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LOS SOBREVIVIENTES DE LA UNIÓN CHICA

 

por Elisa Montesinos

 



Los más jóvenes del grupo hablan de la Universidad de Nueva York 11. Se trata del Bar Unión, donde a diario se encontraban escritores y poetas, entre ellos Jorge Teillier y Rolando Cárdenas. Muy pronto vivos y muertos volverán a reunirse.

 

Leonora Vicuña llega desde Carahue. El escritor Ramón Díaz Eterovic viene con su último libro, El Ojo del Alma, bajo el brazo. El poeta Álvaro Ruiz está a punto de volar a México y también se lleva su libro: La Virgen de los Tajos. Roberto Araya, ex vendedor viajero, trae las fotos del último encuentro de sobrevivientes. Los escritos de todos ellos, junto a los de una veintena de ex parroquianos, aparecerán próximamente en la antología Vagabundos de la Nada.

Nos sentamos en la misma mesa que durante toda la década de los 80 compartieron con los poetas Jorge Teillier y Rolando Cárdenas, sus amigos muertos. La entrevista parece una buena excusa para volver a franquear las puertas del bar. La reunión comienza cerca de las 12 del día, como entonces, alrededor de una botella de vino.

"Estos encuentros me dan ganas de fumarme veinte cigarros al mismo tiempo", dice Leonora, la fotógrafa que por estos días atrapa imágenes de bares antiguos. Hace poco regresó de Francia. Fuera de las muertes, otros aspectos han provocado que el grupo se alejara del bar. "La diáspora, el éxodo que hubo", explica Roberto Araya. Muchos viajaron, otros están en la provincia, como el pintor Germán Arestizábal que vive en Valdivia.

Todos hablan al mismo tiempo. Casi no es necesario hacer preguntas. La historia se va armando con los retazos que cada uno recorta de su memoria.

Las condecoraciones de botones negros que inventaba Jorge Teillier, a la usanza de una orden antimilitarista. O cuando descubren que todos eran de provincia, menos Roberto Araya, y éste se puso a llorar como un niño. "Decidimos nombrarlo hijo ilustre de Negrete para que no se sintiera menoscabado", comenta Díaz Eterovic.

"Peleábamos mucho; era una escuela de ataque y defensa", dice Álvaro Ruiz. Roberto Araya cuenta cuando leyó un poema y Ruiz se lo pisoteó en el suelo. "Es que eran muy malos", se defiende el aludido.

 

Los libros sobre la mesa

El primero en llegar se paraba en la barra a esperar a los demás. Ahí Ramón Díaz conoció a Germán Arestizábal, quien en esa época saludaba con un cabezazo.

"Eran tiempos difíciles, entonces las botellas se vaciaban con monedas", dice Araya. "Es que éramos pobres", le responde Leonora, "y cuando llegaba alguien que tenía un poco más de plata todo el mundo se alegraba". El fotógrafo Jorge Aravena vivía en Alemania y mandaba plata para el vino de los poetas. "Había un día que no había problema, cuando cobraba el arriendo o la jubilación el chico Molina; ese día era chipe libre", recuerda Araya.

Alguien pone sobre la mesa la segunda edición de la obra completa de Rolando Cárdenas. Brindan por él, por supuesto. "No fueron más de dos veces que lo vi sin corbata", dice Díaz. "Un caballero", opina Ruiz.

Díaz Eterovic describe cuando lo tuvo que ir a sacar de la morgue y como estaba sin corbata le puso la que él llevaba. Además de poeta, un gran cantante. "Ya nadie cantará Corazón de Escarcha", lamentan todos.

Recuerdan a Iván Teillier; "polémico" y guapo como Cristopher Reeves. "Cuando quería tomarse un trago decía: necesito kriptonita".

Un gran lector de solapas o lector solapado, el Chico Molina. "Su máximo orgullo era no haberle trabajado un día a nadie". Comentaba libros de autores inexistentes. Una vez le preguntaron por alguien apellidado como el vino que estaban tomando y él se explayó sobre las bondades de su obra. "Todos eran mitómanos", advierte Araya.

"Molina contaba que estaba escribiendo una novela que se iba a llamar El Gran Taimado, y después Lafourcade publica una con ese nombre", acusa Díaz Eterovic. Lafourcade también frecuentaba a Teillier. "Jorge le daba una serie de datos", dice Leonora. "Son amistades particulares; las verdaderas amistades de Jorge eran estas de aquí" (golpea la mesa). "El conde de Lafourchette", bromean. "Cuando venía miraba a huevo porque encontraba un poco rasca, como es medio siútico", se burla Ruiz.

La poeta Stella Díaz Varín era otra de las mujeres que franqueaba las puertas del bar. "Una diosa; prendía los cigarros en los zapatos", se admira Leonora. "Personaje nacional", sintetiza Roberto Araya. A Ramón la primera vez que lo vio le pegó un combo; ahí se hicieron amigos. "Tuvo muchos amores con Jodorowsky", recuerdan. "Nicanor Parra la cortejaba, González Videla también. Era agresiva, provocativa, transgresora", dice Araya.

Alguien saca la antología Nueva York 11, editada por Carlos Olivarez, otro de los contertulios que descansan en paz. "Nos tenían catalogados de borrachos, de buenos para nada, pero estábamos publicando", alega Ruiz.

 

Ni santos, ni profetas, ni poderosos

El segundo salud es por Jorge Teillier. "En alguna parte está vivo", dice Leonora. De las múltiples veces que estuvo interno, de las posibles causas de su alcoholismo, de sus contradicciones. "Era un conservador en muchas cosas", resume Ruiz. Se ríen porque le gustaba que la gente se uniera "con libreta". "Un caballero del sur", acota Díaz Eterovic. Seductor, concuerdan todos.


"Jorge detestaba a los pedantes y a los oficiales", celebran. "Mucha de la gente no sabía lo que pasaba aquí; lo que siempre se mantuvo era casi una cofradía; una sobreviviencia", dice Leonora. "La poesía fluía sola", agrega Ramón. La mejor escuela de literatura, concuerdan. "Ahora es un mito este lugar", dice Ruiz.

"Lo otro bonito es que cada vez que salía un libro se festejaba", dice Díaz Eterovic, quien saca a colación las actas que llevaban: "muy divertidas; puros pelambres e invenciones".

"Las mujeres eran como un trofeo", ironiza Leonora Vicuña, quien nunca lo fue. Su casa en San Isidro los amparaba del toque de queda. La fotógrafa recuerda noches con gente durmiendo "hasta en la tina".

"Eran tiempos terroríficos", dice Vicuña. "Los tiempos en que la delación era una virtud", dice Ruiz parafraseando a Teillier. Díaz Eterovic lo cita: "Hermanos, seamos felices, llegó la medianoche y aún estamos vivos".

"Nunca le dieron el Premio Nacional; Cárdenas y Jorge lo merecían", reclama Araya. Los demás le rebaten: "Eso no es importante, lo que importa es la poesía".

Si en algo están todos de acuerdo es en no estar del lado del poder. Ruiz lee un poema escrito a la muerte de Cárdenas. A ratos la mesa es un barco y podemos sentir el viento sobre el rostro. Cantan Corazón de Escarcha, tema preferido de Rolando Cárdenas, el Chico para sus amigos. Se acaba la última botella. Son las seis de la tarde; se cierra la sesión.

 

 

"Don Jorge ya no está" Eso fue lo primero que don Wenche, el dueño de la Unión, dijo a Leonora cuando logró volver tras la muerte del poeta.

"Siempre va a estar. Si ustedes no estuvieran, yo no soportaría estar acá; se aparecen los fantasmas", dice Ramón. "Yo sé que cuando me muera voy a llegar a un bar donde va a estar Jorge, va a estar Cárdenas, y vamos a chupar eternamente. El paraíso tiene que ser un bar", parece decir Heredia, el personaje, pero habla Ramón Díaz, su autor.

"¿Falta una persona?", pregunta el mozo. "Sí, falta, pero esa persona ya no va a poder venir", responde Leonora y deja fluir sus recuerdos: "Jorge asociaba la poesía al boxeo, hay una evidente similitud, es la lucha contra el mundo, a ti te pegan golpes y pones la cara. Tú lo que quieres hacer es ganar algo que es indecible, pero es tu lucha. Lo tiene escrito, toda su cosa del trago o la autodestrucción, para él tiene el sentido de preservar en forma pura la poesía. Es a costa de eso. Y él lo logró; traspasa esa barrera".

También se refiere a la enemistad con Enrique Lihn, originada por una mujer. "Beatriz Ortiz de Zárate era la novia de Lihn y Jorge se la quitó. Enrique Lihn jamás le perdonó que se casara con ella. No sólo era bella, sino extraordinariamente magnética, del mismo magnetismo de Jorge. Después Enrique Lihn trató de reconciliarse y Jorge no quiso". Aquí Álvaro Ruiz interviene para contar que al final sí se reconciliaron y que él mismo fue testigo del abrazo entre ambos. Un abrazo, eso sí, sin mucha convicción.

 

Rolando Cárdenas, Ivan Teillier, Jorge Teillier

 

(Todas las fotografías: Leonora Vicuña)

Fecha: 13/11/2001, Santiago.Chile


 

 

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Ramón Díaz Eterovic: Los sobrevivientes de la Unión Chica.
Por Elisa Montesinos.
13 de Noviembre de 2001.