................................ Ramón Díaz Eterovic
 








Por Ramón Díaz Eterovic


Heredia -el protagonista de mis novelas– es un detective privado que habita un departamento ubicado en uno de los más viejos barrios de Santiago, situado en las proximidades del río Mapocho, que cruza por el centro de la ciudad, a pocas cuadras de la Plaza de Armas. Es un lugar arrabalero –colorido de día, peligroso de noche–  pleno de atractivos, tanto por las historias que han acontecido en él, como por los personajes que alberga en la actualidad, en un espacio ocupado por un sinfín de mercados, tiendas, restaurantes, cabarés y bares. Tradicionalmente ha sido llamado el "barrio bravo" de Santiago, y en otra época –en los años 20 y 30 del siglo pasado– fue el alero bajo el cual se cobijó la bohemia literaria chilena, en bares y tabernas a las que concurrían Pablo Neruda, Juvencio Valle y Diego Muñoz, entre otros escritores que hoy en día son referencias obligada en la literatura de mi país, y que entonces eran unos jóvenes provincianos recién llegados a la gran capital.

Heredia –personaje sin nombre de pila, o mejor dicho, con un nombre que nunca se menciona– nació el año 1987 con la publicación de la novela: "La ciudad está triste", en donde, como el título lo sugiere, aparece el retrato de una ciudad – Santiago de Chile– desdibujada por los tonos oscuros de la dictadura que se vivía en ese tiempo. Desde entonces, sus andanzas e investigaciones han continuado en las novelas "Solo en la oscuridad", "Nadie sabe más que los muertos", "Angeles y solitarios", "Nunca enamores a un forastero", "Los siete hijos de Simenon" ,"El ojo del alma" y “El hombre que pregunta”.

Un gato aparece en la vida de Heredia

Heredia ama Santiago, sus barrios tradicionales y la gente que en ellos habita. Es un gran aficionado a la lectura y a las citas literarias, dos herencias que él rescata de don Quijote de la Mancha, el personaje de Cervantes. Ha sido caracterizado como un sujeto sensible, melancólico, testigo de las heridas de un Chile maltrecho por los años de la dictadura. Dueño de un humor negro muy particular, de espíritu crítico y marcado escepticismo, cuyo deambular se da por las calles de un Santiago opaco, tristón, pero cargado de vitalidad, donde todo puede suceder y el crimen está a la vuelta de cualquier esquina. Su principal - y a veces única compañía–  es un vagabundo gato blanco llamado Simenon, en homenaje al magnífico escritor belga, creador del célebre inspector Maigret. Con su gato Simenon, Heredia suele imaginar que sostiene diálogos que le sirven para reflexionar acerca de sus inquietudes existenciales o sobre los detalles de los crímenes que investiga. También, los dichos del gato actúan como un aguijón crítico para las acciones de Heredia o para sus dudas, y no pocas veces, en esos diálogos que él imagina, Heredia encuentra las claves que le permiten seguir con acierto una pista o sus intuiciones.

El gato Simenon nació en la segunda novela de Heredia –"Solo en la oscuridad", publicada en Buenos Aires, el año 1992– y su nombre se debe al hecho que al llegar por primera vez el gato a la oficina de Heredia, se instaló a dormir sobre los ejemplares de las obras completas de Georges Simenon que el detective mantiene entre sus lecturas habituales, y en un rincón de su desordenada biblioteca. Al final de la novela antes mencionada, cuando está a punto de llegar un año nuevo, y en los departamentos vecinos al de Heredia la gente vive su fiesta de fin de año, el detective relata lo siguiente:

"... En mi departamento no encontré a nadie más que a Simenon.  Busqué en la alacena la lata de comida para "gatos inteligentes" que comprara el día anterior  y se la serví en un plato.  Simenon la atacó a lenguetazos y luego se entretuvo en limpiar sus bigotes hasta que el reloj marcó la medianoche. Recorrí el departamento buscando a quien abrazar, y no había nadie. Cogí la botella de whisky que me regalara Andrea para   la navidad,  y llené mi copa y el platillo de Simenon.
-Emborrachémonos,  gato - le dije -. La soledad no es un buen negocio".

En las primeras novelas donde aparece Simenon, el gato no habla, o mejor dicho, Heredia no imagina que puede hablar con su gato, pero a partir de "Nadie sabe más que los muertos" los diálogos se incrementan y constituyen una parte significativa en el desarrollo de las novelas, y un ingrediente que algunos lectores buscan de modo especial, por el despliegue de humor e ironía que en ellos se hacen y porque también contienen muchas de las reflexiones que configuran el perfil psicológico de Heredia. Un ejemplo de éstos diálogos es el que se da en el siguiente pasaje de la novela "Los siete hijos de Simenon".

  "En la oficina me esperaba Simenon y cuando lo sentí enroscarse entre mis piernas pensé en un tango que decía: "Sólo cuento con la compañía de un gato que al cordón de mi zapato lo destroza con placer".
–Desde que te conozco sólo usas mocasines– dijo Simenon–: Mocasines y tus malditas citas.
–¿A quién le importan esos detalles? "A mis soledades voy, de mis soledades vengo".
–Recordar a Lope de Vega no es un buen síntoma. ¿Tan mal están las cosas?
–Los días pasan y no dejan nada a qué asirse. No es fácil aproximarse a los cincuenta años y mirar hacia atrás, como al vacío.
–¿Qué te puso así?
–La ciudad, el barrio, un hombre que quiso modificar su pasado. ¿No sé? La lista podría ser más larga. Y luego, ese muerto y las ganas de saber que hay detrás de él. Pero nadie paga por ello.
–No sería la primera vez que gastas las suelas de tus zapatos por nada".

 El origen de un homenaje a Simenon

Que el gato compañero de Heredia se llame Simenon, no es casual. Por una parte, en mis novelas suelo incorporar menciones de personajes y de autores que forman parte del mundo de lecturas y afectos literarios de Heredia; y por otra, al dar su nombre a uno de mis personajes principales quise hacer un homenaje a Georges Simenon, quien es uno de los autores fundamentales de la novela criminal. El, junto a Raymond Chandler y Osvaldo Soriano, son los autores que he tenido más presente en mi oficio de escritor. De Chandler aprendí el sentido ético de la novela policial; de Soriano la posibilidad de transgredir los códigos del género para hacer literatura policiaca con acento y sabor latinoamericano; y de Simenon aprendí que la esencia de la novela policial no está en el enigma sino en crear personajes convincentes y en evocar ambientes que den color local y verosimilitud a las historias

Siendo adolescente comencé a leer las novelas de Georges Simenon –junto con las obras de Alejandro Dumas, Charles Dickens, Ernest Hemingway, Jack London y Francisco Coloane– cuando en las largas tardes invernales de mi ciudad natal, Punta Arenas, ubicada junto al Estrecho de Magallanes, iniciaba mi aprendizaje en el oficio que más me gusta: el de lector a tiempo completo. Entonces no imaginaba que en el futuro escribiría mis propios relatos, que muchos de ellos estarían definidos por los códigos de la apasionante literatura policial, y que crearía un personaje –flojo, impertinente y gruñón– al que llamaría Simenon. 

No recuerdo el título de la primera novela de Simenon que leí, pero sí que las andanzas de Maigret me cautivaron por sus ritos cotidianos, sus manías de fumador, sus descripciones de París y su mirada siempre atenta para caracterizar a cada uno de los personajes con lo que se enfrenta en sus afanes policiacos. Desde entonces siempre leo y releo las novelas de Simenon, y en mi biblioteca ocupan un lugar de privilegio, siempre al alcance de mis manos cuando quiero reencontrarme con Maigret y sus andanzas. Junto a sus novelas de Maigret, me atraen muchas de las otras escritas por Simenon, y entre las cuales, "Carta a mi juez" y "El hombre que miraba pasar los trenes" son dos de mis favoritas.

Lo que más me atrae en Simenon y en su Comisario Jules Maigret es la mirada humana, solidaria, que da al mundo del crimen y sus personajes. Su comprensión del medio en que se da un hecho criminal, la manera como describe los personajes y los aproxima a los sentimientos de los lectores. De ese modo, no es extraño que uno se sienta amigo de Maigret, que lo acompañe hasta su oficina y comparta sus meditaciones o el humo de su pipa, que se acerque a él cuando bebe una copa de Calvados en un bar de barrio, o sueñe con ser invitado a cenar a su casa para disfrutar de las dotes culinarias de madame Maigret. Tampoco es extraño que uno conserve en la memoria a sus personajes como la muchacha que lo espera a la salida de su despacho, en la novela "Cecilia ha muerto", o a sus ayudantes, los inspectores Lucas, Janvier, Laponte y Torrence. Simenon, en todas sus novelas, no sólo fue capaz de crear intrigas atractivas, sino que además, y en primer lugar, tejió una red de personajes entrañables, comparables a los de Balzac y Alejandro Dumas.

Durante muchos años la imagen que tuve de París era la descrita por Simenon para ambientar las investigaciones de Maigret. Y hace unos pocos años, cuando tuve la oportunidad de viajar a París llevaba en mi memoria los nombres de muchos de los lugares señalados por Simenon en sus novelas. Nada sabía del ordenamiento de la ciudad ni de la forma de llegar a un punto u otro de ella, y sin embargo, un simple hecho me hizo recordar que estaba en la ciudad de Maigret. Sin haber recorrido aún nada de la ciudad, salí del hotel en que alojaba, abordé el Metro y luego de andar en él diez o quince minutos, elegí al azar una estación en la cual descender del tren y volver a la superficie. Y al hacerlo, me encontré con dos imagenes. Una, la del cielo parisino cargado de nubes y presagios de lluvia, y la otra, la de un letrero con la leyenda: Quai des Orfèvres, el lugar tantas veces citado en la novelas de Simenon y en donde se ubica la oficina en la que el inspector Maigret vive sus aventuras detectivesca. Me pareció algo mágico el hecho que mi primer encuentro con Paris fuera asociado a un nombre vinculado a las novelas de Simenon.

Dos personajes que me acompañan

Cuando escribí las primeras novelas de Heredia y le di como compañía a su gato Simenon, no imaginé que iba a tener a mi lado a Heredia por tanto tiempo (diecisiete años hasta hoy) ni contar con lectores que siguen sus aventuras, visitan los lugares que él habita en la ficción, o me dan ideas para incorporar en las novelas. Pero lo cierto es que él se las ha ingeniado para seguir a mi lado e imponerme sus historias, hasta convertirse -para decirlo a la manera de Paul Auster– en una suerte de "hermano interior" del que me preocupa no tener noticias todo el tiempo y al cual le debo muchas de las satisfacciones que he tenido en el fascinante oficio de crear historias y tratar que otras personas las compartan.

No sé si a Georges Simenon le hubiera gustado ver su nombre asociado al de un gato. Ni siquiera sé si le gustaban estos animales o si como Guillaume Apollinaire habría dicho: "Deseo que en mi casa haya una mujer razonable, un gato deslizándose entre los libros, y amigos en todas las épocas, sin los cuales no puedo vivir". Heredia sí ama a los gatos, y al más querido de todos ellos, lo bautizó Simenon. ¡Cosas de Heredia! Porque él, al igual que Maigret, hoy tiene una vida propia que muchas veces creo más real y atractiva que la de su autor. Por mi parte, al igual que Georges Simenon (según cuenta Maigret en sus memorias) me gustaría entrar un día al despacho del inspector, admirar su colección de pipas, sus ceniceros, su reloj de mármol negro sobre la chimenea, y decirle: "Veo que usted también fuma en pipa; me gustan los fumadores de pipa".




 

 





 
 


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