"Bitácora 
              del emboscado", de Francisco Véjar
              Round about 
              midnight
              Al Sur Ediciones, 2005. 80 páginas
              
              
              Por Thomas Harris
              Rocinante, Agosto de 2005
          
          Si la poesía de Francisco Véjar fuera una melodía 
            de jazz, como esos solos que aparecen en sus poemas -evocando la carátula 
            de un viejo disco de Stan Getz—, sería un jazz cool, 
            en el sentido de Lester Young, aquel que se desplaza etéreo 
            y distante por la superficie de la música, pero acá 
            sobre la cadencia de ciudades, plazas, caletas, recuerdos, lecturas, 
            poetas o paráfrasis de autores afines: 
Véjar, 
            a la hora de componer sus textos, nos interna por un universo personal 
            y crea un mundo -puede ser una estación o una fuente de soda, 
            el borde del mar o una cabaña en Quintay- reconocible y familiar, 
            sin apretar los pistones de su trompera hasta el fondo, sino más 
            bien temperando el tempo con el sonido mullido del pistón que 
            ahorra aire —soplo vital, pneuma— y por lo tanto sin producir 
            estridencia ni tremendismo. Su deambular urbano no es ni gótico 
            ni abyecto, sino el de un ciudadano que recorre las calles con un 
            sentimiento trágico de la vida, pero contenido, donde la ciudad 
            no es sinónimo de infierno, como en casi toda la poesía 
            urbana actual o como lo fue en la urbe simbolista de Baudelaire: más 
            que putas como farolas o mendigas pelirrojas y harapientas, o muchachos 
            picándose a la vena erotismo y drogas, en la ciudad de Bitácora 
            del Emboscado, "una hoja de papel que sabe más de 
            nosotros mismos, que nosotros mismos", es la metáfora 
            del tiempo que se lleva el devenir y hace caduco y deslumbrante el 
            paisaje que rodea al poeta: cicatrices y estrellas.
          Este libro es una bitácora poética tanto del sujeto 
            que profiere, como de su producción lírica: carta de 
            viaje que se remonta a su libro Fluvial, de 1988, y pasando 
            por Música para un álbum personal (1992); Continuidad 
            del viaje (1994); A vuelo de poeta (1996); Canciones 
            imposibles (1998) y País Insomnio (2000). Nos encontramos 
            ante una asombrosa continuidad lírica: la persistencia en la 
            palabra poética en Vejar —de la que deja constancia las fechas 
            de publicación- y además el afán fluido, armónico- 
            de crear un mundo textual propio, que nos salvaguarde y nos exponga 
            a la vez, pero que sea una vía paralela a la turbia y enajenante 
            realidad que habitamos y nos corroe, es su logro indiscutible. Para 
            conseguir este espacio que invita a seguir su tempo y su cadencia 
            en la lectura -aspectos fundamentales en esta poesía—, Vejar 
            acuña (como un doblón rescatado del naufragio del que 
            todos venimos, según Rosamel del Valle) un espacio en bellas 
            ruinas, a través del cruce espacio-temporal de la literatura 
            -sobre todo poetas- que elige como pre-textos, y la música, 
            all that jazz, que selecciona y combina como la banda sonora 
            de su educación sentimental: así, Joseph Brodsky, Jean 
            Tardieu, Stan Getz, Charles Mingus, Rene Guy-Cadou y Leopoldo María 
            Panero. Una poesía de ecos, iluminaciones y cadencias, que 
            termina configurando una bitácora desgarrada y personal, pero 
            sobre todo, una invitación a una ontología de un después 
            de hora permanente.