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Gloria Dünkler:
El territorio de la poesía mestiza


Por Esther Andradi
Publicado en https://www.lacapital.com.ar/ 20 de julio 2008



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Mapudungun y alemán, la lengua de la cultura mapuche y la de los colonos europeos, se cruzan con el idioma español, en un relato épico que formula el mestizaje en el sur de Chile: Füchse von Llafenko, el poemario de Gloria Dünkler (Pucón, Chile, 1977) acaba de ser galardonado con el Premio Edición del Movimiento Internacional de Escritoras Los Puños de la Paloma.

 

Mapudungun y alemán, la lengua de la cultura mapuche y la de los colonos europeos, se cruzan con el idioma español, en un relato épico que formula el mestizaje en el sur de Chile: Füchse von Llafenko, el poemario de Gloria Dünkler (Pucón, Chile, 1977) acaba de ser galardonado con el Premio Edición del Movimiento Internacional de Escritoras Los Puños de la Paloma. Gloria Dünkler estudió pedagogía en lenguaje y comunicación y cursa actualmente la carrera de bibliotecología en Santiago, Chile. Galardonada en varias ocasiones, tanto en poesía como en relato, ha sido editada en las antologías Mujeres en la poesía chilena actual y en Mujeres frente al mar, así como en revistas en Chile, y traducida al catalán.


—Durante la primera lectura de tu poemario tuve dudas acerca de la edad y el género de quién lo habría escrito: todo era equívoco.
—La atmósfera de lo equívoco y el desencuentro son intencionales. Como poeta mestiza me interrogo, sigo buscando respuestas. Siempre quise atrapar ese ambiente en donde las identidades se enredan hasta llegar a configurar una mezcla, en este caso, lo indígena y lo europeo.

—El zorro es un símbolo de las culturas precolombinas, el vínculo con "el mundo de arriba y el de abajo", ¿por qué "zorros" desde el título?
—Es el animal que husmea y sobrevive en los bosques del sur. Simboliza a los habitantes originarios de esta tierra reducidos lentamente por el progreso. También son los zorros alemanes que luchan por un espacio en aquel territorio. Vuelve la idea de lo equívoco y pienso en mis ancestros: sólo buscaban una oportunidad de surgir desde la miseria. Ellos, a diferencia de otros colonizadores europeos y nacionales que engañaron a los indígenas, trabajaron codo a codo. Son dos culturas que pugnaron su propia cruzada: una arremetió contra la usurpación y la otra guerreó contra la desventura. Por ambos siento admiración.

—Hablemos de Llafenko: ¿Existe en la geografía chilena ese paraje?
—Existe. Y la realidad supera cualquier relato o poema. Quise recrear la colonia de mis bisabuelos en sus primeros tiempos, el coraje de aquella gente humilde que decidió abandonar su tierra para jamás volver, la desconexión con la familia alemana que se quedó en el puerto de Hamburgo, el impacto de los niños y mujeres frente al salvajismo de una geografía extraña y su capacidad de adaptación. Deseaba plantear aquellos desencuentros y simpatías en el escenario de la cotidianeidad tomándole el pulso desde las faenas del campo, pues allí brotaban en forma espontánea las dudas y cuestionamientos frente a la cultura desconocida, el asco y la admiración al mismo tiempo. Así, la construcción de este imaginario poético se dio en forma casi natural, por ello el libro funciona como un gran poema que apela a la tradición épica, a la gesta, a la paz y la agitación en el bosque, el juego entre el seductor y el seducido, y como telón de fondo las disputas entre adherentes y detractores del Nacional Socialismo frente a los acontecimientos sucedidos allá en Alemania.

—Asco es una palabra fuerte para llegar a la admiración.
—El impacto del primer encuentro generó en algunos casos ese cruel sentimiento. Mi tía abuela me contó que siendo niña fue invitada a participar de una ceremonia mapuche: allí vio cómo sacrificaban corderos. Después, ella no pudo comerse los pedazos de carne asada que le sirvieron pues "les corría la sangre" También me dijo que admiraba los tejidos de las indígenas, y el teñido de lanas empleando raíces y hojas le pareció fascinante, ¡quiso aprender! Muchas veces los colonos, sobre todo mujeres y niños, no podían resistir aquellas prácticas de la vida cotidiana. Después afloraba la reflexión. Entonces cuando digo "asco", me refiero a ese primer impacto que uno es incapaz de racionalizar ni someter a la compostura.

—¿Cómo nace este poemario, que es un relato de encuentro de culturas y de lenguas?
—Durante mucho tiempo cuestioné mi origen sintiéndome incómoda por formar parte de una ascendencia que colaboró con la reducción indígena. Ahora sé que le debo respeto a mis raíces, por las manos partidas de tanto trabajar la tierra, por ese tío que se ahorcó en un establo porque jamás pudo regresar, por mi bisabuela, que sobrevivió a la muerte de su hombre. Comprendí que no se trataba de hacerme cargo de los "pecados" de esa historia, sino que debía entenderla, valorarla con sus amores y dolores y llevarla con dignidad. Después de todo, esas voces habitan en nosotros, los mezclados, y la diversidad nos enriquece. Siempre recuerdo las palabras de un joven poeta que me dijo: "después de la Pacificación de la Araucanía, sólo se encontraban tres tipos de mapuche: los que murieron peleando, los que escaparon, y los que se rindieron", y yo me pregunto ¿acaso no es un mal humano? ¿No somos eso y mucho más en la hora de las sombras?

—Notable que trabajes otros idiomas junto al castellano. ¿Es una decisión estética o tiene que ver con tu biografía, o ambas?
—Crecí en el sur con mis abuelos artesanos y músicos, estuve allí hasta los 28 años. Oí sus historias casi transformadas en mito. Se mezclaba la tradición mitológica local con la racionalidad germana en un mosaico de colores y creencias, entonces mi abuelo abrazaba un viejo acordeón Honner que le habían enviado desde Hamburgo años antes de la guerra. Junto a la abuela, recorría los alrededores de un sur tenebroso, de caseríos húmedos y barrosos, animando las fiestas de chilenos y mapuches. Su padre le enseñó la lengua, pero el abuelo jamás se la enseñó a sus hijos (mi madre). Conocía muchas palabras en mapudungun, incluso en su infancia asistió a la escuela con niños indígenas, jugaron, y más de una vez escaparon de los pumas que acechaban en las riberas de los ríos ante los ojos aterrados de la maestra. Esa experiencia de compartir lenguajes fragmentados, de comunicarse de cualquier forma, quise integrarla en el poemario.

 

 

 



 

 

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