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EL EMBOSCADO

Por Armando Roa Vial
Revista Mapocho Nº55, Primer Semestre 2004.


Francisco Véjar (1967), nos desafía en "El Emboscado", ediciones La Pata de Liebre, con un perentorio los amigos ya no son originales ante la muerte. Si Rilke nos exhortaba vivir nuestra propia muerte, El Emboscado rehúsa esa permanencia ante su trazo diferenciador. Y es que ese trazo se vuelve difuso para los sobrevivientes, quienes deben convivir con el sabor agridulce de la "ausencia presente" de aquellos que han sorteado ya el naufragio para transformarse en lápidas anónimas. Véjar ensaya en estas páginas una honda fenomenología de la caducidad; el poeta y su palabra -ceniza del poema-, no están indemnes a este destino inevitable y así nos advierte: Estos escritos se perderán con el fluir del río/ y su eco será como verse en una película absurda/ cuyos actores principales han sido dados de baja. Los poemas, escritos desde ese territorio resbaladizo donde se juega la vida y la muerte, avanzan en una progresión serena, sin estridencias, hacia el despojamiento. En estas aguas inquietas y leteicas, Véjar, acude a dos figuras que hacen las veces de Carontes: el poeta español Leopoldo María Panero y el poetas austríaco Georg Trakl. Digamos que el nombre de Panero es invocado como el de una Estación, esto es, un lugar que puede ser un punto de partida o de llegada. En ambos casos, Francisco introduce la clave nevermore (el nunca más), que Panero, a su vez, lo recoge siguiendo la huella del cuervo de Poe: el mundo de lo irremediable, de la infinita vanidad de todo. Trakl es, por su parte, el poeta de la caída, de la relegación progresiva, hasta tocar en el punto culmine de ese tránsito al anonimato: la muerte.

¿Por qué Véjar ha elegido la emboscadura? La tradición de la emboscadura encuentra sus orígenes en el Waldgänger alemán de la edad media, aunque es probable que éste sea tributario del Wreccan aglosajón del siglo VIII; en ambos casos, el concepto posee un sentido similar: escoger la senda menos transitada, optar por la disidencia frente a quienes hacen de la vida un festín para encubrir la pequeñez humana. El emboscado es receloso; su mirada es la mirada de la sospecha; por instinto es un acérrimo detractor de quienes miran con insidia lo creador y libre, o bien la instrumentalizan bajo la bandera de un dogma, una ideología o el poder. Para el emboscado lo único auténtico es nuestra precariedad, el estar sujetos al viento de la muerte que habrá de borrarlo todo. Por eso, el poeta se vuelca con desesperación a su oficio; el único contrapunto a la muerte es entregarse al poder evocador del recuerdo plasmado en la palabra: palabra como refugio y guarida, palabra como emboscamiento, donde atesoramos lo más honesto de nosotros mismos: ciertos paisajes urbanos y costeros, vivencias, seres queridos. Donde una palabra lleva todo lo que hemos podido poseer, escribe Véjar.

La imagen del árbol, que se repite constantemente en el poemario, bien podría asimilarse al estatuto de la palabra del poeta: afincada en suelo firme, es un vestigio que va quedando frente al paso de las estaciones.

El Emboscado es un texto reflexivo, logopeico; los poemas están trabajados con un delicado tratamiento de la imagen y buen ritmo. Digamos, al terminar, que se trata de un libro que tiene una línea de continuidad con País insomnio y con otros trabajos de Véjar, tanto en verso como en prosa, que van consolidando a un poeta cuyo universo espiritual se ha afincado con credenciales propias y definidas.

 

 


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El Emboscado, de Francisco Véjar.
Por Armando Roa Vial.