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Una muerte de Gonzalo Rojas

Jorge Cid Alarcón
Texto publicado en la sección Artes y Letras de la Revista El Búho de Arequipa,
N°468, 2 de mayo de 2011.


 

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Para constatar una muerte de Gonzalo Rojas precisaremos negar esa muerte y volver a encandilarnos con el fulgor umbrío que mana de sus textos, transparente voz del gozo en lo tanático, rostro cabal de la poesía. Que el cuerpo de Gonzalo Rojas haya entrado en esa sala oscura no es sino sólo una coartada para reincidir en la escucha de su voz, su idioma sincopado del Asma es Amor. Y es que huelga besar su poesía enhiesta contra todo plazo, violentando toda verba caduca, porque nuestro idioma rejuvenece y fortifica sus ansias en su labia telúrica y erotizada.

De Rojas, admiramos su arte de conjurar el mundo como no se nos había develado, admiramos la forma en que cincela la materia sonora del idioma en una danza que emula vivamente el relámpago, la cópula, la severidad del llanto. Pensamos en su poesía develando los cuerpos del sueño y de la posesión, retratados e intervenidos por el ojo dúctil y lúbrico del poeta; pensamos en su dinámica de rememorar activamente la muerte en la vida, de acariciar a nuestros deudos en un álgido pacto elegíaco.

A Rojas, lo vimos, por última vez, unos nueve meses antes de la muerte de su cuerpo: Lo vimos entrar en la sala de su cama con espejos caminando lentamente como un hombre de 93 años lo suele hacer. Lo vimos sentarse frente a nosotros. Enseguida, vimos la aparición de su voz, grave surtidor de juventud. Porque si su imagen callada era la vejez que es, sin excepción, rigurosa, el paisaje de su rostro pronunciando, profiriendo y declamante era una joya reservada de la lucidez, de la picardía, del don de gentes. Y nos leyó poemas, poemas escritos en la víspera. Era un poeta vivo hasta en el tiempo opaco y no dejó nunca de escribir. Por eso tenemos pena. Por la desaparición de su cuerpo que era el continente de su voz y del futuro que esa voz contenía.

Por Rojas, creemos en la vocación transeúnte de la palabra y en cómo ella puede erigirse como verdadera patria cuando los exilios, las búsquedas y los escapes dirigen su camino por la vía del transtierro. Por Rojas, creemos también en la residencia de la carne como una prescripción religiosa que seduce su salvataje: huir del cáncer del pensamiento que excluye de su retórica las metáforas del cuerpo. De Rojas, apreciamos su poesía de viva inclinación musical y ese don de dotar a aquella música de una pluralidad de sentidos, de una potencia semántica plural. Por Rojas, aprendimos a escribir contra la muerte, perdiéndonos a voluntad en el océano furioso de sus juventudes cíclicas, y recorriendo nuevamente sus calles reviniendo las lógicas de los usos horarios, las pretensiones lineales de la historia, optando por aquella Pesadilla de esperar / por si veo a mi infancia de repente, por si vemos a Rojas volver, desde la muerte, de repente.



 

 

 

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Una muerte de Gonzalo Rojas.
Por Jorge Cid Alarcón.
Texto publicado en la sección Artes y Letras de la Revista El Búho de Arequipa, N°468, 2 de mayo de 2011