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GONZALO MILLAN "EN LA MITAD DE MI VIDA"

Por Luisa Ulibarri
Publicado en APSI, del 8 al 21 de mayo 1984


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Gonzalo Milán, uno de los poetas ineludibles de la generación del silencio —exiliado voluntario durante diez años en Costa Rica, Canadá y Europa— está de regreso en este país. Y no llegó solo: lo acompaña un nuevo libro recién publicado por Ediciones Cordillera, "Vida"; una nueva mujer, Ximena, y unas renovadas ganas de todo.

El libro, la mujer y la idea misma del regreso se inscriben en un proceso que Millán define como el cierre de la primera mitad de su vida poética —y la otra también— y el comienzo de una nueva. "Porque, sin afán de ruptura, no quiero volver a vivir lo vivido, ni escribir como he escrito", dice casi apocalípticamente, pero sin anticipar lo que vendrá. Tal vez porque ni él mismo lo sabe.

Con 37 años cumplidos el primer día de este año, un Master en Arts, una hija, varios poemas que han recorrido Chile y el mundo, Millán es el benjamín de una generación integrada además por Jaime Quezada, Waldo Rojas, Floridor Pérez, Omar Lara. Su publicación de "Relación Personal" —opus 1, cuando sólo tenía 21 años— marcó un hito en nuestra poesía y lo convirtió en talento precoz y respetable.

Era tímido y de pocas palabras. Introvertido más bien. Con esa misma actitud, pero más abierto, con la desenvoltura natural de los años, Millán habló esta vez largo con APSI una mañana de sábado. Allí, con su mirada lacónica, alerta y medio irónica también —que no escapa en toda su obra— recorrió esta Vida antológica de poemas íntimos sobre la adolescencia, el amor, la pareja, la sociedad de consumo, las ausencias y los nombres de la era.

También habló de exilios y desexilios; de su largo libro poema La Ciudad, que enfoca como un zoom el acontecer urbano en una ciudad bajo la dictadura. El libro, publicado en 1979, no tuvo la acogida vibrante de su anterior Relación Personal, en la pluma de la crítica oficial.

Leída sotto voce en un viaje fugaz que Millán hizo a Chile en 1979, esta "Ciudad" militarizada resultó ser no sólo un libro comprometido con la historia: también con una técnica poética más experimental, más emparentada a la computación, la música concreta y el cine de animación. De ahí su tono aparentemente monocorde y de letanía, en versos como: "Circulan automóviles/ circulan rumores de guerra/ el dinero circula/ la sangre circula". O bien: "La mordaza impide el habla/ Vvms mrdzds/ Vvimos mrdzados/ Vivimos mordazados/".

En Vida, el autor recupera su tono íntimo, interior, a veces desenfadado, intuitivo y sorprendente, a través de poemas cortos de títulos ingeniosos. Y que reflejan procesos como el movimiento, la sensibilidad, el apareamiento, la regeneración, la mirada del doble y la muerte. El libro aborda una zona más cotidiana, pero que bien podría corresponder a la del tipo que habita la ciudad vigilada de su libro anterior.

Profesor de literatura y de los Talleres de Creación de la UC, con dos libros a punto de salir del horno antes del 11 —"Nombre de la Era" y "Ave Rock"—, pero cuyos contratos fueron rescindidos después del golpe, Millán salió de Chile a fines del 73 en un barco italiano. Permaneció quince días en Panamá y un año en Costa Rica, pero "la sensualidad del trópico, unida a la rabia y la pena por lo que había pasado en mi país, me impidieron hacer nada". Entonces eligió refugiarse en un país que ordenara su naturaleza apasionada y un tanto anárquica: Canadá.

"Busqué una ciudad de 400 mil habitantes que resultaron ser 40 mil. Se trataba de Frederickton, un lugar hermoso, denominado curiosamente el rincón de los poetas. Estudié en la Universidad de New Brunswick".


¿Y qué significó este tiempo?
—Fue el aislamiento total. No sabía el idioma, sólo hablaba con mi familia y un profesor español; todo me parecía ajeno. Allí comenzaron a incubarse los primeros poemas de La Ciudad. Chile dolía terriblemente, pero yo concebí ese poema pensando en una ciudad de cualquier dictadura del Cono Sur.

De Frederickton, Millán volvió a la "civilización" —Ottawa— donde sacó su master en Literatura Española con una tesis sobre Sábato. Igualmente se sentía ajeno, extraño, sin identidad. "El exilio tiene fases: o te superas o mueres. El artista es un privilegiado, porque al seguir produciendo una obra construye, cambia el signo de su exilio. Para el escritor hay un primer momento en el que nace una literatura elegíaca, donde el sujeto se lamenta de su condición, de la distancia, del idioma, del lugar. Es un conflicto entre el ser y el estar".

Y eso te pasó a ti...
—Por supuesto. Fue un rechazo a todo, una pérdida de la identidad. Yo había salido de Chile como un poeta precoz lleno de laureles (de los que dan fe todos los artículos archivados en la sección Referencias Criticas de la Biblioteca Nacional) y allá era un inmigrante más, un ser anónimo que apenas balbuceaba un idioma. Pero esa etapa se supera si tú tienes cierta flexibilidad. A mí me pasó y viajé por Europa —Londres, París, Berlín— y, al ver a mis amigos, salí del aislamiento. Constaté que mis poemas eran parte de la literatura de habla hispana que se lee en el mundo. Y al regresar a Canadá, en el aeropuerto, me sentí como volviendo a casa. Advertí, por primera vez, la diferencia entre Europa y América. Como que la casa se me amplió y surgió una conciencia continental de América.

Al asumir esta mayor amplitud de conciencia, Millán fundó Ediciones Cordillera, dirigió talleres de escritores, estudió la literatura canadiense y no dejó que la nostalgia chilensis lo inmovilizara. "Es como en una amputación: al principio Chile dolía, igual que el miembro inexistente. Pero luego ya no intentas hacer movimiento con lo que ya no está. Claro, el miembro amputado está en tu conciencia, no desaparece jamás, pero al asumir que no lo tienes, echas mano a lo que tienes más cerca y más disponible. Además, hay otra característica de la naturaleza —y que asoma en Vida— y que es la regeneración: si a una lagartija le cortas la cola, ésta crece de nuevo, pero más chica. El exiliado se mueve con un Chile más manuable. Yo creo que, para cualquier artista, el exilio asumido es una experiencia necesaria de conocer...".

¿Por qué?
—Porque es una experiencia límite que te forma o te destruye. Algunos críticos sostienen que la literatura actual es una estrategia del exilio. Por ejemplo Joyce, Canetti, Beckett, Neruda y el mismo Borges, de quien se dice que es un inglés nacido en Argentina.

¿Y cuándo decidiste que tu exilio debía terminar?
—Cuando cumplí los 35, esos que los americanos denominan como la 'odisea psíquica', porque llegas a la mitad de tu vida. Pensé en lo que había hecho hasta entonces, y lo que me quedaba por hacer. No es nada nuevo esto, pero sucede. Yo sentí que se estaba poniendo fin a una etapa de mi poesía, en mi estar afuera, en mis relaciones personales, abiertas a cualquier experiencia. Eso coincidió con toda una perspectiva social del retorno, un movimiento necesario. Porque llegas a un instante en el que, o echas raíces allá o te vuelves.

¿A ti el exilio te hizo crecer, poéticamente hablando?
—Sí, mucho. Yo partí muy marcado por el éxito de Relación personal, un libro escrito por mí entre los 18 y los 20 años. Yo era un poeta joven y eso fue bueno, pero tuvo su costo también. Ahora, hay secciones de Relación personal que se amplían en Vida. Por ejemplo, en Apocalipsis Doméstico: ahí está toda la cosa de la pareja. Yo me convencí afuera de que la felicidad de dos que se quieren está siempre limitada por la sociedad, aunque ambos pongan mucho de su parte. Este sistema hace lo imposible para que las relaciones personales fracasen.

¿Por qué?
—Porque el amor es revolucionario.

¿En qué sentido?
—Es una fuerza creativa constante. Si uno viviera enamorado las 24 horas del día, no hay estructura que aguante. La sociedad se vuelve utópica. En cada barrio se acepta sólo una pareja de enamorados por cuadra. Los vecinos se encargan de velar por esto. Las presiones del medio son muy fuertes hoy.

Hay harta ironía y desencanto en lo que dices y en tus poemas...
—La ironía es un antídoto del pathos. Yo constantemente voy de la sensualidad al dolor. En Vida tú ves la sensibilidad adolescente de Relación personal; la interioridad extrema en `Ouróboros'; el encuentro y la destrucción de la pareja, la soledad, el destete. Si la mujer es esclava del hombre, como dicen las feministas, éste, a su vez, es esclavo de un sistema. Hay una sección de mi poesía en la que yo propicio terminar con la adicción femenina —la necesidad de ser servido—, y entablar otro tipo de relaciones.

¿Por qué los artefactos domésticos como el refrigerador y el auto están tan presentes en este libro?
—Yo los tomo como íconos de la sociedad de consumo. Me interesan esos objetos, así como en La Ciudad hablo de La Beldad y El Tirano; el profesor emérito al que prohibieron la asignatura que enseñaba; un ciego, que es el único que ve, y los habitantes cabizbajos.

Al final rematas con un poema planetario, rebosante en optimismo. ¿Por qué tanto optimismo?
—Ese optimismo puede ser otro mecanismo de la ironía. El poema fue escrito en 1970, cuando todo hacía pensar que nuestra vida y la sociedad entera iban a cambiar...

¿Qué piensas de la poesía nacida en Chile estos últimos años?
—Yo creo que, debido al provincianismo cultural, se teje una imagen parcial e incorrecta de la poesía chilena de hoy. Aquí se habla de la tendencia emergente de Zurita, Muñoz, Maquieira, como algo absolutamente nuevo, un clavel en el aire. Eso me parece falso y peligroso, toda vez que coincide con los planteamientos de la Junta en el 'borrón y cuenta nueva', en el corte con el pasado. Es casi como una contrapartida al apagón cultural porque —dirán ellos— si surgieron estos poetas, es por lo que ocurría y gracias a lo que ocurría en Chile.

Pero, qué piensas tú de esa poesía...
—Es buena. Por supuesto, es muy buena. Lo sospechoso es la tendencia al fraccionamiento. En el exilio hay otros poetas jóvenes muy talentosos, como Bruno Montané y Roberto Bolaño. Hay poetas de café concert que cantan sus textos. Hay toda una renovación en el decir. Ojalá aquí hubiera la información necesaria, para no errar en los vaticinios. Y para que la crítica no elevara a una poesía en desmedro de otras. Pero, te repito, es buena.

A propósito de esa renovación en el decir: tú estás haciendo poesía visual y postal...
—Y poesía sin texto que es pura imagen, que crea un metalenguaje, donde interviene la lingüística, donde hay trabajo compartido con otros artistas como Eugenio Dittborn. Espero que eso se conozca en Chile.

¿Qué sensaciones te produce este regreso?
—Mal que mal, son muchos años... Hay una mezcla de todo. Pero con los amigos literarios del pasado sucede como si los hubiera visto ayer. El otro día me encontré con don Carlos Olivares y me preguntó si me acordaba de un recado que me había dejado el día antes del Golpe...


 

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