Ramón Díaz Eterovic

 
 

 

 


Ramón Díaz Eterovic y la Novela Negra

En una sociedad donde la traición se instauró como requisito de la sobrevivencia, la novelística de Ramón Díaz tematiza la resistencia a la traición, movilizando tres núcleos de fidelidades, de lealtades: al género, al sujeto, a la ciudad.


por
Patricia Espinosa H

Una ciudad devastada por la dictadura y luego una ciudad acosada hasta el cansancio por hegemonías sin contrapeso. Distintos afanes, similares productos, a saber: sepultar el pasado, borrar las huellas, permitir que el presente se afirme solo en un consumo vertiginoso, un ahora de competitividad y deuda, la infinitizada y agobiante traslapación de deseo y satisfacción. Buscar la ciudad globalizada, hacer que toda ella sea un no-lugar, tensionada por una globalización que lo único que distribuye mejor son los límites, unas fronteras cada vez más perfectas para regular la circulación de sus habitantes. Ese es el espacio habitado por Heredia, el protagonista de la serie de novelas negras escritas por Ramón Díaz Eterovic. Heredia marcha a contrapelo, su itinerancia por la ciudad está signada por un desajuste, una inadecuación respecto del movimiento general. Víctima de una memoria pertinaz, Heredia parece marchar en sentido contrario.

En una sociedad donde la traición se instauró como requisito de la sobrevivencia, llevándola a niveles insospechados de desarrollo: desde la gran traición efectuada a nivel macro por la necesidad de alcanzar el poder político, Pinochet como modelo sin par o todo el aparato estatal democrático movilizándose para lograr su liberación, hasta la pequeña felonía que se ha convertido en parte de nuestro cotidiano, se rehuye el diálogo franco para dar paso al comentario solapado, el gran modo de ejercer la crítica en Chile, en este ambiente marcado a sangre y a fuego por la traición, la novelística de Ramón Díaz tematiza la resistencia a la traición, movilizando tres núcleos de fidelidades, de lealtades: al género, al sujeto, a la ciudad.

El género es policial negro, siguiendo a la ya sabida diferenciación entre la novela policial de enigma y el giro que sufre esta en manos de la Norteamérica de la depresión, la novela policial negra. La novela de enigma, nacida de las manos de Edgar Allan Poe, posibilita lo que Ricardo Piglia llamó el fetiche de la inteligencia pura que “valoraba sobre todo la omnipotencia del pensamiento y la lógica imbatible de los personajes encargados de proteger la vida burguesa”. Si la razón ha sido la verdadera protagonista de la novela policial de enigma, este rol es desviado o queda pospuesto en la novela policial negra. La lógica ya no será el único medio para descubrir al criminal, porque la serie negra se ubicará ya no en la gran esfera del conocimiento, sino en la microesfera de las prácticas sociales. Hammet y Chandler conservarán el crimen, pero su solución ya no operará como una revelación que espera al final del libro. El mundo en su infinita capacidad de corrupción tomará el lugar central, ese mundo será recorrido por un detective (que trabaja por dinero, no por probar que su inteligencia es superior) incorruptible, pero cuya apariencia y métodos lo separan del mundo de lo políticamente correcto. Díaz Eterovic realiza una apropiación que manteniendo las identidades formales y estéticas de la novela negra, tensiona su organización interna desde lo político-ideológico. De ahí la posibilidad de definirlo como un neo-policial. Frédic Jameson, analizando a Chandler, plantea una doble percepción de la sociedad norteamericana. Una a nivel local y otra a nivel de la nación como un todo. Allí ocurre, según Jameson, una disociación, ya que solo a nivel local el norteamericano es capaz de observar las lacras de su sociedad, manteniendo “un optimismo sin límites en lo que se refiere a la grandeza de la nación”. La novela negra se moverá dentro del ámbito de lo local. Lo neo-policial se explica en tanto la imposibilidad de una discursividad latinoamericana de confianza en el poder nacional, es este quizás el ámbito menos indicado donde centrar cualquier tipo de esperanza. Es precisamente el poder estatal quien se nos aparece como paradigma de las corrupciones: así el neopolicial en la forma de Díaz Eterovic, hunde su desesperanza más allá de todo límite posible: ningún paradigma, ningún refugio en la macro, nada que esperar que venga de arriba, ningún agente federal que no dé la ilusión de un orden reconstituido.

Pero el problema genérico va también un poco más allá de las evidentes filiaciones entre los textos de Díaz Eterovic y la novela negra. Porque al asumir sus códigos ha corrido el riesgo del encasillamiento en el ámbito de las producciones devenidas de la cultura de masas y que para nuestra historiografía, a pesar de nombres como Alberto Edwards, Luis enrique Délano, René Vergara, no contaba con figuras destacadas para el academicismo. La supuesta bastardía o condición de género menor, ha envuelto a la narrativa policial en Chile. Sin embargo hoy, en una época de caos, fragmentación, caída y cuestionamiento de paradigmas, el género se instala con real fuerza. Sobretodo al considerar, como dijo Borges: “que le género policial, como todos lo géneros, vive de la continua infracción de sus leyes” o lo mismo, dicho en palabras de Derridá: “el género desclasifica lo que permite clasificar”. Así pensadas las cosas, no sería extraño establecer otro tipo de vínculos. Se puede plantear que el neo-policial ocupa hoy un espacio análogo al que ocupó el llamado realismo social. Los narradores de la Generación del ’38, se desvinculan de la concepción criollista de lo nacional, un entorno eminentemente geográfico y costumbrista. La literatura como testimonio había construido una estampa de chilenidad y de marginalidad determinista y estática. Los escritores del ’38 subvierten esta perspectiva y se dedican a denunciar la condición del desposeído urbano y, además, estremecer conciencias. Este intento, de radical importancia en el proceso de constitución de la identidad social chilena permitió, una nueva presencialización del otro marginal. Ciertamente, hoy los intentos de revertir y resistir el orden hegemónico adquiere un cariz mucho más individual, ya no hay héroe colectivo. Aun así, el tematizar las contradicciones de un cuerpo social sofocante, nos permite plantear que el neo-policial chileno funciona como la novela social de fin de siglo, marcado por un signo inverso: si la novela del ’38 estaba tensionada hacia un futuro de redención, de utopía, en el neo-policial ocurre lo contrario: es el pasado lo que hay que recuperar, es el reencuentro lo que importa. Como ya hemos visto, lo genérico no es solo la clausura, sino también su posibilidad de apertura. De ahí que estos textos emerjan como dispositivos hibridizados de alta y baja cultura. Lo cual tiene como primer efecto resituar la utopía asumiendo la imposibilidad de representación de la totalidad, y buscando la eficacia de un género determinado, la novela negra, en tanto estrategia de contención o resistencia: ¿dónde están hoy las grandes ideas, los modelos desestabilizadores, los grandes cuestionamientos?.

Por otra parte, podemos observar, que la conformación del sujeto está estrechamente ligada a la recuperación de la memoria como una forma de resistencia y de constitución de la identidad personal. Una identidad siempre en riesgo de desaparecer no por agotamiento, sí por la violencia ejercida contra el sujeto por el sistema. El “desaparecido” es la figura que más caracteriza la herencia de la dictadura y la imposibilidad, indolencia o conveniencia en dar respuesta a esto, es la marca que más íntimamente resquebraja el aparataje ético de la democracia. Ramón Díaz Eterovic ha sido tenaz en sus textos al privilegiar el tema de la desaparición. Ahora bien, la desaparición puede y debe ser combatida con la memoria. De ahí, que en el devenir de Heredia se desdibujen los rasgos policiales de su función detectivesca en privilegio de una dimensión dantesca: la capacidad para sumergirse en el infierno, en el horror de infinitas redes de complicidades que ponen en funcionamiento innumerables prácticas del olvido.

Jean Baudrillard plantea la transformación de la lógica de la escena a la lógica de la pantalla. La escena con sus múltiples niveles de profundidad, fue siempre un imaginario cargado de sentido. Hoy toda profundidad, todos lo distintos niveles que conformaban lo real en capas superpuestas, habría cedido a ser nada más que una superficie plana. No hay trasfondo, no hay interpretación, hay un continuo de información. El sujeto construido por la escritura de Díaz Eterovic, se rebela frente a su posible fractalización, su dispersión en una multitud de egos miniaturizados. Incómodamente, mantiene una inestable unidad en sus rencores y en sus recuerdos. Ejemplo claro del sujeto moderno, Heredia está condenado a no poder olvidar, a cargar con ese trasfondo que lo liga a una historia que no pretende dejar de lado. Heredia es el escenario de una resistencia.

El sujeto así construido, habita uno de los márgenes del centro de Santiago. Paradójicamente y en contra de tanto discurso despreciador, Heredia ama a la ciudad, conoce sus transformaciones y devastaciones. Según Walter Benjamín ya Baudelaire había propiciado la unión entre la figura del detective con la del flaneur; aquel que recorre la ciudad en un vagabundeo, en un paseo ocioso, pero cuya indolencia es solo aparente. Así se ven unidas según Benjamín, “sagacidad criminalística y la amable negligencia del flaneur”. Por esto es que Heredia pareciera relacionarse en un dramático doble vínculo con la ciudad de Santiago: receloso, la ciudad es la fuente de todas sus sospechas, siempre en guardia frente a cualquier posible ataque, pero también dejándose llevar por un habitar, permitiéndose el ocio necesario, solo interrumpido por los trabajos mínimos que aseguren la sobrevivencia. La escritura de Ramón Díaz Eterovic refunda a Santiago, lo exorciza de ser un mero objeto de cambio, una escenografía transitoria en la cadena de producción. Heredia le roba un lugar a la gran urbe y aunque como marginal o viviendo en el exilio interno, logra reeditar oscuramente el larismo de Jorge Teillier.

Los últimos años de la narrativa nacional, no han sido precisamente pródigos en la producción de textos que impliquen algún tipo de resistencia. Más bien cero riesgo como pauta general, la reedición de órdenes establecidos, la reproducción de prejuicios caracteriza a una narrativa que tiende cada vez más a una reinstalación del conservadurismo; más bien neo-conservadores con toda la carga de liberal que eso trae. El mercado ha resituado a la literatura en ámbitos cada vez más obedientes a los modelos por él privilegiados. La obra de Ramón Díaz Eterovic marca el pliegue necesario, la contramano, a una discursividad oficial cada vez más totalizadora.

 

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Novela Negra
El arte del misterio en la narrativa
Jueves, 15 de Mayo de 2003
PRO - NEXIS




Siempre hay un personaje oscuro. También un secreto. Pero la magia no funciona si no existe un lector sumergido en el misterio. No hay dos discursos: para escribir una novela negra hay que ser definitivamente un genio. Extrañamente la novela negra, que hasta mediados del siglo XX se conocía como género policial, tenía mala fama entre los círculos académicos, porque era considerada "banal". Jorge Luis Borges tuvo que salir en defensa de esta forma de comunicación y lanzó dos sentencias sobre la mesa: "No existe un escritor de novela policíaca que no sea muy culto", reza la primera; "quienes desconozcan los méritos de este género están lejos de entender la literatura".

El escritor chileno Ramón Díaz Eterovic, uno de los pocos que vive en nuestro país y domina la ficción oscura, comentaba una vez durante una conversación de café: "Si el escritor de novela negra es talentoso, entonces sabrá mantener dos cosas para que el lector no se le escape: la unidad de acción y argumentos que no se dilaten en el tiempo ni en el espacio".

Cuestión difícil. Incluso el propio Borges, autor de intelecto y erudición, reconocía las complicaciones de escribir un buen argumento policial. Lo que ocurre es que los lectores exigentes tienen claro que aquel personaje oscuro que nombrábamos al principio no puede ser siempre un mayordomo, ni el secreto una joya perdida.

En lengua materna

En 1945 los escritores argentinos Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges fundaron la colección El Séptimo Círculo. Fue la primera colección de "literatura policial" de habla hispana. Gracias a la exquisita selección de ambos genios nuestro continente pudo conocer las obras de Raymond Chandler, James M. Cain o Nicholas Blake. Hasta ese momento estos autores eran desconocidos en castellano. La editorial Emecé cobijó al Séptimo Círculo a mediados del siglo XX y ahora los publica de nuevo. En estos momentos podemos contar con aquella colección de lujo.

Sin embargo, para encontrar más joyas hay que escarbar entre los misterios. Con la idea de facilitar las cosas conversamos con un experto, el escritor Ramón Díaz Eterovic: "Mis autores favoritos son Georges Simenon, Osvaldo Soriano y Raymond Chandler. De Chandler aprendí el sentido ético de la novela policial; de Soriano la posibilidad de transgredir los códigos del género para hacer literatura policíaca con acento y sabor latinoamericano; y de Simenon aprendí que la esencia de la novela policial no está en el enigma sino en crear personajes convincentes y en evocar ambientes que den color local y verosimilitud a las historias. De Simenon puedo recomendar su novela de la serie Maigret "Cecile ha muerto" y una extraordinaria novela que se llama "Carta a mi juez", que no esta protagonizada por Maigret. De Chandler recomiendo "El largo adiós" y de Osvaldo Soriano: "No habrá penas ni olvido" y "Cuarteles de Invierno". Pero, también quisiera decir que tengo mis autores favoritos dentro de lo que llamamos el neopolicial latinoamericano. Entre estos autores, me gustan Juan Sasturain ("Manual de Perdedores"), Mempo Giardinelli ("Qué sólo se quedan los muertos"), Luis Sepúlveda ("Nombre de torero"), Leonardo Padura ("Pasado Perfecto), Ricardo Piglia ("Plata Quemada"), Daniel Chavarría ("Allá Ellos"), Fernando López ("El mejor enemigo"), Santiago Gamboa ("Perder es cuestión de método"). Y desde luego, no puedo dejar de mencionar a tres escritores españoles que son esenciales en la narrativa policial en lengua hispana: Manuel Vásquez Montalbán, Juan Madrid y Andreu Martín".

El propio Díaz Eterovic creó al detective Heredia, que desde los arrabales santiaguinos resuelve casos político-sociales. Las obras de este escritor comenzaron con "La ciudad está triste", pero también destacamos "Solo en la oscuridad", "Nadie sabe más que los muertos", "Angeles y solitarios" y "Los siete hijos de Simenon", todos con Heredia como protagonista. Este año se publicará la novena historia de la serie, que se llama "El color de la piel".





 

 
 

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