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En la trastienda de la vanguardia
YO, YEGUA. Francisco Casas Seix Barral, Santiago, 2004. 213 páginas.

Por Camilo Marks
Revista de Libros de El Mercurio, viernes 2 de mayo de 2004

 


Hay dos formas de leer Yo, yegua, de Francisco Casas. Si la delirante y fantástica crónica se califica con parámetros gramaticales, literarios e históricos estrictos, puede transformarse en una pesadilla insufrible. La pianista María Paz Santibáñez, herida al interior del Teatro Municipal en la mañana, aquí se llama Carmen y los sucesos ocurren durante una implausible representación de «Madam Butterfly», con asistencia de Pinochet; Lumi Videla fue arrojada a la embajada de Italia a días del golpe; San Petersburgo está a orillas del Volga; la estación Mapocho, en estilo art noveau (sic), se construyó a principios del siglo diecinueve (o sea, mucho antes de inventarse el ferrocarril); la poetisa Teresa Wilms Montt se convierte en Will; la escritora Colette es Colet; un vodevil es beau de ville, una chaise longue es chase long o el champaña Moét et Chandon pasa a ser Moet de Chardon. Estos ejemplos pueden seguirse enumerando y no acabaríamos nunca, porque habría que añadir faltas de ortografía, oraciones inconclusas, errores de concordancia, etc. Para ser justos, a Casas sólo le cabe una cuota de responsabilidad. En las editoriales, los manuscritos suelen revisarse o corregirse y nadie hizo un mínimo esfuerzo con Yo, yegua.

Pero este libro también puede leerse con otros criterios, pasando por alto sus fallas y el resultado es positivo y gratificante. El estilo de Casas es retorcido, barroco, flamígero, y a veces es incluso brillante y original. ¿Podía esperarse otra cosa de uno de los integrantes del colectivo Las Yeguas del Apocalipsis, cuyas audaces performances quedaron grabadas en el imaginario popular durante una generación? Francisco Casas y Pedro Lemebel se atrevieron a ocupar el espacio público, instaurando una auténtica transgresión, cuando muchos que hoy detentan el poder miraban el discurrir del país desde las ventanas de sus hogares o se enteraban de las noticias en el extranjero. Si había que ser valiente para enfrentar a la represión en las calles, tal coraje se multiplicaba cuando ambos jóvenes salían vestidos con lentejuelas y pedrerías o como Dios los trajo al mundo, montados sobre un caballo, mientras Santiago era una ciudad sitiada en los años 80. Ningún personaje de la cultura actual tuvo semejante valor y quizá apenas han oído mencionar a las Yeguas del Apocalipsis, que abrieron el camino para una mayor tolerancia y permisividad.

Estas consideraciones, sin embargo, son ajenas a Casas, quien parece ignorar la importancia de esos hechos. Ésta es una de las gracias de la divertida, excéntrica aventura que es Yo, yegua. La otra es, como ya lo dijimos, una prosa siempre al borde del derroche, repleta de metáforas e imágenes descabelladas, sin agotarse en la imaginación verbal del autor, al parecer ilimitada. Por cierto, la comparación con las obras de Lemebel es inevitable y aun cuando Casas ha publicado menos, su aporte puede ser significativo si pule más sus futuros trabajos.

Yo, yegua, además, agrega un tercer factor, al entregar nombres y apellidos de ciertas personas, integrantes de cierta vanguardia, proporcionando identidades difusas entre bambalinas o vertiendo un condensado veneno hacia viejos amigos. En este sentido, el volumen podrá satisfacer la curiosidad de unos pocos, pero es difícil que deje huellas. El jet set criollo descrito por Casas corresponde a un sector insignificante de la población y su quehacer está lejos del impacto producido por las Yeguas del Apocalipsis. Como ajuste de cuentas, Yo, yegua es bastante pobre, reviste una dudosa calidad y dejará en la luna a quienes vivieron sin compartir esas historias ni la enrarecida atmósfera de esa trastienda.

Yo, yegua pudo haber sido una autobiografía corrosiva, una memoria de una época inolvidable, concebida en el extremo de los recursos lingüísticos, pero raras veces alcanza tales horizontes. Así y todo, es un relato imposible de ignorar, por momentos fastidioso, en ocasiones fascinante.


* * *

 

Francisco Casas estudió literatura en la Universidad Arcis. En 1991 publicó el libro de poemas Sodoma Mía. Desde 1992 se dedica a las artes visuales, siendo invitado a la Universidad de Berkeley, Centro Wilfredo Lam de La Habana y Universidad Autónoma de México, entre otras. Yo, yegua, es su primera novela.


 

 

 

 

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En la trastienda de la vanguardia.
YO, YEGUA. Francisco Casas Seix Barral, Santiago, 2004. 213 páginas.
Por Camilo Marks.
Revista de Libros de El Mercurio, viernes 2 de mayo de 2004.