Proyecto Patrimonio - 2008 | index | Guido Arroyo | Autores |



4 señas para olvidar la tachadura de la Chilean Poetry

Por Guido Arroyo

Conocí a Rodrigo Arroyo gracias a un ejemplar del primer número de la revista Antítesis. Recuerdo que fue un sábado por la mañana y la resaca me impedía concentrarme en la lectura. Cuando vi su nombre, la carrera que cursaba, la fecha y el lugar de nacimiento, recordé animado a un primo cuyos datos coincidían con los del poeta que ahora presenta públicamente su libro. Luego leí con atención el siguiente poema:

El día que recuerdes mi palabra
volverán de a poco las sirenas,
cavarás un agujero en la cola del piano
y recordarás que el problema era el  exceso de maquillaje y de hendiduras
en el rostro.
El problema era que no decían nada de los caídos
del sujeto, del predicado, del dinero.

El día que recuerdes mi palabra recordarás también
que un poema no depende de su economía de palabras,
de su olvido en la repetición o su cercanía con el cuerpo.
Un poema no depende de ser poema
poesía, poética,
comunicado
ruido de sirenas
caminata por el laberinto,
recuerdo

u orden de fusilamiento a medianoche.

Mi desilusión fue muy grande cuando Rodrigo -mi primo sanguíneo- del otro lado de la línea telefónica, aseguró que nunca escribiría un verso que no sirviera para coquetearle a una mujer. Por otra parte, si él hubiese sido el poeta que leía, yo no sería el único anormal de futuro incierto en la familia, estaría un poco más acompañado… pero no, seguir con la anécdota no viene al caso, porque mi desilusión fue grande pues el poema me pareció notable. No se trataba -ni se trata- de utilizar la escritura como mera apelación que sirva como ajuste de cuentas, ni de inscribir una angustia escritural que decanta en metapoesía y que bien podría representar un sentir generacional. La intención parecía ser una poética de aparente atemicidad, que busca limpiar los referentes simbólicos directos que han sido el derrotero de innumerables propuestas estéticas de y desde la chilean poetry,. Intención que ahora, de seguro precariamente, trataré de desmenuzar.


Desde el Laberinto

Un sujeto se esconde porque hay una tierra que quiere olvidar, hay siempre una casa que ya no existe. Desde allí emerge esa tesitura melódica y sinuosa que enuncia los poemas de este libro, y que a ratos pareciera apropiarse de una voz generacional, de un nosotros que en efecto aparece: “No hemos muerto y lo deseamos, retornamos, y no a lo mismo”, dice Rodrigo, haciéndose parte de aquel sentir generacional, pero negando la pretensión Nerudiana de hablar por el otro -porque quizá lo que se quería era callar como una cortada lengua india-. El nosotros tampoco corresponde al de una asentada o delimitada generación poética. Si bien es posible caer en la postura facilista de encasillar a los escritores por correspondencia etaria, no estamos frente al puntapié de la generación del 2000 ni a una reproblematización sobre las generaciones del ochenta o noventa en Chile. Ya existe mucho de eso, mucha tela que cortar quizá sabiendo que los colores elegidos no combinarán en ningún traje.

Es por eso que en Chilean se elude toda alusión cómplice o crítica a los compañeros de ruta, no hay una Kermesse como en Germán Carrasco, cuya crítica generacional radica más en diatribas personales que disyuntivas estéticas. La voz de esta, me parece cercana a la idea de sintaxis fragmentada propuesta por el cineasta Raúl Ruiz, que ve en la forma de hablar del chileno una mediación entre lo que esta por decirse y lo que falta por decir, una tensión constante entre la falta de un ajuste de cuentas con los hechos históricos y cierta incapacidad para nombrarlos, para hacerse cargo de ellos: “No puedes sacarte la bala con los dedos”, “la salida no es para salir por ella”, nos apela Rodrigo como aconsejándonos que hay que dar más vueltas dentro del laberinto para creer que conocemos su salida. El laberinto quizá es el recinto donde se encuentra el yo dentro de su territorio, como una caja china dentro de una matruska, una resimbolización de los mitos que son un río textual y que asfixian al sujeto cercándolo en los contextos históricos de su país: Chile. Es por ello que la casa en este libro de poesía -que como todo buen libro de poesía también puede leerse como novela-, siempre es una casa agujereada y bombardeada, la tradición de la familia, en cambio, corresponde a la poesía y en particular a las filias que tiene Arroyo con los proyectos de algunos poetas chilenos -Martínez, Millán, Lihn, Teiller- que ruedan como guijarros o son interpelados como si la mano del poeta presionara con fuerza una cereza hasta romperla, hasta hacer notar el líquido rojo sobre el piso.


Una especie de mutismo

“Éramos tan revolucionaros al mirar las fotografías”, dice un verso de este libro que podría ser encontrado al azar y que devela el telón de fondo de su escritura, el sentimiento de fracaso que se teclea compulsivamente sobre una vieja máquina empolvada.

Las luces de la modernidad no dejan ver la revolución y una mancha de sangre se transforma en una disyuntiva estética. Es en ese terreno de inseguridad donde nace el mutismo, la incapacidad de hablar de arte cuando los contextos políticos obligan a hablar de historia. Escribir para ajustar cuentas con la propia biografía parecería, en esa instancia, la mera ocupación ociosa de algún romántico diletante. La confrontación de la voz poética con el silencio parece ser un paso más elevado pero igual de ciego ante los verdaderos problemas que toda escritura debería enfrentar: no puede soslayarse (o ilustrarse) todo ello con una tachadura -como dice Rodrigo-. La evasión o desaparición “aparente” del sujeto no es una vía probable cuando se trata de olvidar a un niño que canta una canción en medio de una guerra, cuando se intenta de construir sobre ruinas repletas de ceniza o se quiere zurcir la bandera del país, o por lo menos, hablar de su producción poética y artística, que aún no posee Escuela.

Todavía

A diferencia de lo que sucede en algunos libros de poesía donde los epígrafes sirven para demostrar falsa erudición o son guiños filiales, en Chilean sirven como antesala de las secciones del libro o son explicitados entre guiones. No hablaré de la segunda forma de cita que me parece una ausencia de valentía o una mala calibración de esta, pues como lector hubiera agradecido un juego de tú a tú con los autores. Me remitiré en cambio, a unos versos extraídos del canto seis del Altazor de Vicente Huidobro, y que sirven de antesala para la penúltima sección del libro: Still. El ruido estridente de pájaros que oye Alatazor en su paracaídas minutos antes de estrellarse, pueden oírse: Ai aia aia, ia,ia,ia,aia,ui, Tralalí. Hojas después encontramos el siguiente verso: “Este que oyes es el comienzo de nuestra derrota; los silbidos de las balas que se apresuran”. Pareciera entonces, haber un cruce temporal en los sucesos, una ideano tan utópica de que el golpe de estado podría estar sucediendo nuevamente. No me refiero a que el silbido de balas impacte los muros del palacio de la Moneda, o los pechos de quienes quizá se les cayó el puño antes de tiempo, sino que el mismo sentimiento de opresión se vive diariamente, una dictadura silente que cae como telón gris sobre el territorio, la ciudad, la urbe. Desde esa cuidad, como parte de un poema urbano, se construye una voz que se niega compasivamente, que comprende el total fracaso de su ejercicio, que escribe “sin pensar siquiera en esas palabras que señala la mudez”. La mudez, entonces, es entender que no podría haber sido de otra forma, aunque se hubiera triunfado la derrota sería la misma, a pesar de que aún se pueda visualizar un piano sin oír su música, o escribir poesía que nada tiene que ver con el canto de sirenas.

El caballo puede perpetrar el campo enemigo y esconder agentes que podrían derrotarlo, pero no podrá salir del laberinto. Además, esto demuestra, que no es necesario haber vivido un hecho para hablar de él, más bien demuestra lo contrario.


Corrección

            Pablo Neruda alguna vez fue un adolescente que bebió leche junto a Pablo de Rokha, quien se preocupó de que un poeta no bebiera y se aburrió del diálogo porque Neftalí adulaba mucho sus Gemidos.
            Enrique Lihn y Jorge Teiller nunca llegaron al supuesto duelo, dicen que la neblina les hizo perder el rumbo, pero que sus escuderos estuvieron allí, a la hora pactada.
            El mimeógrafo que fue robado de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Chile el año 71, fue el que se utilizó para imprimir los últimos rebeldes que hacía circular el MIR, impresos en una casa ubicada de San Miguel, la misma donde emboscaron a Miguel Henríquez.
            Todos recuerdan que Pinochet dijo en una entrevista: Quiere que le diga una cosa, Odio las poesías!
            Chilean Poetry, el libro, se llamó alguna vez Chilean -POP- etry, y en el boceto de su portada aparecía la conocida foto del Palacio de la Moneda bombardeado, junto al rostro del Pato Donald sonriente. El último verso del penúltimo poema de aquella versión decía:
            “un caballo de madera con un laberinto dibujado en su lomo.”

Este verso me recuerda al poeta y crítico Eduardo Milán que dice: “El yo, sacerdote del oficio por demás sospechoso, yace sepultado en el subterráneo textual. El texto sigue su curso pero es un río tatuado, un río que lleva en el lomo la marca de una huella”. Quizá Rodrigo cumple a cabalidad esta premisa, aunque su yo galopee por los extramuros del asfixiante laberinto que significa la materialidad territorial de un país, el mapa abarrotado de la escena literaria de ese mismo país.
Pero los dos últimos versos del último poema de Chilean Pop etry decían:

                        tengo frío                    llueve
                                                estoy cansado de imaginar.
            …
            Creo que Chilean Poetry nos enfrenta y enfrenta con excesiva lucidez todo un sustrato histórico que a modo de eufemismos o deja vús recurrentes angustian nuestra memoria, la memoria de los cadáveres que podrían estar vivos, la memoria del simulacro de asentamiento revolucionario que nunca fue realizada. Es también una invitación a modificar ciertos discursos, a afrontar que éramos tan revolucionarios mirando las fotografías, a descubrir que quizá no exista mucha diferencia entre el rostro del Pato Donald o el silbo de los Hunters sobrevolando Santiago.
            Esta invitación no puede ser desoída.

Valdivia, Otoño del 2008
Guido Arroyo


 

 

 

Proyecto Patrimonio— Año 2008 
A Página Principal
| A Archivo Guido Arroyo | A Archivo de Autores |

www.letras.s5.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez S.
e-mail: osol301@yahoo.es
4 señas para olvidar la tachadura de la Chilean Poetry.
Por Guido Arroyo.