Comentarios críticos a "Atar las naves". Por Alejandro Lavquén, Luis Valenzuela P., Alejandro Zambra, Ramón Riquelme.




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Comentarios Críticos a "Atar las Naves"

COMENTARIO A ATAR LAS NAVES

Por Alejandro Lavquen, "Punto Final" y "Letras de Chile"

 

Acaba de ser publicado el primer libro del joven poeta Enrique Winter: "Atar las naves" (Ediciones del Temple). Un poemario donde, de cierta manera, el autor intenta buscar el camino propio, de hecho me parece que esto lo expresa muy bien -para este caso- Armando Uribe en el postfacio cuando plantea que muchos poetas que usan el verso libre consideran "anticuado" los versos que tienen forma como siempre ha existido en todas las lenguas. Luego agrega: "Pues evidentemente se puede ser original y originario inventando formas. Enrique Winter lo hace en "Atar las naves" y a la vez respeta el endecasílabo, el heptasílabo, el alejandrino, ¡y la poesía experimentada! "Come cerezas sobre un plato blanco", así dice en "Corazón de Paloma". Interpretar un libro de poemas suele ser riesgoso, generalmente tiene varias lecturas, dependiendo en definitiva de las sensaciones que deja en los distintos lectores. Y éstas no son siempre las que el poeta pretendió transmitir. Y esto me parece que es muy válido hoy, cuando existe la tendencia (no sé si será moda) de construir el poema a partir de un protagonismo exagerado del lenguaje y una especie de combinaciones de términos y conceptos en sí, algo que, personalmente, siempre he percibido como un juego de palabras donde se diluye el contenido. Digo esto porque Winter pertenece a una generación de poetas donde -salvo excepciones- prima esa manera de poetizar, y me parece que él ha marcado un tono distinto, donde no se pierde el sujeto dentro del poema.

El libro que nos convoca es una especie de viaje donde las naves son múltiples: los recuerdos, los buses, el amor (muy marcado), el erotismo, etcétera. También las ataduras: una cuerda que "Al techo del lugar sigue amarrada,/ balanceando a mi abuelo"; o esas "Hidalgas huinchas de medir". O estos sugerentes versos: "Tu rostro sobrecoge mientras duerme/ trenzado encima de la azul/ mochila con la forma de tu vientre". En el fondo, las naves y sus ataduras se anudan y desanudan durante el viaje a través de los textos que conforman el libro. Y quizá sea la muerte que se percibe la única atadura permanente, que a la vez puede ser la libertad definitiva después de tanta travesía al garete:

"Desde mi atajo muchos lugares retroceden.
Ella y yo fuimos soplo. Uno vasto y cansado
de todos nuestros muertos,
aquel murmullo. Sólo
los lugares se agrietan de mañana y pasado.
Nací del desencanto de los hombres de Almagro,
mi diluvio cabía en su saliva,
mientras ella abarcaba los senderos descalza".


Versos que a mi entender, de una u otra manera reflejan el espíritu del libro, o parte importante de él. Un buen primer libro de Enrique Winter, donde a pesar que en algunos versos se percibe la ausencia de un artículo o de una contracción (tal vez como un recurso intencional del poeta), que quizá les habría dado mayor fuerza, el resultado final es de un alto vuelo poético.

 



CADENCIOSO VAIVÉN POÉTICO

Por Luis Valenzuela P.
www.sobrelibros.cl

Un movimiento azaroso me lleva a levantar este libro de poemas en una tarde de calor, que se siente muy distante de la atmósfera viajera y móvil del libro levantado. Algo me inclina a abrirlo. Un último movimiento, me detengo a leer Atar las naves y me quedo junto a esta poesía de Enrique Winter que se agita lentamente y que en ocasiones intenta detenerse para consumar su proyecto: inmovilizar y suspender esas naves. Pero, ¿qué son esas naves?

Es difícil identificar esas naves, pero tampoco se puede hablar de que estemos en un terreno tan difuso. El acto de querer trabar el movimiento de estas naves podría ser el intento por atar recuerdos o simplemente quedarse anclado en un presente. Pero el atar las naves implica dejar recuerdos que vuelven solos: "Nunca aprendimos a saltar la cuerda". Un título y a la vez un verso que nos traslada a la niñez y a la torpeza, tal vez masculina, de no poder seguir el salto lúdico femenino, no pudiendo entrar al juego propuesto. También puede ser el no aprender a moverse con presteza -ser torpe- o remitirse a la cuerda mortal que pende desde un techo, pasando del carácter lúdico al letal: "Al techo sigue amarrada,/ balanceando a mi abuelo". Así, con este comienzo no podemos determinar a primera vista si este poemario propone un canto optimista o apocalíptico, aunque tampoco lo podemos determinar con el correr de los versos, debido a que el hablante se mueve y su temple también.

Atar las naves, un poemario compuesto por cuatro partes y un postfacio escrito por Armando Uribe, donde el premio nacional pone play y lanza relaciones comunes entre el verso libre de los que saben y los que no, de esa poesía joven que según él intenta ser inclasificable, en un discurso que se puede leer en otras presentaciones hechas por el poeta, como aquella a Genetrix: "¿A quién, a quiénes se parecen los poetas jóvenes? Ellos piensan a nadie".

Prosigo y vuelvo a pensar en que Atar las naves literalmente puede ser suspender el movimiento. Quedarse quieto. Inmóvil. Atar las naves se puede presentar como la pausa del tiempo en momentos en que la sociedad vuela a mil por hora. En rebeldía, el hablante gira su cabeza para mirar hacia atrás lanzando muchas cuerdas hacia la infancia, dando cuenta de imágenes pretéritas que vuelven sin esfuerzo a quien las recupera, y que no van en concordancia con los tiempos fríos y distantes de remembranzas posibles para comprender el sentido de todo: "Perdimos nuestras fichas de ludo", "...Pero este es un viaje sin destino,/ la tregua entre los golpes del colegio y la casa".

Y así avanzo por entre los versos libres del poemario, con pausas, vaivenes y tropezones, hasta que de repente detengo la lectura, cuando surge una prosa poética fugaz que bien podría no tener nombre o bien llamarse "Vacío", poema que se transforma en un oxímoron que tensa el espacio en blanco al cual quiere emular cargándolo de palabras, repitiendo en serie cuatro párrafos saturados de "Inmenso, gris y mudo", "Nada y cielo, y un frío perfecto", "Es silencio este blanco mineral", "respetar su inmensidad callada", proyectando un vacío que paradojalmente se vale del silencio para repetir una y otra vez el silencio.

He tomado este libro, ya lo dije, y se mueve entre mis manos, se agita, trota, se desplaza, danza, juega como las imágenes que propone el hablante. Esta poesía de Winter no llega a la melancolía melosa de un añorar desgarrado y menos se centra en construir futuros inciertos. Por el contrario, el movimiento se deja llevar por el impulso que alguien dio, un vaivén sin grandes proyectos futuros. Un movimiento que es simplemente eso: movimiento. Incluso algo fútil e insignificante y que se resume con los versos finales del poemario: "Y lo admito: mi canto es huero/ como un globo en el cumple años/ del que infla mi vientre".

 



RESEÑA: ATAR LAS NAVES

Por Alejandro Zambra
Las Últimas Noticias

"He roto mi bolsillo de la izquierda./ Si guardo en él, doblados, tus mensajes,/ rozarás mis rodillas nuevamente", escribe Winter, quien debuta en la poesía con este libro. Con sólo 20 años, el autor deja en claro que conoce bien las claves de su oficio y realiza un convincente recorrido por los callejones menos iluminados de una ciudad que bien puede ser Santiago o -como quería Alfred Jarry- ninguna parte.


"Atar las Naves" de Enrique Winter

Por Ramón Riquelme
"La Tribuna" de Los Ángeles


Ediciones del Temple. Santiago 2003, diseño de portada Joaquín Cociña.
Participaron en el comité editorial: Matías Cociña, Lila Díaz, Federico Eisner, Alejandra González, Alicia Simmross y Pedro Pablo Zegers.

Este joven abogado de la plaza se inicia en el camino de la poesía como sus nobles ejemplos de Alberto Rubio y Armando Uribe Arce.

Libro de juego y realidades sobre la vida cotidiana, usa el autor ejemplos y situaciones propias de la poesía clásica. Demuestra con ello su oficio en el ejercicio de la palabra, como acto de testimonio y verdad. Este primer volumen que sale desde su mano es el primer testimonio de una vocación lírica plena de madurez.




 

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