................. SONIA GONZÁLEZ VALDENEGRO
 


Juan Peñaloza

por Sonia González Valdenegro


..... Juan Peñaloza no existe. Pero pudo ser. Su nombre, su historia, no son más que una representación, una manera de abordar los acontecimientos actuales, de motivar una reflexión.

..... De manera que hagamos como que Juan Peñaloza existió, que nació a fines del siglo pasado, tal vez en alguna localidad perdida del sur, en un pueblo sumergido en el barro, donde de tarde en tarde llegaban noticias desde el otro mundo, de Chile. Juan Peñaloza no fue al colegio. Y si fue, tal vez, alcanzó a llegar a segundo o tercero de preparatoria. Quizá, aprendió a escribir. Hijo de un matrimonio rústico, hermano de una corte innumerable de críos moquillentos que compartían una comida precaria, integrada principalmente por frutos de la tierra, a la manera de los primeros pueblos recolectores, Peñaloza, nuestro Juan, llegó a la edad en que debía ganarse la vida, que no eran los 20 o ni tan siquiera los 15 como permite nuestra actual ley laboral, sino los 8, 9 años. Y si le ponemos 7 tampoco estaremos equivocados.

..... Juan Peñaloza viajó a la ciudad. No portaba, como D´Artgnan, recomendaciones, cabalgadura, dinero. Ni siquiera las ilusiones comunes de quienes llegan a una ciudad. De todas las personas a quienes había conocido hasta entonces, ninguna había estado en la ciudad. Y se puso a trabajar. Sus oficios fueron tantos que cuando, ya viejo, se ponía a enumerarlos, sus hijos decían, a manera de broma o juego "ah, no, de aquí no salimos con vida".

..... Trabajó en lo que pudo, Peñaloza. Ganarse la vida, para gente como él tiene un doble significado; el de la subsistencia, naturalmente, pero también el de la inserción. O el de la identidad. A través de sus oficios, se convirtió en Peñaloza, un hombre, alguien que salía de madrugada, encaminando sus pasos hacia el mar o hacia la oscuridad de una mina, al calor de una fundición, a la estremecedora soledad de un frigorífico.

..... Peñaloza, le gritaban y él entendía.
..... Peñaloza se enamoró. Y se casó. Y multiplicó su simiente a través del pequeño mundo en el que le tocó vivir.

..... Y envejeció. No estaba mal. Era un hombre en paz con el mundo. Vivían, él y su mujer, de una pensión y de la ayuda de sus hijos. Cuando se enfermaba podía ir al hospital del seguro pedir una hora y ver un médico. Sus hijos habían terminado el colegio. Esto último era para don Juan motivo de orgullo. Uno de ellos, el más listo, estudió en la Universidad.

..... Por las tardes, Juan Peñaloza se sentaba con su mujer a mirar las plantas que crecían en el patio de su casa. A los dos les gustaba aquella plantación que evocaba un mundo así menos perdido. Les acicateaba la memoria que se iba haciendo confusa.

..... Un día, una tarde de septiembre, cuando ya comenzaba a hacer calor, entraron unos hombres en el patio de su casa. Preguntaron si él era Juan Peñaloza. Para servirles, debe haber respondido él. Y se lo llevaron. Venga con nosotros. Acompáñenos. Así te queríamos tener conchetumare.

..... Y lo llevaron al infierno, en el cual Peñaloza no creía. Y si creía, no pensaba merecerlo porque jamás había hecho mal a nadie. Le preguntaron por su hijo, sentado primero en una silla, entre combo y combo. Atado después a una especie de tabla de planchar conectado como una bombilla quemada al tendido eléctrico de aquel lugar. Le arrojaron agua sucia. Lo fusilaron 2 veces con balas de salva. Y luego de la segunda, no a causa de las balas sino de un corazón que había trabajado inscesantemente 80 años, Juan Peñaloza murió. Entonces llegó un médico. Pero aquél médico no venía a constatar si estaba en condiciones de enfrentar un proceso sino sólo que había dejado de existir.

.... Y lo tiraron a una fosa común, es decir, una sepultura donde se iban amontonando todos los juanes peñalozas que habían muerto con él.

..... Existía, por aquella época, en Chile, lo que el mundo moderno llama estado de derecho, en virtud del cual ninguna persona podía ser detenida sin previa orden judicial y, además, debía ser puesta a disposición de un tribunal para que éste lo interrogara y ersolviera sobe su situación, etcétera, etcétera, etcétera.

..... Existía, también, la clemencia. Siempre ha existido. Es un atributo del ser humano. Como la maldad.

..... Pero Juan Peñaloza no vivía en Chile. Es decir. sí, vivía en Chile, pero no. ¿Cómo les explico? ¿Cómo puede explicarse lo sucedido con él?

 

en La Calabaza del Diablo Nº 10 Año 3 abril 2001

 

 
 

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