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Una cuerda es una soga
Atar las Naves, de Enrique Winter
/ Ediciones del Temple, 88 págs.

Por Marco Antonio Coloma
En El Periodista, Viernes 12 de marzo de 2004

 

 

La historia es conocida: ante la posibilidad de que sus hombres volvieran sobre sus pasos y no se animaran a emprender la conquista, Hernán Cortés tomó una decisión memorable. Según la versión que se prefiera, el conquistador español soltó -o quemó- las naves para evitar que siguiera existiendo una posibilidad para el regreso. Sin las naves esperando en la orilla, había un solo camino.

Historia verdadera o mentira convertida en historia, lo cierto es que la anécdota de Cortés se transforma -desde el mismo título- en una de las pistas de lectura de los poemas reunidos en "Atar las naves" de Enrique Winter. Una de las pistas, digo, porque sin ser éste un libro tremendamente elogiable -el primero de Winter, que tiene 22 años y que sólo había publicado en antologías- tiene la virtud de convocar lecturas diversas. Y esa es una gracia que uno espera en un buen libro de poemas.

Esa primera lectura, a partir del título y de algunos poemas, le da crédito al volumen. Atar las naves es optar por encallar, atracar, colgarse a la costa y descolgarse del viaje (no por nada hay en este libro un poema titulado "Ilión", ese lugar que impidió por tantos años a Ulises emprender el viaje de regreso a Itaca). El acento está puesto en la cuerda que ata la nave a tierra, y que pende dramáticamente, por ejemplo, en el contexto de un breve poema narrativo titulado "Soltar la cuerda": "Nunca aprendimos a saltar la cuerda./ Mis padres la olvidaron/ en el bazar de Presidente Errázuriz/ dos nueve cero uno./ Al techo del lugar sigue amarrada,/ balanceando a mi abuelo". El pasaje de la escena de infancia del primer verso -casi como una metáfora de una infancia imposible- a la de muerte del último, transforman la cuerda en una soga, en un giro rápido y dramático que va del juego a la tragedia. Esa vuelta de tuerca de seis líneas bien pensadas hace de este poema -el segundo del libro- un texto central del volumen.

La poesía que reflexiona sobre las posibilidades del lenguaje es un tema fundacional de la poesía moderna (y recurrente a más no poder en los poetas jóvenes de nuestra república). Esa reflexión, a mi juicio, está puesta como símbolo en las naves que abundan a lo largo del libro (en "Los encallados", por ejemplo). Atar las naves es evitar la afasia: la cuerda ata tanto como el lenguaje atrapa.

Cuerda o soga que ata y nave que es atada, abren entonces la reflexión sobre el lenguaje en un desfile de significantes: la cuerda que ata, que fabrica nudos, el abuelo que pende de una soga, el niño que salta la cuerda, el nudo en la garganta, la posibilidad de la afasia, la constancia de lo inefable. ¿Qué otra cosa le puede pedir uno a la poesía?

Rescato el trabajo y el riesgo de las formas medidas de algunos poemas que tanto le llaman la atención de Armando Uribe, según escribe en el Postfacio (¿era necesario, digo, esa palmada en la espalda?). Siento que en este libro las formas no responden a una intención de clasicismo. Puede ser una sutil ironía de Winter: pongo un octosílabo para reírme de lo tieso que puede ser un octosílabo.

Hay algunos detalles que vale comentar. El derroche de hermetismo de no pocos poemas ("A cincelar en la garganta bordes/ del pasillo de rugby"), ponen la lectura cuesta arriba, y no le dan nada a cambio. Varios juegos de lenguaje que están bien, pero se sabe que las piruetas no son siempre las mejores gracias que uno puede hacer. También hay algunas cursilerías ("desmigando un mantel a cuadros carmesí"), y guiños de mal gusto ("el galeón español con su estampa señera"), que podrían haberse evitado.

"Atar las naves" es un buen estreno, un libro inteligente y bien concebido.


 

 

 

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Enrique Winter: Una cuerda es una soga,
por Marco Antonio Coloma.
Fuente: El Periodista,
Viernes 12 de Marzo de 2004.