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Germán Marín, 45 años de trayectoria interrumpida
"El pellejo no da para más"

Por Roberto Careaga C.
Revista de Libros El Mercurio. 6 de Mayo de 2018


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El lugar estaba casi vacío. Pagaron una mesa y, una vez más, Germán Marín tuvo que aceptar la realidad: es pésimo para el pool. Fue hace algunos meses. El escritor llegó hasta el Salón de Pool River Plate, en la calle Manuel Montt, junto a uno de sus hijos y su nieta Rocío. Igual que cuando era joven, su manejo del taco fue deficiente. No importaba, iban por la escenografía: Rocío sacó una cámara y fotografió el salón buscando la imagen ideal. La encontraron. Hoy es la que ilustra la portada de la nueva novela de Marín, Póstumo y Sospecha, la historia de dos ladrones de medio pelo, uno de ellos una ascendente estrella del billar en los antros santiaguinos de los 90, que poco tiempo atrás prestaba servicios en el centro de detención y tortura Villa Grimaldi. Y aunque casi no hay referencias políticas en el libro, por ahí pasa el tema que cruza la obra de Marín: los ecos de un pasado marcado por la dictadura.

"Es permanente. Yo no lo he olvidado. El tema de la dictadura lo he tenido presente siempre en mis libros", reconoce Marín, sentado en un café ubicado atrás de la Municipalidad de Providencia, a unas pocas cuadras de su casa. Es como si hablara de una herida jamás cicatrizada: al momento del golpe de 1973, era un escritor en ciernes, recién había publicado la novela Fuegos artificiales, pero salió al exilio suspendiendo la escritura para dedicarse a la edición. Solo al regresar a Chile, en los 90, con más de 50 años, empezó a publicar una obra construida sobre los escombros de una memoria personal y nacional, enhebrada por nostalgias, resentimientos y odios. De ahí salió la alabada Trilogía de una absolución familiar y novelas como El palacio de la risa o Ídola. Y también el personaje que por años encarnó Marín: el fumador amargo, cascarrabias y sin miedo a las polémicas.

Han pasado los años. Hoy, con 84 años, Marín mantiene una vida social acotada, lee poco lo que se publica -y por ende, se abstiene de criticar-, enumera enfermedades y cansancios. Cada vez fuma menos. De polémicas literarias, ni hablar. De hecho, le ha comentado a sus cercanos que no quiere ser postulado al Premio Nacional de Literatura, que este año se le entrega a un narrador. Él y Diamela Eltit parecieran ser los aspirantes más serios al galardón que se falla tradicionalmente en agosto, pero Marín, dice, "se cabrió" de las campañas. Está concentrado en escribir: mientras Póstumo y Sospecha llega a librerías, él está trabajando en su próximo libro que, por ahora, está en una libreta roja en la que escribe, con una delicada pero firme letra manuscrita, cuentos que formarán un volumen que se llamará Pedazos de una oscura felicidad.

"Tengo que terminarlo a fin de año. Me puse ese plazo", dice Marín, advirtiendo que el plan no se ve fácil: "Estoy lleno de achaques". Cansado y enfermo, en los últimos meses ha podido dedicar solo las mañanas a escribir. Antes usaba también la tarde y probablemente por eso consiguió un ritmo que, tras retirarse como editor en Random House Mondadori, lo llevó a publicar sin descanso: desde 2007 hasta hoy, ha editado 12 libros, entre novelas, relatos y memorias. En los 10 años anteriores, había publicado otros ocho títulos, incluidas las series Trilogía de una absolución familiar y Un animal mudo levanta la vista. "Durante todo el tiempo que estuve en España, donde fui subdirector editorial en Labor, prácticamente no escribí nada. Fueron 13 o 14 años. Viajé mucho, leí mucho, conocí muchas ciudades, lo pasé bien, pero tenía mucho trabajo y no escribía. Recién cuando me retiré de Labor me puse a escribir", cuenta.

Antes, mucho antes, cuando Marín iba de maoísta, era librero, colaboraba en la editorial Quimantú y fundaba junto a su amigo Enrique Lihn la revista Cormorán, escribió la novela Fuegos artificiales. Salió de imprenta casi exactamente hace 45 años solo para convertirse en un fantasma: "Luego fue sacado de circulación y destruyeron las copias que quedaban. Eso me lo confirmó mucho tiempo después, en España, el general que se hizo cargo de Quimantú", cuenta el escritor, que el año pasado accedió por fin a reeditar aquel libro con Lecturas Ediciones tras múltiples negativas: "Yo no lo quería hacer, pero Felipe Gana (el editor) y otras personas más tenían el libro. Lo habían conseguido por internet. Carísimo: 30 mil pesos, un libro añejo, doblado, mal papel. Al final, solo pedí cambiar el color de portada", dice.

¿No le gusta esa novela?
— No, sí me gusta. Pero me gusta desde el punto de vista personal. Literariamente prefiero otros. Hay mucha distancia. Fue hace mucho tiempo. No me reconozco completamente, es una voz muy distinta. Se está abriendo una prosa para cierto fraseo, pero que no está totalmente desarrollada. En Fuegos artificiales traté de crear un grupo de personajes, pero es muy dispar el resultado.

A la prosa que se refiere Marín es algo así como su marca registrada: un fraseo sinuoso y espeso, que a través de comas y más comas va sumando oraciones subordinadas sin dar respiro, hasta que de pronto hipnotiza. A veces, en todo caso, no es sencillo de seguir su ritmo. Ese estilo ya late en Fuegos artificiales, pero la gran diferencia es otra: si allá el protagonista era un viejo terrateniente, José Clorindo Inchaurraga, que ve cómo su mundo se derrumba ante el avance de la revolución del pueblo que llegará al poder en la Unidad Popular, en las novelas que escribió después los protagonistas son ya invariablemente unos derrotados por la historia que jamás tuvieron ningún poder. Con suerte se las arreglan para vivir.

Póstumo y Sospecha podría ser un nuevo capítulo de un gran retrato de unos bajos fondos que Marín ha formado cruzando experiencias e imaginación: sus protagonistas son dos solitarios que se cruzan en los salones de pool y juntos empiezan a delinquir por necesidad. Son cómplices en la sobrevivencia. Se mueven en un Santiago brumoso, viven de paso en el Hotel Palermo y en cualquier esquina podrían cruzarse con los protagonistas de otras novelas recientes de Marín, como El guarénDejar hacerAdiciones palermitanasBolígrafo o Los sueños chinosNotas de un ventrílocuo y Tal vez sí, tal vez no .

— Eso es verdad. Yo creo que sí, por lo menos en mi imaginario están presentes -dice Marín-. Pertenecen al bajo fondo. No son verdaderos delincuentes, pero no dejan de ser malos tipos. Se suman a esa vida. Se dejan llevar. Es la mirada que tengo de la sociedad que me ha tocado, en la cual no creo mucho, la verdad. Aunque yo no siento ninguna cercanía con la moralidad de Póstumo, por ejemplo, sino que creo que hoy están trastocados los conceptos sobre lo moral: la maldad, la traición. Basta mirar un poco. Está en la clase política.

Póstumo y Sospecha, los personajes del libro, son alegorías, ¿no?
— Ha habido muchos Póstumos. Y Sospechas también: chicos que se fueron de sus casas, que abrieron nuevos rumbos en sus vidas. Gente que viene de las clases medias y se encuentra con la delincuencia. Aunque fue Póstumo quien se me ocurrió primero. Su nombre. Me interesan todavía esos elementos que giraban en torno a Villa Grimaldi. Ya no solo me refiero a quienes formaban parte de la dirección, sino también del rotaje que funcionaba allí. El personal auxiliar. Ese era un tema que siempre tuve pendiente: Villa Grimaldi no era un lugar lleno de jefes; había tropas, etc. Un rasquerío que luego se salvó de cualquier juicio.

Su novela "El palacio de la risa" es sobre Villa Grimaldi. ¿Conoció ese centro de detención?
— Me detuvieron un par horas después del golpe, en Investigaciones, pero me soltaron después de una pateadura. Luego, al regresar definitivamente a Chile en los 90, fui a Villa Grimaldi. Lo habían demolido, ya eran escombros. Me puse de acuerdo con un guardia y me dejó entrar varias veces. Lo invitaba a tomar cervezas. Me permitió que le sacara fotos para entender cómo funcionaba y así poder escribir El palacio de la risa.

Y, ¿cuál es su relación con los bajos fondos? ¿Trató alguna vez con ese "rasquerío" de la dictadura?
— Bajos fondos propiamente no, pero conocí por mi permanencia en la Escuela Militar cuando joven a varios que luego fueron figuras ascendentes en la dictadura. E incluso, cuando volví a Chile en los 80, me junté dos o tres veces con ellos, me invitaron a almorzar al Círculo Militar. Algunos seguían colaborando con el régimen como civiles. Y antes, cuando joven, iba al billar con unos amigos que siempre me sacan la cresta. Fui muy malo para el pool. Pésimo. Íbamos al Manila, en el centro, y ahí corría plata de apuestas. Me interesaba ese mundillo.

¿Le interesaba literariamente? ¿O alguna vez le atrajo intentar ese tipo de vida?
— Felizmente no ha sido mi tipo de vida. Nunca quise llevarla. Más bien yo siempre la vi como una suerte de camino literario que se podía recorrer con estos personajes. Son personajes lanzados a la aventura de la vida, que te permiten avanzar por un lado y otro. Aunque también son tristones, melancólicos. Es una mezcla de ficción y experiencia muy personal.

Entiendo que les ha dicho a sus cercanos que este año no quiere postularse al Premio Nacional de Literatura.
— No quiero, me han presentado dos veces y ya en la última me cabrié. Se lo dieron a Skármeta. Lo encontré totalmente injusto, sobre todo porque dos meses después sacó un libro de cuentos horroroso. Claro, él participó en la campaña de Bachelet. Yo no. No era amigo ni enemigo de ella. Entonces, no tengo ganas de presentarme. Te lo pueden dar de todas formas, pero no quiero hacer campaña ni nada.

¿No le interesa el premio?
— Por el dinero, sí. Yo vivo en forma muy ajustada. Me interesaría el dinero para mis enfermedades

¿Y por el reconocimiento literario?
— No sé si soy reconocido. Me muevo en un circuito muy reducido de gente. No sé si mucha gente me lee. No tengo idea. Debo tener un ego, pero no es determinante. Me puedo chupar la mandarina. Y yo creo que va a ser así. No lo voy a ganar yo. No sé quién se lo va a ganar. Me gustaría ganarlo. También le podría ayudar un poco a mi mujer, pues es una renta que se hereda a la viuda. Eso me vendría bien.

¿Usted cree que su mujer va a enviudar pronto?
— Creo que sí. Tengo la impresión de que no me queda mucho. Por eso tengo ganas de terminar este libro de cuentos. Me está costando escribir, corregir. No me da. Creo que hasta ahí no más voy a llegar. El pellejo no da para más.

 

Fotografía: mediorural.cl



 

 

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