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POESÍA DE IMÁGENES
MANUSCRITO ENCONTRADO EN MI BOLSILLO Francisco Véjar.
Pequeño Dios Editores, Santiago, 2022, 45 páginas. POESÍA


Por Pedro Gandolfo
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio
, 10 de julio de 2022


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Francisco Véjar ha trazado ya un itinerario poético consistente desde Música para un árbol personal (1992) hasta este poemario, pasando por una secuencia de publicaciones en la que se incluyen también crónicas y ensayos literarios.

El recurso formal principal sobre el cual se edifica esta selección de poemas —en continuidad con obras anteriores— es la ilación de imágenes complejas, de preferencia de naturaleza visual. En el primer poema de este libro, titulado "Arte poética", dice así: "Mi padre está en la huerta / rodeado de albahacas / abriendo surcos en la tierra, regando semillas a través de los meses / nutriéndome de poesía". Como se advierte, los tres primeros versos trazan una imagen de gran pureza: la fuente de su poesía se expresa a través de un símil campesino, el acto de sembrar. Aparece, entonces, su padre, como progenitor y operario de su obra poética, en la huerta, abriendo surcos, en medio de albahacas. La imagen visual es nítida y el lector puede conectar mentalmente con ella sin mayor esfuerzo. Es una imagen que se podría pintar, salvo por el perfume que parecen exhalar las albahacas y los surcos recién abiertos. En los siguientes versos, al desarrollar el símil campestre, se salta de inmediato al regar las semillas y deja en silencio el origen de ellas y el acto de sembrar propiamente tal, es decir, echar las semillas en el surco. La operación completa de la cual se nutre la poesía del autor se establece entre la preparación del terreno y el riego de las semillas ya plantadas "a lo largo de los meses". El semillar mismo, un gesto de resonancias antiguas y permanentes en la historia de la creación poética, resta en lo no dicho, la fase del arte poética que el poeta no puede definir, lo que podría señalarse como el lado del misterio inefable que encierra cualquier poetizar.

Las imágenes de este breve poema inaugural insertan el libro en la órbita de una tradición: la poesía propia echa sus raíces en un poetizar anterior que se cultiva y del cual se nutre. La figura del padre no solo, ni de manera más profunda, se refiere, por consiguiente, al progenitor biológico, sino al "padre poético" que cuida el trabajo, pero a la vez deja espacio para la selección de los materiales y para determinar la forma en que se concretizan en los versos. Parece notorio que ese "padre poético" es Jorge Teillier y, por medio de él, los padres de ese padre. Ese padre parece, en algunas facetas, pesar demasiado en la poesía de Véjar desde el punto de partida, antes de la cosecha, en el que nutre no "a" su poesía, sino, como dice específicamente el poema, "de" poesía a su poesía.

Las imágenes poéticas que jalonan estos poemas —se podría hablar de un "imaginismo" por su abundancia— poseen un mismo tono lírico atravesado por una subjetividad melancólica, nostálgica e, incluso más, elegíaca. En estos poemas, la cosecha, en una filiación en que también podría figurar Eliot, es un grupo fragmentario de imágenes que aluden a un pasado del cual el poeta se hace cargo con sus versos; un lugar, una temporalidad, amores idos, ausencias, fantasmas que las imágenes sugieren y esbozan en una suerte de penumbra en medio de intermedios luminosos.

"A las cuatro de la mañana viste un caballo blanco / galopando por los sueños"; "No somos más que huellas plateadas / que dejan los caracoles / en lugares visitados en sueños"; levantas la tapa del reloj para topar el tiempo con el índice / Y sabes que el porvenir dura lo que dura / la puesta de sol en una terraza"; "Esta vagabunda en el país del insomnio / conoce el sonido de una palabra / que no podremos pronunciar"; "Salimos del amor como de una catástrofe / después de vagar por hoteles y playas solitarias", son ejemplos de imágenes en que prevalece ese lirismo melancólico.

Los trozos de un espejo roto —parafraseando la imagen elotiana— parecen componentes de un poema mayor que ya no es posible formular. El apocalipsis, una temporalidad terminal, es mencionado de modo central un par de veces, y esos trozos pueden ser considerados como las semillas a que alude el poema inaugural.

Hay un caminar del poeta —una figura interesante— por calles y playas en cuyo decurso va recogiendo aquellos vestigios y guardándolos en sus bolsillos —como el coleccionista de pequeñas caracolas—, lugar en que se va configurando el poema en una discreta urdimbre.

En "Hijos ilustres de la transparencia", Véjar previene sobre las cautelas de un poetizar que procura escudriñar "rostros" y en el que se mira "a través de cerraduras vedadas", donde habitan "vagabundos y desheredados" "que dejan estrellas rotas en el empedrado".

En medio de esta desolación de sus versos despunta por instantes la risa, la fidelidad y la memoria del corazón.



 



 

 

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Francisco Véjar. Pequeño Dios Editores, Santiago, 2022, 45 páginas.
Por Pedro Gandolfo
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