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EL CIELO ES MÁS PEQUEÑO QUE LOS RASCACIELOS
Presentación del libro Rascacielos de Enrique Winter

Por Sergio Muñoz
Valparaíso, 7 de agosto de 2008.

           
Primero, creo que Enrique me invitó a presentar su libro aquí en Valparaíso, debido a que en la última presentación pública de un amigo, como fue la presentación del libro Músico de la Corte de Felipe Moncada, yo hice una especie de llamado al público asistente a esa presentación, para adquirir el libro. Esta vez, en vez de hacerlo al final, como en aquella oportunidad, voy a comenzar esta pequeña presentación solicitando a los presentes, que en un acto de generosidad, de gratitud y también de justicia, lleven sus manos a la billetera y adquieran este segundo libro de nuestro amigo Enrique Winter, en la módica suma de $ 4.000. No se van a arrepentir, y voy a intentar dar algunas razones de esto en adelante.

Comencemos por decir que el término Rascacielos, es un concepto que se nos allega desde la arquitectura. Un rascacielos, como todos saben, es un edificio particularmente alto. Y aunque su altura es un término relativo, generalmente comparativo con el contexto, existe un criterio que sitúa el límite inferior de un rascacielos en unos 150 metros de altura. A partir de los 305 metros, un edificio suele ser considerado un rascacielos súper alto. Actualmente en Santiago, se construye la torre Costanera Center, que medirá 257 metros de altura, y será el mayor edificio de Chile y de Sudamérica. Por lo tanto, al no existir en Chile un edificio que supere los 305 metros de altura, hasta ahora, el término rascacielos es un concepto más bien ajeno a nuestro paisaje urbano.

Sin embargo, la presencia del rascacielos en la poesía hispanoamericana ha constituido un linaje bastante sugerente de imágenes, que han dado cuenta por lo general, de dos líneas emocionales contrapuestas: Primero, aquella que se deslumbra frente a la magnitud de la edificación. Y segundo, aquella que es crítica respecto de la construcción y del sistema de vida que lo constituye, y que afirma y valora la existencia precaria y uniforme de la propia aldea.

En este sentido, dos textos de autores clásicos españoles, León Felipe y Miguel Hernández, nos dan cuenta de estos modos distantes de relación respecto del rascacielos:

Elegía
(León Felipe, Zamora, España, 1884 – Ciudad de México, 1968)

            …¡Nueva York!
            -piedra, cemento y hierro en tempestad-.
            Donde el ojo ciclópeo del gran faro
            que busca a los ahogados no puede llegar;
            donde se acaban las torres y los puentes;
            donde no se ve ya
            la espuma altiva de los rascacielos…

El silbo de afirmación en la aldea
(Miguel Hernández, Orihuela, 1910 – Alicante, 1942)

            ¡Rascacielos!: ¡qué risa!: ¡rascaleches!
            ¡Qué presunción los manda hasta el retiro
            de Dios! ¿Cuándo será, Señor, que eches
            tanta soberbia abajo de un suspiro?

Hay algunos ejemplos sorprendentes. Como este fragmento del poeta argentino Héctor Viel Temperley, quien en su poema Pabellón británico, casi nos acerca las dos obras publicadas de Enrique Winter:

Pabellón Británico
(Héctor Viel Temperley, 1933-1987)

            Por las paredes de los rascacielos el calor y el silencio suben de nave en nave…

Curiosa es la Égloga de los dos rascacielos de Luis García Montero; donde ambos rascacielos explican el amor que sienten por una mujer que los habita.

Égloga de los dos rascacielos
(Luis García Montero, Granada, 1958)

            Lamentaban dos dulces rascacielos
            la morena razón de su desgracia,
            bajo el sol del invierno. Mi ciudad
            escuchaba en su voz la ineficacia
            de un amor que vencido por los celos
            otorga duelo y quita libertad…

            Algunos otros ejemplos en la poesía hispanoamericana:

Música de saxo para dejar entre las flores de Bowling Green
(Ángel García López, Rota, Cádiz, 1935)

            … Y hoy perdida en el Este, subiendo rascacielos
            llevando soles altos al nido de la escarcha,
            Miss Gilmore imposible, postal de un sueño apenas.
            Perdida de mi cielo, turista de galaxias.

Desde el piso diecinueve
(Amalia Iglesias Serna, Palencia, España, 1962)

            Desde el piso diecinueve de un rascacielos
            el lago Michigan helado, lápida de cristal
            un blues para la noche desde arriba…

Invocación
(Cristina Peri Rossi, 1941, uruguaya)

            Si el lenguaje
            este modo austero
            de convocarte
                        en medio de fríos rascacielos
            y ciudades europeas
            Fuera
                        El modo
            de hacer el amor entre sonidos
            o el modo
            de meterme entre tu pelo

Casi Oda a Federico García Lorca
(Adriano Corrales, San Carlos, Costa Rica, 1958)

            Nuestras ciudades enloquecieron con sus guadañas
            el humo asfixia a los maricas los peones las pitonisas
            los rascacielos los callejones la caravana de gitanos…

Confesión del tiempo
(André Cruchaga, Chalatenango, El Salvador, 1957)

            …El tiempo sangra a solas
                        Como la luna menguante
                        De los disfraces:
            Su boca es más voraz
                                    Que la del hombre
            Su boca           pero también
                        Su memoria
            Que tiene laberintos
            Como los rascacielos.

Nueva York
(Margarita Carrera, Guatemala, 1929)

            …Nueva York, distante y dura.
            Central Park 
            rascacielos
            y profunda soledad.

Cumpleaños en Manhattan
(Mario Bennedetti, Tacuarembó, Uruguay, 1920)

            …pero también es bueno
            sentir alguna vez un poco de ternura
            hacia este chorro enorme
            poderoso
            indefenso
            de humanidad dócilmente apurada
            con la cruz del confort sobre su frente
            un poco de imprevista ternura sin raíces
            digamos por ejemplo hacia una madre equis
            que ayer en el zoológico de Central Park
            le decía a su niño con preciosa nostalgia
            look Johnny this is a cow
            porque claro
            no hay vacas entre los rascacielos...

Soy un caballo
 (Marita Troiano, Ica, Perú, 1953)

            …Soy un caballo triste
            Mezclado con sigilo
            con extrañas variedades de huesos
            de animales muertos de hace tiempo
            Mimetizando un cuerpo largo y tenso
            con infinitas carreteras
            con los frutales colores de un semáforo
            o con la estúpida altivez de rascacielos…

            Y algunos ejemplos de poetas mexicanos:

Apuntes para una declaración de fe
(Rosario Castellanos, Ciudad de México, 1925 –Tel Aviv, 1974)

            … Los rascacielos ya los ha visto de lejos:
            los colmenares rubios donde los hombres nacen,
            trabajan, se enriquecen y se pudren
            sin preguntarse nunca para qué todo esto,
            sin indagar jamás como se viste el lirio
            y sin arrepentirse de su contento estúpido…

Vértigo Cantando
(Samuel Noyola, 1965, Monterrey, México)

            …déjame a mí la altura y el abismo del corazón,
            déjame el rascacielos en la sangre…

Finalizo esta recolección con la cita de un poeta muy querido por Enrique, Philip Larkin. De su poema Altos ventanales:

“…Pero inmediatamente, aún sin palabras, pienso en los ventanales, el cristal que reúne el sol, y más allá, el profundo aire azul, que nunca enseña nada, y no está en ningún sitio, y es infinito…”

Esta recolección de imágenes relacionadas con los rascacielos, de alguna manera va acotando el tema referencial a la posición del hablante respecto de la edificación.       Justamente este libro de Enrique Winter se distingue de gran parte de estas otras voces hispanoamericanas porque nos invita a entrar en otro juego. Presenta particularidades que a mi juicio son tremendamente relevantes en el contexto, primero de la elaboración de su propia obra y segundo, en el contexto de la poesía chilena contemporánea. Y voy a tratar de entrar ahora en ambos temas.

Este no es un libro de fácil acceso. Hay libros que uno lee, y que dejan en la cabeza y en la memoria, una cierta sensación de certidumbre. Raras certezas, que a veces se comparten, y otras veces incomodan y abren la puerta de la imaginación y del pensamiento, a un desasosiego más bien sombrío. Pero hay libros que afirman. Libros que dialogan con el mundo desde la certeza de una afirmación.

El nuevo libro de Winter, Rascacielos, más que dejarnos certidumbres, nos invita a entrar en la ceremonia –siempre necesaria- de las preguntas, de los cuestionamientos respecto del otro, de las interrogantes respecto de los alcances del lenguaje, de los diversos mundos discursivos que conviven en la sociedad y que forman la argamasa espiritual y física que reúne, ya sea en la comprensión o en la incomprensión del lenguaje, a la mayor parte de los seres humanos, y finalmente, de las interrogantes respecto de la finalidad última del arte. ¿Cuál es el sentido de escribir textos, publicarlos, trabajar afanosamente en su forma, y darlos a conocer en un objeto llamado libro?

La pregunta es el motor desde donde, al menos yo, he articulado mi fugaz relación simbólica con el universo de sentidos, sonidos, imágenes, mundos simbólicos y discursividades que es Rascacielos.

Este es un libro que ha sido editado en México, por Ediciones Literal, en su colección Limón Partido. Es un libro unitario, no una colección de poemas independientes. Y posee un trabajo de elaboración consistente, con textos escritos por su autor entre los 20 y los 25 años de edad, desde octubre de 2002 a marzo de 2008.

En el libro hay diversas discursividades que forman una paleta interesantísima de tonos, de lenguajes y de maneras de expresión. A mi juicio, lo que más caracteriza a Enrique Winter como un poeta particular, es la lectura que hace de lo social, de la intimidad de aquellos hablantes que dialogan en su Rascacielos. Sin duda, este es un rasgo que lo distingue generacionalmente. No por la temática, sino por el trabajo estilístico que hay en su apuesta escritural. Una escritura en la que no hay panfletos ni mitificaciones. A pesar de ahondar temáticas de marginalidad social, y de entablar diálogos a diferentes niveles de lectura, una de las cosas interesantes es la ausencia de denuncia, mitificaciones, consignas políticas o panfletarias de cualquier tipo.

Es sumamente potente el juego que se establece entre un adentro y un afuera. Esto lo planteo a todo nivel: Ya sea entre la peripecia vital de los personajes de Rascacielos, entre la relación polifónica de lenguajes entre Chile y México, entre la articulación de una obra contundente (como creo lo es Atar las Naves y Rascacielos), en relación a otras propuestas estético-históricas contemporáneas a las de Winter, etc.

                        VANGUARDIA

                        Los jóvenes poetas. Peligrosos
                        como artes marciales milenarias
                        en el gimnasio del burgués.

El material de este libro está tan elaborado, y tan bien elaborado, que vuelve metafísico el itinerario de la experiencia que está aquí reunido, es decir, toda la experiencialidad de los personajes, del autor, de los mundos sonoros reales e imaginarios que andan revoloteando en el libro, se reúne como una argamasa metafísica que nos invita no a una contemplación estática del material aquí reunido y construido, sino más bien, a una reflexión de diversas connotaciones: A una reflexión metafísica, a una reflexión social, a una reflexión formal, a una reflexión retórica y moral, de lo que es el lenguaje, de lo que significa escribir versos, publicarlos y articular una obra. El ethos del libro nos interpela. Nos sugiere y nos obliga a reflexionar, entre otras cosas, respecto a los matices de lo mestizo latinoamericano; respecto a los matices de una estética que no rehúye los llamados de la ética; respecto a los matices de una reflexión sobre las relaciones etáreas y los ritos de paso del Chile actual; respecto a los matices de la tensión social, que no se limitan a un mero carácter documental, sino que creo, transfiguran al documento en poemas de enorme calidad y trascendencia.

Ahora bien, no es curioso que en este Rascacielos de Winter, habiten tantas voces. Como lo dice Teófilo Cid en su poema Tríptico de la noche III:

            …¡Oh noche que das paz a las estrellas
            con el vaho de los cuerpos;
            al sereno de las fábricas,
            a los viejos conductores de tranvía.
            Yo te voy iluminando piso a piso.
            Das un lujo sideral
            como al verde rascacielos
            que madura con los besos de sus miles de habitantes…

O Carl Sandburg en los Poemas de Chicago, que comienzan así:

            Rascacielos
            De día, el rascacielos descuella entre el humo y el sol y tiene alma.
            Praderas y valles, las calles de la ciudad, a ellas vierte gente que se mezcla en     sus veinte plantas y de nuevo se ven vertidos a las calles, praderas y valles.
            Son los hombres y mujeres, chicos y chicas así vertidos y revertidos a lo largo     del día, los que dan al edificio el alma de los sueños y pensamientos y        recuerdos.

Podríamos pensar que cada uno de los personajes, o de las distintas voces que habitan la totalidad del libro de Winter, venga de aquellos miles de habitantes que nombra Teófilo Cid, que le dan al edificio el alma de los sueños y recuerdos y pensamientos que reconoce Sandburg, o bien de las miles de ventanas que el rascacielos proyecta sobre la ciudad moderna.

Lo curioso, sin embargo, es que la mayoría de estas voces provengan de una condición social más bien precaria, y que planteen los dramas propios del hacinamiento, la droga, la violencia intrafamiliar, etc.

¿No será posible pensar, entonces, que esas voces, no ocurren al interior del edificio, y más bien son visibles desde la altura del rascacielos, pero provienen desde afuera?

Uno de los componentes fundamentales del libro, a mi juicio, tiene relación con la profesión de su autor. De hecho, Enrique había sido hasta hace poco tiempo, mi abogado personal, en un litigio del que no quiero ahora acordarme. Sin embargo, el Congreso de la República, o más bien, la Comisión de Hacienda de la Cámara de Diputados, dijeron otra cosa.

Uno de los poemas mejor logrados del libro, representa el frontis de la tradicional Escuela de Derecho de la Universidad de Chile, donde Winter se formó como abogado. De hecho, dice Winter en las dos partes que forman el texto:

            la escuela de derecho
            cinco años y un día
            mientras otros bebían
            el vino de los pechos

            HAN ENGORDADO YA MIS COMPAÑERAS
            EL TRAJE DE DOS PIEZAS NO LES BAILA
            NI BAILAN ELLAS PESE A SUS OJERAS

Ahora bien, al menos en 5 de los 64 poemas del libro, hay referencias directas a trámites judiciales, demandas, audiencias, querellas, juicios y pensiones. De hecho, uno de los rasgos más interesantes y singulares del libro es la aparición de estas experiencias jurídico sociales en el contexto de la articulación de personajes.

            FIRME AQUÍ: MI FIRMA ES REDONDA Y FINA

            Hace justo un año fui testigo contra mi marido por abusos sexuales de otra.
            Desde entonces Carabineros ronda por mi casa
            pues su hermana juró vengarse. Él está preso
            y así esposado viene a la audiencia de divorcio.
            Los niños querían acompañarme para verlo, porque lo aman tanto como yo.

            Si me ensucio, ahí no es donde me limpio: me interesa la limpieza del paño.
            Me duele ver de pie al gendarme y a espaldas de mi esposo, ojalá nadie pase por aquí.
            No quiero rearmar mi vida. Yo me miré al espejo esta mañana y lloré.
            Vine tarde a la audiencia. Quién sabe si se suspendía,
            como el almuerzo cuando él no llegaba.

¿No será posible además, que esas voces provengan de las actividades que como abogado le ha correspondido asumir al autor de estos poemas, en su práctica profesional en la Corporación de Asistencia Judicial, o en las otras funciones públicas que ha ejercido?

Pero más allá de intentar encontrar la cantera de los recursos retóricos que Enrique utiliza en el libro, me parece que lo más valorable es intentar comprender, o al menos divisar, cuál es el desafío mayor de un poeta aún joven como Winter, en términos de abordar el espacio creativo desde una perspectiva personal, diferenciada de las modas en uso, y lograr articular una voz propia, que toma de la tradición, exitosamente, algunos desafíos formales, que sin duda potencian su expresión.

En Rascacielos hay 12 personajes de diversos estratos sociales que dan vida al libro. Y aparecen nombrados 17 lugares de América, desde Houston o Los Ángeles, California, pasando por Ciudad de México, Monterrey o Guadalajara, hasta Santiago, la plaza O’ Higgins de Valparaíso y Llanquihue, por nombrar sólo algunos.

El libro cuenta con 5 poemas visuales: 3 fotografías y 2 caligramas. Uno de ellos, es un poema excepcional, que representa la silueta de 6 rascacielos, y está construido con retazos de todos los poemas del libro, que van apareciendo en el orden en que los poemas están a su vez ordenados en el libro. Y le pediré luego a Enrique, que lo lea. Por lo que de alguna manera engloba la totalidad del concepto rascacielos de Winter: la multiplicidad de voces y la articulación de estas voces formando un palimpsesto social, epocal, que no se limita solamente a la construcción de un buen libro ni a la explicitación de la cruda realidad latinoamericana, o de la vida distendida de las elites, sino que construye con ambos elementos, oficio y realidad un obra contundente.

Antonio Porchia, poeta argentino, nos dice en uno de sus aforismos:
            “Las certidumbres sólo se alcanzan con los pies”.

Es decir, la mixtura entre experiencia y fondo teórico, sólo se va a constituir verdaderamente en el quehacer de un poeta, cuando esa mezcla involucre completamente al artista que trata de articular su voz propia y su manera. Y en ese sentido, me parece que Rascacielos de Enrique Winter, proyecta la concreción de una obra personal de tremenda significación en la poesía chilena.

Yo no les vengo a proponer fumigaciones. No lo creo necesario. Me parece mejor tratar de abrir puntos de reflexión sobre las propuestas estéticas de los nuevos y buenos poetas chilenos. Porque eso hay: poetas más o menos coherentes, que comienzan a articular proyectos de obra. ¿Quiénes quedarán? Sólo el tiempo podrá dar cuenta de aquello.

En 1927, el poeta peruano Carlos Oquendo de Amat, publicó la que fue su única obra: “5 metros de poemas”. Se trata de un libro acordeón, con páginas desplegables horizontalmente, que miden exactamente 4 metros, 16 centímetros.

Curiosamente, el año anterior, había publicado una pequeña composición llamada “Nueva crítica literaria”, donde realizaba una crítica a los poetas de su tiempo. Él mismo se incluye, diciendo respecto de sí: “Carlos Oquendo de Amat es un imbécil. Carlos Oquendo de Amat”. Curiosamente, ese pequeño trabajo anterior a “5 metros de poemas”, es publicado en 1926 en la Revista Rascacielos, de Lima.

¿Qué quiero decir? ¿Qué hay una sintonía ambiental entre la obra de Enrique Winter y los 5 metros de poemas de Oquendo de Amat? Tal vez. Me parece importante decir que ni los rascacielos son nuevos en nuestros países latinoamericanos, ni que las páginas plegables han sido un hallazgo de Enrique Winter.

Lo interesante sin duda, es entender las razones vitales que llevan a Enrique Winter a adoptar el lenguaje que utiliza en sus textos. Tanto Atar las Naves como Rascacielos, son libros tremendamente contenidos, y en los que la contención, de alguna manera, articula la forma.

Para Pound, la poesía es el lenguaje cargado de sentido.
Y la escritura de este libro es una demostración de aquello, por cuanto hay un trabajo formal de alta densidad, pero a la vez, una reflexión seria y contundente sobre los alcances del lenguaje, las relaciones humanas y sociales en el espacio latinoamericano, y la invitación a entrar también en el tema de la identidad.

Cuando uno lanza un cumplido o un piropo, uno asume el riesgo de exagerar, y de hacer un cumplido que enfatice en exceso aquello que queríamos resaltar. Muchas veces la razón de esta inadecuación entre la palabra y la acción, tiene raíces demasiado profundas, y no podríamos ahondar -sin vergüenza- en las razones de aquella desmesura. Es posible también que el cumplido quede corto. Voy a terminar esta presentación con un cumplido ambicioso, y con un par de comparaciones ridículas y excesivas. Sin embargo, este cumplido quiere dar cuenta de un reconocimiento verdadero a Enrique Winter, quien lleva ya largo tiempo dando muestras de genuino oficio poético en dos libros muy interesantes y atractivos -por decir lo menos-, y trabajando además como editor de Ediciones del Temple, cumpliendo un papel importantísimo que tiene que ver con la proyección de los poetas jóvenes. Winter es un poeta que ha estado apostando por la palabra joven de Chile, por una palabra que sin esa posibilidad, seguramente continuaría inédita, y ese gesto, me resulta particularmente encomiable y digno de resaltar.

Va entonces el exagerado elogio:
En una de las cartas que Octavio Paz dirige a Pere Gimferrer, cartas que están recogidas en el libro Memorias y palabras, Paz, en carta fechada el 18 de abril de 1990, le dice a Gimferrer, respecto de Neruda:
            “He releído a Neruda, en una antología un poco descosida que hizo Alberti. Volvió a conquistarme: en toda su obra, aún en los momentos más deleznables, hay poemas extraordinarios. Tal vez es el gran poeta de su generación, en América y en España. La voz más amplia, la que viene de más lejos y la que va más allá. La palabra océano le conviene”.

Obviamente, guardando las proporciones, primero porque Winter no es Neruda, y, claramente, yo tampoco soy Paz, hago mías las palabras del mexicano, y te digo, Enrique, de corazón:

            “En toda tu obra, aún en los momentos más deleznables, hay poemas extraordinarios. Tal vez eres el gran poeta de tu generación. La voz más amplia, la que viene de más lejos y la que va más allá. La palabra océano te conviene”.

Pero, para no finalizar en la desmesura y en el exceso, agrego otro aforismo de Antonio Porchia, que dice:
            “Si no levantas los ojos, creerás que eres el punto más alto”.

 

 

 

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EL CIELO ES MÁS PEQUEÑO QUE LOS RASCACIELOS.
Presentación del libro Rascacielos de Enrique Winter.
Por Sergio Muñoz.
Valparaíso, 7 de agosto de 2008.