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DOCE CALAS EN "LA INTRUSA"

Grínor Rojo
Universidad de Chile 
grojo@lauca.usach.cl
Publicado en Revista Chilena de Literatura. Nº 71, Noviembre de 2007



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Palabras clave: Borges cuentista, Borges realista y naturalista, Borges postcolonial.

Key words: Borges as a short story author, Borges as a realist and naturalist, Borges as a postcolonial author.

 

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En el segundo volumen de los cuatro que componen la última edición de las Obras completas de Borges que yo conozco, que es la de 1996, "La intrusa" es un cuento que ocupa, exactamente, tres páginas y seis líneas[1]. Esto quiere decir que, aun más que en otros escritos narrativos de Borges, en "La intrusa" nosotros nos vamos a encontrar con un relato escueto, con una narración esencial, que condensa todo cuanto ella nos quiere decir en unos pocos núcleos de acción indispensables. Más todavía: como en algunos de esos otros relatos suyos, esa narración adopta aquí el aspecto de una saga legendaria, como si lo que Borges se apresta a comunicarnos en ella fuese una historia cuyos orígenes se pierden en la bruma de un tiempo sin tiempo, y la que además se subentiende que es una historia que carece de importancia actual. Borges (o el narrador) ha conocido dos versiones orales de la misma, ambas de segunda o tercera mano, según declara: la que le contó Santiago Dabove y que éste oyó de alguien quien a su vez la había escuchado de alguien... y que bien pudiera remontarse a una infidencia que se le escapó al más joven de sus protagonistas en el velorio del otro, y la que también le contaron a Borges (no se sabe quién o quiénes) años más tarde en la localidad de Turdera. Y si ahora la reproduce por escrito es sin ninguna confianza respecto de su verosimilitud y en realidad llevado por algo así como un achaque de nostalgia, puesto que encuentra que en ella se cifra "un breve y trágico cristal de la índole de los orilleros antiguos" (401)[2].

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"La intrusa" es, por otra parte, un cuento brutal, de una estética que desde este punto de vista, y al menos en uno de sus dos costados (el otro es el del decadentismo, como luego veremos), no se diferencia mucho de la de los naturalistas más crudos, lo que ha causado la perplejidad de los críticos, porque eso -ni falta hace que yo lo subraye- no es para nada frecuente en la más bien púdica literatura borgeana. Las atrocidades de Borges, las de Historia universal de la infamia y las de los cuentos de los años cuarenta y cincuenta -la muerte de Lonrott o aun las de Dahlmann y Otálora-, son todas atrocidades de papel. No es ése el temple de "La intrusa", que obedece a una manera de escribir a la que el mismo Borges calificó en el prólogo de El informe de Brodie como "directa" pero no "sencilla" ("Prólogo", 399). Con ello anunciaba su inesperado retorno, en el segundo lustro de la década del sesenta ("La intrusa" apareció por primera vez en la segunda edición de El aleph, en 1966, y pasó en 1970 a ser nada menos que el primero de los cuentos que integran El informe de Brodie), al cultivo del realismo o, en cualquier caso, al cultivo de un cierto tipo de realismo. Todo ello a continuación de los "juegos con el tiempo y con lo infinito" ("Borges y yo", 186), que como bien sabemos fueron, desde Historia de la eternidad en adelante, su entretención favorita al mismo tiempo que el visado internacional para su fama de escritor.

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"La intrusa" está precedido por un epígrafe: "2 Reyes, I, 26". Según he podido averiguarlo, ese epígrafe remite a un pasaje de la traducción de la Vulgata latina que, por encargo de Carlos III y Carlos IV, hizo y publicó en Valencia, entre 1790 y 1793, don Felipe Scio de San Miguel o, más precisamente, a un episodio que se encuentra en esa Biblia y no en otras (quiero decir que no se encuentra en las traducciones posteriores y ya se entenderá por qué) del Libro de Reyes. Se habla, en efecto, en el pasaje al que ahora me refiero, del amor entre hermanos como si este fuera preferible al amor de las mujeres: "Doleo super te, frater mi Jonatha, decore nimis, et amabilis super amorem mulierum. Sicut mater unicum amat filium suum, ita ego te diligebam" ["Duélome por ti, ó hermano mió Jonathás, hermoso sobremanera, y amable sobre el amor de las mujeres.

Como una madre ama á su único hijo, así te amaba yo"] (LaBiblia 179). De otra parte, hay también en el cuento de Borges una mención del episodio más conocido de Caín y Abel, en Génesis 4: "Caín andaba por ahí, pero el cariño entre los Nilsen era muy grande..." (403). De la unión de esos dos polos, el del amor fraternal en Reyes con el del odio fraternal en Génesis, proviene el modelo para el desarrollo del cuento.

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Partiendo de los dos intertextos bíblicos anotados, uno semioculto y el otro transparente, Borges tiende pues los rieles sobre los que moviliza "La intrusa". Narra en este relato la historia de dos hermanos, los "Nilsen" o "Nelson" (como en el caso del origen de la historia, una fingida inseguridad mantiene aquí en la nebulosa la localización del apellido), de los que nos dice lo siguiente: que eran "altos, de melena rojiza" y que "Dinamarca [si eran Nilsen] o Irlanda [si eran Nelson], de las que nunca oirían hablar, andaban por la sangre de esos dos criollos" (401, el énfasis es mío). Ocurre que los dos se enamoran de una misma mujer, una tal Juliana Burgos, a la que el narrador del cuento caracteriza como poseedora de una "tez morena" y unos "ojos rasgados" (402). A eso añade, no sin una condescendencia notoriamente subexpuesta (understated[3]), la observación de que, considerando que el de esas personas "era un barrio modesto, donde el trabajo y el descuido gastan a las mujeres, no era mal parecida" (Ibíd., el énfasis es mío).

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De "La intrusa" se pueden hacer al menos tres o cuatro lecturas, todas ellas muy consistentes y por supuesto que muy admisibles también, entre las que se cuentan la ya señalada lectura intertextual, una psicoanalítica, que tendría que poner el acento en el neurótico congelamiento de los dos protagonistas en su imaginario preedípico, otra feminista o de género, que probablemente se detendrá en el tema de la identidad sexual y que bien pudiera llevarse a cabo teniendo en cuenta un libro de Eve Kosofsky Sedgwick, en el que esa académica y crítica estadounidense trata el tema de las transgresiones al deseo heterosexual en la literatura de lengua inglesa (Between Men: English Literature and Male Homosexual Desire), y una entre antropológica y social, que es la que yo prefiero y a cuyo despliegue dedicaré lo poco que me queda de estas líneas.

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Pero antes de pasar a esa preocupación mía más acotada, creo conveniente reproducir una anécdota que Borges le contó a Richard Burgin y que repite Emir Rodríguez Monegal en Jorge Luis Borges. A Literary Biography (458). Tiene que ver con el hecho de que Borges, que a esas alturas estaba completamente ciego, no escribió él, con su propia mano, el cuento que ahora nos ocupa sino que lo dictó. Se lo dictó a su madre, a la severa doña Leonor Acevedo Suárez, a quien lo que ella oía le pareció odioso en extremo, pero que estoicamente se resignó a ponerlo sobre el papel. Pero he aquí que Borges declara también, en esa misma entrevista, que él tenía dudas acerca de cómo resolver el problema del final feroz de la historia y que fue su señora madre quien lo sacó de ese atolladero -de un atolladero que no es sólo técnico. Se refiere a los parlamentos últimos, sin duda los más crudos de todo el relato, y que como vemos le pertenecen (y yo diría que no por casualidad) a la victorianísima doña Leonor.

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Para volver a la lectura que a mí más me interesa: recuérdese que el relato aparece precedido en "La intrusa" por una cita de Reyes ("2 Reyes, I, 26"), que esa cita pertenece a la Biblia de Scio, en tanto que también hay, esta vez en el interior de "La intrusa", por lo menos una mención del episodio de Caín y Abel, el de Génesis 4. De la convergencia entre esos dos intertextos bíblicos parece surgir entonces el modelo sintagmático para el desarrollo del cuento. Estamos con ello, como cuesta poco percatarse, frente al antiquísimo motivo del amor y el odio fraternos. Eso es lo que de manera sucesiva se juega en la relación entre los protagonistas del cuento, los "Nilsen" o "Nelson" (de apellido inseguro, pero que como quiera que sea proviene del centro o norte de Europa), esos "orilleros antiguos", que eran "altos, de melena rojiza", habitantes de un in-between que no es ni ciudadano ni campesino (el que según Beatriz Sarlo serían las "orillas"), que "físicamente diferían del compadraje" (401) y respecto de los cuales "Dinamarca [si eran Nilsen] o Irlanda [si eran Nelson], de las que nunca oirían hablar, andaban por la sangre". Ocurre que, debido a la intervención de ese factor externo que es la mujer de rasgos aindiados, ellos pasan del amor al odio para volver, finalmente, al amor.

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Mi opinión es que la lectura de "La intrusa" que propongo, entre antropológica y social, se puede introducir en el análisis a partir de este punto. Para ello, vuelvo hasta el segundo párrafo del texto, donde Borges el narrador nos informa que el párroco de Tudera le comunicó a él mismo que "su predecesor recordaba, no sin sorpresa, haber visto en la casa de esa gente una gastada Biblia de tapas negras, con caracteres góticos; en las últimas páginas entrevio nombres y fechas manuscritos. Era el único libro que había en la casa. La azarosa crónica de los Nilsen, perdida como todo se perderá" (Ibíd.).

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El Libro Sagrado, que ya fue nuestro primer descodificador del cuento desde ángulos que no por opuestos dejaban de ser complementarios, lo es ahora nuevamente. En la Biblia familiar, "en las última páginas", casi esfumándose de puro viejas y gastadas, se leen todavía unas letras que revelan la historia de sus ancestros europeos de los Nilsen/ Nelson y de lo que a ellos les aconteciera en América, mientras que en Reyes y Génesis se alojan los estados posibles de la relación actual entre los dos hermanos, sus últimos descendientes. La figura de la mujer de "tez morena" y "ojos rasgados", a la que "bastaba que alguien la mirara para que se sonriera" (402), una mujer que no abre la boca j amas, que no pronuncia ni una sola sílaba a todo lo largo del relato, de la que el narrador afirma sin melindres que no era un ser humano sino "una cosa" (402), que además está ahí solamente para servir y satisfacer a ambos hermanos sexualmente, "con sumisión bestial" (403), a la que de mutuo acuerdo ellos tratan de sacarse de encima vendiéndosela a la dueña de un prostíbulo, pero que sin que eso les sirva de nada, y que Cristian termina por matar, porque de esa manera "no hará más perjuicios" (404), es el factor externo que transforma el amor en odio. Ella da carnadura, con más contundencia que en otros capítulos probables y anteriores de la saga, al golpe al cabo del cual estos hombres, con antepasados venidos a América desde algún lugar del centro o norte de Europa, lo habrán perdido todo: la lengua, la escritura, la lectura, la memoria misma de su origen transatlántico, la Dinamarca o la Irlanda "de las que nunca oirían hablar", así como la de los "deudos" de los que "nada se sabe ni de donde vinieron" (401). Perdida su raíz cultural, lo único que a la sazón les queda disponible es la hermandad de la piel y la sangre, y su existencia de "hombres entre hombres" (Ibíd.). En otras palabras: el amor blanco, fraterno y masculino, y eso precisamentre es lo que la.femmefatale aindiada, que es un triple heimlich, racial, exogámico y genérico -el mismo que se ha venido posesionando de sus ancestros generación tras generación- ha acudido ahora a arrebatarles en la propia casa.

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Así, si es cierto que la mujer de "La intrusa" es la mujer atravesada en una relación de "hombres entre hombres", como escribe Borges y como nos lo recuerdan críticos como Rodríguez Monegal[4], también lo es que ella encarna el ethos americano entendido como una otredad incognoscible e irreductible, aunque al mismo tiempo poseedora de una misteriosa capacidad de seducción y destrucción. Esos son los "perjuicios" que deben ser exorcizados. La mejor manera de hacerlo es sacándola literalmente de en medio, que es lo que se nos revela en las frases aportadas (y yo me atrevo a suponer que con saña) por doña Leonor:

-A trabajar, hermano. Después nos ayudarán los caranchos. Hoy la maté. Que se quede aquí con sus pilchas. Ya no hará más perjuicios.

Se abrazaron, casi llorando. Ahora los ataba otro vínculo: la mujer tristemente sacrificada y la obligación de olvidarla (404).

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Yo no sé cómo podría representarse mejor la actitud del criollaje, el argentino y el latinoamericano, para con las poblaciones originarias de nuestra región que del modo como lo hacen esas últimas frases de "La intrusa". Los Nilsen/Nelson son los portadores ignorantes, pero a pesar de ello parapeteados a porfía en su identidad criolla (Borges los llama así y con todas sus letras: "esos dos criollos"), la que es nacional y metropolitana a la vez o, mejor dicho, es una identidad que es nacional a fuerza de ser o pretender ser o incluso de haber sido alguna vez metropolitana[5]. Eso explica que incluso desde su envilecimiento más profundo, desde su no saber quiénes son ni por qué hacen lo que hacen, ellos la defiendan, la reafirmen y la reinstalen cada vez que sienten que ello es preciso, en esta ocasión, frente a un peligro en el que, cediendo Borges a las reglas estéticas del decadentismo, confluyen la seducción y la destrucción. Reaccionan pues los Nilsen/Nelson no en calidad de colonizadores, condición que a estas alturas han perdido absolutamente y de la que ni siquiera se acuerdan, sino en calidad de colonizados (aunque "físicamente" distintos del "compadraje", eso es algo que no debe perderse de vista), esto es, de criollos americanos y periféricos, que se empeñan en preservar su diferencia con el otro nativo, manteniendo el cordón umbilical que los une con los antepasados del centro de Europa a no importa cuáles sean los costos. Poseídos por el asombro y el miedo, eliminan entonces a la mujer que real y metafóricamente ocupa en sus vidas el sitio de los que Bolívar identificó como los "legítimos propietarios del país"[6], para acabar auto imponiendo se la obligación de olvidarla/los, pero no sin haber hecho de la complicidad en y del (contradictorio) rastro del crimen quizás si el más poderoso motivo para su turbia unidad.

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Como lo señalé más arriba, "La intrusa" se publicó por primera vez en 1966, en la segunda edición de El aleph. Hay una película inspirada en este cuento, que filmaron unos cineastas brasileños (no es la única que existe, yo conozco por lo menos una más), y que es, a mi juicio, un trabajo meritorio aunque con las tintas demasiado cargadas: lo que en Borges era sugerencia, en elfilm se transforma en evidencia, lo que allá era duda en elfilm es certidumbre y lo que allá era ambigüedad se convierte en nitidez. Yo sigo, por esto y por otras razones que no es este el lugar para explicarlas, regodeándome en el claroscuro mañoso de la espléndida prosa borgeana.

 

 

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NOTAS

[1] Jorge Luis Borges. Obras completas 1975-1985. Barcelona. Emecé, 1996. 401-404. En mis citas siguientes del cuento, daré solo el número de página en el texto y entre paréntesis.

[2] Si recurrimos a Beatriz Sarlo para esto de los "orilleros antiguos", ella nos dirá que las "orillas" -a su juicio, el espacio desde el cual Borges enuncia- era el término que designaba en la juventud del escritor "los barrios alejados y pobres, limítrofes con la llanura que rodeaba a la ciudad", en tanto que el "orillero", "vecino de esos barrios, con frecuencia trabajador en los mataderos o frigoríficos donde todavía se estimaban las destrezas rurales de a caballo y con el cuchillo, se inscribe en una tradición criolla mucho más plena que el compadrito de barrio (de quien Borges no propone ninguna idealización), cuya vulgaridad denuncia al recién llegado o al imitador de costumbres que no le pertenecen" (Borges, un escritor en las orillas, 53). En suma: las orillas y el orillero son el in-between por excelencia, situados geográfica y humanamente entre, para ponerlo en términos sarmientinos, la civilización urbana (europea) y la barbarie campesina (americana). Borges mitifica esa posición para profitar de ambos costados, pero sin pertenecer completamente a ninguno.

[3] No encuentro una buena traducción de este adjetivo al español y por eso lo pongo también en inglés, que es una lengua con cuyas argucias la prosa de Borges mantiene una familiaridad innegable y afectuosa. Sí, claro, también sé que retóricamente se trata de una "litotes"; lo que me incomoda es que no haya en nuestra lengua una palabra que no sea el término técnico para nombrar esta figura.

[4] "... brotherly love triumphs over heterosexual attachment" (Rodriguez Monegal, Jorge Luis Borges... 458).

[5] "Política e ideológicamente, el proyecto liberal criollo implicaba la fundación de una sociedad y una cultura americanas descolonizadas e independientes, manteniendo al mismo tiempo los valores europeos y la supremacía blanca" (Mary Louise Pratt. Ojos imperiales... 306).

[6] "... no somos indios ni europeos, sino una especie media entre los legítimos propietarios del país y los usurpadores españoles". En su "Carta de Jamaica". Véase Simón Bolívar. "Contestación de un americano meridional a un caballero de esta isla", Obras completas, 164.

 

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BIBLIOGRAFÍA

Bolívar, Simón. "Contestación de un americano meridional a un caballero de esta isla". Obras completas. Vol. I. Ed. Vicente Lecuna con la colaboración de Esther Barret de Nazaris. La Habana: Ministerio de Educación Nacional de los Estados Unidos de Venezuela y Editorial LEX, 1947.

Borges, Jorge Luis. Obras completas 1975-1985. Barcelona: Emecé, 1996.

La Biblia. Vulgata Latina traducida al español y anotada conforme al sentido de los santos padres y expositores católicos por el Ilustrísimo Señor Don Manuel Scio de San Miguel, Ex-Provincial de la Orden de las Escuelas Pías de Castilla. Preceptor del Serenísimo Señor Príncipe de Asturias y Obispo de Segovia. Tomo II. París: Librería de Rosa Bouret y Cía, 1854.

Pratt, Mary Louise. Ojos imperiales. Literatura de viajes y transculturación, Trad. Ofelia Castillo. Buenos Aires: Universidad Nacional de Quilmes, 1997.

Rodríguez Monegal, Emir. Jorge Luis Borges. A Literary Biography. New York: Paragon House Publishers, 1978.

Sarlo, Beatriz. Borges, un escritor en las orillas. Buenos Aires: Ariel, 1995.



 

 

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