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Floridor Pérez | Jaime Quezada | Autores |












"Chilenas i chilenos", de Floridor Perez
Editorial Sinfronteras, Santiago, 1986, 54 págs.


Por Jaime Quezada
Publicado en "El Sur" de Concepción, 8 de marzo de 1987


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Chilenas i chilenos ... No, no es el inicio de un retórico discurso. Es el título de un nada retórico libro de poemas, cuyo autor, Floridor Pérez (no es un nostálgico seudónimo, sino un poeta de hueso y carne) un chileno de Chile que se hace carne y hueso en los no muchos, pero notables poemas de este libro.

Una manera de hacer y ser patria este Floridor, pariente legítimo de Pedro Urdemales, que medio huaso, medio campesino, quiere decirnos que aquí está el, un poco rural, un poco “oscuro poeta de provincia”, como el mismo se define: ¿Oscuro poeta de provincia este poeta luminoso de chispa, chispeante de gracia, humildemente sabio y radiante? Tal vez quiere decir oscuro desde adentro en el color de la tierra, en el color de la uva de los lagares o la vendimia que tanto canta y encanta.

Porque este es un libro —Chilenas i chilenos— que habla de nuestra tierra con sus frutos, sus trigos, sus manzanos y cerezos. Y que habla de gentes de nuestra tierra en sus elogios y elegías, en sus triunfos o derrotas (la derrota es una forma de triunfo para el chileno), en sus bodas, santos y actos bautismales cuando “por pavos, los pollos pagan el pato, a esa hora en que las niñas de la casa / han guardado la guitarra heredada / y nadie sabe ya quién es el santo”.

Poeta, profesor rural, nuestro Floridor Pérez, natalmente cercano a cada rincón de Chile, a aquellos lugares ya reales, ya inventados, pero míticos, inencontrables en el largo mapa del territorio, por el Reloncaví, seno adentro, por Mortandad, cerca de Los Angeles, por Valdivia, por Victoria, por Combarbalá norte arriba. Huilliche, araucano, diaguita: todas las razas sanguíneas, imaginarias, épicas a lomo de libro a andar resueltamente valle, campo, sementera. O en la parriana cuarteta de Nicanor: “Yo me llamo Floridor / y vengo de Mortandad / a celebrar con usted ,/ la noche de Vanidad” . O en los trenes, en las góndolas, en las micros, “encaramado en la parrilla de los buses rurales, esos que no pasan de largo por los paraderos cuando se completan, sino que siguen echando en el techo, entre bultos, el exceso de pasajeros”. Pero a Floridor, con su “cara de crucificado sin saber por qué” no le importaba gran cosa esa incomodidad con tal de irse leyendo el Diario íntimo de Jules Renard o las páginas escogidas de Gabriela Mistral: sus santos tutelares que de alguna manera andan certera y humanamente en estas páginas.

A veinte años de Para saber y cantar, su primer libro, Floridor Pérez no se ha dormido en los laureles. Sabe y canta. Más despierto que nunca, de vocación y de escritura, nos entrega Chilenas i chilenos poemas que revelan, en su intimidad y en su todo, las humanidades y sencilleces de gentes amadas de la amada patria.

Chilenas i chilenos es un libro reciente, de ahora, con poemas de otro tiempo. O mejor, más exactamente, con poemas escritos en otro tiempo: diez, quince, veinte años atrás, a juzgar por la “ficha de identidad bibliográfica” que los referencia. Poemas que tienen por sobre todo su madurez —esa cosa tan difícil de lograr en la poesía siempre— y su vigencia. Como los vinos, los buenos vinos, mientras más guardados, más tiempo, mejor. Así también estos poemas en sus años de adobo, decantándose en los cajones meseros o de escritorio, en las secciones de algunas revistas, en las páginas de algunas antologías. Hombre de nuestra tierra, Floridor que sabe perfectamente, sabiamente, picarescamente, que quien se apura, pierde el tiempo.

Libro chilenísimo, con alma, con sentido, con universo. Doña Celmira bailando cueca al compás de una victrola. O el compadre Clodomiro consolándose con el “aún tenemos patria” la noche que perdió Arturo Godoy. También los presagios, los mitos y las supersticiones entre el hombre que llega en su vehículo espacial a la luna y el pájaro chonchón que grazna a la luna. La tierra, además, como tierra-tierra, tiene aquí sus bendiciones, su cara de Dios, sus antepasados en perpetua resurrección en el huerto familiar. No es, pues, lo urbano, la ciudad, la muchedumbre citadina y/o ciudadana lo que importa. Importa un ir a “comprar posters al campo” una ruralidad que se recrea o se recupera, un ambiente campesino o pueblerino que tiene sus significaciones y proyecciones: llamar poéticamente la atención del lector chileno por lo chileno y el chileno mismo, en lo plural de lo que somos: “la historia de este lugar sin gentilicio / es una sola y gran borrachera / interrumpida apenas para sembrar / para cosechar, para joderse de sol a sol”.

Una poesía que es un dar vuelta ya no la página, sino dar vuelta la tierra en el arado. Una reflexión incluso, y con gracia de lenguaje y soltura de lengua, sobre una realidad objetiva y verdadera, nada de criollista por cierto, ni neocriollista, sino vitalista, vivencial: el espacio y el tiempo de la mujer chilena, del hombre chileno en sus oficios y faenas y celebraciones cotidianas.

Una obra poética de cepa, sin duda, con su ritmo-verso de cueca o de tonada o de villancico en alegóricas e irónicas coplas a lo divino y lo humano, que de todo tiene este libro en su buena poesía. Rescatando así lo más genuino y auténtico del ser chileno, en su idiosincrasia, en su tradición, en la legitima línea de continuidad de la poesía chilena con sus mistrales geografías y sus rokhianas zancadas de siete leguas.

 

 

 

 



 

 

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"Chilenas i chilenos", de Floridor Perez
Editorial Sinfronteras, Santiago, 1986, 54 págs.
Por Jaime Quezada
Publicado en "El Sur" de Concepción, 8 de marzo de 1987