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LA SONORA MATANCERA, RITMO Y SABOR EN LA NARRATIVA PERUANA

Por Fernando Carrasco Nuñez


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Hace noventa y cinco años, precisamente el 12 de enero de 1924, don Valentín Cané fundó en el barrio de Ojo de Agua, en la mítica ciudad de Matanzas, la Atenas de Cuba, un sexteto de cuerdas que llamó Tuna Liberal. Luego, la orquesta tomó otras nominaciones como Sexteto Soprano y Estudiantina Matancera antes de adoptar —ya provista de piano y trompetas— el nombre con que sería leyenda en el mundo entero: Sonora Matancera.

¡Y LA SONORA LLEGÓ!

El 27 de julio de 1957, durante el segundo gobierno de Manuel Prado, la orquesta cubana llegó por primera vez al Perú encabezada por su director don Rogelio Martínez. Y trajo como vocalistas a dos cantantes extraordinarios: Celio González, el Satanás de Cuba, y Carlos Argentino, el Judío Matancero. Así lo ha registrado el periodista Víctor Montero en su célebre libro sobre la orquesta cubana:

“¡Y La Sonora llegó! Lucían vestidos de corte habanero, color plomo claro. Sobretodos y sombreros. Modosos y con su peculiar locuela Rogelio Martínez y sus muchachos, muy piltres, se les ve en los ajetreos en la Aduana. El viejo aeropuerto de Limatambo parece un loquerío […] Ocho kilómetros hay desde Limatambo hasta el sexto piso del Hotel Bolívar, en el centro de la capital. Nos deslumbramos con la cara morena y alegre de estos niches cubanos, ancha la sonrisa y dicharachero el hablar, que bajan en fila india hacia el comedor. Rogelio, “Caíto”, Calixto y Pedro para trompetear sin firuletes, Elpidio Raymundo Vásquez Lauzarica supliendo a su papá “Bubú” en el contrabajo. “Yiyo” en los cueros junto con “Minino”. Y el gran Lino Frías, ¡Ponte duro, Lino! Empiezan hoy en el Bolívar, dicen que para pagar el hospedaje” (Montero, 2005).

A lo largo de los años, la Sonora Matancera fue ganando multitud de seguidores en diversos países. Incluso, distintos escritores la tomaron como asunto de inspiración. En Hispanoamérica han escrito sobre ella o sobre alguno de sus vocalistas, autores como el cubano Guillermo Cabrera Infante, el puertorriqueño Luis Rafael Sánchez, autor de la novela La importancia de llamarse Daniel Santos o Gabriel García Márquez, melómano y cantador de boleros, quien era, además, un ferviente admirador de Bienvenido Granda, el Bigote que Canta. El Nobel colombiano confiesa que en sus años de juventud, en México, se dejó crecer los bigotes a la manera de su artista favorito, por ello sus amigos empezaron a llamarlo el Bigote que Escribe.


LETRA ENTRA CON MÚSICA

Algunos autores de nuestra literatura han usado de manera frecuente distintos fragmentos de las letras de boleros, merengues, cumbias y guarachas y otros ritmos de la Sonora Matancera para dar forma a sus trabajos de creación. Estos fragmentos de canciones cumplen un rol muy significativo dentro de cada historia, lo que muy bien podría ser, en el futuro, motivo de un buen trabajo de análisis e interpretación. Aquí les presento a nueve escritores que forman parte de la orquesta matancera de la narrativa peruana.

El gran escritor Oswaldo Reynoso (Arequipa, 1931 – Lima, 2016) fue un amante apasionado de la buena música de la Sonora Matancera. Sus historias, intensas y luminosas, ambientadas en bares, billares y bulines de Lima, están bellamente matizadas con la música de la orquesta cubana. En su cuento “Colorete”, perteneciente a esa obra ya clásica de nuestra narrativa, Los inocentes, Reynoso reproduce en distintos fragmentos las letras del merengue “Marina” (aunque él en su cuento lo presenta como una guaracha), canción que Carlos Argentino grabó con la Sonora Matancera. Veamos este arranque musical reynosiano:

“9 de la noche. Cantina del japonés. En la radiola la guaracha: ´Marina´”.
(Estoy enamorado de Marina/ una muchacha bella alabastrina/ como ella no hace caso de mis cuitas/ y yo me vuelvo loco por su amor)” (Reynoso 1991, 67).

En sus noches de bohemia rockolera, en el bar Don Lucho del jirón Quilca del Centro de Lima, rodeado de gente amiga y embriagado de espumas ebrias, Oswaldo levantaba su vaso de cerveza y entonaba el bolero “Maringá”, interpretado por Leo Marini, la Voz que Acaricia. En el cuarto relato de su libro El goce de la piel se aprecia el siguiente fragmento:

“Ahí también la noche hervía en alcoholes entre golpes de cachito, con Sonora Matancera a todo volumen de rocola, con gritos de juego de sapo y turbulentas discusiones futboleras” (Reynoso 2005, 41).

Y en el cuento “El triunfo”, del libro Las tres estaciones, leemos: “y la voz de Daniel Santos era como una mano llena de espinas que se metía en mi sangre y me pinchaba las venas”.

En la novelística de nuestro premio nobel Mario Vargas Llosa (Arequipa, 1936) hay alusiones frecuentes a la música popular, rasgo aún poco estudiado por la crítica. En el prólogo a una de las ediciones de su novela La tía Julia y el escribidor, Vargas Llosa se confiesa como “un sentimental propenso a los boleros”. Así, en la novela ¿Quién mató a Palomino Molero?, el joven aviador, antes de ser ultimado de manera cruenta, se dedicaba a cantar boleros de la Sonora Matancera y otros grupos. Todas las noches le dedicaba serenatas a su novia prohibida Alicia Mindreau. Y en Los cachorros, Pichulita Cuéllar y sus amigos están decididos a aprender a bailar la música de moda: bolero, guaracha, mambo, chachachá, vals criollo. “¡Cómo cambian los tiempos, Venancio, qué te parece!”. Veamos un fragmento de este libro:

“y también cómprate discos, corazón, anda a Discocentro, y ellos fueron y escogimos guarachas, mambos, boleros y valses y la cuenta la mandan a su viejo […] El vals y el bolero eran fáciles, había que tener memoria y contar, uno aquí, uno allá, la música no importaba tanto. Lo difícil era la guaracha, tenemos que aprender figuras, decía Cuéllar, el mambo, y a dar vueltas y soltar a la pareja y lucirnos”. (Vargas Llosa 1982, 52-53).

En su primer libro de relatos titulado Huerto cerrado, una de sus mejores obras, Alfredo Bryce Echenique (Lima, 1939) ambienta su cuento “Yo soy el rey” en un burdel de la avenida Colonial. Al tiempo que el joven e inexperto Manolo se inicia en los asuntos sensuales del cuerpo con la Nylon, una cimbreante meretriz del lugar, en el ambiente fogoso y agitado resuena la voz de Bienvenido Granda, y al momento Daniel Santos, el Inquieto Anacobero, interpreta el tema “En el juego de la vida”. Y casi al finalizar el relato, también se reproduce parte de la letra del bolero “Desgracia”, un verdadero clásico del cantante boricua:

“Había arrojado al rey a la calle, pero aún se escuchaban sus gritos: “¡Soy el rey!”, “¡Soy el rey!” Y se iban perdiendo “¡Soy rey…, carajo rey!”, mientras el negro bebía inmenso su cerveza. Y en la radiola:

“Por siempre se me ve
tomando en esta barra
tratando de olvidarla
por mucho que la amé”. (Bryce 1988, 85).

En el alegre y movedizo libro titulado Agüita ´e coco, del poeta y escritor Juan Cristóbal (Lima, 1941) cada relato presenta como epígrafe parte de las letras de un bolero cubano. Uno de los cuentos más representativos del libro lleva por título “Así se baila el bolero”, relato desbordante de nostalgia y buena poesía donde un hombre, ya entrado en años y con un lenguaje popular y chispeante, rememora sus viejas épocas de juventud nocherniega marcada por la magia de los boleros de antaño:

“Claro, ahora estoy teclito y solo me queda el aire de contento, ese aire que te deja la buena vida de las noches cuando huelen a ruda bendita, a caramelito de limón, a eucalipto creciendo entre tus brazos, sobre todo cuando escuchas a Bienvenido Granda entonar, puro angelito: ¨Dos almas en el mundo…¨.” (Juan Cristóbal 1997, 127).

Eduardo González Viaña (La Libertad, 1941) tiene entre sus libros más destacados la novela El amor de Carmela me va a matar, así como suena parte del estribillo de la canción “El barranquillero” también conocida con el título de “Me voy pa la Habana”, hecha popular en la voz de Nelson Pinedo, el Almirante del Ritmo. En esta historia de González Viaña, donde se relata las vicisitudes de una latina en los Estados Unidos, la música del trío Los Panchos y de la Sonora Matancera es un ingrediente esencial. Revisemos un fragmento:

“Y no es nada, hijita. Yo no quería ensuciarme leyendo lo que ese desgraciado dice de ti, pero, por sana curiosidad, hice clic debajo de una de sus fotos y me encontré con una canción que cantaba Bienvenido Granda: “Señora”. Para qué, esa canción es muy bonita, pero no tiene nada que ver contigo, y solo por eso te la copio:

Señora… Te llaman señora.
Todos te respetan sin ver la verdad.
Señora, pareces señora y llevas el alma
Llena de pecado y de falsedad.
Señora… Tú eres señora y eres más perdida
Que las que se venden por necesidad”. (González Viaña 2011, 85).

Omar Ames (Piura, 1947) es autor de un formidable libro de relatos, inubicable, que merece una pronta reedición. Los cuentos de Ames tienen el olor de la calle y las vivencias de personajes marginales signados por la soledad y la vida bohemia. Un texto con una prosa rítmica y bien labrada. Nos referimos al conjunto de relatos titulado Al ritmo de Celia Cruz o Roberto Ledesma. El primer cuento da título a todo el libro. Aquí se relata la historia del negro Laberinto, quien atravesado por el abandono y la soledad pasa sus noches en las cantinas entre cervezas, humo de cigarro y bailando, solo, al ritmo de la Sonora Matancera:

“Yo soy el ritmo, decía, mordiendo el cigarro, yo soy la música, soy la vida. Los tragos seguían, los discos. Nelson Pinedo repetía con la Sonora Matancera qué le estará pasando al pobre Miguel… y él se meneaba despacio, muy despacio, tan lento como sus pesados brazos abatidos en el vuelo de esa música” (Ames 1978, 19).

Mario A. Malpartida Besada (Lima, 1947) es un narrador vital y acucioso que con sus cuentos ha configurado toda una poética de la nostalgia. Limeño de nacimiento, del populoso distrito de Surquillo, pero desde hace muchos años radica en la ciudad de Huánuco. Con él y con toda la pléyade bohemia de esta bella ciudad, algunos años atrás, hemos compartido horas interminables de diálogo matancero entre botellas van y botellas vienen. Varios de los relatos de Malpartida tienen como fondo musical la música abrasadora de la orquesta cubana. En su estupendo primer libro de cuentos titulado Pecos Bill y otros recuerdos aparece el relato “Ritmo y sabor” en el que la historia narrada por uno de los personajes cobra mayor tensión dramática con cada una de las canciones de la Sonora Matancera a las que se hace referencia:

“La Sonora es la Sonora, dicen que dijo Benny Moré, y la Sonora es de siempre, lo afirman por la radio esos locutores que se han especializado en el ritmo y sabor de su música y conocen a los integrantes hasta por sus nombres propios y los instrumentos que tocan, Lino Frías, en el piano; Pedro Night, en la trompeta; Willy, Rogelio y Caíto, en el coro; Gigio, en el tumbador; Manteca en el bongó” (Malpartida 2006, 54).

Uno de los más bellos cuentos del libro Caballos de medianoche, de Guillermo Niño de Guzmán (Lima, 1955), titula “En la vida hay amores que nunca”, así como empieza la letra del bolero “Inolvidable”, interpretado por Tito Rodríguez, el Inolvidable. En este cuento, el protagonista, abatido por la nostalgia y el desamor, se halla en un salsódromo de la capital, donde la orquesta interpreta la canción ‘Usted abusó’, tema muy recordado en la voz inconfundible de Celia Cruz, la Guarachera de Cuba, otra de las grandes estrellas que grabó con la Sonora Matancera. En el cuento se reproduce de manera íntegra las letras de la canción mencionada.

Jorge Ninapayta de la Rosa (Nazca, 1957 – Lima, 2014), el tan recordado autor de cuentos emblemáticos de nuestra narrativa última como “García Márquez y yo” y “Muñequita linda”, fue también un amante de los boleros cubanos, así lo comprobamos una noche de conversación amena en el famoso bar Queirolo del Centro de Lima. Ninapayta dejó un libro de cuentos que se publicó de manera póstuma con el título El arte verdadero y otros cuentos. En este libro, el cuento que da título al volumen relata la historia de Patricio, un cantante de boleros y valses criollos enamorado hasta los huesos, pero desdeñado por el público asistente al teatro donde labora. Los parroquianos más se interesan por el espectáculo brindado por las “estriptiseras” del lugar.

“Después de su presentación subió al Gallinero y volvió a extrañar a Belinda mientras canturreaba ´quién será la que me quiera a mí, quién será, quién será, quién será la que me dé su amor, yo no sé…”´ […] En el escenario, las Chicas del Catre se meneaban de un lado a otro, al compás de la música de la Sonora Matancera; ya no se chocaban entre ellas como al comienzo” (Ninapayta 2016, 47).

Como se puede apreciar, los narradores peruanos han sabido disfrutar de cada uno de los boleros, guarachas, cumbias, merengues, chachachás y guaguancós de la Sonora Matancera, cuyas letras, encendidas y muchas veces poéticas, les han servido para estructurar historias ardientes, nocherniegas y rockoleras. Y ni qué decir de los poetas, quienes también han sucumbido ante los encantos de la orquesta cubana. Porque cada canción de la Sonora Matancera es como un trago fuerte y exquisito que nos tienta primero y nos alegra o ensombrece el alma después. Pero siempre nos deja embriagados y con unas ganas terribles de vivir siempre, siempre, siempre. Como dice César Vallejo: “así fuese de barriga”. ¡Salud!

 

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BIBLIOGRAFÍA

AMES, Omar.
1978    Al ritmo de Celia Cruz o Roberto Ledesma. Lima. Edit. Ames.

BRYCE, Alfredo.
2003    Huerto cerrado. Madrid. Alianza Editorial.

CRISTÓBAL, Juan.
1997   Agüita e coco. Lima. Editorial San Marcos.

GONZÁLEZ VIAÑA, Eduardo.
2011   El amor de Carmela me va a matar. Lima. Universidad Ricardo Palma.

MALPARTIDA, Mario.
2006    Cuentos rodados. Lima. Universidad Ricardo Palma.

MONTERO, Víctor
2005    Tiempo de matancera. Lima. Grupo Editorial Norma.

NINAPAYTA, Jorge.
2016    El arte verdadero y otros cuentos. Lima. Peisa.

NIÑO DE GUZMÁN, Guillermo.
1996    Caballos de medianoche. Edit. Tierra Firma.

REYNOSO, Oswaldo.
1991   Los inocentes. Lima. Edit. Colmillo Blanco.
2005   El goce de la piel. Lima. Edit. San Marcos.
2006    Las tres estaciones. Lima. Instituto Nacional de Cultura

VARGAS LLOSA, Mario.
1983    Los cachorros. Navarra. Salvat editores.



 

 

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