QUE LA CENIZAS  SIGAN DANZANDO
            
            Por Sergio Rodríguez Saavedra
          
           
          La fiesta y la ceniza
 
            Francisco  Véjar.
Colección El poliedro y el mar.
Editorial Universitaria, 91 páginas,  Santiago, 2008.
          
          El tiempo es el azar en la última  obra de Francisco Véjar, La fiesta y la ceniza, publicada por  Editorial Universitaria en su colección El poliedro y el mar. Desde el inicio  hasta la última de sus letras la temporalidad del hablante es sospechosa de no  creer en el paso de los años, a menos que la memoria diga lo 
contrario,  situándose entonces en un ángulo donde presente y pasado conviven para atrapar  al inasible ser que convoca su carga de momentos a través de la historia  personal. Con reminiscencias de los lugares que se habitan (Santiago, Rocas de  Santo Domingo, Quintay, Parque Forestal, etc.), pero definidamente alejado de  una descripción romántica, para acercarnos más bien a un logrado referente  metafísico, este trabajo da muestras serias del encuentro de un tono personal  con una reflexión artística, donde cada pieza debe ocupar aquel lugar en que se  es parte, pero también el todo que perpetúa el momento: “Estoy de pie en este  mundo,/ mirando cómo muere la tarde/ sintiendo la enarbolada sensación de  contener/ en un segundo otros ecos” (Allí duerme mi padre).
            
  El trabajo está compuesto por seis  secciones que abarcan el universo próximo del autor, donde sus fijaciones  personales, llámese mar, ciudad, vida, muerte, jazz, otros autores, dan  movimiento hacia una metáfora final cuyo sentido es el canto de la eternidad  entendida como la renovación del ciclo: “Tal vez todo sea necesario:/ que la  piel mude su tersura/ o nuestra singular manera de vivir.// Pronto sabrás lo  que no sabes/ y para eso no será útil/ ni el Tao, ni el I-Ching, ni el Tarot/  (pero tal vez una hoja que pasa volando/ sepa más de nosotros que nosotros  mismos). // Al final la ciudad tendrá el mismo nombre/ y todo se repetirá hasta  el infinito.” (Defensa de los supuestos lugares comunes). Y, aunque  claramente  existe una propuesta de  lectura en torno a los motivos claves de sus libros anteriores, digamos también  que la composición total del texto adjunta una nueva propuesta, donde levedad y  rigor se unen en lo que Hugo Mujica denomina “entrañable amor a la vida”, pues  todos los caminos al final, son aquel lugar donde se debía regresar.
  
  Es interesante constatar la  evolución del lenguaje en Francisco Véjar. De una vertiente decididamente  lárica y referencial, a este trabajo cuyos guiños a la ciudad le dan una  amplitud a su visión de época, junto a la relectura que hace de autores como  Rene Guy-Cadou, Jean Tardieu, o Joseph Brodsky. Un abanico de miradas unidas  por la conformación de un universo, escrito con la expresividad de la fiesta y  la evocación de la ceniza. Una sacralización de los actos comunes que prescinde  del sacerdocio y le entrega al paso cotidiano la posibilidad de ser en su  comunión, su propio sacramento. Esta selección de textos (desde Canciones imposibles –1998- hasta los  últimos inéditos) muestra a un autor que está entrando en el terreno de lo mítico  a través de una especie de ritualidad, que guardando la distancia  y los movimientos lenguaje, le emparientan  con Efraín Barquero en esa búsqueda de lo trascendente del hombre.
  
   Se agradece la reinvención de su  escritura –sobre todo hoy que aparecen constantes antologías de autores que  revisan más su cronología que sus palabras- lo que a su vez permite leer desde  una perspectiva distinta textos que llevan años circulando, y cuyo valor  agregado es que muestran no sólo una secuencia bien hilvanada de poemas, si no  que la consecuencia que tiene un autor con su propia obra.