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        LENGUA  DE SEÑAS DE ENRIQUE WINTER
        Por Juan Manuel Mancilla
          
        
        
          
        
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          Se  suele hablar de lengua de señas para referirse al medio de comunicación  alternativo empleado por aquellos que por alguna causa no utilizan el código  estándar. Hablamos de lengua de señas también para referirnos al sistema que  mediante el movimiento combinado de las manos genera mensajes decodificables  entre quienes tienen la competencia suficiente para comprender e interpretar  las señas hechas. Direcciones y vías posibles al texto de Winter  Lengua de señas  (Alquimia, 2015) en  donde una de sus imágenes es la de la lengua-voz trasladada a las manos, es  decir: manos que hablan como de dedos que escriben. Invitación al lector a  abrir el texto, su canto y su seña. 
           La  iconografía de portada y contraportada muestran manos cortadas que inquieren y  escudriñan. A vista cubierta, el lector entra no-vidente en este texto (imagen  del vendado). La falta de índice se constituye como una seña invisible y muda  que precisa el ingreso a la materia textual: tirarse al agua de una, entrar de  golpe, de súbito y a tanteos en esta atmosfera poética, que es también selva  enmarañada de palabras, las que provistas de alguna remembranza ancestral  (imagen del indígena), con inclinación a lo adivinatorio-oracular (imagen del  ave muerta mostrando entrañas) son herederas de un decir otro, cuyo primer  poema pacta un recorrido por imágenes sucedidas trans-versales, que se propagan  y multiplican esparciendo oleadas en onda expansiva sobre los sentidos de su  recepción: “Despliega alas de serrucho/ clavos entre las plumas brinda// a las  luz de las velas// luego la roja/ hinchazón de la vaina/ y del cuchillo/ tela  rasgada”. Principios activos de serruchos, clavos, velas y cuchillos entre los  pasivos de alas, plumas, vainas y telas que semejan el origen y entrada del  lápiz con la tinta a la hoja abierta por la palabra. Un parto o iniciación  poético ritual, incluso erótica y sexual.
           En Lengua de señas asistimos como a un acto  de poetomancia del lenguaje perdido en el tiempo ancestral. Vamos al pasado de  una oralidad previa desasida de escritura gráfica-lógica, geográfica incluso,  no obstante, el espacio que remite no es reminiscencia. Es reconstitución y  referencia del hoy presente. Ejemplo de ello en la página 74, el soneto que es  forma y género poético arcaico, actualiza su decir de señas con contenidos que  remiten actualidad nacional-mundial, multinacionales y compañías en cuyos  últimos tercetos leemos: “la ccu controla la cerveza// puma y adidas los estoperoles/  lan y sky en el cielo son dos cruces/ la vía láctea es de nestlé y soprole”,  metáfora de sujetos y objetos prisioneros de la economía y su sistema de  intercambio global y monetario. Remate y encierro del libre mercado en el  encorsetado poético del soneto cuerpo.
           Hay  lengua en este libro (poema largo, no extenso) de señas, para dejarse llevar  por esta marea de palabras mareadas, pistas que el hablante enuncia, huellas,  marcas, registros que permiten, en tenue luz, establecer algún principio de  identidad textual. Señas con las manos, con los dedos, ya manu-escribiente o  digitalizando símbolos-palabras despojadas del ropaje del hábito, se muestran  como cartas astrales, como estrellas no distantes que direccionan alguna ruta,  alguna coordenada para la navegación lectora. Palabras que no signan el dato,  el saber certero de la ciencia exacta de la brújula, menos aún la alcancía  vacía que es la mal pretendida ciencia del lenguaje (académico). 
           En  el texto las palabras colisionan, pero no chocan, se contactan para proseguir  otros rumbos como aquellas masas inmersas y anónimas de meteoritos que se  encuentran en algún punto aparte del universo-libro, se impactan generando  espergesia de sentidos y dispersión, multitud en eclosión. Palabras en señas  envueltas que no tienen el deber ser del decir, sino más bien, la intención  pura o dudosa de sonar a algo. No decir, no hablar de lo específico, sino  reverberar de algo, de lo múltiple, de lo atemporal, de intentar en distante  cercanía ese decir sobre la memoria, el espacio y en ello, el tiempo. Ejemplo  de esto es un diario que registra desde la página 60 a la 65 fechas y hechos  como un calendario metapoético de datos sucedidos en el año 2013. Metalenguaje  también presente hacia el lugar privilegiado y mitad del libro que bien podría  funcionar como ars poética: “Si  supiera como chupará la tinta la página treinta y dos y así/ sorbiera el sudor  por una serifa en que las eses se sientan suaves como/ las imagino al  paladearlas si subo por los muslos hacia la palabra precisa”. Juegos formales  que activan la función poética del lenguaje con empleo de figuras literarias  entre aliteraciones, paranomasias, guiños a la imprenta y a la tipografía.  Diríamos como una manera de probar y comprobar la creencia en la parte física y  concreta del lenguaje. División reafirmada de una verdad entre la fe y la  certeza del querer decir (algo). 
           En Lengua de señas hay gestos: “hacemos  tantos guiños que ya se nos cierran los ojos/ espiando a los queltehues en la  cancha del colegio”, maniobras de búsqueda “por capas en el mar va poniendo”,  quizás, señales de auxilio “uno elige una mano que atrapa un pájaro/ el pájaro  es uno” o de alarido empañado en tímido ocultamiento. La imagen que sugerimos  después de su lectura es aquella que lanzada la piedra a la orilla de un lago  en su contacto con el agua se desliza en la superficie y a cada salto instaura  ondas, movimientos sobre el agua líquida para desmontar y diluir su hazaña en  la materia que después se queda muda. 
           Texto  circular, que como en ouróboros, se encuentra y traga en sus extremos. El  último poema “esta boca es un marco de la lengua de señas” es un final a modo  de índice, una armonización de contrarios entre la entrada y la salida del  texto que fusiona la totalidad de los poemas como un gran cadáver exquisito,  una prueba más de que en Lengua de señas está el ejercicio escritural como poetomancia y metatextualidad, eso sí,  esbozado en la seña y susurrado en la lengua, como  un presunto azar, juego y duelo con el  destino (final). En la solapa se consigna al autor de profesión abogado,  vinculado a estancias becarias fuera del país, residencias en el extranjero y  también en el ejercicio de traductor, datos que lo contactan con lenguas de  otros contextos lingüísticos (anglo y germano), transmisores de lenguas  extrañas, filiaciones que podrían influir en una “suerte” de pérdida y  extrañeza de lenguaje materno y quizás buscando paternizar o recuperar el  oficio del decir instaura otra y nueva creada a base de señas en este, su nuevo  poemario.
          
          La Serena, enero de 2016