Hojadrio de Hatu no se presenta como un mero artefacto literario, sino como un campo de resonancia ontológica. Su estructura, deliberadamente fragmentaria, apela a una lógica del ser que trasciende lo lineal y se adentra en lo no-dual, donde forma y vacío coexisten sin contradicción.
El autor —o más precisamente, el mediador que firma como Hatu— opera como un canal transverbal, desdibujando las fronteras entre lo decible y lo indecible. Cada pasaje del texto parece emerger desde un pliegue del tiempo no cronológico, lo que nos sitúa ante una escritura que no narra, sino que revela: revela no hechos, sino estados del Ser, zonas liminales entre el símbolo y su disolución.
La palabra en Hojadrio no significa; vibra. Es un fenómeno de conciencia antes que un constructo semántico. En este sentido, Hatu no practica una poética de la imagen, sino una mística de la elipsis: lo que no se dice es exactamente lo que opera, con más intensidad que cualquier afirmación. Aquí, la lectura deviene acto iniciático, y el lector, enfrentado al umbral de lo inexpresable, no puede más que rendirse a la experiencia de una verdad que no se enuncia, sino que se intuye.
En definitiva, Hojadrio de Hatu no busca comunicar una visión del mundo, sino abrir un intersticio donde el mundo mismo se vuelva transparente a su origen. Estamos ante una obra que no sólo desafía la lógica del discurso, sino que, en su núcleo más radical, cuestiona la posibilidad misma del lenguaje como vehículo de lo real.
