La justificación de Germán Marín (Santiago, 1934) para reeditar Carne de perro podría ser una cita que hace a Paul Valéry, "la literatura no se termina sino que sólo se abandona por cansancio". Y esta novela corta —antes publicada en El palacio de la risa— evidencia ese ejercicio inmóvil en que caen algunos textos, sin nunca dejar de corregirse a sí mismos, constatándose en este caso tres fechas específicas de su reescritura: Barcelona, agosto de 1983/ Santiago, marzo de 1995/ Santiago, septiembre 2002.
Carne de perro, como ha ocurrido con sus trabajos los últimos cuatro años —Conversaciones para solitarios, Ídola, Lazos de familia— también se aleja de su anunciada trilogía "Historia de una absolución familiar", con que ha venido recorriendo gran parte del siglo recién pasado, a partir de la experiencia personal en clave memorialista y autobiográfica. (En ese sentido sería importante revisar el tipo de narrador "escribiviente" presente en las dos partes publicadas: Círculo vicioso y Las cien águilas.) Un proyecto que en sus inicios no dejó de sorprender a lectores exigentes, ya agotados de las muestras de la llamada "Nueva Narrativa", y a un reducido círculo de académicos y críticos preocupados de las obras nacionales que, justamente, disentían de esa construcción forzada a leerse como una generación. Frente a lo que Marín oponía/situaba un discurso de alto nivel en términos ideológicos tanto como desestabilizante en lo formal, respecto a cómo estructuraba sus textos (notas a pie de página, citas textuales, la presencia de un alter ego/editor, la fragmentariedad y la mixtura de géneros).

Germán Marín
Esta reedición, con casi imperceptibles correcciones, ratifica ese juicio y permite se lea por separado como un libro fundamental para sondear la intensidad de su obra, donde la perspectiva de la memoria, el fracaso, el erotismo y la propia escritura, son los ejes sobre los que se mueve una narrativa que podríamos definir como expresión de la violencia urbana. Un tema vastamente abordado en latinoamericana y que ha alcanzado renombre las últimas décadas con el neopolicial de Soriano, Ramírez Heredia, Giardinelli, Díaz Eterovic entre otros. Género encargado de revisar la historia reciente como un cuadro plagado de crímenes políticos, donde la corrupción de la clase dirigente o su poder terrorista-institucional es todavía un cruento enigma por resolver.
Sin embargo, no podríamos decir que Carne de perro se inscriba totalmente en este nuevo realismo negro, ya que apenas reconoce en su escenario la dimensión que le permite integrar un crimen y un suceso político puntual: el asesinato de Edmundo Pérez Zujovic en 1971 por el VOP (Vanguardia Organizada del Pueblo). Marín apuesta a un acercamiento más rupturista que cualquier relato del género, al postular la interioridad como matriz indagatoria de su narración en cifra policiaca. Concentrando toda su atención en el "punto de hablada", al valerse de la conciencia de uno de los subversivos para narrar un hecho conocido, llevando al lector a ocupar el lugar de quien mira, piensa y acribilla al ex ministro de Frei Montalva, único responsable político de la matanza de campesinos en la Pampa de Irigoin en el sur, como si fuera uno más en el atentado. Para luego así vivenciar las consecuencias que se trajo la planeada emboscada, en un antes y un después que condiciona el pulso de su escritura febril, desbordada y obsesiva, capaz de condensar en una prosa poética sin respiro un estilo a estas alturas, mirando el grueso de su obra, emparentable con las búsquedas de Manuel Rojas, pero sobre todo con la densidad de Carlos Droguett: "Soltaba el gatillo y, en seguida, volvía a disparar sobre él de izquierda a derecha. Pero también, al cambiar de ángulo frente al hombre de la mano dura, la escena variaba dentro del Mercedes Benz. Cada fragmento que se divisaba en su interior, a través del larguísimo minuto de esa mañana de junio, parecía tener un tiempo propio cuyo secreto consistía, tal vez, en la brusca movilidad en que había caído la escena. No se advertían ahora los párpados apretados de dolor, luego de la sorpresa cuajada en el rostro de Pérez Zujovic, sino el pálido y vacío y nuevo rostro de quien acaba de morir".
Marín ha reactualizado un registro sugerente dentro de la aséptica y predecible narrativa nacional de los últimos quince años. Dejando en claro que las poéticas de escritura se construyen desde la necesidad personal más que en función de las demandas de las editoriales y su lucha por el mercado. En ese entendido no resulta extraño ver su paso por editorial Planeta como un fracaso de ventas, al terminar sus primeros libros siendo rematados al costo en librerías. (¿Es razón para que se omita que éste formó parte de El palacio de la risa?) Pero que Germán Marín sea un best seller o no, invita a mirar un fenómeno más importante que poner en juego su talento: el de los lectores. Si hacemos un lista rápida, no pasan de cinco los nombres con los que podríamos discutir sobre lo que significa escribir hoy en Chile, tomando conciencia de la tradición literaria, la historia pasada y el oficio de escritor como una gesta, esencialmente, personal.
Carne de perro resultará un libro obligatorio no sólo como entrada al universo de Marín para quienes no lo conocen, sino también como una lectura necesaria para asumir lo vigente de la violencia en el pulso vital de un país que se ha edificado sobre el crimen, el silencio y la desmemoria. Una estrecha rendija donde la obra de Germán Marín se ha situado, convirtiéndose en esa extraña mezcla de francotirador y víctima. Lo que ocurre cuando la literatura es un riesgo. Algo que sólo puede terminar agradeciéndose.