tus capataces. Tu perfil parecía empurecerse con ese espectáculo, y yo sabía que bajo el doble faldón y los calzones largos de muselina tu sexo era una fuente tibia, fétida, poblada de parásitos y permanentemente irritada. Tu casa de pilares ingleses, y tú sentada en el porche (se llama), donde en Sudáfrica los hombres de blanco sombrero de corcho premunidos de carabinas y transidos de un ansia silenciosa te jugaban a los dados, lo mismo que en Australia, mientras bebían whisky, y las fieras se desataban un poco antes de la caída de la noche. Yo nunca le he trabajado un diez a nadie. Yo no te rendiré ni una coma de pleitesía. Hemos de seguir este duelo cuando los últimos habitantes de las ciudades hayan caído en las últimas escaramuzas y emboscadas, víctimas de sus últimos virus y hambres y radiaciones, en este único modo de vida posible.


XXV



Interlocutora
Lacra. Tú eres una lacra para la sociedad. Para este hemisferio o para el otro. No tienes sentido de la responsabilidad y tus dotes (skills) y calificaciones no se adecúan a ningún mercado de trabajo. Hemos llegado a un acuerdo que podemos considerar universalmente válido. Todas las mujeres unidas, en acuerdo con la Historia, decidimos hace ya tiempo que las únicas actividades válidas son las actividades productivas. A pesar (in spite of) de los discursos que se levantan como una adolescente percibida por la mirada ávida del vecino, igualmente joven, que todos los días la mira vestirse y desvestirse, acostarse y levantarse. Así toda la sociedad humana y universal, al menos en los países civilizados, ha seguido con pupilas dilatadas el desarrollo de estos argumentos como una cinta multicolor. Eso nos ha dado un cierto lustre, una manito de gato en esta época de nuevos humanismos. Pero en realidad todavía promovemos al Caballero Blanco, al cazador y al proveedor (provider). Una cosa hemos aprendido en estos países del Norte. Estos jugadores de Rugby y Hockey son más manejables que esos otros niños neuróticos de nuestros hombres latinos.

Contamos con todo el peso de los medios, las instituciones y la moral, pública y privada. Sólo los arduos trabajadores y los proyectistas a largo plazo, vendedores exitosos del producto de su talento o genialidad, vestidos ya sea correctamente de terno o con una tenida deportiva, podrán asomar la punta de su virilidad en nuestro cada vez más selectivo sexo.

Hemos de marginarlos a ustedes, hacedores de bolitas de dulce, cuya ropa es como una segunda piel, de todo lugar honorable bajo la luz del sol, que alguna vez llegaremos a controlar. Cazadores de ánimas, ad portas.



XXVI



Il'a longtemps que Je t'aime et jamais je ne t'oublierai. Los buses han de seguir recorriendo las mismas calles, con nieve o con un sol radiante, los días girando y más o menos veremos a la misma gente si nos cambiamos, cosa probable por ahora

-Y se nos va quemando de a poco el pétalo del tiempo. Embebidos en una suave amargura, ya que no somos jóvenes, nos seguiremos fijando en las vitrinas, que cambian su mercadería y la disposición de las mismas cada dos o tres semanas. Sigo muy preocupado por los acontecimientos mundiales mientras me encierro en esta rutina como una alta mujer de ojos claros, todavía casi en la juventud y que se comporta como tal: Se llena de trabajo y obligaciones tan pronto como llega la primavera para no salir de la casa. Porque nadie sabe lo que puede pasar.

Ya que no somos jóvenes y por tanto el tejido no me da para las grandes angustias del pasado, abridoras de un vértice negro en el pecho, como la punta de un triángulo púbico, cuya base se hunde en las alturas. El abanico negro de la desesperación ya no se despliega como antes ocultando totalmente del mundo la sonrisa cálida y sin embargo hecha como para la foto, como cuando éramos muy jóvenes, espantando y alejando el enjambre de las abejas doradas del pensamiento, inscribiendo eso sí sobre su superficie negra y lustrosa el relieve de los nervios, sacados a la intemperie y por eso vibrantes. Ahora que ese género es como una película de tenue transparencia, como la capa más superficial de las cebollas. Todos los hombres viven inmersos en esta edad, si no se han muerto, en la problemática personal. Salvo los verdaderos políticos y los genios. He decidido convertir esta biografía en una especie de ejemplo. Cuando éramos más jóvenes hacíamos cosas muy simbólicas y generalmente válidas de frentón. Ahora nos encogemos un poco de hombros "qué le vamos a hacer". Esta escritura es lo que resulta.


XXVII


Luego de haberme enterrado por años en el propio sufrimiento y la vacuidad de cualquier tarea o empresa, me sentí obligado a irme a aliviar los sufrimientos del Tercer Mundo. Era un problema la decisión de con quién habría de llegar a trabajar allá. Los ayudas de Cámara y los Attachés de distintas embajadas querían hablar conmigo. Los predicadores de cien evangelios de sangre y utopías me entregaron sus libros sagrados. Confundido con homosexuales y heterosexuales de todas las nacionalidades, principalmente francófonos, que se abalanzan en estas tardes lúgubres y llenan como una ola ambigua todos los cafés. Comencemos de nuevo. Yo me eduqué en el dolor, entonces estoy capacitado para ir al Tercer Mundo. No podía soportar sino una vida que salta del estallido de una explosión, en la noche, al sobresalto de la patrulla cercana cuando se está precariamente escondido. Cualquier elemento de tranquilidad que no sea el reparador sueño y el reconstituyente alimento. Cualquier respiro que no sea el dulce dejar que la fatiga se extienda como un agua caliente, pesada, por el cuerpo, o la necesaria introspección que precede a la acción, sea ésta un fracaso o un éxito. Podrían llevarme a ser víctima de las cien arañas múltiples del dolor. Te llevas la tranquilidad de mi vida junto al no pudo ser de una madurez estable. Tus semejantes lo pagarán algún día con su tranquilidad, quizás su sangre. Muchos hombres semejantes a nosotros se incuban en los innumerables conventículos de las ciudades modernas. He aquí cómo uno discurre por las calles céntricas, soñando despierto, después de leer a Isidoro Ducasse, después de una cita con Isadora Duncan.



XXVIII


Uno de mis mejores amigos se sonreía para sus adentros, mientras yo desarrollaba para él la explicación de mis futuros pasos. En ninguna época ha sido tan preciosa la vida humana. Las sociedades de ayuda al necesitado y al pobre, los proyectos integrados de desarrollo, los proyectos de ayuda de altos organismos internacionales, todos se ciernen sobre los necesitados de grandes escleróticas dilatadas, cuyos vientres hinchados y miembros tan flacos nos llaman desde innumerables fotos de revistas, documentales de televisión, diapositivas, ocasionalmente cine. Su falta de energía es total y completa. Yacen de espaldas o como mejor pueden en hamacas, el simple suelo, o sobre aquello en que puedan recostarse, mirando hacia nosotros, los habitantes de la metrópoli, que sentimos nuestro corazón derretirse ante su llamado. Yo conozco personalmente un centenar de personas que trabajan en este tipo de organizaciones, y en esta ciudad tan chica. Estuve a punto de acostarme con una mujer todavía joven que actualmente ocupa un puesto directivo en una de estas agencias internacionales. Como nunca los furgones de la Cruz Roja Internacional cruzan por los abigarrados campos de batalla atendiendo a los heridos y recogiendo a los muertos, sin discriminación relativa al bando de los afectados. Esta es una era de humanismo pleno. Todo el mundo está de acuerdo con estos grandes predicamentos: los hombres son todos iguales, y tienen el derecho a la vida, a la educación y al trabajo, el reposo, el alimento y el bienestar, extensibles a toda la población humana, incluso a algunas especies animales y vegetales. Y de hecho vemos cómo las guerras, antes restringidas a las grandes potencias, ahora son movidas por todos los países, sin importar lo alejados y pobres. Hemos visto a los aborígenes de la más pintoresca apariencia dignificados por el uniforme verde y la máquina moderna de matar. Esta es la era más compasiva. El cristianismo se ha hecho universal.


XXIX


Luego comencé a hacer una serie de averiguaciones. Tenía la opción de hacerme sacerdote y enrolarme en algún plan de emergencia, de alfabetización, de reconstrucción, de transferencia de tecnología, de urbanización y puericultura, desistiendo a las finales debido a mi falta de vocación para la vida rural y al hecho de necesitar socialmente una gran variedad de gente

Los horizonte planos me enferman, aunque recuerdo que en mi juventud viajaba muy largos tramos para poder mirar el mar o cualquier otra extensión grande, y eran aventados escandalizados los pájaros de mis más fuertes inquietudes. La sensación de amparo que antaño me proporcionaron los cerros-vengo de un país de montañas-se ha visto reemplazada por una de opresión y encierro.



XXX


A medida que comenzamos a conocerte adoptamos ciertas costumbres que para otros podrían parecer perniciosas. No bien terminábamos de ganar algunas libras cuando ya nos veíamos forzados a volver a fumar. Despertábamos con café negro. Entonces empezaban de nuevo los dolores en la espalda que nos hacían abandonar cualquier tarea física apenas comenzada, dejándonos entregados a los pensamientos y recuerdos. Para equilibrar una sensación con otra jugaba con mi gato irritándolo hasta hacerlo clavarme las uñas en el antebrazo. Cuando joven encontraba consuelo en las cosas del mundo y no podías engañarme con tus súplicas y tus ojos húmedos. No podías martirizarme con el olor de tu transpiración cuando hacías gimnasia, cruzabas cerca de mí (o muy lejos). No podías enardecerme al rozar, dizque casualmente, mis manos, al conversar.

-Ni perderme en un carrusel paranoico al enunciar las diversas señales que aludían al siempre enorme foso de tu vida al que yo no alcanzaba, haciéndome abandonar por semanas o meses la elaboración de ese Sistema Nuevo de Pensamiento que habría de hacer tambalearse de una puta vez al Occidente, que estaba pidiendo mucho algo como eso, pero no había otro que tuviera el tiempo o el interés de hacerlo. Cuando era joven y me paseaba por las pajarerías del jardín de mi padre antes de abandonar quizás para siempre el dulce suelo natal, y contemplaba sus pájaros mientras se alimentaban con su mirada estúpida y por eso mismo amable, y me paseaba, con un brillo nonchalante en los ojos, mientras crecía asediado por un montón de particularidades, todas valiosas, que como otras tantas mujeres de pubis ensortijado se bajaban los calzones ofreciéndoseme, ya sea de espaldas a mí proyectando su trasero, o bien de frente, el sexo como un liquen trepidante. Alguna sospecha abrigábamos de que no todo era miel sobre hojuelas. Tu rostro se asomaba a veces detrás de algún visillo a medias corrido, y tu risa entonces perseguía mi paso leve pero rápido de adolescente aterrado de súbito, muy circunspecto y bien vestido, tan hermoso que no había mujer que no me mirara con todos los ojos. Tan distinto a como se es ahora.

XXXI


Entonces fue que salí del café, sin poder evitar la mirada conminatoria de ese sub-producto del género humano, últimamente más disminuido y reducido, rezumando un odio que supura como la pústula expulsa la pus, o el órgano masculino el blanco y espeso líquido en la boca perfectamente delineada de la amante.

Seguramente, camuflado como una araña en el rincón más obscuro de una penumbra granate, como un pequeño tumor que asilado en el tejido parietal de un órgano vital esperara superar su modorra para estirar sus patas zancudas.

Envuelto en un sinnúmero de proyectos y trabajos diversos, asistía a mítines más o menos secretos, actividades todas que me era necesario realizar manteniendo un low profile, relacionadas como estaban con mi inminente partida hacia países de un cielo más puro (casi podía sentirlo con mis fosas nasales, sensibles como las de un caballo). Eran esas tareas sin embargo silenciosas e invisibles, para no excitar la curiosidad y ansias de destrucción de los competidores. Eran como los trabajos del viento: ante los ojos de los que no fueran hojas carecían de sentido, y si lo tenían, era sólo para dejarse llevar.

Y por eso el ovillo negro que algunos años atrás fue un hombre, me miraba con su único ojo, instalado debajo del reloj blanco y grande, y yo casi podía escuchar su voz admonitoria ante mi aparente vagancia: "chucheta", mientras yo nadaba entre el humo, hacia afuera, hacia el pasillo, sintiendo en la espalda clavarse como palillos las miradas de las muchachas codiciosas, y pensando en cien distintas solicitudes que debía llenar, y relaciones que debía encaminar--desde los abismos negros del odio y las montañas rojas de la pasión--a la simple colaboración profesional.



XXXII


La concepción que nos hemos hecho de las palabras es sumamente rara. No nos ha parecido nunca oportuno atenernos a discutir problemas tales como el del origen del conocimiento, el carácter fluido o permanente del ser, la precedencia de la esencia respecto a la existencia o viceversa. No pretendo negar que gasté mucho tiempo de mi primera juventud, antes que leyendo, pensando en estos problemas. Como una hermosa polilla de seda parda giraba por los parques observando a las parejas de enamorados y terminaba por caer a la Biblioteca Nacional. La ficha bibliográfica de mi primer libro de poesía, que espero que no sea el último, puede que figure en los ficheros. Como una marejada de aire nuevo alguna vez mi poesía se detendrá sobre ese país entre montañas, y se apozará un poco en esa cavidad cambiando el modo de vida y pensamiento de la gente. (Para estas y otras cosas es para lo que necesito un seudónimo). No me preocupa la opinión que tengas de mí, sólo me preocupa el no poder ser consecuente en cada uno de nuestros encuentros, a los que acudo siempre como un rompecabezas defectuosamente armado que tuviera la facultad de desplazamiento. ¡Tienen que saben que no tenemos alma! (Necesito poner algún juicio trascendental aquí. No todo ha de ser puras trivialidades, ¿No crees?).


XXXII



Y llegará un día en que habremos de juntar, tú y yo, nosotros, toda esta furia clara y resonante, si de algo sirven las vitaminas y los remedios que al igual que los alimentos más variados llenan los anaqueles de todos los grandes complejos comerciales, como el Rideau Centre, Bayshore, recorriendo a veces, cuando andamos un poco volados, tú y él, nosotros

Cuando estamos en la onda, tú y yo, con ganas de hablar, o nosotros andamos con problemas, o los estragos de la edad se insinúan detrás del horizonte, como la sombra de un pájaro negro, y yo me pongo al nivel tuyo, o de ustedes, y les desenvuelvo el esquema del universo como un abanico inmaterial, en el que tú, y él y ella, y nosotros, estamos finamente dibujados, y los edificios y los ríos y los escaparates de las tiendas más tenuemente, ya que no son tan importantes como la gente, es decir, tú, nosotros.

Cuando podremos prolongar la excitación que sentimos al conversar, coronados y ocultos por pájaros color crepúsculo, y esos pájaros se tiñan de un rojo violento y consuman la ciudad como un mar discontinuo o cuántico de llamas. Uno siempre se muestra descontento de lo que tiene. Cuando se le empieza a tomar el gusto a la vida uno se está muriendo. Mira. Oye. Yo te voy a hacer alcanzar las gradas del Palacio Presidencial, y voy a sentarte a la mesa de los emperadores, que todavía existen. Te voy a introducir en el lecho del Papa por la puerta principal, como la Magdalena entró en los Evangelios.




 
 



[ A PAGINA PRINCIPAL ]
[ A ARCHIVO JORGE ETCHEVERRY ] [ A ARCHIVO AUTORES ]

mail : letras.s5.com@gmail.com






letras.mysite.com , proyecto patrimonio, JORGE ETCHEVERRY: Cuaderno de Bitácora.

proyecto patrimonio es una página chilena que busca dar a conocer el pensamiento y la creación de escritores y poetas, chilenos y extranjeros, publicados en diarios, revistas y folletos en español

te invitamos a enviar tus sugerencias y comentarios