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Gabriela Mistral y la Democracia Cristiana

Por Richard Astudillo
Publicado en Tribuna Pública, Melipilla, 2007.

Como buena intérprete de la Biblia, Gabriela Mistral intuía que la solución a los males terrenales estaba en el vivir la pobreza o padecerla. De cuna humilde, la poeta aspiró con votos de fe a la vida eterna después de la muerte. Mistral adhirió a un protocristianismo, su modelo de vida fue la primera versión de la religión de JesúsCristo, una mescolanza de elementos tomados de numerosas religiones orientales monoteístas y paganas.

Gabriela Mistral en su literatura confunde al Valle del Elqui, su flora y fauna, con la lejana Palestina: “De los cuatro reinos, decíamos, / indudables como el Korán, / que por grandes y por cabales/ alcanzarían hasta el mar. // Cuatro esposos desposarían, / por el tiempo de desposar, / y eran reyes y cantadores / como David, rey de Judá." (“Todas ibamos a ser reinas” en Tala, 1938). Durante las primeras décadas del siglo XX, Oriente tuvo estatuto de moda intelectual en los debates de lingüistas, surrealistas, modernistas y nacional-socialistas. Premio Nobel para Tagore y el autor del best seller de la época no podía ser otro que Khalil Gibrán, pintor, místico y chamán de galería arte (El profeta es el libro más vendido en la historia de Estados Unidos después de la Biblia). Gabriela Mistral, vestida para su última misa, llevó hábito y cíngulo de San Francisco, un premio nobel y varios consulados en el cuerpo, seguía por fin: (a) “el cardumen vivo / de mis muertos que me llevan”. Dos suicidas comandaban el cortejo fúnebre.

En medio de un ambiente cargado al misticismo y la religiosidad, se escribe el génesis de una versión remozada del partido conservador chileno cuyos camaradas, al igual que Gibrán y el Padre Hurtado, se fascinaron con los pobres, caras en las que veían, lavaban, vestían, perfumaban y arropaban al rostro del hijo de Dios, mesías y maestro que mandó a un rico, muy rico, a vender todo lo que tenía y seguir sus pasos. Eduardo Frei Montalva, un abogado de la UC, apareció en la vida pública inspirando y dirigiendo un partido político nuevo que recogía la tradición nacional y colonial más imperecedera: el catolicismo y la obediencia al papa. En su promesa electoral, el candidato proyectó la adopción de un sistema de gobierno capaz de hacer frente a la profunda herida abierta por la guerra fría entre capitalismo y socialismo soviético, claros enemigos de toda manifestación de espiritualismo. Bendecida y financiada por la Casa Blanca, la Democracia Cristiana habló entonces de pueblo, de imperialismo, de repartir la torta, dividir la tierra, expropiar, nacionalizar, reformar la universidad, hablo de una revolución en libertad.   
      
En la justa medida de sus valores, Mistral adhirió a los postulados del naciente partido chileno. La escritora es considerada por la militancia antigua como una de las fundadoras de la Falange, íntima de su compadre Tomic, amiga de Frei, su abogado en asuntos civiles y comerciales. Mistral se muestra preocupada en su correspondencia con el líder democristiano (1940), teme que el pueblo sea entregado y sacrificado por los partidos de izquierda extrema, pondera en Frei el empeño por generar una respuesta religioso-política al materialismo amoral: “venir a parar en que no hallamos para salvarnos sino la receta nazi, o la fascista, o la comunistoide. . . o la cavernaria, ¡cualquiera, menos la propia!” (186)(1) . En sus respuestas, Frei apuesta por revelar intenciones: “Usted sabe bien que no soy comunista ni comunistoide” (112). Mistral fue la intermediaria entre su “San Pedro en Chile” (Frei) y Jacques Maritain, el ideólogo y gurú de la política con sentido cristiano a nivel global. La empresa de la DC, según Mistral, debía provocar el perdón y evitar un enfrentamiento armado entre hermanos de una misma tierra. El espiritualismo, por su parte, apagaría los fuegos y barbas de la revolución juvenil, domesticaría espíritus, serenando los ímpetus a punta de horas de trabajo social, caridad y neotomismo. La misión de la DC estuvo a escasas horas de cumplir sus objetivos,  bastaba con que Allende renunciara para que Chile reconociera a la política con sentido cristiano como verdadera providencia del alma parroquial criolla. Pasaron varios años antes de que los demo-cristianos lograran imponer la religión del perdón, la paz, bondad, la libertad y la reconciliación.

Las coincidencias entre Frei y Mistral se profundizan en sus textos políticos y literarios, páginas que exaltan al campesino en cuanto pequeño propietario, defienden la posesión de la tierra: “todos deben tener parcela”, santifican a la clase media emergente y sus conquistas educacionales. Uno de los últimos textos de Mistral, Poema de Chile desarrolla una retórica profundamente ligada a la ética democristiana del tipo:

En sus pies hay sal de la pampa y polvo del desierto y en vuestra piel, impregnados, el cobre y el hierro, el salitre y la plata. Es el norte que llega... Y ustedes nos traen una lección. La lección de esta tierra, de este territorio chileno que nos ama, que busca y espera nuestro amor como un gran amor, como un gran amigo. ¿Qué nos dice la tierra chilena? ¡Cuídenme, para que yo no me vaya hasta el mar y se queden ustedes sin territorio que cultivar! (Discurso de la Patria Joven, 1964).

Para Frei y Mistral, Chile posee el ritmo de una marcha o manifestación ordenada, su geografía acepta y recibe al “patipelado” respetuoso de la bandera, un sujeto capaz de integrar el ecologismo y la comunión con la creación. Para la DC y Gabriela Mistral, Chile es un largo y extendido valle, de fértiles tierras, ricos frutos, con un sol generoso que calienta los huesos del fiel que ama la vida campestre y disfruta en familia, sin contratiempos.

Los místico-espirituales como Khalil Gibrán, Gabriela Mistral y John Lennon extrañamente terminan su vida en Nueva York, muy cerca de las Naciones Unidas, Wall Street y los bosques de rascacielos.

 

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(1) Frei Montalva, Eduardo. Memorias 1911-1934. Correspondencias con Gabriela Mistral y Jacques Maritain. Santiago de Chile: Planeta, 1989.

 

 

 

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