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Gonzalo Millán habla codo a codo con la muerte


“Hay que salvar el pellejo como sea”


Por Javier García
Nación Domingo, 27 de agosto de 2006

 

 

 


Asegura que hay dos posibilidades ante la partida: reencarnarse o salirse. “¡Lo que no tenís que hacer es cagarte de susto!”. Actualmente prepara el diario “El veneno del escorpión” y en los próximos meses Ediciones U. Diego Portales reeditará su primer libro. Aquí se desayuna con la creación y deja en claro que es mejor reírse que ponerse grave.

Partió en 1973 exiliado a Canadá. Hizo un máster, luego estudió literatura comparada, después se retiró de la universidad porque “nunca me ha gustado la academia, excepto sus bibliotecas y las compañeras de curso”, relata con vitalidad. Pero de entrada sentencia “No quiero hablar de mi enfermedad”. Gonzalo Millán (1947), ya no sale de su casa. “Vivo recluido”, afirma con su voz desgastada, que sólo deja de sorprender por su permanente risa, y se toma el tiempo para hacer la once, donde tazones, cucharas, bolsas de té, pan, trozos de queso y un termo rojo serán los receptores de la mirada de uno de los poetas más importantes de Chile.

Premio Pablo Neruda y ganador este año de un Altazor por “Autorretrato de memoria”, donde en la contratapa se lee “La poesía de Millán, una de las más consistentes y lúcidas ya no sólo en el panorama chileno, sino latinoamericano, se erige durante algunos años como la única poesía civil frente al alud de poesía sacerdotal”, escribe Roberto Bolaño.

En estos últimos meses, Millán se ha dedicado a concluir su trilogía titulada “Croquis”, de los cuales ha publicado “Claroscuro” (primero), “Autorretrato de memoria” (tercero), y el segundo es “Gabinete de papel”, que está corrigiendo. Además, dentro de los próximos meses se reeditará su primer libro, “Relación personal” (1968), con prologó de Alejandro Zambra y textos inéditos, por Ediciones Universidad Diego Portales, y ya el 2007 editará –el mismo sello– una versión corregida de “Claroscuro”, la segunda parte de “Croquis”, un poemario inédito titulado “Lagunas” y “El veneno del escorpión”, un diario en el que trabaja incesantemente y que nace de “un remedio alternativo cubano contra el cáncer”, cuenta.

PROVINCIANO Y MARGINAL

–Hace poco, Raúl Zurita dijo: “¡Me morí de envidia cuando vi la publicación de ‘Relación personal’!”.
–Sí, me ha contado y mandado recados en ese sentido, de que admiraba mucho el libro, pero que él lo veía como un desafío a superar. Ese libro está escrito entre los 17 y 20 años. En realidad salió el ’68 porque la imprenta se demoró. Y paralelamente escribí una novela que se llamaba “Chumbeque”.

–¿Fue de barrio tu infancia?
–Mi infancia la pasé en Recoleta, estudié en los Dominicos en la Academia de Humanidades, y después a los 11 años se acabó mi infancia, y la adolescencia la viví en Ñuñoa y me cambié al Lastarria. O sea, cambié de un colegio religioso a uno laico, del barrio La Chimba –un sitio provinciano y marginal– a la modernidad santiaguina. Y ahí maduré, como los membrillos, a chancacazos no más (se ríe).

–En tu primer libro ya desarrollas una poética similar a tu trabajo posterior, donde el “objetivismo” de los poetas norteamericanos se asoma, pero viniste a leer después a esos autores. ¿Cómo nació ese registro, por intuición?
–Cuando me hablan de objetivismo, yo digo que no fue una cosa buscada, sino que todo eso sale de lo que llamo “proclividad” innata. Toda la gente tiene formas de usar los sentidos, yo musicalmente no funciono mucho, contrario a lo visual, que determina en gran parte estas características de mi poesía. Y así he descubierto que, de los funcionamientos especiales de la memoria, yo tengo el “eidético”, que significa tener una memoria más espacial que temporal. Tengo mala memoria, eso es tiempo, sin embargo si cierro los ojos puedo reconstituir en detalle cualquier imagen casi fotográficamente. Y así en los versos comprimo la frase, decir lo máximo con el mínimo de palabras. Los medios de masas también nutren la imagen y ahí nacen las referencias intertextuales, como al cine la pintura.

–¿Cómo te vinculaste en los ’60 con el proyecto antipoético?
–Creo que la antipoesía está rodeada de muchos mitos. Hay una visión de que las cosas ocurren en sucesión, pero cuando leía a Nicanor Parra, también leía a Pablo de Rokha. En general, me atraían las imágenes disonantes, no tanto el lenguaje coloquial. En ese tiempo me interesaba Armando Uribe más que Parra, porque en Uribe había un trabajo con el verso, y a través de él llegabas a Ezra Pound y Wallace Stevens. En cambio, la antipoesía se hace pasar por poesía espontánea, porque aunque Parra quiere que escribamos como hablamos, eso nunca se logra. La poesía no se encuentra tirada en la calle ni es inspiración, sino que se construye.

–¿Te interesó la poesía de Enrique Lihn y Jorge Teillier?
–Los dos me parecían buenos poetas y tenía admiración por ellos, pero yo era el más joven de la generación del ’60, y ellos deben haberme mirado como un cabro chico. Pero ninguno de los dos era poeta de mi total agrado; en realidad, no creo que haya un poeta de mi total agrado en ninguna parte del mundo. El énfasis en el mentalismo de Lihn me hace retroceder; la imagen, para mí, es lo fresco, no el pensamiento. Teillier hizo una obra redonda, pero la provincia nunca la he visto como positiva.

SORPRESA Y SOSPECHA

–¿Qué año partiste al exilio?
–El ’73. Yo iba a México, pero no pude entrar, así que llegué a Panamá con mi mujer e hija, pero teníamos una semana de visa, entonces me fui a Costa Rica, estuve un año, y luego a Canadá, donde lo único que me había interesado era la Policía Montada (se ríe).

–Ahí tuviste la fortuna de leer a Williams en inglés, ¿no?
–Claro, es distinto leer a Whitman en español, por ejemplo. Poe me interesaba mucho, y filósofos como Emerson y Thoreau, y de ahí Pound, T.S. Eliot, William Carlos Williams, quien me caía más simpático porque era mestizo, doctor y menos arribista respecto a Europa.

–¿En Canadá forjaste “La ciudad”?
–Después de “Relación personal” escribí un libro muy introspectivo, que se llama “Dragón que se muerde la cola”, que son poemas del doble, figura que me ha acompañado siempre, y a la par empecé a escribir versos totalmente objetivos sobre refrigeradores, autos, electrodomésticos... Entonces se dio un extremo subjetivismo y objetivismo. Y de ahí llegué a un diccionario donde hallé truismos, que son verdades mínimas, como decir “la nieve es blanca”, donde no hay verdad filosófica, y de ese absurdo estético creé una materia prima, y en Canadá al tener que aprender inglés y yo enseñar español, me encontré en una situación de crisis lingüística. Y bajo ese material comencé a dar esta visión de la ciudad del cono sur bajo una dictadura militar, aplicando un español estándar.

–Algunos críticos y reseñistas dijeron que “Autorretrato de memoria” era tu libro más personal...
–Si se piensa que uno dice la verdad ahí, pero no la dice, porque es muy difícil que hagas un cotejo de lo que aparece en los poemas y en la vida. O sea, hace diez años que hago talleres de autobiografía, y no me interesa esa verdad porque es relativa, y de ahí puede aparecer la sorpresa y la sospecha. Me gusta mucho la concepción de identidad oriental, de que uno es un estado de conciencia variable, donde uno va asumiendo múltiples identidades durante el día; como decía Pessoa, uno es un fingidor, y eso es el poeta.

–¿Cuáles son los temas que te interesan últimamente?
–Creo que, hasta cierto punto, vida y poesía deben estar en contacto, porque si no vienen unas disociaciones muy grandes. Hay tantos ejemplos de poetas experimentales o vanguardistas que son burgueses ¡Yo no me trago esas cosas! Ahora, el amor, la muerte, el tiempo, ¡el aquí!, me interesan como tópicos, y de ahí los objetos. Pero hay temas que uno va dejando descansar.

–¿Como cuál?
–El amor, por ejemplo. No es un tema que me interese demasiado hoy día.

–¿Y cuál te seduce más?
–Creo que... una realidad maravillosa en la vida cotidiana. Vivimos en una realidad que tiende cada vez más a suprimir la poesía; entonces, la realidad se hace cada vez más pobre. Uno no valora lo insólito, sino lo común y corriente, un tarro de café, un termo... Algo que produzca inquietud.

VIVIR CON LA MUERTE

–¿Por qué desististe de hacer el prólogo en la reedición de “Relación personal”?
–En estas circunstancias acordarme de quién fui me pareció demasiado elegíaco. Ya tuve mi dosis de sumersión en el ego, ahora necesito objetividad y ver el mundo. Tengo varios libros inéditos, uno se llama “Lagunas”, que es donde iba a escribir, y también como concepto de blanco, de memoria, qué pasa con ese espacio que queda ahí vacío, con el valor del silencio.

–Supe que estás escribiendo un libro que se llama “El veneno del escorpión”.
–Es un diario. Jaime Gil de Biedma tiene un diario que se llama “Diario de un artista seriamente enfermo”, donde él hace reflexiones, y “El veneno del escorpión” es un diario de una enfermedad, armado de poemas, aforismos y pequeñas reflexiones.

–¿Tiene que ver también con “Diario de muerte”, de Lihn?
–Esa es la huella que seguí, pero me interesa más el diario de vida. A lo largo de ella he convivido con la muerte de una manera muy estrecha. No hay creación sin destrucción. La muerte es una estrategia hasta genética. En Chile hay una presencia de la muerte no reconocida, pero en México son los campeones. A un mexicano le preguntaban: “Bueno, ¿y qué le parece la muerte?”. “¡Bien, poh, parejita!” (se ríe). No hay diferencia entre ricos y pobres, todos se mueren.

–¿Compartes la idea de escritura como terapia?
–Sí, cada vez me gusta más esa función que uno puede darle a la poesía. Reconozco que el arte es una operación de conjurar lo malo, pero también trae abundancia. Yo creo que el poeta no tiene como misión estar en el lado correcto, estar en la historia, estar con los buenos; hay que escapar de los patrones morales. Está el caso de François Villon, que era un delincuente; me interesa ese tipo de artistas, como Caravaggio, que era un genio y un asesino. Ahora, a los poetas cuando les va mal terminan en el Ejército de Salvación o en el Hogar de Cristo.

–¿Y tú cómo te vives la muerte?
–Acercarse a la muerte en vida es alcanzar una plenitud vital que la gente corriente no alcanza. Uno, sencillamente, entra a otra dimensión, y aunque sea pasiva, ¡tenís que salvar el pellejo como sea! Uno vive y la escritura viene después. Lo más interesante de la muerte es la incógnita que provoca ¡Qué cresta pasa allá! La concepción del alma me parece muy dudosa. Ahora frecuento la idea egipcia y tibetana de la muerte.

–¿Por qué te interesan?
–Bueno, que la muerte es otra existencia no más. Los tibetanos dicen que hay muerte, vida, premuerte y postmuerte. Entonces, la premuerte se puede preparar. Si uno quiere reencarnarse puede hacerlo las veces que quiera, la misma película, sin acordarse de que la vio (se ríe). O uno puede tratar de salirse; entonces, ¡lea las instrucciones, porque te vai a encontrar con un demonio de cuatro metros que tira fuego, y lo que no tenís que hacer es cagarte de susto! Hay que enfrentarlo y seguir adelante.

 

 

 

 

 

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"Hay que salvar el pellejo como sea".
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