Proyecto Patrimonio - 2006 | index | Héctor Hernández M. | Felipe Ruiz | Autores |



LA TETA Y LA LUNA

Presentación del libro "El barro lírico de los mundos interiores más oscuros que la luz",
de Héctor Hernández Montecinos.


Por
Felipe Ruiz Valencia


Cuando del surrealismo no quedaba más que una caricatura ajada de sus primeros manifiestos, y el propio Breton reconocía en Minotaure que aquella burguesía contra la que tanto habían despotricado era la misma que les daba de comer, Marcel Duchamp es encargado, para la exposición surrealista de 1947, de realizar el catálogo de obras en una edición "de lujo". Y lo que Duchamp hace es lo siguiente: sobre una superficie de cartón negro, confecciona una teta de plástico y silicona - adelantándose ferozmente a la moda de los tiempos -: la teta sobresale en el relieve del libro, y su consistencia, color y forma sugieren al tacto, una teta de lo más real. El famoso postizo fue numerado, e iba acompañado por una advertencia: Priére de toucher (Se ruega tocar). El gesto de Duchamp es, antes que una operación estética, una opción política. Se trata de invertir el juego del arte como lujo, del arte como objeto de consumo - deleite inviolable. Se ruega tocar parodia la advertencia repartida en todas las calles de París, en las que se sugiere por todas partes en la ciudad más artísitica y sensible del planeta: por favor, no tocar. Esa sugestiva teta transforma la prohibición en seducción, insita subrepticiamente a apreciar la forma, a excitarse tocando, en una cultura que privilegia, como señala Hegel, los sentidos superiores de la vista y el oído.

El libro hace demasiado tiempo, como señala Chartier, ha dejado de ser mero depositarios de ideas abstractas, de sendas épicas y líricas: soporte pasivo de la inspiración de los autores. Por más que los grandes editores nos quieran hacer ver, la operación de publicar remite en sí misma una forma de ejercicio y transferencia del poder. Y así se dice que Chile es una tierra de poetas, cuando se analizan las estadísticas, puesto que más de lo setentaitantos por ciento de producción literaria a nivel nacional son textos encasillados en el género poético. Pero las estadísticas, como los bikinis, muestran mucho y ocultan lo esencial: ni veinte obras publicadas por editoras independientes hacen el peso al tiraje de un solo narrador de una gran casa editorial. Y tenemos así el caso de Antonio Skarmeta, brillante ganador del premio Planeta. El crítico Marco Antonio Coloma, a propósito de una ponencia sobre Bolaño en la última Feria del Libro, no ha dejado al paso, agudamente, la relación entre este premio y el lanzamiento al instante y el marco de esa misma feria de miles y miles de ejemplares de su última novela, en delicioso papel mantequillado, tapa en relieve y lomo grueso. Una edición de lujo destinada a adornar los escaparates del cursi burgués y su insaciable apetito estético, el mismo que le lleva a consumir pinturas para acompañar los sillones de cuero de su living room, si es que el color de un Benmayor le viene más que el de un Cienfuegos. El libro convertido en objeto de lujo se convierte así en mero adorno, en curricula de nuestros gustos y del placer del derroche monetario, de nuestra capacidad excesiva - puesto que el exceso habla de nuestros excedentes, ya superados los problemas de escasez - de consumo cultural. Esta allí para no ser tocado, y es duro y grueso para resistir el paso del tiempo, para ser fetichizado como una Venus, como el rolex del papá, como una cámara Leika en manos de un iniciado o iniciada en fotografía, y eso aunque muchas veces, como en el caso de Skármeta, no implique que el contenido resista también el paso de la historia.

A partir de lo anterior, el último libro de Héctor Hernández, El barro lírico de los mundos interiores más oscuros que la luz, emerge con una lucidez y autoconciencia territorial que sorprenderían a los propios Deleuze - Guattari. El territorio consiente de Hernández linda con dos extremos abominables: con el formato de lujo del burgués pudientes, del que ya hemos hablado, y del sospechoso concepto del libro de bolsillo, opúsculo de bajo costo y en formato despreciable, perfecto para el bolsillo del oficinista o la cartera de la secretaria. En este segundo linde, el poemario se ajusta al número de páginas posibles de ser publicadas por editoriales de baja factura pero mucho retorno: surge así toda una economía escritural disfrazado de minimalismo posmoderno: verso justo, palabra precisa o sentencia para el bronce: cuentos cortos, moralejas orientales; novelitas ejemplares perfectas para la vida celerosa, para el sueño temprano y la cabecera dúctil. Quizá la misma teta fue pensada por Duchamp pueda servir como descanso en la nuca del ciudadano satisfecho, solucionando así, para siempre, el problema del demasiado duro libro de cabecera. Esta economía escritural sin duda despreciaría la estrategia desbordante de Hernández, carnavalesca, exuberante y gritona, pues le recuerda que bajo su complaciente laconismo no se esconde otra cosa que un agacharse de hombros, un sortear los riesgos para publicar al tamaño justo de lo exigido por el mercado.

El libro de más de 300 páginas de Hernández se resiste al sudor axilar, se resiste al bolsillo tanto como al escaparate, a la biblioteca con llave de seguridad. Busca transitar de mano en mano, con una estrategia que desborda el material - libro y se inserta dentro del propio proyecto editorial de Hernández: Contrabando del bando en contra es sin duda, el nombre justo y apropiado para una editorial que busca redefinir los espacios de circulación de textos, saltándose casi dos siglos de historia de cultura impresa, retornando a lo celular del intercambio escritural: me refiero a la porfía de esquivar al editor profesional, al librero de turno, contrabandeando al objeto de mano en mano, haciéndolo circular entre rostros conocidos o cognoscibles. Se numera el libro para dar cuenta de su existencia singular y se evita enumerar la página para no dar cuenta de la singularidad, de la singleridad del poema. Tenemos con esto que Hernández redefine la función del libro y la distancia del poema o poemario. Como tengo la oportunidad de conocer personalmente al autor, y como todos quienes también la tienen, resulta evidente que dentro de éste como de sus dos anteriores publicaciones, los poemarios que he tenido la oportunidad de leer antes de ser editados se encuentran destruidos, mezclados, parodiados, narrativizados, deconstruídos y vueltos a escribir de una manera que raya en la demencia: Hernández es un pintor que arroja Antimonio sobre sus más hermosas pinturas y ama el resultado de esa mezcla aleatoria, orgánica, que surge de ese acto. Y ese acto es antes bien político que estético. Se trata de la negación del poema jingle, del hit, y del formato que debe contenerlo para deguste del público: el libro. Las páginas no se enumeran pues se busca la lectura aleatoria, la pérdida de todo marco referencial, de toda posibilidad - bastante posmoderna, por lo demás - de una colección racionalmente delineada. Hernández me ha dicho que ama escuchar millones de discos en su pc de forma aleatoria y nunca una canción completa. El mismo procedimiento ocupa en sus textos: algunos, en la máxima radicalidad de su poética, ni siquiera están hechos para ser leídos: por el contrario, su existencia es el reverso de su inexistencia, develando la gratuidad, el vacío de la obra en su conjunto. Una apuesta que lo acerca más al Dadá que al queer que algunos críticos le han tildado, una apuesta que lo convierte en un escritor político más que estético, un vividor, en el sentido más profundo de la palabra, más que un escritor.

El autor en performance con sus manos cortadas por vidrio
(18 de diciembre de 2003).

Política. Hubo un tiempo en que poética y política eran como dos hijas de la poyesis: ésta era entendida, en la Grecia, como un acto de producción y a la vez de creación. Y es bien cierto que ésta actividad ha sido transformada, por la técnica, en mero acto de reproducción: se espera siempre de un poeta un determinado género, se espera de un poeta gay una literatura gay, de un mapuche que nos hable de su abuelo mapuche en mapudungú, tal como se espera de Bruce Wills una próxima película de acción. Las industrias culturales han reducido la actividad artística una expectativa incansable de género, reduciéndose así el campo de la poética al campo de la estética entendida meramente como aplicación o concreción de una determinada matriz de sensibilidad en una obra dada. Para Hernández, antes bien, la poesía constituye una actividad política: su texto en cuanto formato es en sí mismo un acto político. Es una reacción descarnada, quizá final, de un arte que parece estar cortando sus lazos con el mundo del afuera, tanto por que la expectativa social ligada a la poesía es menor que antaño, como porque los mismos poetas no dan cuenta de nuevos nichos escriturales, ahogados en su romanticismo decimonónico, o en el eterno spleen de la yerba y la cerveza. Un pequeño germen, sin embargo, parece abrirse desde las bases. Y si tanto la política como la poética, antes siamesas y ahora separadas, parecen estarse agotando en su ensimismamiento, sin duda volver a conocerlas es una perspectiva saludable para reencontrarse con ese mundo que parece estarse agotando y acotando cada vez más en salas como éstas, entre caras conocidas y en repetidas presentaciones, como ésta. Tras esa puerta está el mundo - la escoria, la histeria, eso que amamos, la literatura - esperándonos. Para todos quienes quieren arriesgarse, sin duda encontrarán, al salir, un buen aliado esperándolos: El barro lírico de los mundos interiores más oscuros que la luz.

Santiago, 18 de diciembre de 2003 .................

 
 

 

Proyecto Patrimonio— Año 2006 
A Página Principal
| A Archivo Héctor Hernández M. | A Archivo Felipe Ruiz | A Archivo de Autores |

www.letras.s5.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez S.
e-mail: osol301@yahoo.es
La teta y la luna.
Presentación del libro "El barro lírico de los mundos interiores más oscuros que la luz",
de Héctor Hernández Montecinos.
Por Felipe Ruiz Valencia.