Fue uno de los fundadores del grupo surrealista La Mandrágora y guía intelectual de jóvenes poetas de los años 50 y 60. A casi seis décadas de su muerte, Descontexto recupera parte importante de sus poemas en la antología La línea recta.
La edición de La línea recta, antología de la obra poética de Teófilo Cid (Temuco, 1914 - Santiago, 1964), a cargo de Juan Carlos Villavicencio y Carlos Almonte, es digna de encomio. Por ejemplo, se publica íntegro Camino del Ñielol (1954) y parte de Nostálgicas mansiones (1962), ambos libros son imprescindibles para tener una comprensión cabal de su poética. Incluye también los capítulos Poemas dispersos (1938-1954), Poemas póstumos (1964) y Trizas (Fragmentos de otros poemas). De esa manera tenemos a un Cid bien representado. El volumen contiene, además, una nota preliminar escrita por Jorge Teillier en 1970 y titulada "Teófilo Cid, el último bohemio". Allí, Teillier valora al que fuera fundador del surrealismo en Chile —junto a Enrique Gómez-Correa y Braulio Arenas—, y escribe: "El paso por los 'túneles morados' (hablando en lenguaje nerudiano) no menoscaba su condición de hombre de letras, y eso es lo que quiero destacar. Bajo su voluntaria degradación civil y física, Teófilo Cid mantenía intacta su condición de escritor, su lucidez, su información, su erudición al servicio de la inteligencia, y no una mera colección de fichas al servicio de la memoria, que pasa a ser 'la inteligencia de los tontos'. Era un trabajador constante, y de ello da prueba no sólo su obra literaria, sino también sus crónicas, dispersas en Chile y en el extranjero. Algunas de ellas han sido recopiladas por Alfonso Calderón —infatigable antologista— y pronto aparecerán en un volumen. En ese momento se le verá como par de Joaquín Edwards Bello y de Rosamel del Valle".

Teófilo Cid
Finalmente, las crónicas reunidas por Alfonso Calderón se publicaron en 1976, bajo el nombre de ¡Hasta Mapocho no más! En ellas uno se sumerge en la noche, los bares y en sus múltiples lecturas. Algo de esto cuenta Óscar Hahn en la crónica "Teófilo y la Teosofía", incluida en su libro Pequeña biblioteca nocturna. Notas literarias (2013). Ahí se lee: "A Teófilo Cid lo conocí muy poco. Se sabía que había sido funcionario del Ministerio de Relaciones Exteriores, que era el hombre más elegante de Santiago y que de repente, sin que nadie pudiera explicarse por qué, se había transformado en una especie de indigente por decisión propia. Yo había leído un libro suyo de cuentos oníricos titulado Bouldroud, sus crónicas del diario La Nación y algunos de sus poemas. Lo divisé varias veces, pero conversé con él en una sola ocasión. Eso ocurrió por ahí por 1961". El encuentro fue fortuito y se produjo en un restaurante situado en la calle Huérfanos, cerca de lo que era el cine Rex. Se juntó a almorzar con Jorge Teillier y se unieron a la mesa primero Carlos de Rokha y luego Teófilo Cid. Continúa Hahn: 'Teófilo y Jorge conversaban entre ellos. Noté que durante la conversación Teófilo me observaba de soslayo, lo que me puso muy nervioso. De repente me clavó los ojos y me preguntó si sabía quién era Madame Blavatsky. 'No, no sé', le dije. 'Y de la Teosofía... ¿ha oído hablar de la Teosofía'. 'He escuchado el nombre', respondí desconcertado. (...) 'Helena Blavatsky fue la fundadora de la Teosofía', continuó. Recordé que Teófilo había sido miembro del grupo surrealista 'La Mandrágora', pero yo no estaba para diálogos surrealistas en un restaurante. 'Perdone', insistió Teófilo, 'quiero preguntarle algo más, ¿sabe usted cuál era el verdadero nombre de doña Helena?'. Me encogí de hombros. 'Su nombre era Helena Hahn. Se llamaba igual que usted. Blavatsky era el apellido del esposo'. A partir de ese 'link', como diríamos ahora, Teófilo ofreció una verdadera charla sobre Teosofía".

Tercero de derecha a izquierda, lo acompañan, entre otros, Pablo de Rokha, Mario Ferrero,
Juan Godoy y Nicomedes Guzmán.
Menos fortuitos fueron los numerosos encuentros de Teófilo Cid con el poeta y narrador Hernán Valdés, quien lo retrata con precisión y afecto en su libro de memorias Fantasmas literarios y lo incluye como personaje clave en la novela Zoom (1971). En Fantasmas... ofrece, por ejemplo, un conmovedor relato de sus últimos días en el hospital: "Teófilo está, afortunadamente, solo, en un gran cuarto. Un crucifijo cuelga sobre su cabeza y no parece importarle. Su rostro siempre ha sido
oliváceo, cinerario, como el de un monje medieval, pero ahora no hay color en él, no uno que pueda ser definido. (...) Nunca le ha gustado dar la mano, mostrar sus uñas negras. Ahora deja la suya entre las nuestras por un largo rato. (...) Después de un par de semanas sin alcohol se ve lúcido, su mirada es dulce, limpia. Solo su mirada. 'No podré escribir Mis hospitales, como Verlaine', dice. 'Este será el único y el último'. Se da cuenta de que estoy observando el crucifijo. 'Hoy vino un cura a hablarme de Dios. Qué joder'".
Y es cierto, junto a su descomunal inteligencia literaria, subyacía un destino trágico, como en el caso de Edgar Allan Poe. Ese estado de ánimo lo refleja muy bien en su poema "El bar de los pobres". Ahí apunta de manera confesional: "Hoy he ido a comer donde comen los pobres,/ donde el pútrido hastío los umbrales inunda (...)/ Pues nada une tanto como el frío (...)/ En los que aquí mastican su pan de desventura/ un viejo gladiador existe/ Que puede aún llorar la lejanía,/ Los menús elegir de la tristeza (...)/ Hoy he ido a comer donde comen los pobres/ y sentido que la sombra es común/ Que el dolor semejante es un lenguaje/ Por encima del sol y de las Madres".
Celebramos la publicación de esta valiosa antología poética, al tiempo que constatamos la necesidad de rescatar también sus crónicas y traducciones. Es decir, todo su legado.