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Jeremías Gamboa, escritor

“Yo me formé en la poética de Mario Vargas Llosa y desde entonces me interesa referir siempre “la realidad”, al extremo de haber dedicado muchos años de mi trabajo al periodismo callejero”

Jeremías Gamboa (Lima, 1975) es un reconocido joven periodista y  también es el autor del libro de cuentos “Punto de fuga” (Alfaguara, 2007). Este libro ha merecido muchas reseñas e hizo que Gamboa sea considerado como una de las más importantes voces de la nueva narrativa peruana. Sobre “Punto de fuga” y otras cosas más trata esta entrevista.

Por Gabriel Ruiz-Ortega

- Algo que noto en la mayoría de los cuentos de “Punto de fuga” es el buen regreso a los espacios de la noche. Es el idóneo telón de fondo de personajes verdaderamente desarraigados.
- Sobre esto que señalas hay una interesante percepción entre algunos de los lectores del libro, entre ellos Alonso Cueto. Él escribió una columna muy generosa en la que precisamente señalaba que la noche era el espacio privilegiado de “Punto de fuga”, algo así como el espacio ideal para el encuentro de los personajes con su identidad o con el advenimiento de una verdad dolorosa, temible. A mí su comentario me dejó pensando. Cuando escribí el libro sentía que había un orden equitativo de luz y de sombra; sabía que el libro tenía varios momentos en escenarios diurnos —los hermanos en “La conquista del mundo”, el padre y el hijo en “Nuestro nombre”, los personajes de “La visita”, varios pasajes de “María José”— pero en efecto, al repensarlo, me di cuenta de que la sensación general del libro es nocturna. La verdad es que no sé a qué se deba. A lo mejor a que durante los años de las experiencias que narro o recreo yo vivía la vida medio nocturna de las redacciones. Tal vez se deba también a que escribí casi todo el libro de noche.

- Sabemos que eres un periodista con experiencia. Valiéndome de este detalle noto que “Un responso por el cine Colón” recoge muchísimo del mundo periodístico que conoces. Y tengo la curiosidad por saber si tenías otros cuentos parecidos a ese y que no entraron a la selección final del libro.
- No, ninguno. Con ese comentario revelas algo que a mí me interesaba destacar también. Y es que lo “periodístico” como experiencia no aparece de modo tan claro en los cuentos de este libro, aun cuando algunas reseñas lo hayan visto así. En verdad el periodismo no era algo que a mí me interesaba narrar cuando escribí “Punto de fuga”. En “Nuestro nombre”, por ejemplo, me interesaban más las relaciones entre padre e hijo; ubiqué el cuento en una redacción porque era un espacio que conocía. En el “Cine Colón” usé el recurso de los periodistas en un cierre de edición porque era indispensable: sin esa “situación de enunciación” en la cual un redactor con necesidad de dinero le quiere “vender” la nota a su editor, la historia que quería contar no resultaba verosímil; salía artificial, demasiado fantasiosa, delirante. Una vez delineado Castrejón, el periodista pornófilo del cuento, me fue factible, desde su voz, alterar el orden de lo contado, tener la libertad suficiente para subvertir el relato, delirarlo. Ahora, ese escaso interés en narrar el periodismo ha empezado a declinar. No descartaría que esa cantidad de experiencias de las que hablas me ayuden a delinear los personajes o las situaciones de ficciones futuras.

- Como en las novelas, los cuentos también tienen su propio backstage. ¿Cómo concebiste “Un responso por el cine Colón”?
- “Un responso…” partió de una historia que me contó un amigo, y que él aderezo con mucho humor y grandes dosis de imaginación. Ahí en su relato estaban los componentes centrales de mi cuento: la película triple equis de Batman y Robin, los gritos de protesta de los espectadores, la cruzada colectiva por lograr el cambio de la pésima película; toda la “protesta estética”, digamos. A mí, por mi parte, siempre me había intrigado el espacio del cine Colón, un teatro de lujo en sus buenos años que de pronto se había convertido en una melancólica sala de cine pornográfico. De modo que cuando escuché esa historia supe que, de escribirla, la tendría que instalar en ese espacio. El cuento me costó mucho. Escribí muchas versiones de él, todas acartonada. Tardé mucho tiempo en entender que debía narrarlo con la gracia, el humor y el desparpajo con que lo hizo mi amigo aquella noche; para hacer eso es que construí a Castrejón, el insomne periodista que cuenta la historia delirante.

- ¿Y “La tierra prometida”?
- “La tierra prometida” partió de una serie de experiencias por las que, creo, todos hemos pasado; ese desafío adolescente de probar la noche y salir a buscarnos en ella. Hace poco leí en la novela “On the Road”, que Kerouac llama a ese periodo de la vida “los malignos días que le vienen a los jóvenes en la mitad de los veinte años”. Ese cuento se ubica en ese lugar. Pero yo, claro, al empezarlo no lo sabía. Lo primero que tuve claro fue la escena final, esa imagen de dos tipos destruidos a bordo de un carro tras una amanecida; de ahí todo fue construir un relato que llegara a ese final. Entonces ocurrió como un torrente, como una road movie cortísima y acelerada. Sin duda tuve que inventar pasajes, espacios nuevos o recuperar otros que conocía por mi labor de periodista para generar la impresión de “descenso a los infiernos”. Fue el cuento más vertiginoso.

- “¿Has ruqueado alguna vez?” es lo que le dice a Bruno su amigo en “La tierra prometida”. En todos los cuentos está presente la posibilidad de huida, ya sea emocional o física, pero esta frase es la que mejor gráfica el espíritu del libro porque los dos personajes van a un lugar del que tanto despotrican pero que a la vez les ofrece cierta reivindicación existencial.
- En todo el libro, en efecto, hay deseos de enfrentar algo y a la vez de huir de él. Si hay algunos “puntos de fuga”, esos momentos en que la idea de escapar se manifiesta, uno de esos es el que tú señalas. Seguramente habrá otros. Todo eso es interesante. Antes de este libro, yo me planteé un par de colecciones de cuentos bajo un plan o programa y pasé algunos años sin llegar a ninguna parte. De pronto decidí simplemente escribir historias sin estrategia preconcebida, las que me salían del forro, y hacerlas todas a la vez. Solo al final de tenerlas todas juntas, cuando escribía la última del conjunto —precisamente “Un responso por el cine Colón”— me di cuenta de que el libro tenía esas características, que unía a un grupo de personajes enfrentados a un destino inevitable y del que a la vez desean escapar. Solo ahí tuve un libro cuyo concepto se desprendía de la escritura y no al revés. Por ello el título: ahí está la idea del escape, y la cosa de afrontar espacios distintos a los de uno para encontrarse.

- Siempre he tenido la idea de que un libro de ficción se sostiene gracias a la concepción de la fisonomía moral de sus personajes. Y hablando de María José, Patricia y Beatriz, tus ya recordables personajes femeninos, como que son retratadas por medio de gestos, frases, posturas… ¿Cuán difícil te fue abordar el mundo de la mujer? Bien sabes que para un escritor es harto difícil hacerlo.
- Fluyó con naturalidad, de una manera inconsciente. En “Punto de fuga” lo hice desde algunas trazas, como en María José, o desde acercamientos muy cercanos, como el de Patricia en “La visita” o el de Beatriz. El caso de Beatriz, la protagonista de “La conquista del mundo”, es particular. Yo escribí ese cuento pensando que ambos hermanos tendrían el mismo peso, pero los magros resultados que conseguí tratando de delinear al niño me llevaron a cargar tintas en ella. Y la cosa me salió con cierta naturalidad. No sabría explicarlo. El universo femenino siempre me ha fascinado. Pero, como dices, intentarlo es casi un tabú. Creo que si hubiese partido desde la idea de un cuento protagonizado por una mujer me hubiera chupado totalmente. Por suerte no fue así.

- Por la prosa y estructura percibo un par de influencias: la primera a ciertos narradores del boom latinoamericano como Vargas Llosa, Donoso y Onetti, y la segunda suscrita a la crónica periodística, aunque en este aspecto me estoy guiando por lo que en “La tierra prometida” el protagonista le recomienda leer a la muchacha Liliana.
- No sé con precisión cuánta influencia de la crónica periodística haya en mi libro. Yo particularmente creo que no demasiada. Siento que hay una influencia de una mirada o un universo periodístico, sí, pero a nivel formal siento que hay más de autores de ficción que de cualquiera de los escritores-periodistas que el protagonista enumera en el pasaje que señalas. De hecho de los tres escritores que el protagonista le recomienda leer a Liliana —Capote, Mailer y Thompson— yo solo he leído a uno. Lo del boom sí es inevitable. Para mí, durante años, ellos fueron toda la literatura existente en el mundo, al punto de que en cierto tramo del trabajo la lucha para mí fue estrictamente la de liberarme del estilo de Vargas Llosa; respecto de Onetti, es interesante que lo consignes; ya antes me habían señalado esa influencia, que yo no logro explicar. Su leguaje es boscoso, denso, y creo que “Punto de fuga” tiene una prosa más bien “funcional”, no poética. A lo mejor esa percepción proviene del afán de cuidar la iluminación de los espacios, que reconozco me gusta mucho en Onetti.

- En la entrevista que te hizo Francisco Ángeles para El Hablador dijiste un par de cosas que me llamaron la atención. La primera: como lector te gustan los escritores que usan espacios reales. Como bien sabes, en estos últimos años estamos viviendo una buena eclosión de nuevos narradores. Hay una apuesta, en la mayoría, que no está relacionada al realismo. ¿Cómo ves a esta nueva camada de narradores y con quiénes te sientes más en onda?
- La veo fantástica. A mí me gustan los realistas, claro, porque yo me formé en la poética de Mario Vargas Llosa y desde entonces me interesa referir siempre “la realidad”, al extremo de haber dedicado muchos años de mi trabajo al periodismo callejero. De hecho me gustan mucho los cuentos de Daniel Alarcón y Carlos Yushimito. Me gustó mucho el último libro de cuentos de Luis Hernán Castañeda, donde hay un encaramiento descarnado a una materia problemática. Pero me gustan también los trabajos de Ezio Neyra o Johann Page, que no son estrictamente realistas. A mí me resulta muy bueno que en un solo escenario haya gente que presente propuestas tan disímiles como las de Marco García Falcón o Santiago Roncagliolo.

- La segunda: mencionas a un grande como Philip Roth. Este es un escritor a quien hay que leer más. ¿Qué libros suyos recomendarías?
-
Roth es un alquimista del aprovechamiento biográfico; el que aparentemente no desperdicia una sola de sus experiencias, saca siempre conocimiento de ellas y cambia conforme escribe. Un tipo que vive como experiencias nuevas, con los poros abiertos, todas las etapas de la vida. Patrimonio es sensacional en ese sentido. Por ambición y agudeza Pastoral Americana.

- Sobre “Punto de fuga”, Alonso Cueto escribió lo siguiente: “Todos los personajes parecen estar huyendo en este libro. El narrador entiende perfectamente a sus personajes. Es uno de ellos”. ¿Cuán autobiográfico es tu libro?
-
A lo mejor da esa impresión por los escenarios, espacios, tipos de personas, que son parecidas a las que en buena medida he visto o conozco. Ningún libro es autobiográfico en esencia porque la biografía no es literatura; uno a veces parte de experiencias reales pero luego debe mediarlas a través de muchísimos modelos literarios y en ese ámbito los resultados son absoluta ficción. La frase que citas es un piropo de Cueto que a mí me emocionó mucho, sin duda, pero que se refiere, me parece, a un nivel de conocimiento de aquello que narras, de los personajes que creas, hasta el punto de consustanciarte con ellos. Conociendo la preocupación de Alonso por ese tipo de familiaridad con sus personajes en sus novelas, esas líneas suyas me parecían de las más desprendidas que él podía decir.
 
- ¿Tu siguiente libro es una novela?
- Escribía un segundo libro de cuentos cuando apareció una novela, sí. Trata sobre un tipo que renuncia a varios años de carrera en un oficio, que creía su vocación, para empezar una vida nueva, para reinventarse o renacer. Algo así. Ahora ando cabezón con dos libros en ciernes.

 

 

 

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Jeremías Gamboa, escritor.
Entrevista por Gabriel Ruiz-Ortega.