Podríamos decir que Juan Manuel Rivas es un animal que escribe, o tal vez deberíamos acotar el enunciado a: en este libro Juan Manuel Rivas es un animal que escribe. Este enunciado en este caso no intenta ser una hipótesis, pues una hipótesis se enuncia desde la razón y la razón no es el camino de entrada a este poemario.
En Trasmutaciones se lee: “Peor, me han dicho que he rebuznado de lo lindo en los seminarios de la razón…” (17).
“El sueño de la razón produce monstruos”, nos advertía Goya. Monstruos que no son animales, sino engendros y deformaciones que ella misma produce.
Juan Manuel Rivas
Mas ¿qué es y quién es el ser humano?, ¿cuál es su origen?, ¿cómo ha sido la transformación que nos ha hecho devenir en lo que somos? Preguntas que siguen rondando a nuestra especie y que irrumpe en la existencia con su particularidad en cada quien, preguntas del animal filósofo, que también escribe. Así la trasmutación del animal al ser humano y la vuelta de la misma, es un camino y una condena, un retorno de un animal que topa consigo mismo. Esa dificultad, esa condena ha intentado variadas formas de comprensión, desde la teoría de la evolución de las especies, el psicoanálisis, hasta la neurobiología. Pero sólo resuenan en ellas el eco de la expulsión de un orden natural, esto puede ser el origen del apocalipsis o el apocalipsis del origen, uno de los temas presentes en este libro que ya aparece en el primer poema que da nombre al libro.
Al comienzo dice.
“Los espíritus que susurran en las praderas Siempre buscan un cuerpo vacío Donde soltar el hálito perpetuo” (9).
Hálito, espíritu, del latín spiritus, soplo animador, animus, alma, la naturaleza sopla en el humano, en el humus, en la tierra, que se volverá al fin de los tiempos infértil en manos de éste mismo. Aparición de la revelación como destrucción de la especie, tal vez de toda especie. Esto adviene, en los siguientes tres versos.
“La astilla de una calavera Fermenta en una acera Inaudible a las épocas que gimen” (9).
La aparición de lo apocalíptico se repite como fin de la historia, tendencia a la destrucción. En el nacimiento de la especie humana, se encuentra su propio ocaso. ¿Quedará algo en este escenario presentido? Pero bien entendamos, presentido y por ello mismo presente. En este punto la poesía y el poeta nos señala y muestra insectos dando vueltas en círculos concéntricos a la nada, en torno a la locura, escenas que se repiten como en una pesadilla.
Así en Esquizofrenia:
“Los insectarios me decías Eran orquestados ensayos de la locura” (29).
Luego en Polillas
“Un reino de polillas en los mares luminosos de la ciudad La decadencia de los espejismos” (50).
Sin embargo, el espíritu animal sigue habitándonos, más allá de nuestro inútil intento de olvidar, como si este olvido fuera posible e incluso deseable. Esta latencia se desliza en y desde los sueños, apertura del portal hacia lo inconsciente, territorio que la vigilia debe reprimir o encausar, el día rompe un diálogo interior que fluye, más allá del bien y del mal como diría Nietzsche, de hecho una cita de Nietzsche cuelga de la entrada a este portal del libro y la entrada al espíritu animal.
Animalia “Animalia me sueña en las noches Sus proteicos ojos amarillos Ubican mis cáscaras A través de una imaginaria (…) Trastorna mis sueños Que fingen espiritismos Que fraguan portales A las tres de la mañana Mis cuerpos dispositivos Se activan con él Soplido de las bestias…” (15)
Podríamos aventurar una pregunta, ¿qué queda en la vigilia después de un origen que por la distancia inmemorial queda como un sueño, muchas veces, caótico? ¿En dónde y en qué podemos rastrear ese ser que hemos expulsado de nuestra vida y de nuestro modo de habitar? Este libro es un punto testimonial de todo lo que hemos venido diciendo hasta ahora. De este modo es la poesía y el poeta los que dan cuenta del espíritu animal, adoptando en su voz, mugidos, graznidos, aleteos, formas de enjambre, de manada o de vuelo solitario sobre un mundo que aparece devastado. También quedan añoranzas, paisajes, olores, ondas, vibraciones, epidermis que late y pulsa en el aire, fundidos todos ellos en parajes que parecen recuerdos de otra vida, o de vidas paralelas, de voces que caen desgarrando las hojas de árboles, que por la mano humano se vuelven hojas de papel y que de algún modo en este libro se encuentran, la paradoja del espejo en que se mira el animal humano en el que se asombra de su ser complejo, de su entramado, de su laberinto. Juan Manuel Rivas en este libro, es también, el poeta chamánico, que modifica su voz para transformar su identidad y darnos un eco que resuena en nuestros cuerpos y en la reminiscencia animal de nuestro espíritu, más valdría decir del espíritu encarnado que somos.
Animales de espejos “Siempre evitaste los espejos Mirar de frente a los oráculos Trae mala suerte decías Pero se apagaron las luciérnagas…” (55)
El oráculo se vuelve el revelador de la tragedia, de la lucha, del pólemo, de la batalla, pero su lenguaje cifrado no es comprendido por la humanidad, tal vez el afán civilizatorio le ha separado de ese leguaje para siempre y ese regreso ya no nos sea posible. Mas algo se resiste, tal vez en la mirada, en el fondo del ojo que ve el abismo de la vida, ese abismo que nos llama y que como todo llamado puede ser desoído. Sin embargo, insiste y tiende con ese ser relegado un puente de conexión, entrelazado y misterioso. Esa resistencia es la que nos queda, volvemos a repetir, la poesía que, en su devenir de eterno retorno, intenta dejar una huella, la huella del animal que fuimos, una tragedia que se afinca en lo personal y, asimismo, en la especie en su devenir de este punto en que somos y que también seremos, pero que quedó, queda y quedará clausurado, cada vez que: se apagan las luciérnagas.
Animal 2 “El animal herido ha dejado una huella de sangre Una cánida agonía en la pradera” (46).
La poesía es la llave que ha encontrado el poeta para que la huella persista y que paradójicamente, también se aleje. Esa contradicción que somos, mas la sobrevivencia es un estado de alerta que nos despierta a las tres de la mañana y que a veces nos deja insomnes hasta que llegue el nuevo sueño, en el que somos otro, ese otro que vuelve a gemir, rugir, dolerse entre las tareas impuestas por la domesticación, que nos ha vuelto cuerpos dóciles para la explotación. Explotación del mundo, de la naturaleza, de las otras especies y de nosotros mismos.
Lobos “En tiempos donde las catedrales se desangran con la transfusión de los cielos (…) Los lobos, gurreros invisibles ellos, desarrajan una lluvia metálica de colmillos sobre los patéticos feligreses Una dulce rapacidad que depura el terrible vicio de pasar por vida la muerte” (48).
Esa nueva fe, que ni siquiera es nueva, tiene el rasgo del saqueo para la mercantilización de todo, sin límites. El vicio aparece hoy en el afán de acumular, para quienes pueden, y a las grandes mayorías se les incuba un modelo de tareas que nunca terminan, transferidas y moralizadas al individuo para que se autoexplote, la producción sin tiempo, sin límite para mantenernos en una domesticación a punta de latigazos en el circo en que se ha convertido el mundo, somos animales domesticados en el circo de la productividad a manos de empresarios que devienen políticos y políticos que devienen empresarios y que logran mover el mundo devastado por el cálculo y la ambición, esa motivación que el animal no tiene para su preservación, eso es otra transferencia: homo homini lupus, el humano es el lobo del humano, perdónennos los lobos. Somos la especie que no se conforma con destruir otras especies, sino la que se empeña en destruir su propia especie en nombre del progreso, del crecimiento y su despliegue hacia la nada.
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dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com «El espíritu animal» o el animal que escribe
Juan Manuel Rivas. Editorial Desbordes. 2025, 60 páginas.
Por Guillermo Enrique Fernández