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José Antonio Galloso

“El hecho de saber que la fortuna puede cambiar de manera radical a la vuelta de cualquier esquina es algo que me maravilla (a veces para bien, a veces para mal)”

Por Gabriel Ruiz-Ortega

José Antonio Galloso (Lima, 1972) es poeta, narrador y artista visual. A fines del 2007 Alfaguara publicó, en la colección La Serie Roja, su novela “El mal viaje”. En ella, Galloso aborda un aspecto poco visto en la narrativa de la violencia política peruana: las “levas” militares (reclutamiento forzado para luchar contra el terrorismo de Sendero Luminoso y el MRTA). Con una impecable prosa al servicio de la historia, el autor nos lleva al periplo de Juan y Enrique, dos jóvenes de clase media que vivirán una nueva dimensión de la que solo sabían de oídas. Sobre “El mal viaje” y otras cosas más, conversé con Galloso.

- De lo que vengo leyendo sobre las novelas de la violencia política, son muy pocas las que diseccionan el tópico de las “levas”, las cuales, como es obvio, tenían como víctimas a jóvenes.
- El fenómeno de la violencia política como tema literario y fenómeno social tiene múltiples aristas, muchas de ellas aún no exploradas. Los autores que han escrito sobre esto se enfrentan al tema de distintas maneras, cada uno lo explora a partir de sus experiencias personales o desde los puntos de vistas que les resultan más interesantes. En lo personal y luego de haber leído algunos libros sobre el asunto, me preguntaba qué conexión se establecía entre las nuevas generaciones y ese periodo de nuestra historia reciente; ¿qué saben, leen o escuchan los jóvenes de ahora sobre el tema? Encontré entonces un vacío que, desde mi punto de vista, es importante llenar. Es muy poco lo que los jóvenes de hoy saben sobre la intensidad de lo vivido en aquellos días. En ese sentido, “El mal viaje” pretende, entre otras cosas, establecer un diálogo entre las nuevas generaciones y sus padres, sus maestros y su historia. Y, claro, desde ese punto de vista y como bien lo has dicho, el tópico de las levas toca de lleno a los jóvenes y se convierte en un tema más que apropiado como punto de partida para establecer el diálogo, además de ser un tema poco tratado en nuestra literatura. Es por eso que, desde un principio, me interesó el tema de “la leva” visto como síntoma de una sociedad en crisis, como reflejo de un sistema quebrado, enfermo y abusivo que es capaz de atropellar a su juventud y utilizarla como carne de cañón. Ahora, es bueno aclarar que, en “El mal viaje”, se habla de las levas militares, pero también existieron las levas por parte de los grupos subversivos (reclutamiento), este tema se trata con éxito en la película “Paloma de papel” del director peruano Fabricio Aguilar.

- Es inevitable no dejar de saber si la experiencia de tus protagonistas, Juan y Enrique, la viviste.
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Somos muchos los que en ese momento pasamos por la experiencia de las levas. A mí me ocurrió dos veces, la primera vez me metieron adentro, pero gracias a un contacto me llegaron a sacar en un día. La segunda vez, me encontraba jugando billar con unos amigos cuando, de pronto, los militares irrumpieron en el local fusiles en mano, me quitaron mi libreta electoral y me dijeron que me llevarían, pero como yo ya tenía la experiencia previa, en medio del alboroto, me escabullí entre la gente y me escondí tras el mostrador de la caja. Para suerte mía, la muchacha que atendía se apiadó de mí y me dejó esconder. Todavía recuerdo con absoluta claridad cuando, petrificado por el miedo y pecho a tierra, veía a través de la rendija inferior del mostrador las botas de los militares yendo y viniendo, llevándose, a la mala, a todos los jóvenes hacia ese futuro siniestro. Se llevaron mi DNI y pensé que me iban a rastrear, pero un amigo militar me contó que no lo iban a hacer, que lo más probable era que iban a destruir mi DNI para no enfrentar la deshonra de haber dejado que un civil se escape. Entonces, es un hecho que, “El mal viaje” tiene cierta carga autobiográfica. En realidad, yo soy de los escritores que escriben sobre lo que conocen, sobre lo que de una u otra manera han experimentado a partir de las propias vivencias o de las vivencias de las personas que me rodean.  

- Cuando Juan y Enrique no llegan a sus casas, sus familiares no sugieren que la desaparición pueda deberse a algún atentado terrorista.
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En realidad los familiares no sugieren nada específico, para ellos se trata solo del temor ante la desaparición de los hijos y la incertidumbre que ello conlleva. Es muy común que las personas tiendan a entrar en estado de negación, es decir, saben que algo malo está ocurriendo pero se rehúsan a ver las posibilidades reales, y terminan por enterrar sus angustias en algún lugar recóndito de sus mentes hasta que todo revienta; este es el caso de los familiares de Juan y Enrique, los personajes principales. Por otro lado, es necesario apuntar que, Juan y Enrique, son dos muchachos de la clase media limeña y que, la subversión, aunque presente, no afectaba de manera directa a este sector de la población capitalina, al menos hasta ese momento, que es previo al del atentado de la calle Tarata o el de canal 2. Sé que mucha gente sostiene que los limeños de las clases media y alta no vivieron de lleno el fenómeno de la violencia, pero esa afirmación me parece falsa, ya que, cuando un país se encuentra en guerra, cuando se sabe que el noventa por ciento de los pobladores afirman vivir con miedo, de una u otra manera, todos se ven profundamente afectados. Es así que, “El mal viaje”, muestra el despertar de dos muchachos y sus familias, a una realidad que hasta ese momento no los había tocado directamente.

- La manera como se “levantan” a estos dos jóvenes tiene mucho del azar. En el fondo “pudieron” evitarlo.
- Eso, el azar, es algo que me mueve mucho cuando escribo. El hecho de saber que la fortuna puede cambiar de manera radical a la vuelta de cualquier esquina es algo que me maravilla (a veces para bien, a veces para mal). Es así que yo prefiero mantenerme en el lado de la inocencia y darle a la vida esa dimensión mágica que muchos rechazan. Una vez, conversaba con un amigo mexicano de formación científica sobre el tema, yo le decía que maravilloso y arcano era el mecanismo de la vida, reparaba en cuántas cosas, cuántos detalles, cuántos movimientos irrelevantes, cuántas decisiones teníamos que haber tomado para poder estar sentados frente a frente en el corazón de San Francisco, y que habría bastado que una sola de esas decisiones hubiera sido diferente para que nuestro encuentro no se hubiera dado, a lo que él respondió con expresión aburrida, “no hermano, todo eso se resume a la ley de las probabilidades”. La conversación se terminó en el acto. La ley de las probabilidades es la aguja que revienta el globo de la visión mágica de la realidad, y yo, me rehúso tajantemente a ello. Esa capacidad para reparar en el valor del detalle, en la fuerza de lo irrelevante como trascendente, es algo que está muy presente en mi trabajo creativo, y claro, en mi visión del mundo.  

- Cuando los militares bajan a los pasajeros del bus, Enrique lo calma a Juan diciéndole que se serene, que viva la aventura.  A fines de los ochenta e inicios de los noventa, las batidas tenían su evidente lado oscuro pero también eran razón de muchas tertulias en las que de alguna u otra manera se las reivindicaba por ese espíritu de viaje a lo desconocido.
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No deja de sorprender la manera en la que el ser humano se adapta a cualquier circunstancia y, cómo un acto tan terrible como “la leva” o “la batida” se haya llegado a convertir entre los de nuestra generación en la idea de una aventura posible, cuando, en realidad, se trataba de un asqueroso acto de violación de los derechos humanos; uno más en la larga lista de las violaciones que se cometieron en esos tiempos. Ahora, hay que diferenciar entre una batida, a secas, y una batida con leva. Las primeras eran realizadas por la policía y generalmente tenían, por decirlo de alguna manera, un final feliz; unas horas en el patio interior de una comisaría, la oportunidad de conocer a otros jóvenes y, claro, el valor agregado de poder impresionar a los amigos del barrio con una historia de riesgo. Pero las levas eran otra cosa, se trataba de los militares que salían a las calles a levantar jóvenes para obligarlos a “servir a la patria”; los arrancaban de su realidad, de su vida, y se los llevaban a la mala y contra su voluntad al infierno de la guerra. No creo que para un joven exista algo rescatable en ello.   

- Ya en el cuartel, sale a flote el lado verdadero de cada quien. Saben que  el terrorismo está mutilando al país pero a la vez no quieren comprometerse a desaparecerlo. Hacerlo los llevaría a la frustración.
- El ingreso de Juan y Enrique al cuartel representa la entrada a un mundo nuevo, oscuro y desconocido; a un lado del país que ellos ignoraban por completo y que de pronto se les manifiesta por entero. Adentro, se enfrentan a muchos aspectos de la realidad que provocarán una transformación profunda en ellos: la discriminación social; la diferencia de clases; la miseria humana y material; la pérdida de la libertad; el abuso de poder; etc. Entre todo ello, los personajes también se enfrentan a la posibilidad de ir a combatir a los subversivos en la zona de emergencia, lo que provoca una honda reacción de rechazo y desasosiego. No creo que se trate de que, Juan y Enrique, no quisieran comprometerse con la idea de terminar con la violencia, o que estuvieran reaccionando como un par de muchachos engreídos; creo que se trata más bien de un rechazo visceral a la idea de ser forzado a terminar con sus vidas tal como las conocían para convertirse en un  par de soldados; sentirse coaccionados y no tener opciones ni capacidad de decisión. Como uno de los personajes dice en algún momento y ahora parafraseo: “hay muchas formas de servir a la patria”.
 
- La desesperación es creciente en los familiares del par de muchachos. Es una fiel radiografía de lo que de hecho vivieron muchísimos padres en esos años.
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Una cosa es cierta, si a los jóvenes nos tocó crecer con la violencia y adaptarnos a la realidad, las bombas, los apagones, el toque de queda, etc.; a nuestros padres les tocó crecer con un doble temor, es decir, el miedo inherente al proceso, sumado al miedo doble de pensar que, en cualquier lugar y en cualquier momento, algo les podía ocurrir a sus hijos; y no solo hablo de la violencia propiamente dicha (somos muchos los que conocemos gente que fue víctima directa de la violencia si es que nosotros mismos no lo fuimos), si no también, al temor de pensar en la posibilidad de que sus hijos se encontraran con la persona equivocada. El simple hecho de tener un hijo en una academia pre-universitaria o en una universidad, implicaba ya un riesgo, un miedo, un peligro latente. No hay que olvidar que Sendero Luminoso hizo de estos lugares sus principales centros de captación. Incluso se podría agregar un tercer miedo, el propio de vivir en una ciudad caótica y dura como Lima, no solo Sendero o el MRTA o el Ejército, si no también, una bronca que cruce los límites, un asalto, un accidente automovilístico, una sobredosis, etc. Son todas estas posibilidades las que se ciernen como una sombra nefasta sobre los padres de Juan y Enrique ante sus desapariciones. Es interesente que hagas esta anotación porque los padres que han leído el libro reparan en eso antes que en otras cosas. Incluso me han llegado a preguntar si soy padre por la exactitud de lo narrado.

- ¿Para el “El mal viaje” manejaste otras historias parecidas (en relación a la experiencia de Juan y Enrique)?
- Los que crecimos en esos años, una y otra vez, entre botellas o entre tazas de café, volvemos sobre nuestras memorias oscuras y las compartimos de una manera catártica. En ese sentido, hay mucho material que un escritor puede almacenar en el disco duro de la memoria. Sin embargo, la historia de, “El mal viaje”, la tenía guardada en el archivo interior desde hacía mucho tiempo. La primera vez que me animé a escribirla pensé que se trataba de un cuento y como tal lo redacté, pero cuando volví sobre ese primer borrador con la intención de corregirlo, me di cuenta que estaba frente a una novela, que los personajes exigían más espacio, que el tema era importante, que iba más allá de la aventura oscura y que era el testimonio de un tiempo que es necesario no olvidar; además claro, de tener la capacidad de convertirse en un puente de diálogo entre generaciones, como ya lo dije antes. 

- ¿Algún libro que te sirvió de referente?
- Ninguno en especial, en realidad no soy de los que buscan libros relacionados al tema del libro que me encuentro escribiendo; sin embargo, toda lectura, de una u otra manera, es alimento para el proyecto en el que uno se encuentra enfrascado. En líneas generales soy un lector desordenado, leo y releo todo el tiempo, pero sin un orden pre-establecido; cualquier cosa que caiga en mis manos es bien recibida. Sé que a muchos les parecerá atroz lo que voy a afirmar, o que se agarrarán de ello para acribillarme, pero, en realidad, yo soy de los que buscan, antes que nada, el placer. Si abro un libro y las primeras páginas no me producen algún tipo de placer, lo cierro y busco otro. Solo si siento placer soy capaz de ahondar en el libro y en el trabajo del autor. Además, habiendo tanto por leer, no me parece nada descabellada esta búsqueda del placer. Las lecturas por obligación solo las hago de ser absolutamente necesarias.

- Mucha gente no toma muy en cuenta a la literatura juvenil.  “El mal viaje” puede leerse tranquilamente sin ese rótulo.
- Este es un tema complejo. Por un lado está el prejuicio o la tara generada por la etiqueta “literatura juvenil”, como si el término “juvenil” fuese un sinónimo de fácil, de poco serio o poco académico o poco intelectual. Nada más lejano de la realidad, muchas novelas o cuentos importantes dentro de la historia de la literatura son esencialmente juveniles, por ejemplo, “Un mundo para Julius”, “La ciudad y los perros”, “Retrato de un artista adolescente”, “El guardián entre el centeno”, y un largo y jugoso etcétera. El problema radica en que muchos no entienden o no quieren entender que la literatura juvenil no es otra cosa que literatura que habla del universo de los jóvenes que, dicho sea de paso, es un universo riquísimo para la ficción, puesto que en los años de la adolescencia es donde todo lo vivido lleva la intensidad del fin del mundo. No se trata entonces de “literatura juvenil” ni de “literatura para jóvenes”, es más bien “literatura sobre jóvenes”, ahí se encuentra la raíz del problema. Ahora, cierta responsabilidad de que este prejuicio exista recae en las editoriales y en las librerías que, en su afán comercial, segmentan a más no poder el mercado; es así que, si uno entra a una librería y busca un libro publicado en una colección de “literatura juvenil”, se verá, de pronto, dentro de un recinto lleno de colores y juegos para niños, lo que, me imagino, produce un efecto negativo en aquellos que juzgan el libro por la tapa o por su ubicación en los anaqueles. Por otro lado, es cierto lo que dices cuando afirmas que “El mal viaje” funcionaría igual sin el rótulo “literatura juvenil”, sin embargo, el hecho de publicar mis libros en la colección de la “Serie Roja” de Alfaguara, me da una serie de beneficios como escritor, por ejemplo, larga vida para el libro, lectores garantizados y la posibilidad de entrar en contacto constante y directo con ellos. Estas tres cosas son, muchas veces, imposibles de lograr en el mercado para adultos. Pero no es precisamente por ello que escribo sobre jóvenes si no porque, como ya lo dije antes, la adolescencia es un momento en el que todas las emociones se encuentran en ebullición, todo es descubrimiento, intensidad, locura, y claro, seguro que también lo hago porque tuve una adolescencia riquísima en aventuras, realidades y experiencias.

- Ahora que hablamos de la promoción de la lectura, en tu blog (joseantoniogalloso.blogspot.com) me topo con el concurso organizado por Santillana “Leamos lo nuestro 2008”. Parece sencillo, pero a la vez es ambicioso, ya que resulta estimulante porque conlleva a la participación activa de profesores, alumnos y colegios.
- El concurso “Leamos lo nuestro 2008” es una idea estupenda en la que todos salen ganando, autores, editorial, lectores, maestros e instituciones. Son proyectos de este tipo los que hacen falta en nuestro país. Aunque suena ambicioso, es en realidad muy simple: la editorial elige cuatro títulos de autores peruanos para los cinco años de educación secundaria, los alumnos los leen y redactan un texto sobre el libro en cuestión con la asesoría del maestro, este texto se presenta al concurso junto al cupón que viene con el libro y, el jurado, conformado por el autor y dos representantes de la editorial, selecciona a los ganadores. Lo interesante es el factor integrador, ya que la naturaleza del concurso hace que todas las partes se involucren, y cuando gana el estudiante, gana también el maestro y el colegio, todos reciben premios. Este año los libros elegidos para el concurso son “Una flor de cuentos” de Rosa Cerna, “Historia de Cifar y Camilo” de Edgardo Rivera Martínez, “El tartamudo” de Abelardo Sánchez León y, para suerte mía, “El mal viaje”. Definitivamente “Leamos lo nuestro” es un ejemplo a seguir en el difícil camino de acercar a los jóvenes a la literatura. Lo triste es ver el poco interés que ponen los medios tradicionales y el circuito literario oficial a la hora de promover y resaltar este tipo de proyectos, cuando son ellos mimos los que se quejan de lo poco que se lee en el Perú. Otra vez la triste tara de mirar para abajo la literatura sobre jóvenes y por ende a los jóvenes mismos, cuando son ellos los que constituyen el público objetivo al que se debe llegar para levantar la alicaída cifra de lectores en el país.  

- Me comentaste, antes de la entrevista, que tienes otra novela, ¿puedes decirme de qué va?
- Hay dos proyectos ya definidos. Para este año Alfaguara publicará una antología preparada por Jorge Eslava titulada “La mala nota, el colegio en el cuento peruano”, en la que se reúnen, como bien lo dice el título, cuentos que abordan el tema del colegio a lo largo de la historia de la literatura peruana. Es para mí un honor haber sido incluido en esta antología en la que se dan cita autores como Ricardo Palma, César Vallejo, José Diez-Canseco, Vargas Llosa, Bryce Echenique, y otros de generaciones más recientes como Alonso Cueto, Carlos Rengifo, Lorenzo Helguero, Sergio Galarza, y un interesantísimo etcétera. El otro proyecto, como tú lo has mencionado, es una nueva novela que será publicada por Alfaguara en el 2009. “Los caminos de mi barrio”, es una suerte de novela de aprendizaje y nouveau roman en la que se narra la vida de tres amigos desde principios de su adolescencia hasta sus primeros treinta. La historia transcurre en las calles de, La Victoria (un distrito popular de Lima), y se sumerge en los procesos interiores de estos tres amigos, así como en sus aventuras, sus descubrimientos, sus logros, sus caídas, sus sueños y en cómo la vida los va arrastrando por distintos caminos. Es también un fresco de este barrio popular (del que poco se ha escrito en la literatura peruana) y de los personajes que en él habitan. “Los caminos de mi barrio” es una historia que tiene de todo un poco, un proyecto ambicioso que me tomó aproximadamente cinco años terminar, y que, espero, el lector disfrute tanto como yo al escribirlo.

 

 

 

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José Antonio Galloso.
Entrevista de Gabriel Ruiz-Ortega