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¿Leer a Rojas?


Por Arturo Fontaine
En Artes y Letras de El Mercurio, 9 de mayo de 2004


"¿Leer a Gonzalo Rojas? Parece que no vale la pena, ¿no?" Es un abogado quien me lo dice. De joven leyó a Neruda hasta que el humor de Parra lo cambió. Neruda le pareció grandilocuente. Además, nunca le gustaron sus poemas políticos. Parra: "¡Viva la cordillera de los Andes, muera la Cordillera de la Costa"! repite entusiasmado. Es un poema antisocialista, me dice como confesando un secreto. Después se fascinó con Zurita, "un poeta matemático para el siglo XXI. Pero, ¿Rojas? Pura palabrería... ¿Por qué le dieron el Cervantes?" Contesto: "Porque es un tremendo poeta." "¿Lo dices en serio?" Se me viene a la mente un poema político, le digo, "El Helicóptero". El levanta una ceja, pero nos interrumpen y pasamos al comedor.

El helicóptero, no alcancé a decir, sobrevuela las casas escrutando "hasta el polvo con sus antenas", una "máquina sucia", "madre de los cuervos del puerto..." delatores", "cóndor venenoso" en "este asco de aire" que está "apestado por el zumbido del miedo", y que hace "vivir así en la trampa... de este tableteo de lata".

La poesía de Rojas es grande, debí decirle y no alcancé. Tiene una sensualidad ronca, una belleza masculina: "Mala suerte acostarse con fenicias..." Retrocede a la duodécima centuria y "todo era blanco, las aves" incluso "el océano, el amanecer era blanco". La fenicia le dice que pertenece al templo, le dice "soy Templo"

...."No hay
puta, pensé, que no diga palabras
del tamaño de esa
complacencia."

Le ofrece 50 dólares y ella llora y pinta con rouge y lágrimas en el espejo un pez:

"...Pez,
acuérdate del pez".

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Entonces "empezó a bailar en la alfombra" su "rito completo"; y "puso en el aire un disco de Babilonia" y "le dio cuerda al catre" y "apagó las velas" y ese catre era "un gramófono milenario" y entre la música

"...palomas, de
repente aparecieron palomas.

Todo eso en la desnudez más desnuda con
su pelo rojizo y esos zapatos
verdes, altos, que la
esculpían marmórea y sacra, como
cuando la rifaron en Tiro entre
las otras lobas
del puerto..."

De pronto, el poeta cambia el tono, abandona bruscamente la exaltación de sus imágenes y nos lleva a una conversación llana y concreta. Rojas es un maestro para lograr estos súbitos cambios de
ritmo: "Pero ahora, ay, hablando en prosa..."

Después la "besé áspero" y la "lastimé" y me "besó en un exceso de pétalos" y "nos manchamos gozosos... adentro en la noche ronca".

El poema se llama "Quedeshím quedeshóth". En fenicio, "cortesana del templo".

¿Cómo concluir un poema como éste? Muchos buenos poetas —muchos buenos amantes— se caen en ese crucial momento post.

Rojas acude al humor y se salva; ni Agustín de Hipona,

"...que también fue liviano y pecador en África
hubiera hurtado por una noche
el cuerpo a la diáfana fenicia.
Yo pecador me confieso a
Dios".

Pero nada de esto alcancé a decir.

 

 


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Gonzalo Rojas: ¿Leer a Rojas?, por Arturo Fontaine,
Fuente: Artes y Letras de El Mercurio,
9 de mayo de 2004.