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Carta de navegación

Felipe Moncada Mijic, Centro Almendral, San Felipe, 2006

Por Jorge Polanco Salinas
Revista Antítesis número 2, verano 2007


El águila ascendía al cenit, abiertas las alas,
y bajo ellas ardía esa constelación aún no
designada por los astrónomos y a la cual habría
de dar un día el más querido de los nombres.

Marguerite Yourcenar


Escribir es compartir un punto de mira. Muchas veces los poetas nos encasillamos en nuestras preconcepciones, pero la poesía continúa sola su camino. Los aspavientos de lo que debe ser la escritura correcta se diluyen en la singularidad que constituye a cada poeta. Esa singularidad es la que permite la fecunda diversidad de las experiencias de lectura. Por eso existen poetas que uno aprecia, debido a que siguen la huella de su propio Poema. Este es el caso de Felipe Moncada Mijic, uno de los escritores jóvenes más autónomos que conozco. Después de publicar en San Felipe su primer libro Irreal, participar en diversas antologías y trabajar como editor de la revista “La piedra de la locura”, ha publicado durante este año su segundo poemario Carta de navegación. En esta entrega existe una continuidad y también una maduración respecto del libro anterior.

La continuidad viene trazada por la preeminencia de las imágenes. Citando a Pound respecto a los estilos poéticos bajo los cuales pueden agruparse distintos tipos de escrituras: entre la falopeia (poesía elaborada a través de las imágenes), la melopeia (poesía apunto de llegar a ser música) y la logopeia (poesía escrita desde el logos); Felipe Moncada escribe predominantemente en el estilo de la falopeia. El empleo de las imágenes proporciona la capacidad de la evocación, es decir, el llamado (e-vocare, en latín) de las diversas fuentes de la metáfora. Las imágenes viajan desde los pasajes oscuros de la memoria, alumbrando instantes vividos o presentidos en el poema. Y precisamente, aquel es el viaje que emprende el poemario de Moncada, que ya con su título Carta de navegación abre las inscripciones de su itinerario.

En la subdivisión del libro (“Mares terrestres”, “Antigüedad de la palabra”, “Constelaciones” y “Migraciones”) se advierte la preponderancia del periplo por el espacio astronómico y por la herencia de culturas antiguas. En algunos momentos el poeta es un astrónomo que viaja en la geometría celeste, navegando también por los eclipses de la tierra: “Bajo la curva del escorpión/ un niño dimensiona el tamaño de la sombra. //Bajo el astro rojo/ mujeres manchan los rostros de su vientre” (“Eclipse”). Las constelaciones son observadas en la bóveda del cielo con el objeto de viajar por ellas a través de las palabras. Allí se muestra el poder de evocación del lenguaje poético. Esta captación de evocaciones le permite al poeta realizar ese otro viaje por culturas pasadas que vienen al presente. En este caso el poema “El ciego” es bellamente ejemplar:

A veces
viene a la mesa de nuestro barco
y se sienta a beber
... . .. .. .. .. añorando el corazón de la sirena.

... . .. .. .. .. ¿Es Homero quien imaginó el mar
... . .. .. .. .. antes que lo nombraran los hombres
... . .. .. .. .. o es el mar quien habla por Homero?

Lo vemos caminar
... . .. .. .. .. vestido de marino Fenicio
... . .. .. .. .. en las páginas de un libro escolar;
en el recorte de un diario
... . .. .. .. .. que le retrata ciego
... . .. .. .. .. las cuencas llenas de tiza.

A nuestra mesa viene a escuchar
... . .. .. .. .. historia de niños.
Camina por los pasillos como animal herido.
Impregna de tiempo las cosas que toca:

los vasos, el aire,
las puertas que abren al horizonte;
nuestros libros por donde escapa
... . .. .. .. .. a trote por sus colinas.

El poema patentiza la capacidad de evocación de Felipe Moncada, donde las imágenes remontan al pasado y, a la vez, se integran al presente debido a la concreción de un Homero que escapa de las páginas de los libros escolares. Ahora bien, no sólo el libro y sus temas conforman un viaje, también la misma articulación de los textos. De hecho sus poemas no aparecen trazados a partir de una linealidad. Desde esta perspectiva, varios aspectos de la escritura de este poeta contienen semejanzas estilísticas con Soledad Fariña, aunque no necesariamente la haya leído. Los versos rompen su concatenación para plasmar la inscripción independiente y, al mismo tiempo, en conjunto de cada imagen. Es una peculiaridad que se repite en la poesía de Moncada. La escritura se quiebra en los espacios de la página y las letras en mayúscula que irrumpen en algunos versos se confabulan con aquellas dislocaciones. Los versos puestos en mayúsculas son como letreros de neón, llaman la atención sobre los quiebres de ritmo y ayudan al lector en la observación de la espacialidad del poema. Las rupturas relumbran sobre la visualidad con la cual trabaja el poeta. De ahí que no creo que el ritmo que entrelaza las imágenes sea lo único o más importante de su escritura, sino asimismo el ojo que observa la hoja en toda su extensión. Dicho de otro modo, el poema es también la página.

Uno de los aspectos interesantes de la maduración poética de Felipe Moncada en este libro consiste precisamente en la constelación creada por el conjunto de poemas. Realmente el poemario constituye un viaje. Los lectores pueden sentir ese viaje a través de la astronomía de las palabras. Por tanto no quedan “Varados” –aludiendo a uno de sus poemas- en medio del transito descrito en la carta de navegación:

El arca es otra nave
... . .. .. .. .. extraviada en el paisaje

(...)

Los tripulantes buscamos una frontera
para encender una fogata
pero nadie recuerda el secreto del fuego:

la radio sin volumen no deja escapar
a la muerte encerrada sin querer por un niño

Por lo tanto
los silencios se suman como luz sobre luz
... . .. .. .. .. en un teatro de sombras chinas.

Tal como muestra también este poema, Moncada construye un universo constelado que lo diferencia de la singularidad de otros poetas. Lamentablemente, lo que juega en contra de la edición es su modesta publicación, que crea la imposibilidad de un acceso mayor. Aunque los escritores y lectores de poesía sabemos que los libros de poemas sufren de un movimiento lento y secreto, casi como si se estuviera realizando un tráfico ilícito (a pesar de que a estas alturas la poesía en cierto modo ya lo es), la dificultad de obtener uno de los cincuenta ejemplares retrasa el aumento de sus lectores. Sin embargo, este es otro aspecto que habla de la autonomía de Moncada, que no se ha dejado avasallar por el requerimiento anodino exigido al artista de un “publico” (muchas veces ficticio) o de “premios”. En la persistencia en la huella de su Poema, sin dejarse inquietar por los cantos de sirena de lo que debe ser la escritura correcta o de otras validaciones diversas, la Carta de navegación de Felipe Moncada alcanza de manera admirable lo que el epígrafe de Yourcenar –citado en esta reseña- señala: nombrar poéticamente “esa constelación aún no designada por los astrónomos (...) a la cual habría de dar un día el más querido de los nombres”.


 

 

 

 

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