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Al oído de la Gabriela Mistral

Por Juan Carlos Ramiro Quiroga

1.  La pérdida de un ser amado, sobre todo cuando es por medio de un suicidio, trastorna la existencia de cualquier ser humano. A la joven Lucila Godoy Alcayaga (1889-1957) no sólo le desgarró su existencia, sino que determinó su futuro y forjó su personalidad más allá de lo que pudiera esperarse, porque la convirtió en un monumento de la soledad y la tierra yerma.

2. Ya dedicada a la palabra y a la educación la mayor parte de su existencia, el suicidio del joven ferrocarrilero de Coquimbo, con quien tuvo relaciones amorosas a los 19 años de edad, dejó en el alma de Lucila más que una profunda herida, la realidad de haberlo perdido absolutamente todo, inclusive el esplendor de su nombre verdadero.

3. No es accidental que el primer libro de poesía de Lucila se llame “Desolación” (New York, 1922) y que su autora se presente como Gabriela Mistral. A esta altura de la vida, no le quedaba más que un camino semejante y una máscara útil entre la pedagogía rural y el consuelo de la palabra poética que acaso recobra lo que se ha perdido para siempre, siquiera momentáneamente.

4. A esa labor se avocó con toda la brutalidad de la entrega, como quien se repite la expulsión del Edén, lección tras lección en el oficio educativo y verso tras verso en el oficio de la poesía. No hay que olvidar que Lucila era una gran lectora de la Biblia. Pero desde la orfandad de su infancia sobrellevaba un cristianismo medio subversivo, con budas y filosofías orientales.

5. En medio de ese desamparo harto evidente, Lucila se aguzó el poder de la palabra hasta convertirlo en un complemento vital de su existencia. No obstante, nos ha llegado una imagen inmerecida y hasta parcial de Lucila, que fue propiciada por el régimen educativo latinoamericano: la mujer que solamente escribió poemas para niños.

6. Pero Lucila fue más que esa mujer que garabateó canciones de cuna, sino aquella sombra que nos legó un “libro amargo” adonde en “cien poemas queda sangrando un pasado doloroso”, tales las palabras reveladoras o el ex libris que dejara estampado la Gabriela Mistral en su primer libro.

7. Pero no he venido a hablarles de este libro, escrito la mayor parte en Punta Arenas en el extremo sur de América, “en la tierra de la lluvia, de la nieva y de la ‘larga noche’”,(1) sino de los poemas que no sólo la desterraron de la existencia, sino que propiciaron su ingreso al mundo de las letras con bombos y platillos.

8. Hablo de los “Sonetos de la muerte” que fueron escritos en 1909 a raíz del suicidio del bienamado ferrocarrilero, con los que posteriormente, en 1914, obtuvo la Flor Natural en los Juegos Florales que fueron organizados por la Sociedad de Escritores de Chile, en Santiago. Fecha también cuando su seudónimo G. M. se volvió una leyenda.

9. Antes de la publicación de estos sonetos, Lucila era sólo otros seudónimos más en el polvo amarillento de las páginas donde desmigajaba sus versos. Es decir, era  la maestra rural sin título y además Alma, Soledad, Alguien... Pero cuando los Juegos Florales la sacaron del anonimato, la fama no la dejó de perseguir hasta que colaboró activamente, con más de 50 poemas, en una colección de libros de texto que se diseminó por toda la América, y la nombraron Directora de Liceo en Punta Arenas.

10. Los “Sonetos de la muerte” jugaron un papel decisivo en esta suerte de existencia fulgurante; pero también esa pérdida mortal que Lucila, ahora Gabriela Mistral, reclamó a Dios verso a verso en una cavilación metafísica acaso inédita en plena efervescencia de la culminación del modernismo en América Latina, cuando aún lo bizarro sacudía las consciencias poéticas.

11. Los “Sonetos de la muerte” no son meras argucias femeninas, sino el trazado, el diálogo y la imprecación de la madre, la amante y la desamparada ante el sino inconmovible de la existencia. Nadie hasta ese momento había hablado con tanto aplomo sobre la muerte ni menos a esa edad.  Acaso Gabriela Mistral habría quebrado al Destino.

12. El primer soneto de G. M. es la constatación dicha o abierta al mundo, de quien ha encontrado la seguridad amorosa en la pérdida y hasta la venganza sentimental en la sepultura, porque nadie (acaso la mujer que provocó el sacrificio) bajará a “ese hondor recóndito” a disputarle el “puñado de huesos” del amado.

13. El segundo soneto de G. M. es la promesa de la amante para restituir la alianza amorosa, dirigida expresamente al suicida a fin de recordarle que llegará el día inexcusable en que seguirá el mismo camino que siguen los hombres, “sin fatiga, a dormir”.

14. Mientras el tercer soneto es una audacia verbal, casi un atrevimiento, ante el Señor, para pedirle lo que hasta ese momento ningún familiar o ser humano habría demandado, misericordia para el perdido que ha osado tomar su vida con sus propias manos.

15. Sólo entonces Gabriela Mistral pudo descansar y dedicarse a ese reino que llamó inhumano: acaso su oficio de maestra rural. Pero en realidad se refería a su condición de poeta que estaba marcada de por vida. “¡Pobre mujer herida!”, solía decirse en el poema que la describe de cuerpo entero en la Vía-Dolorosa, “dulce en la gravedad, severa en el amor”.

 

LOS SONETOS DE LA MUERTE

1

Del nicho helado en que los hombres te pusieron,
te bajaré a la tierra humilde y soleada.
Que he de dormirme en ella los hombres no supieron,
y que hemos de soñar sobre la misma almohada.

Te acostaré en la tierra soleada con una
dulcedumbre de madre para el hijo dormido,
y la tierra ha de hacerse suavidades de cuna
al recibir tu cuerpo de niño dolorido.

Luego iré espolvoreando tierra y polvo de rosas,
y en la azulada y leve polvareda de luna,
los despojos livianos irán quedando presos.

Me alejaré cantando mis venganzas hermosas,
¡porque a ese hondor recóndito la mano de ninguna
bajará a disputarme tu puñado de huesos!

2

Este largo cansancio se hará mayor un día,
y el alma dirá al cuerpo que no quiere seguir
arrastrando su masa por la rosada vía,
por donde van los hombres, contentos de vivir...

Sentirás que a tu lado cavan briosamente,
que otra dormida llega a la quieta ciudad.
Esperaré que me hayan cubierto totalmente...
¡y después hablaremos por una eternidad!

Sólo entonces sabrás el porqué, no madura
para las hondas huesas tu carne todavía,
tuviste que bajar, sin fatiga, a dormir.

Se hará luz en la zona de los sinos, oscura:
sabrás que en nuestra alianza signo de astros había
y, roto el pacto enorme, tenías que morir...

3

Malas manos tomaron tu vida desde el día
en que, a una señal de astros, dejara su plantel
nevado de azucenas. En gozo florecía.
Malas manos entraron trágicamente en él...

Y yo dije al Señor: "Por las sendas mortales
le llevan ¡Sombra amada que no saben guiar!
¡Arráncalo, Señor, a esas manos fatales
o le hundes en el largo sueño que sabes dar!

¡No le puedo gritar, no le puedo seguir!
Su barca empuja un negro viento de tempestad.
Retórnalo a mis brazos o le siegas en flor."

Se detuvo la barca rosa de su vivir...
¿Que no sé del amor, que no tuve piedad?
¡Tú, que vas a juzgarme, lo comprendes, Señor!

(1) Este registro pertenece a Palma Guillén de Nicolau en la Introducción de la antología “Desolación-Ternura-Tala-Lagar”  (México, 1986), publicada por la editorial Porrúa.

 

 

 

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