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Marco García Falcón, escritor

“Al escribir nos inventamos un mundo a nuestra medida, pero cuánto nos cuesta hacerlo…”

Por Gabriel Ruiz-Ortega

Marco García Falcón (Lima, 1970) es autor de “París personal”, libro de relatos que es hoy en día una referencia ineludible para todo aquel interesado en lo que se está escribiendo en la nueva narrativa peruana. Desde la publicación de ese libro, García Falcón no ha hecho sino generar expectativa por una próxima publicación suya. Las buenas críticas de su primer libro gozan de la rara cualidad de contar con el beneplácito de los lectores –cosa que, en honor de la verdad, ocurre muy pocas veces-, en testimonio implícito de que estamos ante un escritor sumamente bueno, por decir lo menos. En esta entrevista García Falcón nos habla de sus inicios en la escritura, de su libro de cuentos, de su poética y de su nueva entrega: “El cielo de Capri”. 

- Marco, empecemos por cómo llegaste a la escritura.
- Yo empecé a escribir algo tarde, cuando estudiaba en la Universidad. Siempre he sido bastante imaginativo, diría que tengo un mundo interior en incesante actividad, pero la escritura se me apareció tarde, a eso de los diecinueve años, luego de leer a Ribeyro. Descubrir su obra, leer la totalidad de sus cuentos y novelas, fue un deslumbramiento tan grande que me llevó a querer escribir algo yo también. Desde entonces empecé con los cuentos; mi primer relato se llamaba “La divinidad” y tuve la suerte de que ganara los Juegos Florales de la Católica. Ahora, como todo aquel que emprende la aventura de escribir, mis primeros textos nacieron de la admiración por algún autor y crecieron bajo su sombra. Tengo, pues, de esa época, muchos cuentos ribeyrianos, garciamarquecianos, calvinescos y borgeanos. Algunos están publicados en revistas, pero los demás están felizmente inéditos. Digo esto porque creo que en “París personal”, si bien todavía hay deudas, existe el germen de una voz propia. Mira, este libro tuvo muy buenas críticas, pero una que me tocó especialmente fue la de Abelardo Oquendo, quien dijo de él que “bastaba leer un par de párrafos para darse cuenta de que había un escritor detrás de ellos” y que tenía “algo así como una mirada propia”. Eso para mí es muy importante. Alguien puede escribir buenos textos, digamos con cierta calidad, pero eso no te hace necesariamente un escritor en el sentido más amplio del término…

- ¿Y desde cuándo venías pensando “París personal”?
- Sobre ese libro debo decir que, dentro del proceso de búsqueda que te menciono, un día escribí un cuento que quería ser más “intimista” que los que llevaba haciendo y que titulé “El resplandor de Celine”. A partir de esa experiencia se me ocurrió hacer todo un libro de cuentos sobre París, un libro unitario, no sólo con el mismo tema sino con la misma atmósfera y estilo. Lo primero que hice fue pensar en las historias y darles un orden a través de una trama mayor que englobara a las otras. Luego me puse a escribir los cuentos, tratando que cada uno tuviera una coherencia y un valor en sí mismo. Algunos me demoraron más que otros, pero contra lo que algunos suponen, salieron bastante rápido. Recuerdo que “La tierra más lejana” lo escribí de un tirón, en un día, y “El cazador invisible”, en tres. Esto no significa que yo tenga una facilidad increíble para escribir o que escriba torrencial o afiebradamente. Por el contrario, avanzo con mucha dificultad y soy de los que no pasa a otro párrafo si no está medianamente contento con el anterior. Pero en general los cuentos de ese libro los habré escrito en un par de meses en total, tiempo en el que estuve plenamente dedicado a ese proyecto. Luego vino la corrección, la etapa de hacer modificaciones y retoques, pero también de precisar las conexiones, los vasos comunicantes entre los cuentos. En eso sí que me demoré más, en parte porque tuve bastante tiempo para hacerlo: el libro lo terminé en el 2000 y recién se publicó dos años después.

- Noto que en “París personal” hay muchos símbolos…
- Es verdad. Un amigo vio que eso se daba en todos los cuentos: los personajes conocen a alguien especial que, cuando tiene que irse, deja una huella muy sutil, un símbolo. En un cuento, por ejemplo, es un resplandor dorado, en otro un cielo azul cruzado por miles de pájaros de colores, en otro es el recuerdo de una voz y así en todos los demás. No son imágenes que estén allí por bonitas o efectistas, sino porque aspiran a darle al texto un mayor relieve, un segundo nivel de lectura…

- El libro tiene también un tono reflexivo. Hacer uso de las reflexiones, como sabes, suele ser muchas veces peligroso para mantener el interés del lector. Pero estos, en lugar de ser escollos, son los que le dan fuerza a los relatos.
-
Yo no creo ser un escritor reflexivo, a pesar de que pienso mucho antes de poner una palabra. Hay, sí, algunas reflexiones en mis textos, pero las incorporo para enriquecer el relato. No busco lucirme con alguna idea o demostrar algo; mi intención es que la historia tenga algo más de peso, de densidad, que no se quede en la mera anécdota. De cualquier forma, si pongo alguna reflexión, trato de que no entorpezca la lectura. Cuido mucho la fluidez, que la historia no sólo sea interesante sino que se lea de corrido. Una de las peores cosas que me podría pasar es que alguien abandone un texto mío porque se aburrió o se hartó. Yo quiero que me lean y que me lean hasta el final…

- También “París personal” es el testimonio del oficio creativo. En todos los relatos está presente algún escritor…
- Sí, pues, yo encajo perfectamente en la clasificación de “metaliterario”. Pero te aseguro que no es una opción que yo haya planeado o elegido. No. Lo mío es bastante espontáneo y genuino si se quiere. Puedo crear y modificar historias, pero su naturaleza central, el núcleo duro que las define, se me ha presentado como algo natural. Si en mis textos alguien escribe o habla de literatura, es porque mi mundo, si algún mundo personal tengo, es así…Tú, por ejemplo, has señalado que en mis textos hay la influencia de Vila-Matas, pero la verdad es que yo a él, que me parece un excelente escritor, lo he leído recién hace algunos años, después de “París personal”…

- Hablando de lo “metaliterario”, considero que el cuento “El cazador invisible” es el que mejor define esta característica.
- Sí, y por eso mismo resultó algo problemático buscar dónde ponerlo porque rompía un poco con el tono general del libro, que es bastante “intimista”. En varios de los cuentos de “París personal” hay búsquedas, pero éste es un policial en todo el orden, a la manera borgesiana además. Es quizá por esto que es el cuento que más les gusta a los críticos literarios o a los que tienen una mayor formación libresca…

- En los libros que he leído sobre París, la ciudad aparece como un espacio de peripecias, como un centro vivencial que sirve como mundo representado. Sin embargo, en los relatos de este libro, París es una ciudad vista y diseccionada desde la contemplación.
- Es cierto. Yo tengo una actitud bastante contemplativa respecto del mundo. Yo observo las cosas, todas las cosas que me rodean, con mucho interés y con una especie de exagerado deslumbramiento. En el caso de “París personal”, ese rasgo de personalidad se mezcla con la propuesta del libro: la de alguien que está maravillado con París, con su imagen y lo que ella evoca. Sin embargo, como bien se dice en la contratapa, no es una visión ingenua. El tipo que piensa que París es la Arcadia y que  allá se materializarán sus sueños de ser escritor, al final se estrella con la realidad. Su París soñado no existe y por eso tiene que escribirlo, inventárselo él mismo. Aprende entonces de una manera muy brusca que toda ciudad es una proyección de la subjetividad, un espejo de quien la habita, y que si realmente quiere escribir, puede empezar a hacerlo reinventando ese París mítico que ya no está y que tal vez nunca existió…

- O sea, como una reivindicación de las posibilidades de la imaginación en el sentido más pleno, como si el aferrarse a ella supliera la desazón del París que ya no es.
- En efecto. La imaginación, como la memoria, es la patria y el laboratorio de los escritores. El protagonista del libro entiende eso que tantas veces y con tanto acierto ha explicado Vargas Llosa: que escribimos por rebeldía, por disconformidad con lo que vivimos o con lo que nos rodea, y que en ese acto de infinita libertad hay desquite y satisfacción, pero también dolor y sufrimiento. Nos inventamos un mundo a nuestra medida, pero cuánto nos cuesta hacerlo…

- Es interesante cómo planteas ese aprendizaje. Al final de “La verdadera flor de Coleridge", hay una escena por lo demás desgarradora en la que las gemelas Claudette y Claudine realizan una performance, y entre el público que la presencia se encuentra monsieur Lenast, el jefe del periódico. Para el protagonista, ver a Lenast es un choque que le permite vislumbrar lo que a él le puede pasar: vivir literariamente sin escribir.
- Así es. El protagonista comprende que no sólo tiene que escribir para encontrar lo que busca sino que, si no lo hace, va a terminar mal. Uno de sus posibles destinos en negativo es el que representa Lenast: alguien con posibilidades para la escritura, llamado por ésta, pero que al final se pierde, pervierte su talento y se pervierte él…

- Me es imposible no decirte que hay un aliento lírico en tu escritura. ¿Alguna influencia poética mientras escribías “París personal”?
- Mira, a mí me gusta la buena prosa. No diré que soy un Loayza al que, según lo que cuenta Vargas Llosa en “El pez en el agua”, de joven le daban arcadas cuando leía algo mal escrito, pero sí soy bastante sensible a lo que leo. Y, por supuesto, trato de escribir de la mejor manera que puedo, con metáforas sugerentes y adjetivos precisos. Es por esta razón que hay un aliento poético en la mayoría de mis textos. Y la influencia en este aspecto no es por parte de los poetas, sino de los narradores con buena prosa, esos a lo que despectivamente llaman estilistas. Con respeto a esto recuerdo que hace un par de meses tuve la oportunidad de conversar con el profesor Carlos Garayar, quien también es escritor y este año publicó una novela notable, “El cielo sobre nosotros”. El me decía que para escribir es muy importante la sintaxis, la conexión entre oraciones. Hay como una especie de “magia sintáctica” que es como el sello personal de los buenos escritores y que te mantiene enganchado aun por encima de lo que se está contando. Por lo demás, creo que esto del aliento poético resulta bastante apropiado para el tono de mis textos…

- Marco, ¿por qué no publicaste en estos años? Te lo pregunto puesto que con la muy buena recepción de “París personal” como que se esperaba una próxima entrega.
- No haber publicado nada nuevo hasta ahora no significa haber dejado de escribir. Yo he seguido escribiendo, aunque no con la constancia que quisiera. Lo que sucede es que muchas de las cosas que escribo son por encargo: soy lo que se llama un escritor fantasma o un negro literario. Escribo textos para las autoridades de una prestigiosa universidad limeña. Es algo que exige mucho de mis energías para crear. Pero no me quejo. Es un trabajo que no sólo me ha ayudado a mantener la “mano caliente”, sino a aprender e investigar sobre muchos temas, temas que por interés personal quizás jamás hubiera explorado, pero que siento me son muy útiles como escritor. Al principio me costaba mucho escribir ese tipo de textos, pero ahora creo que tengo oficio. Tengo la esperanza de que haber ganado esa habilidad me permitirá dedicarme un poco más a mis cosas y publicar con más regularidad…

- Precisamente sé que estás muy próximo a publicar.
- Sí, a principios de diciembre Revuelta Editores me publica una novela breve que se llama “El cielo de Capri”. Es el relato realizado por un viejo profesor de Literatura sobre un tardío viaje de luna de miel. Él y su mujer cumplen un sueño largamente acariciado, llegar a Capri, isla donde se encuentra un lugar absolutamente deslumbrante y que me impactó mucho cuando estuve allí: la Gruta Azul. En ese viaje sucede algo singular, algo importante y definitivo que hace que esta persona se obsesione con el cielo, con los cielos en general, y que busque en él una clave para una serie de hechos que no acaba de entender. Como en los cuentos, hay un símbolo y en este caso es el cielo. Es un símbolo que he procurado relacionar, además, con la escritura: a este viejo profesor de Literatura le gusta contar cuentos, sus clases en la universidad se caracterizaban porque siempre las iniciaba contando historias, y ahora se encuentra en el difícil pero inevitable trance de contar su propia historia, de ponerla por escrito…

- Ya que he leído esta novela, sigo notando el aliento lírico del que te hablé hace un momento. Me da la impresión de que te tomaste un buen tiempo para su escritura porque la precisión de las descripciones, las atmósferas, los diálogos son bastante estimables.
- Dicen que uno escribe buscando a un autor a su medida. Trato de escribir con la buena prosa que me gusta y en este libro el aliento lírico se hizo necesario por el propio tenor de la historia. Al igual que en “París personal”, me tomó un par de meses escribir la primera versión y lo que me ha demorado más es el trabajo de corrección. Esa es la parte más difícil. Hay un punto en que te cansas o te hartas, pero hay que pensar que una nueva versión es siempre mejor que la anterior y que nos está esperado un lector que abrirá el libro con nuevos ojos. En cualquier caso, un libro, como dice García Márquez, no se termina de corregir; se abandona…

- No es cherry lo que voy a decir, pero muchos amigos y conocidos se sienten bastante agradecidos con “París personal”.
- Es un libro con mucha suerte, con duende como le dicen. He recibido comentarios muy favorables y generosos, no sólo de escritores y gente vinculada con el mundo de la literatura, sino de personas que no leen mucho o que casi no leen. Este año Editorial Recreo, siguiendo el Plan Lector que ha puesto en marcha el Ministerio de Educación, publicó una nueva edición de “París personal”. Eso ha hecho que muchos escolares lean el libro. He tenido la oportunidad de hablar con varios de éstos y, a pesar de que la lectura ha sido muchas veces impuesta, les ha gustado. Creo que ése es un buen termómetro: un lector así puede abandonar en cualquier momento el libro y si lo sigue leyendo y le gusta, es porque algo le dice.

- Saliéndonos un poco de lo que hablamos, ¿quiénes son los narradores jóvenes peruanos que te llaman la atención?
- La verdad, tengo información de ellos por antologías, pero no los he leído a todos. Si me pidieras una opinión en general, te diría que me gustan mucho los libros de Iparraguirre y Yushimito, por su solidez tanto en el tema como en el estilo. También he leído con mucho entusiasmo algunos cuentos de Alarcón y de Noltenius y los primeros libros de Castañeda y Neyra.…

- Para terminar, luego de publicar “El cielo de Capri”, ¿qué proyectos vienen?
- Tengo dos. Uno es una novela de largo aliento, que es la historia de un erudito excéntrico que se enfrenta a una serie de hechos que dan un vuelco inusitado a su vida; entre esos hechos está un viaje hacia lo desconocido, hacia el Japón nada menos, cosa que es una verdadera aventura porque esta persona no sólo está superoccidentalizada sino que jamás ha salido de Lima. Se trata básicamente de un policial y una historia de amor, pero quisiera que fuera muchas cosas más. Creo que la riqueza del personaje, sus manías y sobre todo sus ideas, me permitirán desarrollar otras aristas. Es un libro donde me he propuesto, además, escribir en tercera persona…

- ¿Y el otro?
- El otro proyecto es un libro de cuentos. Hace un año me metí a un gimnasio y descubrí en él un mundo realmente fascinante. En el cuento que abre la serie, un reconocido fotógrafo recibe una llamada muy extraña del representante de una revolucionaria cadena de gimnasios que mezcla el trabajo físico con la poesía y que piensa abrir una sucursal en Lima. Lo que le pide es que haga una fotografía con todos sus profesores estrella para ponerla, gigante, en los sitios más vistosos de la ciudad. El fotógrafo reúne a todos los personajes y, tras muchos acomodos y ensayos, saca la toma general del grupo. Allí termina el primer cuento y lo que viene son las historias de cada uno de estos excéntricos personajes. El último cuento es la propia historia del fotógrafo, quien, intrigado con el halo mítico que envuelve al misterioso e inubicable creador de este gimnasio, decide meterse a la sucursal para investigar… De primera impresión, pareciera que este mundo nada tiene que ver conmigo, con mi sensibilidad y mis obsesiones, pero creo que el reto está justamente en escribir sobre él desde mi propia óptica.

 

 

 

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